Resumen y sinopsis de Cuentos de Ernest Hemingway
Los cuentos de Ernest Hemingway no son sólo lo mejor de su obra, según suele admitir la crítica, sino que constituyen también uno de los libros fundamentales para entender el siglo. En esta edición recuperamos, en una nueva traducción de Damián Alou, la recopilación que el propio Hemingway hiciera de todos sus cuentos en 1938, conocida como Los cuarenta y nueve primeros cuentos y donde se encuentran relatos tan magistrales como «Los asesinos», «Las nieves del Kilimanjaro» o «Padres e hijos». El mundo estético y moral de Hemingway -ese espacio traspasado por la soledad,la individualidad y la brutalidad- se encuentra aquí destilado, despojado de todo ornamento, encerrado en el sustantivo y el adjetivo precisos, seco, sobrio, cegador, latente. La caza, la pesca, el boxeo, la guerra, el alcohol, el deseo o la derrota son algunos de los materiales con que se construye esta obra cuyo aliento perdura con un vigor insospechado.
Ha participado en esta ficha: yiyolon
La temática de estos “49 primeros relatos” de Hemingway es heterogénea y dispersa en apariencia: la guerra, la pesca, disciplinas deportivas, la tauromaquia… sin embargo, a fuerza de repetirse y entrecruzarse según pasamos de un cuento a otro, estos temas acaban por conformar una visión del mundo, un ámbito privado de sentimientos, de emociones apenas esbozadas. Porque lo que en realidad confiere entidad a estos relatos es tanto el estilo, en apariencia simple, un poco tosco, como la peculiar técnica de la omisión tan característica de su autor, usada en mayor o en menor medida, con gran acierto a veces, otras con no tanto quizá. Capaz, en cualquier caso, de crear una imperceptible pero poderosa resonancia que puede pasar desapercibida, de generar nuevas posibilidades de lectura.
Tendríamos en primer lugar los cuentos de Nick Adams, alter-ego con el que el escritor canaliza sus experiencias y personaje un tanto enigmático que se siente “vacío y feliz”. En “Campamento indio” es un niño que descubre simultáneamente la muerte y el origen de la vida, con toda su inocencia y su pureza, aún con un sentimiento de lejanía respecto al sufrimiento. En “El médico y la esposa del médico” aparece su padre ante unas tensiones soterradas que no llegan a estallar; cobardía, humillación, diferencias raciales y sociales, también roces maritales. “El fin de algo” es el fin de la niñez, la adolescencia, una jornada de pesca y algo más; el ocaso de la industria de la madera frente al ocaso sin razón aparente de un noviazgo tan pueril como parece. “El vendaval de tres días” es una conversación entre amigos, exaltación entre trago y trago del compadreo masculino y un intento por refugiarse de un temporal tanto meteorológico como emocional. Se da en “El belicoso” un encuentro con una pareja de freaks y marginados sociales, con cierta violencia e irracionalidad latente; un episodio breve y surreal cual historia dentro de otra historia. “A campo traviesa por la nieve” da cuenta de una liberadora jornada de esquí, y de nuevo, de una amistad, de una fuga de la rutina y olvidarse de todo antes de volver a los problemas y a las dudas. Con sus dos partes, “El gran río Two-Hearted” puede ser el culmen de la teoría del iceberg de Hemingway, llevada a su extremo; pormenorizada descripción de una excursión por los bosques que oculta los traumas de la guerra, la idea (ya apuntada) del poder redentor de la naturaleza, un santuario que cura las heridas del alma.
Seguimos con Nick en “Los asesinos”, con líos de mafiosos, un secuestro, la tensa espera de unos y de otros; gran relato que contiene en sus entrañas una historia mayor que no se nos cuenta. Asoma el desengaño amoroso de nuevo en “Diez indios”, o cómo un día festivo puede estropearse al final. “En otro país” testimonia los efectos físicos de la guerra en los jóvenes soldados, pero también los (peores) efectos psicológicos, la pérdida, también lo que separa y lo que une entre gente de distinta procedencia. Volvemos a la montaña con “Un idilio alpino”, sobre choques culturales entre lugareños de costumbres atrasadas (o sólo son así de brutos) y extranjeros, curiosa estampa con algo de humor negro. En “Padres e hijos” se ahonda (es un decir) en la relación paterno-filial de Nick con su hijo y con su propio padre, entre evocaciones proustianas, recuerdos que marcan y definen, en una relación tal vez de dependencia mutua, incluso de amor-odio. “La luz del mundo” es una escena con un puñado de desharrapados, como prostitutas y otros canallas, en la que se ofrecen distintas versiones de una anécdota y debemos elegir a quién creer. En “Ahora me acuesto” y “Tal como nunca serás” quizá hallamos las peores consecuencias del conflicto bélico; en el primero, onirismo, insomnio, miedo a dormir, repeticiones y obsesiones de una mente quebrada… en el segundo, síntomas de colapso mental incipiente en una situación absurda; en ambos, recuerdos entremezclados en un confuso fluir de la conciencia.
Una de las principales esferas temáticas dentro de este corpus narrativo es, por lo tanto, la vivencia de la guerra (mundial, española, poco importa cual). En “El viejo en el puente” se capta un momento, a un individuo en un instante crítico (la huida de la batalla) con una maestría comparable a la de un hábil fotógrafo. Algo parecido, aunque no tan logrado a lo mejor, sucede con “En el muelle de Esmirna” y con “El revolucionario”. “Un relato muy breve” condensa al máximo un convencional romance entre enfermera y soldado, con sus promesas, ilusiones y desengaño posterior, desde luego autobiográfico. “La patria del soldado” habla del retorno tardío y poco triunfal al hogar, el supuesto héroe condenado a la irrelevancia, al desarraigo de una existencia cotidiana entre la ausencia de expectativas y las mentiras piadosas, aunque nada vuelva a ser igual. “Una sencilla indagación” ahonda en roles y jerarquías entre militares y sus subordinados, que sorprende por su posible insinuación homoerótica.
Otra cuestión recurrente son las tortuosas relaciones de pareja, las pruebas del amor y las distancias insalvables entre hombres y mujeres. “Allá en Michigan” detalla el descubrimiento cruel del sexo, del primer amor, prácticamente una niña escindida entre sentimientos de afecto y de rechazo. “El señor y la señora Elliot” son un matrimonio con felices expectativas que acaba distanciándose y perdiendo su poesía. En “Gato bajo la lluvia” hay otra pareja, un hotel en un entorno exótico, un encierro físico y moral, hostilidades en lo no dicho... ¿y un felino como metáfora de los afectos inesperados? “Colinas como elefantes blancos” es una escena en una estación (lugar bien definido y aislado que denota anonimato, transitoriedad), una conversación donde entresacamos las dificultades de una relación y alusiones a un tema tabú que les separa. Algo parecido encontramos en “Un cambio radical”, esta vez en una cafetería, donde somos voyeurs de un diálogo entre chico y chica, una infidelidad, otra cuestión difícil de expresar; la complicada aceptación de cierta orientación sexual. “Un canario para regalar” es un viaje en tren cuya última parada es el fracaso matrimonial, otra vez a vueltas con las diferencias nacionales, de una ingenuidad sólo superficial. En “Escribe un lector” asoma la ignorancia femenina y sus estrechos horizontes tras una mera consulta médica, la bondad y la humildad también. Y en “Fuera de temporada”, una jornada turística se tuerce cuando se multiplica la incomunicación, las distancias tanto entre hombre y mujer como entre visitantes y lugareños que tienen sus propios problemas.
Pero si hay un tópico que recorre de arriba a abajo la cuentística de Hemingway y que ofrece incluso sus mejores frutos es el de la figura del perdedor, su dignidad, sus principios, la valentía y la cobardía, aunque a veces sólo se trata de gente desubicada de su ámbito de pertenencia. “La breve vida feliz de Francis Macomber” contiene uno de los disparos más célebres y enigmáticos (en su intención) de la literatura, amén de un trío de personajes al rojo vivo y sus tensiones durante un safari; dos modelos de masculinidad frente a una mujer descrita muy negativamente (la misoginia irrumpe, con mayores o menores matices, en la obra de Ernest), un nacimiento a la vida, al coraje y a romper con dependencias perniciosas, que dura poco, pero... ¿mejor tarde que nunca? “Las nieves del Kilimanjaro” es casi un compendio de todo Hemingway, el repaso a una trayectoria vital completa de una persona que va a morir, con toda su experiencia y su aventura, pero también resentimientos, culpa, traición a uno mismo; ¿la vida? Una gangrena que nos corroe ¿el paraíso? La imponente montaña africana, cual aparición soñada. Y es que el universo, como en “La capital del mundo”, continúa girando implacable, apenas alterado por un accidente, una tragedia cotidiana que se lleva por delante a un inocente antes de ser tocado quizá por un dolor, una decepción mayor, como los habitantes de la colmena humana.
“Mi viejo” es el retrato emocionado y emocionante de eso mismo, de un señor padre que es genio y figura en el mundillo de las carreras de caballos, siempre desde la mirada del hijo, con sus luces no exentas de alguna sombra. Los protagonistas de “El invicto” y “Cincuenta de los grandes” son eso mismo, sombras de lo que fueron, supervivientes que se aferran con obstinado heroísmo a sus disciplinas (el toreo, el boxeo, respectivamente), a su propia ética, aunque pueda ser contraproducente; hay mucho detallismo descriptivo en estos dos relatos que ponen al lector directamente en el fragor de la escena. No hay dignidad alguna en la derrota en “Carrera de persecución”, carrera comparable al intento de huir de la droga y sus efectos destructivos, de a saberse qué demonios, sin cura posible. En “Después de la tormenta”, un lobo de mar busca un tesoro sumergido, pero sus esfuerzos son vanos y al final la fortuna te golpea y te hunde como al barco hundido, pese al esfuerzo. “Un lugar limpio y bien iluminado”, que tiene algo de Chéjov, es un magistral estudio de la tristeza de vivir desde la distancia, de las tres etapas de la vida y sus actitudes; un hombre anónimo que sufre en silencio pese a tenerlo todo, la felicidad cifrada en un lugar igualmente anónimo donde estar, donde ser dejado en paz.
“Dios les conserve la alegría, caballeros” es un tragicómico cuento navideño con las figuras del payaso tonto y el payaso listo, doctores en este caso; un curioso caso médico y una conclusión, que todos queremos absurdamente ser algo diferente a lo que somos. Magistral juego con la perspectiva el de “La madre de un marica”, de nuevo con la homosexualidad en el punto de mira; una estrella del toreo y la farándula, su subordinado, algo que se rompe entre ellos y pone en evidencia su manera opuesta de ver las cosas (en concreto, la obligación moral de enterrar a un ser querido). “Un día de espera” es una aproximación a la inocencia infantil y cómo los niños interpretan a su modo, en un simpático equívoco que revela cómo nos cambian la percepción la enfermedad y el peligro. Abunda el cruce idiomático en “Vino de Wyoming”, sobre una familia en tierra extranjera con una idiosincrasia particular en torno al vino que elaboran, una forma de vida que es despreciada o simplemente banalizada por los locales. “Che ti dice la patria?” da cuenta de un viaje por Italia, del encuentro con sus tipos singulares, sin encontrar lo que los viajeros buscaban pero hallando algo más real. “El jugador, la monja y la radio” es un cuadro costumbrista de los pacientes de un hospital, un fragmento de la vida de unos seres un tanto excéntricos, aferrado cada uno a su propio “opio”, o mentiras para seguir tirando.
Quedarían por mencionar algunas piezas un tanto inclasificables, como “Relato banal” (¿una parodia de un artículo muy generalista que trata de todo y de nada?), “Hoy es viernes”, una bizarra obrita de teatro sobre unos centuriones romanos borrachos en una taberna comentando la crucifixión de Cristo, “Una historia natural de los muertos”, o una especie de artículo o ensayo en torno a los muertos que parece un intento por exorcizar, de nuevo, el trauma de la contienda… “Homenaje a Suiza”, en definitiva, es una narración sumamente original en tres partes y con un uso sutil de la repetición., tres historias ambientadas en una cafetería suiza, sobre americanos en Europa y su ridiculez ante los locales, hombres distintos que acaban por ser el mismo hombre.
Como en toda recopilación hay textos mejores que otros. En todos, eso sí, hay una muestra palpable del oficio de escritor de un grande como Hemimgway. Los diálogos suelen ser estupendos y la prosa es muy lograda. No siempre las historias son tan interesantes y no siempre tienen un buen cierre; de hecho hay varios relatos que son más bien escenas o bosquejos de alguna situación. A pesar de lo dispar de todos los cuentos, creo que vale la pena acercarse a ellos.
Hemingway tienen ese algo especial su escritura, ese algo entrañable y diáfano, poético, que surge del fondo más que de la forma. Será porque le canta a la vida sin miramientos. Por muy duros que sean muchos de los personajes de estos cuentos, se logra entrever una fragilidad innata en ellos. Algunos cuentos tienen su gracia, su comicidad; pero es muy poca, leves chispazos. En general, casi todos me han causado una bonita impresión, pero Allá en Michigan, La capital de mundo, El belicoso, Las nieves de Kilimanjaro, Una historia natural de los muertos, Hoy es viernes, entre otros, fueron los que más me gustaron.
Es una recopilación muy despareja. Casi cincuenta relatos, la gran mayoría muy cortos. Diría que al menos dos tercios son absolutamente descartables. Algunos pocos generan algo de interés (Gato bajo la lluvia, La capital del mundo, El señor y la señora Elliot...) pero hay dos que son realmente muy buenos: Las nieves del Kilimanjaro y, sobre todo, La breve vida feliz de Francis Macomber, que es el primero del libro y el más largo, excelente. Si tuviera que calificar sólo este cuento, la nota sería más alta sin duda, pero la mayoría de los relatos restantes son prescindibles por completo.