Resumen y sinopsis de El amante de la reina de Sixto Sánchez Lorenzo
Es el 20 de junio de 1810, decimonoveno aniversario del intento de fuga de Luis XVI y de María Antonieta. El gran mariscal de Suecia, conde Hans Axel von Fersen, está a punto de morir masacrado por el populacho en las calles de Estocolmo, víctima de un complot político. Antes de expirar, las imágenes de su azarosa vida pasan por su mente: su viaje iniciático a los catorce años, los primeros amores y amoríos; su amistad con María Antonieta; su participación en la guerra de independencia norteamericana; la Revolución francesa y cómo organiza la fuga de los reyes abortada en Varennes…
Voltaire, Washington, Goethe, Haydn, Madame Staël o Bonaparte, son algunos de los personajes que marcaron la experiencia vital de este poco conocido personaje histórico. Enfrentado a la certeza del fin, su confesión revela las claves de una época contradictoria, de profundo cambio, y su intimidad nos sumerge en unos tiempos y acontecimientos cruciales para la historia de Europa y del mundo.
Abrir un libro y que poco a poco te traiga a la memoria recuerdos de historias ya leídas, de sabores y olores sentidos o , tal vez, de sensaciones vividas es un privilegio que no todos son capaces de otorgar a quienes los sostienen entre sus dedos.
“El amante de la Reina”, de Sixto Sánchez Lorenzo, publicado en Roca Editorial el pasado 17 de Septiembre, pertenece a ese género de pequeños tesoros paginados. El protagonista: el Conde Axel Von Fersen; el escenario: la misma historia de finales del siglo XVIII y principios del XIX , un período marcado por el cambio ideológico, político y social fruto de la Revolución francesa – antes, durante y después de la misma- , donde se reinventan las convenciones y se alumbran, por ejemplo, textos y acontecimientos que son piedra de toque de la humanidad, como la Declaración de Derechos Humanos o la Constitución de los Estados Unidos de América o la Guerra de la Independencia norteamericana; el resto del reparto: desde Luís XVI y María Antonieta, sus vástagos y la corte, hasta Goethe, Voltaire, Madame Staël, Marat, Haydn, Bonaparte… Todo ello relatado en primera persona, como si en un arrebato de “in Media Res” el Gran Mariscal de Suecia, que está a punto de morir a los pies de la masa envilecida, se dirigiese a nosotros para confesarnos cómo vivió el esa parte de la historia, para dejar constancia, hacer “justicia”, si es que el término no resulta demasiado trasnochado. Una vida que dura un momento, el momento antes de expirar, conformado de otros más pequeños a modo de teselas: “Son los pequeños momentos, a veces insignificantes y olvidados en vida, los que nuestra memoria descarga a velocidad de vértigo para que los revivamos por última vez. Y en ese fogonazo que antecede al fin, se me alumbran instantes que se reproducen con lentitud y eternidad, con idéntica cadencia, como si volviera a vivirlos o, por ser más exactos, a contemplarlos como un espectador ante el teatro en que se representa su propia existencia…”.
En estas condiciones lo único que le queda a uno es sentarse y disfrutar mientras revive, recuerda, concuerda y sobre todo, aprende, pues no olvidemos que para poder realizar una filigrana narrativa de ese calibre con un personaje histórico, recreando con verosimilitud el lenguaje de la época, es imprescindible el recurso a la fuente directa, la recopilación de testimonios, monografías … y en definitiva, sin desvirtuar la parte de ficción, un escrupuloso respeto por los hechos históricos que son el telón de fondo de toda la novela . Y eso sucede en este caso. Creo que el autor nos muestra un retrato psicológico de personajes reales que escuchamos como convertidos en actores que interpretan un diálogo. Es una narración eminentemente visual y colorida.
El comienzo de “El amante de la Reina” nos trae un leve perfume a Stendhal mientras recorremos con el joven Fersen sus primeras “estocadas” vitales, sus primeros aprendizajes. Nos lleva de viaje por Italia – Turín, Roma, Florencia- y es imposible no trasladarse a “Le Rouge et le Noir” o “La Chartreuse de Parme”. Nos transporta a la guerra de independencia norteamericana mientras en el espíritu del personaje se libra otra batalla: “Ignoro si la distancia fue sustancia suficiente para conformar y endurecer ese vínculo por mí esculpido en la desesperanza, y si dicha materia era el falso espejismo de mi propio deseo, pero solo el amor me interesa, y no su arquitectura. No me pareció sustancial cómo llegar a él, sino el hecho de haber llegado. Dejo a los químicos y nigromantes la satisfacción de descubrir su esencia original. Ensimismados en sus propias preguntas, ellos nunca habrán de obtener las auténticas respuestas, pues los sentimientos ni se estudian ni se miden; basta con tenerlos y alimentarlos, cada cual a su guisa, para experimentarlos con determinación y disciplina, tan rigurosamente como laboramos y oramos. Y así hice yo, con la dedicación del alquimista, mezclando en el crisol de mi pasado las imágenes, aromas y tactos que mis sentidos ávidamente absorbieron, mi mente con celo retuvo, y hubieron todos de acibarar mis días de acuartelamiento en Newport”.
Destaca la facilidad con la que el libro se deja leer o más bien la facilidad con la que uno se deja llevar por el propio libro sin darse apenas cuenta. Los cambios de ritmo, la descripción cuidada que activa el resto de sentidos acompañando a la vista —la reseña de las especialidades culinarias de la época, la referencia a la música hecha casi de forma tan exquisita como la anterior, los paisajes dibujados y los sonidos que los habitan… el discurrir del agua—, encajan a la perfección y actúan como los elementos que componen una sinfonía de Haydn.
El cuerpo central podría dividirse en tres pequeños engranajes que nunca dejan de entrelazarse como en una ligera cadencia: crescendo y ritardando y luego viceversa para ir Da Coda al Capo y vuelta a empezar. Los tres engranajes vendrían representados por: “Les Liason dangereuses”; la guerra , el deber y el honor; y el Amor y la Lealtad .
Sí, si la primera parte tenía un leve perfume a Stendhal, avanzada la novela encontramos un leve perfume a Choderlos de Laclos, que es inevitable, pues no es más que retrato fiel de una época en la que hombres y mujeres decidieron vivir por encima de todo —desde sus acomodados orígenes, cierto, pero vivir—, dejando de lado las conveniencias y evidenciando ese cambio que fue el Deus ex machina de aquellos años: “Caballeros y damas
dispusimos de nuestros cuerpos con la misma liviandad con que nos recreábamos con los juegos de naipes o la conversación. Amarnos fue un modo de compartir momentos deleitosos, y a menudo una plática placentera nos llevaba con naturalidad a disfrutar de la mutua belleza de nuestras almas y de nuestros cuerpos, no necesariamente en forma conjunta. Quienes denigraron nuestra conducta presentan títulos dudosos. Es cierto que una moral pacata y religiosa jamás puso freno a nuestros deseos, pero vil sería quien nos acusara de frivolidad por el mero hecho de jugar al whist, asistir a la ópera o a refinados bailes, o compartir con poca reflexión los lechos de damas jóvenes y casadas, de alcurnia o baja condición. Los espíritus, en esta época o en cualquier otra, no debieran calibrarse por tan nimias circunstancias”. Hedonistas, o simplemente laxos de moral para algunos —seguramente quién lea ciertas reflexiones pudiera sentirse escandalizado incluso ahora más de dos siglos después —, no fueron más que seres que conjugaron el verbo “vivir” ante todo, sin por ello dejar de tener presentes e incluso dar la vida por términos como “honor”, “deber” , “amor” y “amistad”. Y a este respecto, quien lee y quizás reconozca haber tenido una visión algo sesgada de personajes como María Antonieta —simplemente situándola su Petit Trianon dedicada a sus representaciones operísticas, “bals masqués” y conquistas amorosas—, entiende cuán injusta es a veces la historia que queda para las generaciones siguientes. La devoción que sintieron Axel Von Fersen y María Antonieta traspasó aquél último día en la Bastilla y el suelo de las calles de Estocolmo. Quizás fue el único amor que la reina tuvo, a pesar de la fama que se granjeó. Es reconfortante, al menos, hallar una sensibilidad más sutil, como la de Ian McEwan, autor de la novela “Expiación”, y de su personaje Brioni Tallis —aunque con inspiraciones diametralmente opuestas— capaz de imaginar un escenario diverso y más verosímil. Ejemplos perfectos de son la escena que nos regala el autor en la méridienne , primer encuentro físico entre Axel y María Antonieta, o la referencia a los obsequios que se entregaron, con inscripciones que se hacen más que eternas, pues en verdad los portaron con ellos hasta el momento de su muerte . Y sí, por cierto: “amantes”, del latín amans amantis , literalmente “el que ama” con todo su sentido original, sin desvirtuación, sin tacha amoral o despectiva pasada por una palabra que se vacía de contenido a golpe de conveniencia . Simplemente el que ama hasta tal punto que es más el otro ser y sus circunstancias, que él mismo. Simplemente la lealtad total por una idea, un recuerdo, un sentimiento. Seres que, como humanos, con sus luces y sombras, por regla natural tienden a alejarse de la perfección en proporción a cada paso que se alejan del vientre materno, pero que se muestran originales hasta el último momento vital, donde no hay distinción de clase o de jerarquía social, donde no hay ni reyes ni vasallos, al igual que en el amor.
En definitiva, “El amante de la Reina” es un buen ejemplo de novela bien construida, con un efecto narrativo que conduce al lector rápidamente dentro de las líneas que la conforman. Es una novela que contiene el relato de un gran amor, la prueba de hasta qué punto la lealtad puede trasgredir la propia muerte, el retrato de dos seres que vivieron en un tiempo convulso y de cambio, que se amaron pese a todo y a todos. Pero es, sobre todo, un muy buen ejemplo de Novela Histórica, bien documentada y respetuosa, con descripciones cuidadas y veraces de los hechos históricos. Un buen ejemplo de que todavía puede hacerse Novela Histórica sin desvirtuar la realidad en pos de la ficción, logrando, al contrario, que ambos extremos convivan y se nos muestren armónicamente.
Un libro más que recomendable. Un buen descubrimiento…
Abrir un libro y que poco a poco te traiga a la memoria recuerdos de historias ya leídas, de sabores y olores sentidos o , tal vez, de sensaciones vividas es un privilegio que no todos son capaces de otorgar a quienes los sostienen entre sus dedos.
“El amante de la Reina”, de Sixto Sánchez Lorenzo, publicado en Roca Editorial el pasado 17 de Septiembre, pertenece a ese género de pequeños tesoros paginados. El protagonista: el Conde Axel Von Fersen; el escenario: la misma historia de finales del siglo XVIII y principios del XIX , un período marcado por el cambio ideológico, político y social fruto de la Revolución francesa – antes, durante y después de la misma- , donde se reinventan las convenciones y se alumbran, por ejemplo, textos y acontecimientos que son piedra de toque de la humanidad, como la Declaración de Derechos Humanos o la Constitución de los Estados Unidos de América o la Guerra de la Independencia norteamericana; el resto del reparto: desde Luís XVI y María Antonieta, sus vástagos y la corte, hasta Goethe, Voltaire, Madame Staël, Marat, Haydn, Bonaparte… Todo ello relatado en primera persona, como si en un arrebato de “in Media Res” el Gran Mariscal de Suecia, que está a punto de morir a los pies de la masa envilecida, se dirigiese a nosotros para confesarnos cómo vivió el esa parte de la historia, para dejar constancia, hacer “justicia”, si es que el término no resulta demasiado trasnochado. Una vida que dura un momento, el momento antes de expirar, conformado de otros más pequeños a modo de teselas: “Son los pequeños momentos, a veces insignificantes y olvidados en vida, los que nuestra memoria descarga a velocidad de vértigo para que los revivamos por última vez. Y en ese fogonazo que antecede al fin, se me alumbran instantes que se reproducen con lentitud y eternidad, con idéntica cadencia, como si volviera a vivirlos o, por ser más exactos, a contemplarlos como un espectador ante el teatro en que se representa su propia existencia…”.
En estas condiciones lo único que le queda a uno es sentarse y disfrutar mientras revive, recuerda, concuerda y sobre todo, aprende, pues no olvidemos que para poder realizar una filigrana narrativa de ese calibre con un personaje histórico, recreando con verosimilitud el lenguaje de la época, es imprescindible el recurso a la fuente directa, la recopilación de testimonios, monografías … y en definitiva, sin desvirtuar la parte de ficción, un escrupuloso respeto por los hechos históricos que son el telón de fondo de toda la novela . Y eso sucede en este caso. Creo que el autor nos muestra un retrato psicológico de personajes reales que escuchamos como convertidos en actores que interpretan un diálogo. Es una narración eminentemente visual y colorida.
El comienzo de “El amante de la Reina” nos trae un leve perfume a Stendhal mientras recorremos con el joven Fersen sus primeras “estocadas” vitales, sus primeros aprendizajes. Nos lleva de viaje por Italia – Turín, Roma, Florencia- y es imposible no trasladarse a “Le Rouge et le Noir” o “La Chartreuse de Parme”. Nos transporta a la guerra de independencia norteamericana mientras en el espíritu del personaje se libra otra batalla: “Ignoro si la distancia fue sustancia suficiente para conformar y endurecer ese vínculo por mí esculpido en la desesperanza, y si dicha materia era el falso espejismo de mi propio deseo, pero solo el amor me interesa, y no su arquitectura. No me pareció sustancial cómo llegar a él, sino el hecho de haber llegado. Dejo a los químicos y nigromantes la satisfacción de descubrir su esencia original. Ensimismados en sus propias preguntas, ellos nunca habrán de obtener las auténticas respuestas, pues los sentimientos ni se estudian ni se miden; basta con tenerlos y alimentarlos, cada cual a su guisa, para experimentarlos con determinación y disciplina, tan rigurosamente como laboramos y oramos. Y así hice yo, con la dedicación del alquimista, mezclando en el crisol de mi pasado las imágenes, aromas y tactos que mis sentidos ávidamente absorbieron, mi mente con celo retuvo, y hubieron todos de acibarar mis días de acuartelamiento en Newport”.
Destaca la facilidad con la que el libro se deja leer o más bien la facilidad con la que uno se deja llevar por el propio libro sin darse apenas cuenta. Los cambios de ritmo, la descripción cuidada que activa el resto de sentidos acompañando a la vista —la reseña de las especialidades culinarias de la época, la referencia a la música hecha casi de forma tan exquisita como la anterior, los paisajes dibujados y los sonidos que los habitan… el discurrir del agua—, encajan a la perfección y actúan como los elementos que componen una sinfonía de Haydn.
El cuerpo central podría dividirse en tres pequeños engranajes que nunca dejan de entrelazarse como en una ligera cadencia: crescendo y ritardando y luego viceversa para ir Da Coda al Capo y vuelta a empezar. Los tres engranajes vendrían representados por: “Les Liason dangereuses”; la guerra , el deber y el honor; y el Amor y la Lealtad .
Sí, si la primera parte tenía un leve perfume a Stendhal, avanzada la novela encontramos un leve perfume a Choderlos de Laclos, que es inevitable, pues no es más que retrato fiel de una época en la que hombres y mujeres decidieron vivir por encima de todo —desde sus acomodados orígenes, cierto, pero vivir—, dejando de lado las conveniencias y evidenciando ese cambio que fue el Deus ex machina de aquellos años: “Caballeros y damas
dispusimos de nuestros cuerpos con la misma liviandad con que nos recreábamos con los juegos de naipes o la conversación. Amarnos fue un modo de compartir momentos deleitosos, y a menudo una plática placentera nos llevaba con naturalidad a disfrutar de la mutua belleza de nuestras almas y de nuestros cuerpos, no necesariamente en forma conjunta. Quienes denigraron nuestra conducta presentan títulos dudosos. Es cierto que una moral pacata y religiosa jamás puso freno a nuestros deseos, pero vil sería quien nos acusara de frivolidad por el mero hecho de jugar al whist, asistir a la ópera o a refinados bailes, o compartir con poca reflexión los lechos de damas jóvenes y casadas, de alcurnia o baja condición. Los espíritus, en esta época o en cualquier otra, no debieran calibrarse por tan nimias circunstancias”. Hedonistas, o simplemente laxos de moral para algunos —seguramente quién lea ciertas reflexiones pudiera sentirse escandalizado incluso ahora más de dos siglos después —, no fueron más que seres que conjugaron el verbo “vivir” ante todo, sin por ello dejar de tener presentes e incluso dar la vida por términos como “honor”, “deber” , “amor” y “amistad”. Y a este respecto, quien lee y quizás reconozca haber tenido una visión algo sesgada de personajes como María Antonieta —simplemente situándola su Petit Trianon dedicada a sus representaciones operísticas, “bals masqués” y conquistas amorosas—, entiende cuán injusta es a veces la historia que queda para las generaciones siguientes. La devoción que sintieron Axel Von Fersen y María Antonieta traspasó aquél último día en la Bastilla y el suelo de las calles de Estocolmo. Quizás fue el único amor que la reina tuvo, a pesar de la fama que se granjeó. Es reconfortante, al menos, hallar una sensibilidad más sutil, como la de Ian McEwan, autor de la novela “Expiación”, y de su personaje Brioni Tallis —aunque con inspiraciones diametralmente opuestas— capaz de imaginar un escenario diverso y más verosímil. Ejemplos perfectos de son la escena que nos regala el autor en la méridienne , primer encuentro físico entre Axel y María Antonieta, o la referencia a los obsequios que se entregaron, con inscripciones que se hacen más que eternas, pues en verdad los portaron con ellos hasta el momento de su muerte . Y sí, por cierto: “amantes”, del latín amans amantis , literalmente “el que ama” con todo su sentido original, sin desvirtuación, sin tacha amoral o despectiva pasada por una palabra que se vacía de contenido a golpe de conveniencia . Simplemente el que ama hasta tal punto que es más el otro ser y sus circunstancias, que él mismo. Simplemente la lealtad total por una idea, un recuerdo, un sentimiento. Seres que, como humanos, con sus luces y sombras, por regla natural tienden a alejarse de la perfección en proporción a cada paso que se alejan del vientre materno, pero que se muestran originales hasta el último momento vital, donde no hay distinción de clase o de jerarquía social, donde no hay ni reyes ni vasallos, al igual que en el amor.
En definitiva, “El amante de la Reina” es un buen ejemplo de novela bien construida, con un efecto narrativo que conduce al lector rápidamente dentro de las líneas que la conforman. Es una novela que contiene el relato de un gran amor, la prueba de hasta qué punto la lealtad puede trasgredir la propia muerte, el retrato de dos seres que vivieron en un tiempo convulso y de cambio, que se amaron pese a todo y a todos. Pero es, sobre todo, un muy buen ejemplo de Novela Histórica, bien documentada y respetuosa, con descripciones cuidadas y veraces de los hechos históricos. Un buen ejemplo de que todavía puede hacerse Novela Histórica sin desvirtuar la realidad en pos de la ficción, logrando, al contrario, que ambos extremos convivan y se nos muestren armónicamente.
Un libro más que recomendable. Un buen descubrimiento…