Resumen y sinopsis de Que dios lo tenga donde no estorbe de Pedro Rivero Mercado
No es una radiografía ni un diagnóstico de la sociedad cruceña, es más bien el sabor, el olor y la imagen de un rostro pueblerino que ha ido transformándose, creciendo, maquillándose, en su afán de encontrar en la ciudad su nueva belleza, su vital simpatía, su eterna juventud. La maestría es el manejo de la lengua, la ironía, el buen humor y la contundencia crítica social hacen que el lector disfrute estas páginas.
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Concebido en una relación amorosa con el entonces seminarista Dorito Fernandez, acaba de nacer el hijo bastardo de Aidita Fisherman, del cual se ofrece a ser el padre putativo don Sócrates Vericochea, hombre idealista al que los vecinos consideran un filósofo. La peculiar situación ocurre en un “pueblo chico” a mediados del siglo XX, y marca el inicio de una serie de eventos que, concatenados, harán transmutar a la “grande aldea” en metrópoli; así como las diferentes historias que componen el libro, una vez integradas, conformarán una novela de matices costumbristas por un lado, y con rasgos de historicidad por otro.
Ya en el tema, cualquiera puede concluir que todo gira alrededor de Santa Cruz de la Sierra (Bolivia), pero la satisfacción del lector pasa justamente por la prescindencia de un nombre propio. Al momento de la lectura, en ningún momento se hace necesario encasillar los relatos ni a un punto geográfico, ni a un momento histórico exacto, dado que los personajes, caracterizados desde la posición del demiurgo en algunos momentos, y desde el matiz de sus diálogos en otros, hacen que se vuelva sencillo compartir sus vivencias por esa empatía que se genera cuando el contexto se dibuja sin fisura alguna.
En la suma y resta del contenido, Rivero Mercado logra un raro y difícil equilibrio entre sucesos jocosos y dramáticos. No son pocos los pasajes en donde la invitación a la risa franca se hace innegable, como también algunos en donde casi rozando el patetismo, el autor aborda puntos de tal dolor y sufrimiento que el lector pudiera querer tranquilizarse a sí mismo diciéndose que se trata de un realismo fantástico con más ficción que realidad, cosa que no tendría caso, porque parte del deleite es trafagar los hechos mencionados, ciertos, pero sin fechas exactas en el almanaque, ni lugares definidos.
Un punto bien aparte merece el lenguaje que el autor emplea de acuerdo a cada circunstancia, yendo desde la procacidad de barrio (“¡Hay que acabar con el sketing diabólico, hay que poner término a ese puterío!”) hasta el tono más bien poético al momento de una descripción (“… empezaba a perder ostensiblemente su bucólica fisonomía de vecindario adormecido y de soles puntuales y limpios..”) no por una ostentación de oficio, sino porque la disparidad y diversidad de los hechos narrativos exigen un vocabulario acorde que apuntale las escenas y le impregne a las mismas el ritmo necesario a cada momento narrativo.
“Que dios lo tenga donde no estorbe” es una suerte de paseo hacia el centro y la periferia de una población con estilo propio, en el que el lector podrá dejarse llevar por el entramado de ventura y desventura de sus protagonistas, saliendo emocionado y enriquecido por la experiencia. Como dato adicional, Pedro Rivero Mercado, merecedor de la condecoración el Cóndor de los Andes, es también autor de, entre otros libros, “Los gorriones del barrio”, “Don Quijote de La Guardia”, y “Retrato de un canalla”. Además es director del diario El Deber, de la ciudad de Santa Cruz de la Sierra.