A destacar, lo primero, la buena traducción y edición del libro, con numerosas notas a pie de página para aclarar referencias, vocabulario de términos nipones y una selección de fotografías del autor que ayudan a contextualizar su obra, apenas separada de su propia existencia.
Compendio de lo que él es y de lo que significó, el texto homónimo es un examen de conciencia en forma de autoficción y escritura al borde del abismo, un contarlo todo sin reparos; sus intentos de suicidio, adicciones, relaciones tormentosas con las mujeres, mentiras a su familia y ausencia de escrúpulos, así como su lenta recuperación después de tocar fondo y asumir el oficio de escritor (o intentarlo al menos) para dar algo de orientación a una vida miserable, altamente disfuncional, que no deja de ser la de un niño bien; sólo cuando vienen muy mal dadas es cuando por fin espabila y logra salir del pozo. Las “escenas” que quiere redactar son, así pues, la pura crónica de sus vivencias, tan poco como eso, y a la vez tanto.
En estos cuentos se reitera el mismo personaje, que más bien es una voz, siempre en el centro; el propio Dazai, sin prácticamente disfraz. Una voz portadora de esa verdad amarga, tal es su única razón de ser, que nunca nos atreveremos a reconocer del todo, sin voluntad ni capacidad para escapar de sí misma. Los límites entre vida y literatura son difusos y carecen de sentido en esta escritura como inacabada, presidida por el desencanto y la angustia, susceptible de ser acusada de cierta toma del lector como rehén, si no fuera porque no busca conmover, agradar, ni le importa absolutamente nada. Estados de ánimo que fluctúan, pero siempre dentro de una mirada huraña; más honestidad que calidad literaria, si es que ambas cosas no dejan de ser un poco la misma.
Los amigos juegan a imaginar a la mujer ideal por la cual salvarse (“Femenino”), pero incluso en esta fantasía irrumpe la tragedia, el episodio del suicidio fallido y la culpabilidad. El recuerdo de lo que una vez fuimos, en contraste con el presente, cómo nos recuerdan otros (“Paisaje dorado”) llevan a un sentimiento de derrota pero también a una complacencia con dicho sentimiento, que pese a todo, da sentido a lo (poco o nada) que somos hoy. En “La mujer de Villon”, que es un poco más “cuento” en sí, tenemos una aproximación a ese literato despreciable, vicioso, que lo corrompe todo pese a sus no tan malas intenciones, pero desde una mirada más distante como es la de su esposa, que lucha por salir de la miseria con un trabajo abyecto, pero que le acerca al latido de la vida, también a sus peligros; tristeza, pobreza, ruina económica, posguerra y violencia sexual… pero también una aceptación de ese individuo distante, ese gran desconocido en realidad.
A veces se busca enmascarar lo que no deja de ser un acto cotidiano de egoísmo (“Dos pequeñas palabras”) que pretende llenarse de un significado especial a partir del encuentro con un anciano que perdió a su hija en la guerra. De carácter epistolar, “El sonido del martillo” explora un recuerdo auditivo obsesivo que anula toda esperanza (en la política, el patriotismo, el trabajo duro, la creación literaria… incluso en la creencia en la nada misma) y la respuesta que da el destinatario de la misiva, algo así como una acusación o escarmiento alusivo a la salvación por principios religiosos, que aparecen como muy leves destellos, en la prosa de Dazai.
Nuestro hombre debía de tener un buen día cuando escribió “Delicada belleza”; levemente erótico, luminoso, el misántropo que aparca su fobia social para adentrarse en el misterio femenino; una joven desconocida, una observación cercana a lo voyeur, y de repente, conexiones sutiles, inesperadas y momentáneas que se dan entre las personas, una intimidad que parecía imposible. Por el contrario, “Sin bromas” es un boceto de humor cruel y depresivo, mucho odio a la humanidad, a la gran urbe y desprecio a los pobres diablos ingenuos sobre quienes proyectar una especie de broma pesada que evoluciona, sin remedio, en una canallada. Se intuyen los días finales en “Demonios apuestos y cigarrillos”, con él metido en un rol inverosímil de artista concienciado, el propio de los explotadores de la pobreza con falsos fines humanitarios... cuando nunca ha dejado de ser uno más de los niños vagabundos y harapientos a los que dirige sus extravagantes, aunque de sentido común, meditaciones.
DayKnightOcho escenas de Tokio7
Conjunto de relatos desiguales en los que el autor nos cuenta algunas historias ficticias y otras, autobiográficas. Los primeros tienen la particularidad de no tener un final concreto, lo cual desmerece el resultado final, pues no se termina de entender a qué apuntaba el autor. Los segundos, los mejores del libro, transmiten perfectamente a Dazai (su adicción a las drogas, el alcoholismo, la depresión) a través de una prosa amena pero cruda. Lo considero un complemento perfecto a 'Indigno de ser humano ', ya que expande lo visto en este.
A destacar, lo primero, la buena traducción y edición del libro, con numerosas notas a pie de página para aclarar referencias, vocabulario de términos nipones y una selección de fotografías del autor que ayudan a contextualizar su obra, apenas separada de su propia existencia.
Compendio de lo que él es y de lo que significó, el texto homónimo es un examen de conciencia en forma de autoficción y escritura al borde del abismo, un contarlo todo sin reparos; sus intentos de suicidio, adicciones, relaciones tormentosas con las mujeres, mentiras a su familia y ausencia de escrúpulos, así como su lenta recuperación después de tocar fondo y asumir el oficio de escritor (o intentarlo al menos) para dar algo de orientación a una vida miserable, altamente disfuncional, que no deja de ser la de un niño bien; sólo cuando vienen muy mal dadas es cuando por fin espabila y logra salir del pozo. Las “escenas” que quiere redactar son, así pues, la pura crónica de sus vivencias, tan poco como eso, y a la vez tanto.
En estos cuentos se reitera el mismo personaje, que más bien es una voz, siempre en el centro; el propio Dazai, sin prácticamente disfraz. Una voz portadora de esa verdad amarga, tal es su única razón de ser, que nunca nos atreveremos a reconocer del todo, sin voluntad ni capacidad para escapar de sí misma. Los límites entre vida y literatura son difusos y carecen de sentido en esta escritura como inacabada, presidida por el desencanto y la angustia, susceptible de ser acusada de cierta toma del lector como rehén, si no fuera porque no busca conmover, agradar, ni le importa absolutamente nada. Estados de ánimo que fluctúan, pero siempre dentro de una mirada huraña; más honestidad que calidad literaria, si es que ambas cosas no dejan de ser un poco la misma.
Los amigos juegan a imaginar a la mujer ideal por la cual salvarse (“Femenino”), pero incluso en esta fantasía irrumpe la tragedia, el episodio del suicidio fallido y la culpabilidad. El recuerdo de lo que una vez fuimos, en contraste con el presente, cómo nos recuerdan otros (“Paisaje dorado”) llevan a un sentimiento de derrota pero también a una complacencia con dicho sentimiento, que pese a todo, da sentido a lo (poco o nada) que somos hoy. En “La mujer de Villon”, que es un poco más “cuento” en sí, tenemos una aproximación a ese literato despreciable, vicioso, que lo corrompe todo pese a sus no tan malas intenciones, pero desde una mirada más distante como es la de su esposa, que lucha por salir de la miseria con un trabajo abyecto, pero que le acerca al latido de la vida, también a sus peligros; tristeza, pobreza, ruina económica, posguerra y violencia sexual… pero también una aceptación de ese individuo distante, ese gran desconocido en realidad.
A veces se busca enmascarar lo que no deja de ser un acto cotidiano de egoísmo (“Dos pequeñas palabras”) que pretende llenarse de un significado especial a partir del encuentro con un anciano que perdió a su hija en la guerra. De carácter epistolar, “El sonido del martillo” explora un recuerdo auditivo obsesivo que anula toda esperanza (en la política, el patriotismo, el trabajo duro, la creación literaria… incluso en la creencia en la nada misma) y la respuesta que da el destinatario de la misiva, algo así como una acusación o escarmiento alusivo a la salvación por principios religiosos, que aparecen como muy leves destellos, en la prosa de Dazai.
Nuestro hombre debía de tener un buen día cuando escribió “Delicada belleza”; levemente erótico, luminoso, el misántropo que aparca su fobia social para adentrarse en el misterio femenino; una joven desconocida, una observación cercana a lo voyeur, y de repente, conexiones sutiles, inesperadas y momentáneas que se dan entre las personas, una intimidad que parecía imposible. Por el contrario, “Sin bromas” es un boceto de humor cruel y depresivo, mucho odio a la humanidad, a la gran urbe y desprecio a los pobres diablos ingenuos sobre quienes proyectar una especie de broma pesada que evoluciona, sin remedio, en una canallada. Se intuyen los días finales en “Demonios apuestos y cigarrillos”, con él metido en un rol inverosímil de artista concienciado, el propio de los explotadores de la pobreza con falsos fines humanitarios... cuando nunca ha dejado de ser uno más de los niños vagabundos y harapientos a los que dirige sus extravagantes, aunque de sentido común, meditaciones.
Conjunto de relatos desiguales en los que el autor nos cuenta algunas historias ficticias y otras, autobiográficas. Los primeros tienen la particularidad de no tener un final concreto, lo cual desmerece el resultado final, pues no se termina de entender a qué apuntaba el autor. Los segundos, los mejores del libro, transmiten perfectamente a Dazai (su adicción a las drogas, el alcoholismo, la depresión) a través de una prosa amena pero cruda. Lo considero un complemento perfecto a 'Indigno de ser humano ', ya que expande lo visto en este.