Resumen y sinopsis de Arte y belleza en la estética medieval de Umberto Eco
El concepto de «estética» nace en Europa en el siglo XVIII y, por lo tanto, muchas historias de la estética tomaron en escasa consideración las teorías de la belleza y del arte elaboradas anteriormente. Ahora bien, desde hace más de cincuenta años la actitud de los historiadores ha cambiado y la Edad Media se ha valorizado como una época rica en especulaciones fascinantes sobre la belleza, el placer estético, el gusto, la belleza natural y artificial, las relaciones entre el arte y las demás actividades humanas. En este compendio de las teorías estéticas elaboradas por la cultura del Medioevo, desde el siglo VI hasta el XV de nuestra era, Eco recorre, de forma accesible para el lector no especializado, las etapas de un debate que, a partir de la Patrística y hasta los albores del Renacimiento, presenta aspectos dramáticos y apasionantes, y nos permite entender mejor la mentalidad, el gusto y los humores del hombre medieval.
En la Antigüedad clásica los filósofos se empeñaban en comprender la naturaleza a través del pensamiento racional o logos, mientras que los medievales buscaban comprender los mismos fenómenos pero a la luz de una voluntad divina como principio de todo. Así pues, cuando el medieval reflexionaba sobre la belleza no lo hacía como si de un concepto abstracto se tratase, sino que, más bien, entendía la belleza como una comunión con lo divino, como un atributo de Dios. San Bernardo, una personalidad que ejerció un notable influjo en la Iglesia Católica y en la vida monástica, cimentó su doctrina religiosa en el misticismo, es decir, una búsqueda de unión espiritual con Dios y sostuvo que existe una predisposición natural y un sentimiento espontáneo en la delectación producida por el espectáculo de las formas del mundo, creados por Dios, una belleza exterior perecedera que robustece al espíritu. Si miramos más allá de los teólogos y comentadores místicos observaremos que este hecho se reafirma, el hecho de que el medieval gozaba de una sensibilidad hacia la belleza natural y artística. Esta noción de la belleza, según Eco, no se separaba de “la religión de la vida”, es decir, de una visión ontológica de un Dios participante en el cosmos y en la vida del hombre.
Fue la Escolástica la corriente filosófica y teológica dominante durante gran parte de la Edad Media, teólogos y filósofos como Alberto Magno y, primordialmente, santo Tomás de Aquino, buscaron conciliar la fe y la razón a través de la filosofía grecolatina para explicar y fundamentar la doctrina cristiana, siempre primando la fe y la teología por encima de la razón y la filosofía. Los escolásticos identificaban valores como la bondad y el bien con la belleza, elaborando un sistema de propiedades trascendentales, explica Eco, como “conditiones concomitantes del ser”. El semiótico italiano además afirma, en relación al pensamiento de Alberto Magno, que: “la perfección, lo bello, el bien, se fundan sobre la forma, y para que algo sea bueno y perfecto deberá tener todas esas características que presiden la forma y de ella se derivan”, es decir, el escolástico Alberto Magno defendía una idea objetivista de la estética inspirado en textos aristotélicos, en dónde lo bello es una noción rigurosa que no está sujeta a la percepción subjetiva de los demás. Al igual que santo Tomás de Aquino, la belleza se funda también en la forma, pero a diferencia de su maestro Alberto Magno, él postula tres condiciones para que algo sea percibido como bello y bueno; la integridad o perfección, la proporción o armonía y la claridad o luminosidad como “resplandor de la forma que se difunde por las partes proporcionadas de la materia".
Al estar imbuida la Edad Media por la filosofía griega a través de la Escolástica se perpetuaron las concepciones clásicas del “Canon”; las formas, la geometría o la proporción y la simetría se convirtieron una suerte de dogmatismo estético que perduró en el pensamiento de los escolásticos como manifestaciones del Bien y lo Bello y, por lo tanto, atributos del Creador. Las teorías del filósofo romano Boecio sobre la música y el pensamiento pitagórico, por ejemplo, serían fundamentales para la Escolástica para definir el cosmos como un todo interrelacionado en la cual el micro y el macrocosmos se conectan intrínsecamente a través de un orden o una armonía superior que es matemático y estético a la vez. Por otro lado, la luz y el color desempeñarían también un papel determinante en la estética medieval, cualidades que, a diferencia de los preceptos de la proporción, generan una sensibilidad espontánea en quién las experimenta. Para los teólogos y filósofos neoplatónicos (en especial, Plotino) la estética de la luz constituía una conformidad entre la belleza exterior (la física y lo observable), y la belleza interior (lo espiritual e inmaterial) en la cual se llega a una síntesis entre la antigüedad clásica y el cristianismo medieval. Esta teoría contribuyó en gran medida en la arquitectura gótica, en dónde la luz y el color alcanzan su máxima expresión plasmado en los vitrales. El santo y místico franciscano, San Buenaventura, expresó que la luz es la forma sustancial de los cuerpos y, por consiguiente, el elemento básico para todo lo bello.
Hasta aquí se han abordado algunas de las ideas o conceptos fundamentales sobre la belleza y la estética en el medievo y sus representantes, teorías que son extraordinariamente ricas y variables si nos detenemos en un filósofo a otro; por mencionar a algunos que no fueron citados en este ensayo como Grosseteste, san Agustín, Guillermo de Conches, Thierry de Chartres, Guillermo de Auvergne, Felipe el Canciller, entre muchos otros. Ahora bien, en lo que respecta a la especificidad de una teoría del arte, Eco nos dice que la definición del "ars" para los medievales se mantuvo prácticamente ajustado y aferrado al pensamiento grecolatino que definía todo hecho artístico en términos del hacer humano. Las teorías del arte medieval nunca pudieron sustraerse de la tradición griega, de Aristóteles, Cicerón o los estoicos, así conceptos como “el arte es un recto conocimiento de lo que se debe hacer” o que el arte posee una naturaleza cognoscitiva y productiva han sido formulados y reformulados a lo largo de la Edad Media de distintas maneras. Como bien lo ilustra Eco: “El arte aspira al bonum operis, lo importante para el herrero es hacer una buena espada, y no importa si esta se usará para fines nobles o perversos. Intelectualismo y objetivismo son, pues, los dos aspectos de la doctrina medieval del arte”. Por lo tanto, el arte no es una expresión individual, sino que es una virtud intelectiva llevada a la práctica para lograr un determinado fin con la materia.
El autor sostiene que, si bien los teóricos medievales asimilan la concepción clásica del arte como producción que imita tomando a la naturaleza como modelo, también es cierto que existe una reelaboración de las formas que la naturaleza le ofrece al artista y que dicha configuración conlleva de por sí una invención, el arte, por lo tanto, “imita la operación de la naturaleza”. De esta manera Eco infiere que la teoría del arte medieval “es una filosofía de la formatividad de la técnica humana, y de las relaciones entre esta y la formatividad natural”. Tomás de Aquino, sin embargo, distingue claramente -ontológicamente hablando- los organismos de la naturaleza de las operaciones en el arte; para él el arte introduce una forma accidental en una materia que de por sí ya es sustancial, es decir, la materia sustancial con la que trabaja el artista contiene ya como potencia a la forma accidental que le será dada. Para los escolásticos, como san Buenaventura-por nombrar a otros-, el artista carece de una fuerza creadora porque la naturaleza siempre prevalecerá por encima de él; sólo Dios puede crear algo de la nada y el artista debe contentarse con obrar sobre la naturaleza que determina la potencialidad del hacer artístico. Por lo tanto el arte queda relegado en el terreno del buen hacer y, cuando representaba imágenes-“forma ejemplar sobre cuya imitación se construye algo”- cumple una función utilitaria o didascálica, práctica o social, con el cuál se busca enseñar las doctrinas religiosas al pueblo inculto e iletrado o para interpretar la realidad simbólicamente. Finalmente, a modo de cierre y recapitulación, la estética medieval puede definirse como una síntesis entre una cosmovisión teológica y las distintas corrientes filosóficas grecorromanas como la belleza espiritual de Platón, la belleza moral estoica, la concepción artística aristotélica, la retórica ciceroniana, la poesía horaciana y la arquitectura vitruviana.