Como todos, Frankie Blue, un londinense de clase baja, siempre ha deseado caer bien, sentirse querido y reconocido. Ya en la escuela aprendió que para ajustarse a las expectativas ajenas –y, de paso, triunfar en la vida: estamos a finales de la thatcherista década de los noventa– convenía tratar la verdad con el respeto que merecía, es decir, ninguno. Así se ha ganado su apodo: Frank el Trola. Pero al llegar a los treinta, convertido en agente inmobiliario, empieza a cuestionarse si sus mentiras sirven para algo más que para forrarse. A esa edad conserva los mismos amigos de la infancia, aunque cada uno de ellos ha seguido un curso distinto en la vida: Tony es un peluquero narcisista; Colin, un colgado de los ordenadores; y Nodge, que quería recorrer el mundo, ha acabado como taxista. Pero aquello que los mantenía unidos, una combinación de cerveza, machismo cínico, fútbol, nostalgia y bromas, empieza a desintegrarse. La irrupción de Veronica, una patóloga de la que Frankie se enamora, desatará la crisis. Quizás, esta vez, esté en juego algo más que un ligue o ascender otro peldaño en la clasista sociedad británica.
Con el telón de fondo de una sociedad cegada por el brillo del dinero fácil y de las apariencias, la historia de Frankie aborda –con el ánimo crítico de un ajuste de cuentas, pero también con la empatía de quien, en última instancia, comprende a los demás– los temores masculinos, el miedo a crecer y la dificultad de dejar atrás una adolescencia que parece perpetuarse.