Resumen y sinopsis de Para matar el recuerdo de Jean-Claude Carrière
Guionista, dramaturgo, novelista y actor, Jean-Claude Carrière es una de las personalidades más brillantes del panorama cinematográfico mundial. Autor de varias de las mejores películas europeas y norteamericanas de los últimos cincuenta años, Carrière es conocido, sobre todo, por su larga colaboración con Luis Buñuel, con quien escribió películas tan magistrales como La vía láctea, El discreto encanto de la burguesía, Bèlle de jour o Ese obscuro objeto del deseo.
En este libro, escrito en exclusiva para Lumen, Jean-Claude Carrière narra su larga y honda relación con España, desde que en su infancia viera aparecer en la escuela de su pueblo a unos niños, hijos de represaliados republicanos, hasta su relación con directores, escritores, actores y artistas como el citado Buñuel, José Bergamín, Fernando Rey, Dalí, Paco Rabal, Carlos Saura o Fernando Trueba. Estas memorias constituyen el testimonio privilegiado del siglo xx español a través del retrato de sus grandes –y disidentes– protagonistas.
Jean-Claude Carrière nos describe en “Para matar el recuerdo” (Editorial Lumen. Memorias y Biografías) su relación con España. Un francés en nuestro país, fascinado por lo que le gusta de él y por lo que no llega a entender del todo, galardonado recientemente con la Orden de las Artes y las Letras que concede el Ministerio de Cultura.
Tuve la inmensa suerte de conocerle hace cuatro años y las páginas de este libro han sido para mí un ejercicio de recuerdo, justo lo contrario de lo que expresa su propio título. Me invitó a su casa de París, un antiguo y hermoso caserón, que, según me contó, fue burdel a finales del siglo XVIII. Dos enormes y majestuosos gatos se desenvolvían con extrema precisión entre jarrones, muebles y alfombras, que decoraban la vivienda con un gusto sencillo y elegante. Todo en ella era esencial, parecía como que ninguna pieza podía estar en otro sitio más que allí. Similar sensación, por cierto, a la que se siente después de ver un espectáculo de Peter Brook, de quien Carrière es dramaturgo y guionista.
Pero antes, desde “Diario de una camarera”, filmada en 1964, lo fue de Luis Buñuel. De ahí le viene al escritor esta inmensa fascinación por España, porque en gran medida la conoció paseando con el hombre de los ojos tristes y la mirada burlona. Aquellas memorias del cineasta aragonés tituladas “Mon dernier soupir” (Editions Robert Laffont. París. 1982) fueron en realidad un libro escrito por él. Porque ambos formaron un tándem que traspasó con mucho los márgenes de la mera relación profesional e incluso los de la amistad entendida de un modo convencional.
De esa relación, y de la propia personalidad de Luis, se habla en extenso. De sus procedimientos para trabajar juntos, para pensar en películas, para aceptar y desechar ideas, a través de un curioso sistema de vetos que entre ellos se imponían. Si no fuera porque son autores de grandes películas, galardonadas y hoy en día consideradas entre las mejores del pasado siglo, se diría que ambos jugaban y se divertían, participando de un humor común, desbordante, corrosivo, de origen claramente surrealista.El libro explica también su relación, menos conocida y menos intensa profesionalmente, con José Bergamín, de quien le tradujo al francés en 1971 “El clavo ardiente” y del que dice que “daba siempre la impresión de que se lo podía llevar una ráfaga de viento”.
No hace falta decir que Carrière es un grande de la escritura, tal vez algo oculto por el hecho de ser más conocido por escribir para otros. En este libro afloran resplandecientes su personalidad, su inmensa cultura, sus propios conceptos y creencias, su visión de lo español, su admiración por algunas ciudades -Barcelona, Toledo, Sevilla-, por su gastronomía y su profundo conocimiento por algunos entresijos de su historia, que él ha estudiado a fondo para escribir textos como “La controversia de Valladolid” (1992). Y también sus dudas y su inesperada fragilidad en algunos aspectos de la existencia.
Estando con él en París, y después de contarle mi peripecia para llegar hasta su casa desde el aeropuerto, sorteando un atasco monumental provocado por la lluvia, se quedó pensativo y, después de unos instantes de silenció en el que clavó sus ojos en el jardín a través de la humedad de una gran cristalera, musitó estas palabras: “recuerdo que Buñuel, ya completamente sordo, me dijo que echaba de menos escuchar el sonido de la lluvia”. Eso lo recoge en el libro, y me inclino a pensar que está allí escrito por esos mismos días en que a mí me lo dijo. Me gustaría creer que yo involuntariamente se lo recordé. Lo que no se plasma en él, porque nos es posible hacerlo, es su propia mirada de nostalgia teñida de infinita tristeza ante la realidad inexorable de que su maestro en tantas cosas se muriera demasiado pronto, tan solo un año después de aparecer su autobiografía, y juntos no pudieran terminar tantos proyectos como les hubiera gustado hacer.
Libro hermoso, triste, que destila una moderada melancolía. Un comienzo de despedida, tal vez, sin dramatismos, nada lacrimógeno. Carrière parece en estas páginas sentirse viejo, desmintiendo de este modo su propio aspecto, la rotundidad de su voz, su mirada penetrante, su pragmática, afilada y sutil inteligencia.
Jean-Claude Carrière nos describe en “Para matar el recuerdo” (Editorial Lumen. Memorias y Biografías) su relación con España. Un francés en nuestro país, fascinado por lo que le gusta de él y por lo que no llega a entender del todo, galardonado recientemente con la Orden de las Artes y las Letras que concede el Ministerio de Cultura.
Tuve la inmensa suerte de conocerle hace cuatro años y las páginas de este libro han sido para mí un ejercicio de recuerdo, justo lo contrario de lo que expresa su propio título. Me invitó a su casa de París, un antiguo y hermoso caserón, que, según me contó, fue burdel a finales del siglo XVIII. Dos enormes y majestuosos gatos se desenvolvían con extrema precisión entre jarrones, muebles y alfombras, que decoraban la vivienda con un gusto sencillo y elegante. Todo en ella era esencial, parecía como que ninguna pieza podía estar en otro sitio más que allí. Similar sensación, por cierto, a la que se siente después de ver un espectáculo de Peter Brook, de quien Carrière es dramaturgo y guionista.
Pero antes, desde “Diario de una camarera”, filmada en 1964, lo fue de Luis Buñuel. De ahí le viene al escritor esta inmensa fascinación por España, porque en gran medida la conoció paseando con el hombre de los ojos tristes y la mirada burlona. Aquellas memorias del cineasta aragonés tituladas “Mon dernier soupir” (Editions Robert Laffont. París. 1982) fueron en realidad un libro escrito por él. Porque ambos formaron un tándem que traspasó con mucho los márgenes de la mera relación profesional e incluso los de la amistad entendida de un modo convencional.
De esa relación, y de la propia personalidad de Luis, se habla en extenso. De sus procedimientos para trabajar juntos, para pensar en películas, para aceptar y desechar ideas, a través de un curioso sistema de vetos que entre ellos se imponían. Si no fuera porque son autores de grandes películas, galardonadas y hoy en día consideradas entre las mejores del pasado siglo, se diría que ambos jugaban y se divertían, participando de un humor común, desbordante, corrosivo, de origen claramente surrealista.El libro explica también su relación, menos conocida y menos intensa profesionalmente, con José Bergamín, de quien le tradujo al francés en 1971 “El clavo ardiente” y del que dice que “daba siempre la impresión de que se lo podía llevar una ráfaga de viento”.
No hace falta decir que Carrière es un grande de la escritura, tal vez algo oculto por el hecho de ser más conocido por escribir para otros. En este libro afloran resplandecientes su personalidad, su inmensa cultura, sus propios conceptos y creencias, su visión de lo español, su admiración por algunas ciudades -Barcelona, Toledo, Sevilla-, por su gastronomía y su profundo conocimiento por algunos entresijos de su historia, que él ha estudiado a fondo para escribir textos como “La controversia de Valladolid” (1992). Y también sus dudas y su inesperada fragilidad en algunos aspectos de la existencia.
Estando con él en París, y después de contarle mi peripecia para llegar hasta su casa desde el aeropuerto, sorteando un atasco monumental provocado por la lluvia, se quedó pensativo y, después de unos instantes de silenció en el que clavó sus ojos en el jardín a través de la humedad de una gran cristalera, musitó estas palabras: “recuerdo que Buñuel, ya completamente sordo, me dijo que echaba de menos escuchar el sonido de la lluvia”. Eso lo recoge en el libro, y me inclino a pensar que está allí escrito por esos mismos días en que a mí me lo dijo. Me gustaría creer que yo involuntariamente se lo recordé. Lo que no se plasma en él, porque nos es posible hacerlo, es su propia mirada de nostalgia teñida de infinita tristeza ante la realidad inexorable de que su maestro en tantas cosas se muriera demasiado pronto, tan solo un año después de aparecer su autobiografía, y juntos no pudieran terminar tantos proyectos como les hubiera gustado hacer.
Libro hermoso, triste, que destila una moderada melancolía. Un comienzo de despedida, tal vez, sin dramatismos, nada lacrimógeno. Carrière parece en estas páginas sentirse viejo, desmintiendo de este modo su propio aspecto, la rotundidad de su voz, su mirada penetrante, su pragmática, afilada y sutil inteligencia.