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El lirio en el valle

Honoré de Balzac
El lirio en el valle

Resumen y sinopsis de El lirio en el valle de Honoré de Balzac

Cortar con pulcritud el cuerpo de una perdiz sazonada en el horno prócer no ha sido nunca empresa accesible a los no iniciados. En Francia, y en pleno siglo XVIII, tan gastronómica operación requería dotes sutiles, de experiencia, de tacto y de cortesía. Se comprende la estupefacción y de juristas, durante el reinado de Luis XV, la audacia del invitado, plebeyo y pobre, a quien la dueña de la casa confió el honor de dividir una de las perdices dispuestas para la cena. Sin la más excusable vacilación, empuño el cuchillo y recordando a Hércules, más ciertamente que a Ganímedes despedazó al volátil con fuerza tanta que no sólo rasgo las carnes y el esqueleto del animal: rompió también el plato, y el mantel por añadidura y tajó finalmente el nogal de la mesa arcaica, irresponsable después de todo Aquel sorprende invitado se llamaba Bernardo Francisco Balssa. Años mas tarde, se casaría con Ana Carlota Laura Sallambier, hija de un fabricante de paños no sin fortuna. Tendrían cuatro hijos. Uno de ellos, Honorato de nombre, nacido en Tours iba a escribir la comedia humana.Tours es, ahora el centro de un turismo muy conocido; el de los curiosos que van a admirar los castillos en que vivieron y a veces se asesinaron los grandes señores del Renacimiento francés. Ejerce un dominio suave pero efectivo sobre una red de caminos bien asfaltados, dispone de hoteles cómodos y a la orilla de Loira, vive una vida lenta como el curso del río donde se mira, fácil y luminosa como el vino que exporta todos los años, pequeña, irisada y dulce como las uvas en los racimos de las colinas que la rodean, de Chinon a Vouvray, bajo un cielo sensible en inteligente, parecido al idioma de ciertas odas, en el octubre heráldico de Ronsard. Ninguna ciudad menos adecuada, a primera vista para servir de cuna al demiurgo de la novela francesa del siglo XIX . Pero no estamos ya que los tiempos del señor Taine. Ya no creemos en la fatalidad de la raza y del medio físico. Hemos aprendido que el genio nace donde puede. En el hospital de los pobres, como Dostoyevski. O en las Islas Canarias, como Galdós. O, como Stendhal, en aquella Grenoble montañosa y fria que Beyle no toleró jamás golpe de Estado de Bonaparte.