Resumen y sinopsis de Verano y amor de William Trevor
El escritor irlandés más importante de nuestro tiempo
La prosa sobria y luminosa de Trevor retarta con precisión fotográfica los detalles más reveladores de la vida cotidiana de unos personajes indefectiblemente ligados al entorno y al momento histórico que les ha tocado vivir, creando una historia de amor acorde con los más altos cánones de excelencia literaria y estética
El material de partida, en torno a amores adúlteros y provincianos que recuerdan a aquellas novelas realistas del pasado, quizá no es el más interesante en apariencia, demasiadas veces visto, o que incluso suena afectado a día de hoy. Sin embargo, es una nueva demostración de que los buenos escritores son los capaces de obtener resultados notables incluso de lo más nimio. El arte de este Trevor es ante todo el arte de escribir, de pulir el lenguaje, y también el arte de mirar a sus criaturas, el de la pincelada discreta, modesta, pero de honda elocuencia, que aquí acierta al evitar el morbo y lo melodramático, habitual de este tipo de historias, para acabar contando la de un romance frustrado, comparable a un verano de efímera felicidad, destinado a perecer y que apenas llega a nacer. Desfilan, unos tras otros, una serie de hombres y mujeres dispares, en una sucesión dispersa que irá tomando forma al centrarse en una historia que, en el fondo, es como tantas otras. La que empieza con la llegada de un fotógrafo que se atreve a tomar una instantánea en el contexto menos adecuado, el de un funeral; será el revulsivo que altere la normalidad imperante y despierte los anhelos dormidos hasta entonces.
El autor recupera un costumbrismo, un contemplar impasible el monótono discurrir de un lugar y de un momento determinado, como lo es un pequeño pueblo de Irlanda en la década de los 50; las rutinas de sus gentes, la dura vida en las granjas, el comercio y la industria local, el ambiente de los pubs, de las pensiones… se destila esa esencia del país, de las pequeñas pero grandes frustraciones y la lucha diaria. Se hace con la cercanía de quien lo ha conocido de cerca, pero se mantiene distante de lo narrado, cuidadosamente al margen.
Con abundante nomenclatura de poblaciones, calles, geografía y lugares que reclaman protagonismo, sin los cuales es difícil de entender la existencia de las personas que los habitan, el relato se carga de descripciones, de detalles precisos que, lejos de ser superfluos, enriquecen y crean una sólida visión de conjunto, engañosamente sencilla. Objetos cotidianos, como los propios del mundo rural, o bien cartas y fotografías, unos papeles, unas joyas… a modo de conexiones con un pasado que continúa presente muy a pesar de algunos.
Heridos de algún modo por dentro, los personajes se descubren a sí mismos en sus propias vidas nunca vividas. Sufren y aman en silencio, mientras proyectan en los demás sus temores, sus deseos. Arrastran un trauma o una ausencia, un pasado que les asedia en forma de pérdida, de duelo, de resistencia a hablar de ello; por lo general, el sentimiento de culpa y la influencia de la religión son lo que impulsa a una necesidad de expiar esas culpas. Queda limpiamente en evidencia la humanidad de todos los implicados, incluida la de quienes podrían desempeñar el papel de villanos, que son de hecho quienes llevan consigo la peor de las cargas, en especial si son mujeres. Sin un clímax esperable, las cosas retoman su cauce, todo sigue igual, aunque cierta esperanza se abre camino. El azar se reserva su papel en la función, en forma de loco o demente cuyas palabras incomprensibles encierran una parte de verdad. La orfandad, en su sentido literal y también entendida como soledad o carencia humana, quizá hable de manera subterránea de una búsqueda de un destino que pueda llamarse propio, de una independencia, quemar las naves y comenzar de nuevo, en busca de un futuro incierto y soñado.
lituma73Verano y amor8.5
Pura literatura.
Detrás de esta historia intrascendente de monótona cotidianidad, hay una delicada y depurada forma de narrar la emotividad.
Cicatrices soterradas que nunca se acaban de cerrar, tragedias emocionales que laten irremediablemente a su viva e ilógica voluntad...
Hay que tener una gran longevidad estilística para escribir así.
Una luminosa puesta en escena en la que predomina de forma exultante la sensibilidad más personal.
Una preciosidad laxa que campa por los verdes pastos resacosos de un verano plagado de orfandad.
El material de partida, en torno a amores adúlteros y provincianos que recuerdan a aquellas novelas realistas del pasado, quizá no es el más interesante en apariencia, demasiadas veces visto, o que incluso suena afectado a día de hoy. Sin embargo, es una nueva demostración de que los buenos escritores son los capaces de obtener resultados notables incluso de lo más nimio. El arte de este Trevor es ante todo el arte de escribir, de pulir el lenguaje, y también el arte de mirar a sus criaturas, el de la pincelada discreta, modesta, pero de honda elocuencia, que aquí acierta al evitar el morbo y lo melodramático, habitual de este tipo de historias, para acabar contando la de un romance frustrado, comparable a un verano de efímera felicidad, destinado a perecer y que apenas llega a nacer. Desfilan, unos tras otros, una serie de hombres y mujeres dispares, en una sucesión dispersa que irá tomando forma al centrarse en una historia que, en el fondo, es como tantas otras. La que empieza con la llegada de un fotógrafo que se atreve a tomar una instantánea en el contexto menos adecuado, el de un funeral; será el revulsivo que altere la normalidad imperante y despierte los anhelos dormidos hasta entonces.
El autor recupera un costumbrismo, un contemplar impasible el monótono discurrir de un lugar y de un momento determinado, como lo es un pequeño pueblo de Irlanda en la década de los 50; las rutinas de sus gentes, la dura vida en las granjas, el comercio y la industria local, el ambiente de los pubs, de las pensiones… se destila esa esencia del país, de las pequeñas pero grandes frustraciones y la lucha diaria. Se hace con la cercanía de quien lo ha conocido de cerca, pero se mantiene distante de lo narrado, cuidadosamente al margen.
Con abundante nomenclatura de poblaciones, calles, geografía y lugares que reclaman protagonismo, sin los cuales es difícil de entender la existencia de las personas que los habitan, el relato se carga de descripciones, de detalles precisos que, lejos de ser superfluos, enriquecen y crean una sólida visión de conjunto, engañosamente sencilla. Objetos cotidianos, como los propios del mundo rural, o bien cartas y fotografías, unos papeles, unas joyas… a modo de conexiones con un pasado que continúa presente muy a pesar de algunos.
Heridos de algún modo por dentro, los personajes se descubren a sí mismos en sus propias vidas nunca vividas. Sufren y aman en silencio, mientras proyectan en los demás sus temores, sus deseos. Arrastran un trauma o una ausencia, un pasado que les asedia en forma de pérdida, de duelo, de resistencia a hablar de ello; por lo general, el sentimiento de culpa y la influencia de la religión son lo que impulsa a una necesidad de expiar esas culpas. Queda limpiamente en evidencia la humanidad de todos los implicados, incluida la de quienes podrían desempeñar el papel de villanos, que son de hecho quienes llevan consigo la peor de las cargas, en especial si son mujeres. Sin un clímax esperable, las cosas retoman su cauce, todo sigue igual, aunque cierta esperanza se abre camino. El azar se reserva su papel en la función, en forma de loco o demente cuyas palabras incomprensibles encierran una parte de verdad. La orfandad, en su sentido literal y también entendida como soledad o carencia humana, quizá hable de manera subterránea de una búsqueda de un destino que pueda llamarse propio, de una independencia, quemar las naves y comenzar de nuevo, en busca de un futuro incierto y soñado.
Pura literatura.
Detrás de esta historia intrascendente de monótona cotidianidad, hay una delicada y depurada forma de narrar la emotividad.
Cicatrices soterradas que nunca se acaban de cerrar, tragedias emocionales que laten irremediablemente a su viva e ilógica voluntad...
Hay que tener una gran longevidad estilística para escribir así.
Una luminosa puesta en escena en la que predomina de forma exultante la sensibilidad más personal.
Una preciosidad laxa que campa por los verdes pastos resacosos de un verano plagado de orfandad.
Introspectiva, plácida y genial.