Resumen y sinopsis de La prisionera de Roma de José Luis Corral Lafuente
En el año 267 una hermosa joven llamada Zenobia se convirtió en soberana de la fabulosa ciudad de Palmira, en el desierto de la provincia romana de Siria. Tras el asesinato de su esposo Odenato, Zenobia hizo de Palmira el centro de un nuevo reino que dominó las tierras ubicadas entre el Mediterráneo y Mesopotamia. Durante cinco años su sueño imperial fue posible y Zenobia, dotada de una belleza legendaria y de una capacidad de gobierno encomiable, se independizó del Imperio romano, reinó sobre Asia occidental, conquistó Egipto, fue aclamada como la nueva Cleopatra y mantuvo a raya al Imperio persa.Derrotada y presa la reina Zenobia y conquistada Palmira, el Imperio romano recuperó la gloria de los tiempos de los grandes césares y todavía sobreviviría un par de siglos, a veces inmerso en períodos de lenta agonía. El fin de Zenobia sigue siendo un controvertido enigma.
Apasionante novela histórica, La prisionera de Roma rescata del olvido uno de los personajes femeninos más poderosos y potentes que jamás ha habido.
Un gran tocho de novela, cuya única gran virtud consiste en haberlo sabido dotar de una continua agilidad narrativa acompañada de cierta amenidad en las descripciones de escenas y situaciones variadas pero cuyos personajes principales carecen de todo relieve psicológico, algo normal por otra parte en este tipo de novelas históricas estereotipadas. A ello hemos de añadirle el lento avance de un argumento excesivamente ligado a una minuciosa linealidad temporal, sin saltos ni sobresaltos, absolutamente predecible, sólo salvado e impulsado hacia delante por los hechos históricos que el propio autor va aportando convenientemente, pero incrustando al mismo tiempo escenas e informaciones repetidas o vueltas a formular, que deslucen por momentos el carácter de entretenimiento que tiene la novela.
Lo que no es de recibo y resulta menos perdonable todavía es que el relato carezca asimismo de un personaje central convincente, pues la que se supone heroína y protagonista principal, que da título a la novela, resulta al lector un personaje insulto, tibio, ambiguo la mejor de las veces y hasta antipático en la peor de ellas. Es mostrada en algunas escenas con una poco creíble o absurda crueldad, y aparece descrita en otros pasajes como magnánima y ecuánime.
Un personaje así, aparte de inverosímil por inexplicable en sus motivaciones, resulta tremendamente artificioso .
El único personaje donde parece que descansa la mano del autor con mayor convencimiento parece ser el del emperador Aureliano quien, no obstante, es relegado por la lógica de los sucesos hacia el final de la novela, en el momento en que nace la Zenobia más ficticia pues ha sido ya apresada por los romanos (La Historia enlaza ahora más con la de Roma que con la de Palmira) Es aquí cuando realmente el protagonismo cambia de manos y le da a uno por pensar que la novela habría dado mejores resultados si se hubiese escrito desde el punto de vista del personaje de Aureliano, como protagonista esencial, o sencillamente diviendo la novela en dos partes muy bien diferenciadas. Pero claro, sin nudos ni desenlaces no hay planteamientos alternativos posibles porque lo que está claro es que aquí la acción propiamente novelística es única y va en una sola dirección, la de los hechos cronológicos, sin paralelismos ni entrecruzamientos posibles.
Con estos presupuestos, la trama resulta inexistente. No hay emocionantes hallazgos ni giros espectaculares. Una catarata de descripciones de indumentaria, gastronómicas y de formaciones en linea de batalla, combinada con adecuados apuntes anecdóticos sobre religión de la época, mitología y una buena dosis de lecciones políticas contantemente preocupadas por mostrarse agnósticas en el mensaje que pueda querer transmitirnos, entre las que desfilan justo es decirlo, interesantes datos y hechos históricos para el lector curioso, es todo lo que de bueno podemos sacar de esta novela de 800 páginas en formato bolsillo.
Además y aunque muchos personajes se esfuerzan por parecer heroicos y elogiables, el carácter de la novela carece de todo auténtico dramatismo, tratándose más bien de una épica de “pega” que del genuino relato de una sentida verdad humana.
Algunos personajes nos hablan desde nuestra contemporaneidad como si de testigos privilegiados de la Historia Universal se tratasen. A salvo de esto, no obstante, quedan buenos ejemplos de diálogos entre ellos, tal vez perdidos entre tanta hojarasca.
No quiero extenderme más en la consideración de la estructura o carácter de la novela ni voy a adentrarme en opiniones y pareceres sobre comportamientos más o menos plausibles de parte ficticia del relato, pues eso lo dejo a criterio del lector que se anime con esta novela, cuya lectura yo animo en cualquier caso a abordar si se es amantísimo de la Historia.
Eso sí, no voy a dejar pasar por alto (mal que le pese al autor o a la editorial) unos cuantos errores tanto de edición como de autoría. Empezando por los más livianos de edición, una detallada lectura nos puede llevar a desorientaciones en algunas ocasiones, pocas eso sí, en que el nombre de algún personaje de tercera fila aparece cambiado en partes distintas de la novela. No menos desubicantes resultan algunas referencias equívocas en pasajes confusos, propias de ediciones no demasiado escrupolosas o del fatigoso quehacer del autor. Esto a nivel de estructura externa pero si nos fijamos en la interna, en la propia lengua se observan errores léxicos como el de usar el participio “revivido” en varias ocasiones en lugar del adjetivo“redivivo” que es la palabra que encaja semánticamente en el texto o, yendo más lejos aún y ya en el plano de los conocimientos culturales que se le supone justamente al escritor, tenemos dos gravísimos gazapos o, sencillamete, dos errores de abultada ignorancia o negligencia en el mejor de los casos.
El primero consiste en afirmar que el “Altar al Dios Desconocido” se ubicaba en el Panteón de Roma cuando la realidad histórica nos dice que estuvo localizado en Atenas.
El segundo, error de falta de cultura no sólo histórica sino literaria, es atribuir las “Meditaciones” de Marco Aurelio al emperador Adriano.
Y ahí lo dejo, señores. Saquen vuestras mercedes sus propias conclusiones.
Como siempre, José Luis Corral, nos da en cada uno de sus libros, aparte de la trama que tengan una completa lección de historia. Este, junto con "El Salón Dorado" es una de mis preferidos.