Resumen y sinopsis de Joseph Fouché. Retrato de un hombre político de Stefan Zweig
Esta biografía no es un retrato de cuerpo entero, sino de alma entera, pues Zweig va siguiendo con la apasionada curiosidad científica de un entomólogo y el arte de un insuperable novelista los más insignificantes movimientos de Fouché, hasta descubrir no ya el más íntimo detalle de su contextura, sino los más íntimos motivos que le impulsan, o sea su alma vil de traidor que, en el momento supremo, le impide elevarse a la grandeza de una idea noble, desinteresada, y sucumbe, amarrado por la baja codicia, al mísero provecho material, norte único de sus acciones y de sus innegables talentos.
Ha participado en esta ficha: Manuel Alfredo
Interesante historia sobre la vida de un importante personaje de la Revolución Francesa y de los años posteriores a la misma sobre el que no había oído hablar nunca
Excelente, un placer la traducción, se deja leer, aprender mucho desde 1789 a 1815 de Francia, entender en un solo libro la historia
El personaje de Fouche digno de conocer
Muy recomendable
Dos genios se dan cita en este libro, Zweig y Fouché, otorgándonos el primero el inmerso placer de asistir a su magistral relato, que retrata de principio a fin la ya de por sí única e inapreciable historia del segundo; de, como diría él mismo, un hombre con una absoluta falta de carácter, de convicciones, amoral, que nunca se comprometería con nada, ni con nadie, que desea el poder en sí mismo, sin ideologías ni convicciones, que ama la intriga política, y que posee unas dotes y una inteligencia únicas para lograr sus deseos. Nada más diré, pues me es difícil callar lo leído en esta inmensa obra. Imprescindible personaje y biografía.
Una biografía portentosa para un político notable y escurridizo como una anguila. Un superviviente en una época sangrienta. Zweig siempre sobresaliente.
Quedé anonadado cuando leía las acciones de este hombre, Zweig no se mide en descubrir esta figura tan fascinante como terrible, creo que su persona sería inverosímil en el campo de la literatura, pero no en el histórico, lo leí después de la otra biografía de Zweig "María Antonieta" que queda perfecto para conocer la continuidad de hechos históricos.
Libro MUY BUENO, el autor, con una narración excelente, nos lleva de la mano para recrearnos con bastantes pasajes importantes acaecidos durante la Revolución Francesa.
Está fenomenalmente transmitida a los lectores la descripción de este político traidor, infame, rastrero, intrigante, etc. pero ante todo, hábil y oportunista y que hace que una parte de la Historia se desarrolle a su antojo...
Hacer que una biografía sea tan amena y tan atrayente, es virtud de un buen escritor.
Stefan Zweig esboza un magistral retrato psicológico de Joseph Fouché, uno de los personajes más siniestros e inquietantes de la historia de Francia, quien logró asegurar su propia supervivencia y mantenerse en el poder a toda costa, independientemente de quien lo ocupara, haciendo gala de una ambición desmedida. A pesar de no destacar por su presencia en la vida pública (en este sentido, Zweig lo define como “una figura de segundo término”), fue uno de los hombres más poderosos e influyentes de su tiempo gracias a sus dotes de trabajador incansable, intrigante nato y maestro en el arte del doble y del triple juego, dotes que le permitieron actuar entre bastidores tejiendo los hilos de la política con movimientos silenciosos e inapreciables a simple vista. Particularmente interesantes son los episodios en los que el autor narra los duelos que Fouché sostuvo con personajes de la talla de Robespierre o Napoleón, de los que salió siempre victorioso. Absolutamente recomendable para los amantes de la historia y del género biográfico.
¡Magistral! Un recorrido por la historia de Francia durante la Revolución Francesa y la biografía de un oscuro personaje que sobrevivió aquella etapa. Una lectura fácil y muy interesante.
Nunca tuvo la substancia de la ambición adaptativa un aliado tan fiel, y nunca la intriga conspiratoria un socio tan consumado, como el astuto político francés, eminente albacea de la codicia universal y flagrante ejemplo de oportunismo, Joseph Fouché. Este parece ser el dictamen último con que el biógrafo quisiera condenar al biografiado a una suerte de infierno dantesco. Pero, quizá, también procuró verlo, gracias a Balzac, y sin conseguirlo del todo, como un genio adaptativo capaz de mantener un máximum de poder en una época de enormes revoluciones políticas. Esta es la antinomia psicológica que intenta afrontar Zweig, con ambigua fortuna a nuestro juicio, en su tipología del aquel político extremo, y cuya resolución se cifra en la postulación de la coexistencia, dentro de un mismo carácter, de la audacia política y la amoralidad más patente, lo que acaso no sea para Zweig una efectiva antinomia, y sí, antes bien, dos facetas de una misma naturaleza, el haz y envés del hombre, junto con Talleyrand, “psicológicamente más interesante de su época”.
Stefan Zweig (Viena, 1881 – Petrópolis, 1942) de origen judío, austriaco y burgués; aunque de vocación humanista, europea y pacifista, fue sobre todo y sin lugar a dudas el más popular e insobornable biógrafo, junto con el que fuera su amigo André Maurois, del siglo XX. Fouché. Retrato de un hombre político fue escrito en 1929, durante el periodo más brillante y fecundo de su actividad literaria, aquella en la que escribió los retratos más memorables y sagaces de toda su producción biográfica, como María Antonieta: retrato de una reina mediocre de 1932, Erasmo de Rotterdam: triunfo y tragedia de un humanista de 1934 o Magallanes: el hombre y su gesta de 1938.
Estamos ante una biografía histórica novelada, de fuerte sesgo literario, y crítica en alto grado: evocadora a veces, inculpatoria a cada momento, refractaria a lo hagiográfico casi desde la primera línea. Un libro, ciertamente, de elegante factura, con una prosa envolvente y manejable, y que exhibe un poderoso despliegue de virtuosismo descriptivo, con ocasionales concesiones al reduccionismo histórico, que a pesar de, o precisamente por ello, sirve a un evidente incremento en la audacia del relieve psicológico, de la tensión y el dinamismo narrativo. La habitual agilidad de la prosa biográfica de Zweig, su permanente refinamiento, alcanzan aquí su máxima expresión, la cuidada construcción psicológica su exponente extremo.
El estilo de Zweig no consigue, sin embargo, despojarse del todo, tal y como él pretendió siempre (así lo atestigua en su autobiografía El mundo de ayer), de alguna superfluidad y facundia. Pero a pesar de cierta inflamada fraseología, del considerable énfasis retórico, del, quizá incluso, embellecimiento sublimado, el libro está trufado de potencial humanístico, cuyo trasfondo pacifista sirve de clave interpretativa última. El gesto típicamente zweigiano de retrotraer no sólo el motor de la historia, sino también de la literatura, la filosofía y cualesquiera otras manifestaciones de la cultura a la componente psicológica o temperamental de los individuos, sitúa sus ensayos en una línea anti-idealista, y marca al humanismo como línea de flotación de sus retratos.
Efectivamente, aquí, como en casi todos sus bosquejos biográficos (lo hace con Tolstoi, con Dostoievski y también con Nietzsche), Zweig salva a sus personajes mediante un ardid compensatorio consistente en redimir al hombre (bien sea al artista, al pensador o al político) a través de la transformación de la experiencia del dolor y el sufrimiento en material autoconsciente y, por lo mismo, sublimado y justificado. Una suerte de bonum via malum expresado conspicuamente en el siguiente fragmento “Sólo en fracaso el artista conoce su verdadera relación con la obra, sólo en la derrota el general advierte sus errores, sólo en la caída en desgracia alcanza el hombre de Estado la verdadera visión de conjunto de la política (…) Sólo la desdicha da profundidad y amplitud a la mirada que otea la realidad del mundo” (p. 103s.).
Pero lo que Zweig describe con maestría superlativa es como Fouché, oportunista de adhesiones peregrinas y celo calculador, naturaleza anfibia y rostro jánico, estratega astuto y audaz diplomático, objeto de los ataques más acervos y de las descalificaciones más iracunda, rebotó con elasticidad proteica y vertiginosa vocación mefistotélica, de modesto profesor de seminario a diputado de la Convención; de inseguro aspirante a sacerdote en los comienzos de su vida, y ministro, después, de un rey cristiano a furibundo ateo y febril promotor anticlerical; de procónsul criminal plenipotenciario a ministro pacifista contra el furor bélico del Imperio napoleónico; de feroz revolucionario ultrajacobino, enemigo exaltado de aristócratas, a poderoso noble como duque de Otranto; de comunista avant la lettre, denostador y expropiador de riquezas, a poseedor de la segunda mayor fortuna de Francia; de republicano regicida con Luis XVI a enfático promonárquico con su hermano Luis XVIII. Quizá haya figuras históricas cuya codicia y oportunismo sean más proverbiales y patentes, más prototípicos, pero, a buen seguro, no tan profundamente operantes como la notoria forma sibilina que adquiere en la figura de Fouché.
Arribismo éste que, quizá, sea puesto de relieve de manera excesivamente expresa por Zweig cuando extrae el mínimo común denominador del periplo vital de Fouché: “Traidor nato, miserable intrigante, puro reptil, tránsfuga profesional, vil alma de corchete, deplorable inmoralista”. Éstos y otros calificativos esparcidos a lo largo de la obra y destinados a delinear recurrentemente el contorno caracterológico de Fouché (oportunistas, cauteloso, calculador, impenetrable, desconfiado, imprevisible o desleal son los más repetidos) conforman en su letanía, como pinceladas maestras unidas en trazo continuo, el fresco de ese hombre de perfil huidizo y textura tornadiza, falto de carácter, cuya esencia fue apenas conocida en su tiempo y cuya existencia es descrita por Zweig con una maravillosa precisión, a pesar de aquella forma deliberadamente temperamental.
La figura de Fouché sirve, además, como contrapunto a las dos líneas melódicas que hicieron sonar, a finales del XVIII y principios del XIX, la gran sinfonía de la Historia Universal. Quizá sea por eso que las más brillantes páginas del libro, las más logradas técnicamente por su sintaxis simétrica y acompasada, correspondan a la descripciones caracterológicas de sus antagonistas contemporáneos: Robespierre, Talleyrand y Napoleón. Sirva de ejemplo el siguiente extracto dedicado a Robespierre: “A todos ha eliminado ese hombre insignificante, ese hombre pequeño y enjuto de rostro pálido y biliar, de frente baja y retirada, de ojos pequeños y acuosos, miopes, que, anodino, estuvo largo tiempo oculto por las gigantescas figuras de sus predecesores. Pero la guadaña de la época le ha despejado el camino; desde que Mirabeau, Marat, Danton, Desmoulins, Vergniaud, Condorcet, es decir, el tribuno, el agitador, el caudillo, el escritor, el orador y el pensador de la joven República, han sido liquidados, él lo es todo en una sola persona: Pontifex maximus, Dictator y Triumphator” (p. 71).
En este sentido, Fouché aparece siempre entre bambalinas en el escenario de la Historia Universal, cambiando él si cambia el decorado, pues es a la vez actor (secundario) y tramoyista. Esta propensión morbosa a retener a toda costa el poder le obliga, las más de la ocasiones, a tomar decisiones repugnantes, a perpetrar actos execrables. De modo que, salvar a Fouché de la pira moral es una irresponsabilidad histórica, condenar, tal cual, su mimetismo político, comportaría, por lo demás, una perspectiva chata y nada estereoscópica de su valía como estratega. Valía, sin duda, que cupiera comprender más cabalmente leyendo, antes que el libro de Zweig, una obra que de forma genérica resume, define y proyecta, ya en el siglo XVII, aquellos ingredientes característicos de la personalidad de Fouché: no referimos al Oráculo manual y arte de prudencia de Baltasar Gracián.
El estudio de Zweig viene, con todo, a lograr en un solo intento aquellos tres fines que para el recto discurso preceptuaba Cicerón en su clásica retórica: docere, movere y delectare; es decir, se trata la suya de un exquisita prosa instructiva que no sólo deleita, sino que, a la vez y en igual medida, conmueve y enseña. Lectura, en fin, sorprendentemente fluida, asaz edificante y, sin género de dudas, en grado sumo estimulante.