Resumen y sinopsis de Diario de Jules Renard
Una obra maestra de las letras francesas. El autor de Pelo de zanahoria también escribió un diario, que fue rescatado después de su muerte. Renard se propuso como espejo de todos los hombres y, con una prosa aguda y penetrante, se analizó a sí mismo y a su tiempo. Reflexiones sobre la vida política y literaria: de Oscar Wilde a Alfred Jarry, de Valéry a Mallarmé, de Sarah Bernhardt a Toulouse- Lautrec. Una obra brillante que lo situó entre los clásicos de la literatura francesa.
He construido castillos en el aíre tan hermosos que me conformo con las ruinas.
Jules Renard.
El diario de Jules Renard (Ediciones Debolsillo) es una delicia. Transmite todo la fiebre de finales del XIX y principios del XX en un París efervescente, lleno de grandes figuras del arte y la literatura, orientados o desorientados.
El libro nos desnuda la mente de un escritor poco conocido en España, cuya obra, sin embargo, gozó de gran prestigio en su momento y en su contexto, tanto como novelista y escritor, como autor teatral de abundantes éxitos. Amigo de los grandes –Edmond Rostand, Toulouse Lautrec, Sarah Bernhardt-, siempre los miró con un punto de distancia y, en algún caso, de envidia más o menos controlada.
No se corta. Fue su mujer quien se dedicó a cortar después de su muerte quemando centenares de folios, según parece, para evitarnos ciertas concreciones sexuales que, según ella, hubieran enturbiado su recuerdo. El opina, expresa, adjetiva, subraya las paradojas de los comportamientos, de las situaciones que le tocó vivir en ese ambiente de bohemia controlada en la que más o menos estuvo siempre confortablemente instalado. Hombre peculiar, alardea de su fidelidad mantenida a lo largo de toda su vida, pero odiaba a su madre y así lo afirma con claridad, de la que dice que hubiera deseado la muerte en su propio parto. Confiesa no saber si amaba o no a sus hijos, y la amistad, como relación posible entre los humanos, no parece para él más que un juego de distancias e intereses.
Sin embargo, sus reflexiones con respecto a su padre son totalmente diferentes: “Un padre, aunque apenas lo veas, aunque apenas pienses en él, sigue siendo alguien por encima de ti; y es dulce sentir que alguien está por encima, que si es necesario puede protegernos, que es superior a nosotros por edad, sensatez, responsabilidad”.
Mantiene en todas sus páginas un peculiar sentido del humor de un aroma suavemente nihilista: “La palabra más verdadera, la más exacta, la más llena de sentido es la palabra “nada”, afirma.
Existe en toda su obra una voluntad de estilo bastante rigurosa. Le gusta subrayar los contrarios y el choque que entre estos se produce, pero busca la simplicidad y, a la vez, la brillantez para expresar las ideas. Establece una relación aritmética entre las palabras y las ideas. Escribe para expresar este objetivo esta magnífica frase: “las palabras no deben ser más que el traje rigurosamente hecho a medida del pensamiento”. En este sentido, se le ha situado cerca del universo las greguerías de Ramón Gómez de la Serna, aunque yo no estoy nada seguro de eso.
Habla de sí mismo con cierto descreimiento, nada comparable, sin embargo, al descreimiento que los demás le producen. Dice: “solo hago vida social cuando tengo ganas de aburrirme”.
A veces su espíritu moderadamente de izquierdas se le revelaba como un sarpullido: “Declaro que siento una atracción súbita y apasionada por las barricadas. Declaro que la palabra Justicia es la más bella del lenguaje humano, y que si los hombres ya no la entienden, es para echarse a llorar”.
Al final se aburría de verdad. Intuyó la muerte que le llegaba de puntillas. Escribió entonces esta maravillosa reflexión: “Ya voy abriendo el apetito paseándome por los cementerios”. Murió y comenzó a aplicarse su propia convicción: “los que más saben de la muerte ya están muertos”.