Resumen y sinopsis de Mortal y rosa de Francisco Umbral
Por él, por mi hijo, he visto más allá, más adentro, y más lejos, y quizás, ay, eso basta.
En Mortal y rosa, sobrecogedora y tierna elegía de la infancia, Umbral evoca la muerte de su hijo. Desde la inhóspita revelación de la pérdida, construye un largo monólogo en que la muerte actúa como coartada maravillosa que convierte su pesadilla humana en una fuerza catártica y liberadora.
Francisco Umbral procura el reencuentro en la evocación, y cada sensación es un continuo superar la existencia inerte, cada objeto una excusa para la reflexión: «sillas de paja infantil, graves mecedoras, caballos de crin celeste me preguntan por ti, se preguntan por ti.» Con «esta corporeidad mortal y rosa, donde el amor inventa su infinito» —verso de Pedro Salinas que preludia el texto—, el escritor aborda una cantata de belleza y originalidad máximas, que desborda todos los rencores, porque, como señala en una frase que bien pudiera glosar la obra, «el hijo es un relámpago de futuro que nos deslumbra. Por él, por mi hijo, he visto más allá, más adentro, y más lejos, y quizás, ay, eso basta».
Ha participado en esta ficha: albertojeca
Vaya por delante que disfruto tanto de la poesía como de la prosa así como de la combinación de ambas. Empecé esta novela con entusiasmo ya que tenía pendiente desde hace tiempo leer algo de Umbral. He acabado cometiendo el (para mí inusual) sacrilégio de no terminarla. A pesar de estar salpicada con frases ciertamente ingeniosas y transmitir la belleza inherente a la aflicción, me ha resultado una letanía soporífera. Tristemente para mí, Mortal y Rosa ha sido tan sólo mortal...
Buen libro cuando habla de hijo perdido pero muy pesado en algunos fragmentos, en especial los literarios.
Muy de acuerdo con la enorme potencia de la carga lírica y el inmenso dolor que trasciende del libro. Todo es mérito y excelencia. A mí me ha parecido en ocasiones reiterativo y ambiguo. Quizás esperaba más según la apreciación generalizada de los críticos o amantes de la escritura umbralesca.
Si literatura es narrar, articular el lenguaje para contar historias, Mortal y rosa no cuenta mucho, o lo hace de manera circunstancial. Si literatura es indagar en uno mismo, dejar el alma al desnudo y hacer surgir el sentimiento, entonces es no hay duda de que Mortal y rosa es literatura en su estado más puro. Páginas llenas de melancolía y desgarro, reflexión sobre la vida y la muerte en torno a la figura del hijo perdido, del niño como símbolo del yo ideal, desaparecido e irrecuperable, cuya pérdida es la pérdida de uno mismo. Una prosa cercana a la poesía que busca traducir las emociones en palabras, adoptando forma de monólogo o de lamentación donde el autor se expresa de manera nostálgica, desesperanzada, irónica…
Para Umbral, en ésta novela incatalogable y arrebatada, novelar es un exorcismo y una necesidad, un intento por curar las heridas del alma por medio de la escritura, dejando atrás las normas y los géneros.
En un solo y único capitulo tiene sus muy buenas enseñanzas que se relatan a forma de monólogo, a mi parecer es bueno.
Poema en prosa, diario íntimo, ensayo o novela, Mortal y rosa es uno de los mejores textos que he leído. No sé si volveré a disfrutar de una lectura tan intensamente bella, tan bellamente profunda.
Esta obra de Umbral —toda palabra es un prejuicio, lo sé— es el viaje al centro del hombre, un viaje cuyo rumbo yerra y se aproxima a su destino aleatoria, sucesiva y persistentemente hasta culminar en el más absurdo de los finales: en la muerte del inocente, en la injustificada muerte del hombre pequeño, en la extinción, en la gran extinción, anticipadamente inútil.
Mortal y rosa es la paradójica muerte de Caronte, de quien conduce a morir para morirse al cabo. Del padre que acompaña a su pequeño para morir con él. Pero este acompañamiento que nos ofrece Umbral nada tiene de romántico encuentro. No hay otra dimensión vital —constata el autor— más allá de la vida. La sublimación del fin no deviene trascendencia; al contrario: la muerte no reunirá al padre con el hijo, al hijo con el padre, porque «la muerte es distancia, sólo distancia», porque «cada cual se queda en su muerte, para siempre». Y el fin no es otra cosa que el comienzo del fin: el día, el sol, no son más que la simulación macabra de la muerte cadavérica; y el recuerdo no es más que una forma de encontrar al muerto en todas partes: «Mi vida ha sido tan larga que puedo meter la mano en cualquier bolsillo y sacar un diente perdido de la primera infancia».
La muerte del hijo es la del padre. Y al contrario de lo previsible, el lector de Mortal y rosa no es solidario con el fin del pequeño, que no apena; no se identifica con él. Es solidario —ésa es mi experiencia— con la muerte figurada, pero más real que cualquier otra muerte, del padre narrador, de la primera persona que agoniza en la agonía del hijo, en la extinción de su hijo y en la propia extinción: «Mi cara, de momento, no es esquelética, busco en ella al niño que pasó por mí, pero ya no lo encuentro. Busco al muerto que seré, al anciano que querrá creerse glorioso, y tampoco lo veo. Es inútil forzar el destino, violentar los catalejos del tiempo. Uno ve lo que ve y nada más».
¿Puede testificarse mejor el verso de Salinas (esa «corporeidad mortal y rosa / donde el amor inventa su infinito») que abre el libro?
«Sólo encontré una verdad en la vida, hijo, y eras tú. Sólo encontré una verdad en la vida y la he perdido. Vivo de llorarte en la noche con lágrimas que queman la oscuridad. Soldadito rubio que mandaba en el mundo, te perdí para siempre. Tus ojos cuajaban el azul del cielo. Tu pelo doraba la calidad del día. Lo que queda después de ti, hijo, es un universo fluctuante, sin consistencia, como dicen que es Júpiter, una vaguedad nauseabunda de veranos e inviernos, una promiscuidad de sol y sexo, de tiempo y muerte, a través de todo lo cual vago solamente porque desconozco el gesto que hay que hacer para morirse. Si no, haría ese gesto y nada más.
»Qué estúpida la plenitud del día. ¿A quién engaña este cielo azul, este mediodía con risas? ¿Para quién se ha urdido esta inmensa mentira de meses soleados y campos verdes? ¿Por qué este vano rodeo de la muerte por las costas de la primavera? El sol es sórdido y el día resplandece de puro inútil, alumbra de puro vacío, y en el cabeceo del mundo bajo un viento banal sólo veo la obcecación vegetal de la vida, su torpeza de planta ciega. El universo se rige siempre por la persistencia, nunca por la inteligencia. No tiene otra ley que la persistencia. Sólo el tedio mueve las nubes en el cielo y las olas en el mar.»