Resumen y sinopsis de El largo viaje de Jorge Semprún
Con El largo viaje, Jorge Semprún rompía un largo silencio: en 1945, tras ser liberado del campo de concentración de Buchenwald, obligado a escoger entre contar o vivir, entre la escritura o la vida, eligió vivir. Sin embargo, durante casi veinte años, fue madurando su experiencia concentracionaria: ¿cómo contar lo inenarrable? Por fin, en 1963, publicó en Francia El largo viaje (merecedor en 1964 del Premio Formentor y del Prix de la Résistance): había hallado el modo de escribir el largo camino hacia el horror. Rescatamos, pues, un libro mítico e indispensable en la lucha del hombre contra el olvido.
Corre el año 1943. En un angosto vagón de mercancías precintado, ciento veinte deportados cruzan las tierras francesas camino del campo de concentración. Es un viaje claustrofóbico, vejatorio: los cuerpos hacinados caen de agotamiento, han perdido la cuenta de los días que llevan allí, y la angustia crece porque nadie sabe cuándo acabará ese viaje hacia el horror.
No es un libro fácil, como tampoco lo es el tema. El autor narra su periplo en tren desde Francia a un campo de concentración alemán en la Segunda Guerra Mundial. Durante el trayecto observa el comportamiento de los seres que lo rodean. El horror de aquel período histórico, en definitiva.
Ante el reto de contar lo vivido, habiendo sobrevivido a uno de los mayores horrores del siglo pasado, el autor se esfuerza más por comprender lo ocurrido que por describirlo con pelos y señales. Bajo el cautiverio de la SS, el protagonista es llevado en tren a un campo de concentración alemán en compañía de otros muchos hombres y en condiciones inhumanas; ésta experiencia es la base de un relato no lineal, con saltos constantes hacia el pasado y hacia el futuro, como siguiendo el discurrir imprevisible de la memoria. Se desprenden numerosas reflexiones sobre la propia identidad (la del superviviente, el apátrida, el militante comunista), sobre la responsabilidad individual ante el conflicto, y también sobre la colectiva; el niño que tira una piedra al vagón, los habitantes temerosos de la aldea... la gente, en definitiva, que siendo conscientes de la situación, prefieren mirar hacia otro lado. Riguroso ejercicio autobiográfico del autor donde se unen la escritura y la memoria, sin caer en la lágrima fácil. No es sencillo de leer y parece, por momentos, más escrito para uno mismo que para el lector.
Narrar lo inenarrable
El libro narra el viaje que le llevó a Jorge Semprún desde Francia hasta el campo de concentración de Buchenwald, a cinco millas al noroeste de Weimar, construido por los alemanes en 1937, en un vagón de mercancías junto a más de cien personas durante cinco días con sus cinco noches. Condiciones extremas que algunos de sus compañeros no pudieron soportar. Libro traducido a múltiples idiomas, galardonado por ser ya un clásico de la denuncia de unos hechos históricos todavía sorprendentes y todavía cercanos en el tiempo.
Estremece lo que en sus páginas se cuenta. Estremece imaginar el grado de ignominia a la que se pudo llegar en el contexto de la Alemania nazi. Estremece saber, por ejemplo, que los judíos que hacían el mismo viaje en idénticos trenes todavía lo hacían en circunstancias peores, más hacinados, soportando condiciones aún más extremas y con el objetivo final de morir a causa del espantoso trabajo que les era impuesto o quemados en el horno. Estremece saber que hubo momentos de nuestra historia reciente en donde el hombre cometió tales crímenes contra sí mismo y puso a prueba su propia condición humana.
Pero estremece también lo que podríamos llamar “el segundo grado de culpa”: el del cómplice que, sabiendo o intuyendo lo que estaba ocurriendo en su propio país, o lejos de su vivienda, o tan solo a unos metros, nunca reaccionó para intentar evitarlo. El libro es interesante también en este sentido y hay páginas memorables que ilustran esta condición de “segundo grado de culpabilidad”. Por ejemplo las que relatan la visita que Semprún hizo a la vivienda que estaba justo enfrente del campo en donde se exterminaba de un modo sistemático y diario. Desde ella se podía ver perfectamente el humo del crematorio, como una antorcha diaria de la que la familia que confortablemente contemplaba el espectáculo debió de preguntarse su naturaleza. ¿Lo hizo? Claro que lo hizo, pero como cientos de miles de personas, los miembros de ésta prefirieron aceptar el horror conviviendo con él como si tal cosa, sin que perturbara el monótono discurrir de sus días.
Hay un trasfondo de reflexión moral sobre la culpa que subyace todo el libro y que probablemente lo convierte en testimonio imperecedero. La transmisión de la culpa, reflejada en ese niño que arroja piedras contra el tren de presos, con un odio infinito en la mirada, inoculado por sus propios mayores. ¿Qué habrá sido de ese niño que tan pronto aprendió a odiar a su prójimo? ¿Qué fue de quienes inocularon el virus del odio profundo y violento a una persona incapaz de racionalizarlo y tan siquiera de comprenderlo?
El viaje acaba con la dramática muerte del joven a quien Semprún conoce en el vagón y con el que comparte la pesadilla, hablando y hablando, soportando el cansancio terrible, el frío helador, la nausea de los olores, la angustia física y sicológica de la sed y del hambre. Su corazón no resiste las inclemencias del tiempo, del hacinamiento y muere entre los brazos del escritor. En realidad el libro es la crónica de esa muerte anunciada.
Y junto a ello, episodios como el de los niños judíos huyendo inútilmente de los perros furiosos, y rematados en la nieve por los otros perros, esta vez humanos y con pistola. Momentos terribles convertidos en literatura igualmente terrible, a través de un procedimiento que permite al autor la reflexión sobre el antes y el después de lo que nos cuenta, como los detalles de su propia detención a manos de la Gestapo o los de su regreso en un camión hasta Francia. Saltos temporales, asociaciones de ideas y de acontecimientos vividos que se mezclan en la cabeza del narrador y que arrojan luces indirectas sobre el propio hilo vertebrador de la narración. Procedimientos literarios que también empleará después en “La escritura o la vida”, libro sobre este libro. Curioso escritor que escribe libros sobre sus propios libros, tal vez de uno solo, y eso sí, grandioso libro sobre el holocausto.
Estilo Semprún de narrar lo inenarrable para que la memoria del horror perdure para siempre. Para vergüenza de todos y para prevenirnos de nuestros propios excesos.