Resumen y sinopsis de Cabeza rapada de Jesús Fernández Santos
"Cabeza rapada" es una de las obras mayores de Jesús Fernández Santos. Catorce relatos, instantáneas dolidas y concisas, abren atisbos hacia el fondo oscuro que comunica el mundo de la infancia con su apertura hacia el mundo adulto, entendiendo por tal el universo del dolor en la época de la guerra civil. Un arte sutil, seguro, de bien medidos trazos, da fe a la vez de la contenida maestría expresiva de Fernández Santos y de su inmenso respeto por la vulnerabilidad del frágil material humano en que detiene la lente precisa de su escritura, demostrando, además, un profundo conocimiento de la psicología infantil y exhibiendo su extensa gama de recursos. Los relatos de Fernández Santos cobran forma en un estilo que guarda un fondo de poesía y cada uno atrae por su esencial belleza, por los motivos que lo inspiran y por el ambiente en que se desarrolla.
Ha participado en esta ficha: Polyta
Con apenas tres páginas, la breve pieza que da título a esta compilación de catorce relatos es apenas una viñeta que captura un ambiente, un estado de ánimo, que nos arroja de lleno, carentes de contexto, a un panorama de extrema miseria, desamparo y enfermedad; el de uno seres desvalidos y sin rumbo intentando sobrevivir, con la siempre penosa tarea de distraer y engañar piadosamente a un niño para hacer menos difícil su final, previsible y fatídico. Como pequeñas historias, fragmentos de realidad que detallan instantes inconclusos pero significativos en las vidas de los protagonistas, por lo general niños y adolescentes cuya mirada, por inexperta, resulta ser especialmente aguda, estos cuentos de intención socialmente crítica hacen de lo coyuntural y local algo de alcance universal y humano, capaz de trascender cualquier marco estrecho.
Un primer bloque se sitúa en un espacio muy concreto, que es el del paisaje rural y montañoso de la frontera astur-leonesa. Las vidas de sus habitantes son sacrificadas, llenas de trabajo duro, pero tienen sus momentos de celebración, como en “Día de fiesta”, que trata de la transición a la vida adulta, las fechorías inocentes para hacerse uno el mayor, del primer pedal. Una sensación de pequeñez cósmica, un instante misterioso y crucial en el que todo ha cambiado… la fiesta, la noche, la anulación de las jerarquías, la autoridad paterna que de pronto reconoce, comprende. Son estos hombres recios (“Día de caza”), aficionados al monte, que encuentran un refugio en estos parajes pedregosos y salvajes, en sus anécdotas, sus fanfarronadas, una posibilidad de fuga de la rutina insoportable. Todo esto desde la mirada infantil que descubre lo fantástico, la epifanía tras la imagen mítica del rebeco de los montes; un milagro cotidiano, o la mentira del tío que tiene algo de verdad. Y qué es lo humano sino el intento de lo insignificante (“Llegar a más”) por hacer algo de sí, aunque sea mediante la infernal labor del minero, insalubre, peligrosa, pero es la inconsciencia, la voluntad ciega, lo que hace seguir adelante, incluso con una motivación tan banal como una bicicleta; banal, aunque clave para buscarse la vida cuando escasean los recursos.
La figura del forastero en un pueblo pequeño (“Hombres”), que despierta la curiosidad de los infantes y el recelo de los locales, es objeto de especulación; contradictoria y desafiante, parece guardarse más de un secreto, sólo entre líneas descubrimos sus circunstancias. Obreros errantes, civilización frente a costumbres de siempre que determinan una fatalidad a la que se enfrenta este individuo al margen… tan al margen como las mujeres (“Historia de Juana”), resignadas desde la adolescencia a una existencia hogareña y rutinaria, regida por la voluntad paterna, o bien encaminada al matrimonio; la “historia” de la tal Juana, como tantas otras en su situación, es la del comienzo del amor y el final de la niñez, y empieza realmente al acabar el cuento.
El otro gran bloque temático es el de la vivencia de la guerra civil en la infancia. La incomprensión y a la vez la intuición de los pequeños (“Muy lejos de Madrid”) de lo que se avecina, de lo que se cuece entre los mayores, cada vez más tristes y preocupados; un cataclismo que todo lo altera y a todos les supera. Tu casa, tu familia, lo que conoces, queda atrás y nada ni nadie volverá a ser igual, a medida que avanza el frente y se huye de las bombas. Esta experiencia tan personal de lo bélico es un telón de fondo inevitable del propio despertar vital (“Mi primo Rafael”) y del aprendizaje del bien y del mal, el encuentro brusco con la muerte y las realidades incómodas; un carácter tranquilo frente a otro inquieto y rebelde, una suerte de peripecias que conducirán al final de una inocencia un tanto perversa a su manera, aunque tan frágil como todo lo demás. Autoconocimiento, por lo tanto, de la culpa (“Pecados”), la huella de una religiosidad intransigente encarnada en un decrépito sacerdote, en un paralelismo quizá con “Las hermanas” de Joyce, pero sin abandonar el ámbito de los refugiados del conflicto, la atmósfera monótona y provinciana. Pues la guerra continúa, se impone de modo brutal, aunque se intente escapar de ella o desertar (“El final de una guerra”), como hacen unos chiquillos ilusos que, hagan lo que hagan, toman la decisión equivocada.
Una excepción es “El sargento”, que transcurre durante los últimos estertores de la guerra de Cuba, una batalla perdida, comparable a la enfermedad que lentamente afecta a las tropas y acaba consumiéndolas; primero desde la distancia, después en carne propia, la derrota es equiparable a la muerte del soldado, aunque queda cierto orgullo de quienes pese a todo se mantienen en pie. Tenemos, por último, varias narraciones más bien “urbanas”. “La vocación” habla del tesón de quienes intentan realizar su sueño, meter cabeza, hacerse un hueco, con resignación y paciencia infinita, aún sin esperanzas. De la radio, medio como era de suma importancia, sometido a vigilancia; fotografía gris de una España mediocre, o el esfuerzo por que se escuche la voz propia, aún desde la inexperiencia y sin más armas que las ganas, en un mundo deshumanizado.
“El doble” recuerda a los perdedores de Hemingway, con toreros retirados, viejas glorias sin más recurso que interpretar sus papeles en una farsa de cartón-piedra como es el cine. Hay que salir adelante, aún recibiendo los golpes por otros; hay humillación, pero también hay dignidad, nobleza y un imprevisto cambio de tornas... ¿Quién es el doble de quién? Pero finalmente, se intuye a Pavese tras “Este verano” y sus universitarios de provincias y de clase media en período estival. Dulce aburrimiento, libertad, familiaridad entre amistades, ligues, verbenas y peleas. Abulia y tedio existencial, conformismo frente a los nuevos horizontes, a atreverse a más; la presencia enigmática de una extranjera de las que alteran las hormonas pasa de ser objeto de deseo, o al menos vago interés, a espejo de las propias contradicciones… de ese verano que pasa, hermoso y fugaz.