Resumen y sinopsis de Adiós, mariquita linda de Pedro Lemebel
Publicada originalmente hace diez años, esta selección de crónicas, cartas, dibujos y fotografías nos sumerge en la rabia, la denuncia, la pasión y los amores que conforman el universo literario de Pedro Lemebel. La noche en el centro de Santiago, amigos que pasan por su casa en Bellavista, un asalto, los recorridos por el gay town de la ciudad, todo puede ser pretexto o necesidad para que Lemebel estampe con su escritura certera, límpida y sin rodeos, lo que ve, lo que conoce y lo que lo transgrede.
Por eso escribo de mi pueblo con este desenfado, porque conozco y bebo gota a gota la emoción pelleja de su sexo roto, dice en una de estas crónicas.
Escritas con el desparpajo y la honestidad de la “loca” latinoamericana, las crónicas de Pedro Lemebel quedan resonando en la mente por un buen tiempo pues se siente en medio de la sátira y la ironía, el dolor de un ser humano que ha sufrido el acoso, el llamado “bullying” durante toda su vida.
En sus textos, que hacen cabriolas al filo de lo cursi y la crudeza, que nada en aguas de lo grotesco y la poesía, subyace un cierto resentimiento por la humillación y el menosprecio que sólo a fuerza de intelectualidad, raciocinio y fuerza de voluntad para superarse y alcanzar el éxito logra soslayar un poco, sin llegar a ocultarlo del todo.
Las crónicas de “Adios mariquita linda” a primera vista pueden parecer repetitivas, reiterativas pero son testimonio de la vida de Lemebel y nos enseñan que los códigos y lenguajes del mundo gay son los mismos desde México hasta la Patagonia. Esto le concede, a pesar del localismo de los textos y de las palabras absolutamente chilenas con las que plasma sus historias un toque de universalidad.
En todas las culturas y en todos los idiomas, la mano de un obrero de la construcción sobándose el paquete frente a la mirada fija en la entrepierna de la “loca” ardida que sale a taconear la calle para saciar su hambre, significa lo mismo y lleva a los mismos resultados. Un cigarrillo que se enciende al pasar, en el momento justo en el que el vigilante del centro comercial está observando, logrará su cometido, hacer que ese hombre solitario que se aburre en su noche de labor, pida un cigarrillo que será el paso para el acercamiento y una posible noche de descoque erótico. Ese es el mundo que en parte nos pinta Lemebel, con cierto descaro y con un vocabulario que cabalga entre la vulgaridad y la literatura.
Las crónicas de Pedro Lemebel son, sin duda, una buena aproximación al mundo de prejuicios que abarca nuestra sexualidad. Una prueba de fuego para quienes no tienen una mente lo suficientemente abierta como para entender sin escandalizarse que la sexualidad humana tiene infinitos caminos y que esa sexualidad tiene puntos y códigos en común en casi todas las culturas y que se entenderían en cualquier idioma aunque al ponerlo en palabras nos demos cuenta de que no conocemos ni uno sólo de los verbos o adjetivos que se pronuncian.
Lo demás es el humor bien manejado, la posición política de izquierda de Lemebel, la sociedad chilena de su época, su postura y desparpajo frente al estatus quo y a las convenciones, temas que permean a lo largo de la lectura.
Escritas con el desparpajo y la honestidad de la “loca” latinoamericana, las crónicas de Pedro Lemebel quedan resonando en la mente por un buen tiempo pues se siente en medio de la sátira y la ironía, el dolor de un ser humano que ha sufrido el acoso, el llamado “bullying” durante toda su vida.
En sus textos, que hacen cabriolas al filo de lo cursi y la crudeza, que nada en aguas de lo grotesco y la poesía, subyace un cierto resentimiento por la humillación y el menosprecio que sólo a fuerza de intelectualidad, raciocinio y fuerza de voluntad para superarse y alcanzar el éxito logra soslayar un poco, sin llegar a ocultarlo del todo.
Las crónicas de “Adios mariquita linda” a primera vista pueden parecer repetitivas, reiterativas pero son testimonio de la vida de Lemebel y nos enseñan que los códigos y lenguajes del mundo gay son los mismos desde México hasta la Patagonia. Esto le concede, a pesar del localismo de los textos y de las palabras absolutamente chilenas con las que plasma sus historias un toque de universalidad.
En todas las culturas y en todos los idiomas, la mano de un obrero de la construcción sobándose el paquete frente a la mirada fija en la entrepierna de la “loca” ardida que sale a taconear la calle para saciar su hambre, significa lo mismo y lleva a los mismos resultados. Un cigarrillo que se enciende al pasar, en el momento justo en el que el vigilante del centro comercial está observando, logrará su cometido, hacer que ese hombre solitario que se aburre en su noche de labor, pida un cigarrillo que será el paso para el acercamiento y una posible noche de descoque erótico. Ese es el mundo que en parte nos pinta Lemebel, con cierto descaro y con un vocabulario que cabalga entre la vulgaridad y la literatura.
Las crónicas de Pedro Lemebel son, sin duda, una buena aproximación al mundo de prejuicios que abarca nuestra sexualidad. Una prueba de fuego para quienes no tienen una mente lo suficientemente abierta como para entender sin escandalizarse que la sexualidad humana tiene infinitos caminos y que esa sexualidad tiene puntos y códigos en común en casi todas las culturas y que se entenderían en cualquier idioma aunque al ponerlo en palabras nos demos cuenta de que no conocemos ni uno sólo de los verbos o adjetivos que se pronuncian.
Lo demás es el humor bien manejado, la posición política de izquierda de Lemebel, la sociedad chilena de su época, su postura y desparpajo frente al estatus quo y a las convenciones, temas que permean a lo largo de la lectura.