Resumen y sinopsis de El progreso del amor de Alice Munro
Una mujer divorciada regresa al hogar de su infancia y evoca la compleja relación de sus padres; un accidente casi fatal de un niño revela la fragilidad de la confianza entre pequeños y mayores; un joven recuerda un terrible incidente de infancia que ha marcado la relación con su hermano... Con estos y similares argumentos, Alice Munro se adentra en sus personajes y los analiza con la sensibilidad y la compasión que la caracterizan, para plantear, al cabo, sus recurrentes preocupaciones: la mortalidad, el desconcierto ante los inexplicables caminos del destino, cómo las personas se engañan a sí mismas en nombre del amor.
Va progresando poco a poco mi “amor”, o reconocimiento al menos, por una autora que en un primer contacto no me convencía demasiado, pero que tal vez resulte fundamental para entender el relato corto actual.
Los relatos de Munro no parecen ofrecer gran aliciente si se intenta resumir su trama en pocas palabras. Se alargan durante páginas de manera arbitraria, pero obedecen quizá a una estructura secreta y tenue de la que somos atisbamos su superficie. Cuentos largos, o bien novelas en pequeño formato, existencias humanas completas, cercanas, que condensan hasta lo esencial los sentimientos y lo complicado de las relaciones humanas. Se recurre a la descripción, a la enumeración (objetos, ropa, comida, arquitectura), al detalle, en definitiva, a menudo desde la perspectiva cambiante del tiempo y la memoria, con saltos y elipsis que fracturan el relato, puntos de vista insospechados, en una sucesión de imágenes, de situaciones que solo cobran un sentido, y en ocasiones no fácil de interpretar, al final y en forma de intuiciones efímeras que se nos suelen pasar desapercibidas.
En “El progreso del amor” se hacen visibles esas formas sutiles de odio pero también de amor, propias de los matrimonios que llevan juntos toda la vida, de aceptación de los actos de los seres queridos, jugando un papel activo la imaginación como medio de dar con la verdad, así como las distintas versiones de una anécdota truculenta y capaz de marcar a cualquiera. Queda muchas veces un resquicio de amor, de intimidad y de comprensión profunda, entre el cariño y la distancia, incluso en parejas ya inexistentes (“Líquenes”), siendo capaz de penetrar la lucidez de algunas mujeres en las acciones de ciertos conquistadores pese a todo muy infelices. Nuestra atención se desvía hacia un hecho sórdido, un suicidio sin aparente explicación (“Ataques”), pero lo importante es cómo el silencio, igualmente incomprensible, de la principal testigo de la tragedia, pone de relieve el desgaste matrimonial y familiar en un pequeño pueblo donde un frío manto de nieve cubre no solo las casas sino las vidas heladas de sus habitantes, los continuos simulacros del día a día.
Padres e hijos representan otra combinación de difícil resolución, tratándose en unos casos de las mentiras del mundo adulto percibidas por los niños (“Miles City, Montana”) y comprendidas solo a posteriori, con estructura de viaje y de nuevo con un acontecimiento accidentado que podría resultar fatal, cuestionando nuestra posición de pretendida superioridad y madurez respecto a las criaturas más frágiles. En otros casos las mentiras de los propios infantes (“Jesse y Meribeth”) son las que pueden volverse contra ellos, al intentar ser otros para resultar más deseables, mezclándose con la fantasía propia de las amistades ingenuas y supuestamente eternas; hay gente que, inevitablemente, cambia con los años, pero hay otra que, en su empeño por rodearse de elaboradas ficciones, nunca cambia por mucho que cambie el resto del mundo a su alrededor.
Son objeto de escrutinio esos vínculos tortuosos, siempre cargados de cierto grado de violencia pero también de afecto, de necesidad de unas personas hacia las otras (“El círculo de la oración”, “Monsieur les deux chapeaux”, o la niñez otra vez marcando a fuego), incluso siendo tan disfuncionales como podemos serlo cualquiera, pues es como una fe ciega lo que nos impulsa a querer, a aceptar tal y como vienen esos raros momentos tanto de tristeza feliz como de felicidad un poco triste. Y eso que, muchas veces, las decisiones que se toman y que determinan una trayectoria son incomprensibles, como en “La luna en la pista de hielo de Orange Street”; emocionada evocación a partir de un reencuentro de la inocencia perdida, de un instante de felicidad atrapado en el tiempo pese a las penurias vitales. Las mujeres, por cierto, con su capacidad de supervivencia, con todas sus virtudes y sus defectos, son casi siempre las heroínas de Munro y quienes se apoderan de la voz narrativa. Los ambientes, algunos míseros, sin llegar a la pobreza pero casi, las diferencias de campo y ciudad, de clase, respiran con todo de colores, de olores, casi con nostalgia.
Si en cada cuento se nota una continuidad, quizá la rompe solo un poco “La esquimal” por su carácter marcadamente onírico, de desubicación y encuentro con el Otro, tomando peso una vez más lo imaginativo, la observación quizá prejuiciosa, de una mujer entre dos aguas, influida por distintas actitudes y poseída finalmente por la impotencia de no poder hacer nada ante determinados escenarios de posibles maltrato y discriminación con los que cualquiera nos podemos topar en cualquier momento. Por otra parte, piezas como “El vertedero blanco” y “El bicho raro” ponen en marcha al máximo la maquinaria narradora y la fragmentación característica de la autora canadiense, sintetizando nada menos que vidas enteras, de la infancia a la vejez, o incluso dos, tres generaciones de una familia, con los cambios sociales, la resaca del movimiento hippie (muy presente, contemplada con irónica distancia) y de ese último verano del amor, el feminismo que irrumpe, la incoherencia de clase social… como siempre, féminas que soportan carros y carretas, de quienes brotan atisbos de perversidad no tan inexplicables. O bien orbitando en torno a un hombre al que complacer, con el sentimiento de culpa y de vergüenza propios de otras épocas, pero las cosas, cuando alcanzan cierto punto de maduración, cuando se toman decisiones, son inevitables, caen por su propio peso, como los desperdicios en un vertedero, aun así, extrañamente bello.
La narrativa de Alice Munro se caracteriza por la brillantez y la sutileza con la que aborda determinados temas que nos son especialmente comunes a todos los mortales: La pareja, la amistad, la familia, las trastadas o tropiezos del pasado... En definitiva: El devenir inevitable de lo que nos es cotidiano.
En estos once relatos, una serie de desasosegadoras fotografías intimistas de agridulce y tierno calado; pretende resaltar lo caprichosa y arbitraria que es a veces la memoria para con el ser humano; y lo difícil y confuso que es tomar conciencia de nuestras imperfecciones a la hora de vivir, de sentir y de amar.
Otra impresionante lección de lo que es saber escribir de verdad.
No me extraña que entre la crítica más especializada se la considere una auténtica maestra. Una talentosa escritora marcada por unas profundas raíces, en la que destaca una influyente vena chejoviana.