Apenas sabemos nada sobre Tácito. Incluso el apodo familiar con el que hoy se le conoce, «Tacitus»/Tácito, es un adjetivo que expresa algo no manifestado, no expreso, reservado. Lo que podemos afirmar sobre su biografía y personalidad son en gran parte conjeturas que resultan del cruce de datos sueltos entre la historia de su tiempo y su propia obra histórica: que probablemente nació a mediados de los años 50 d.C., que fue senador y llegó a cónsul, que formó parte de la élite social y económica de la Roma del Principado y alcanzó el techo político que le ofrecía su época.
Tácito inicia su relato en las «Historias» incorporándose a la larga tradición de los historiadores republicanos, la «analística», que acostumbraba a narrar la historia de Roma año a año. Así pone de relieve las incongruencias entre el ideal republicano de Roma y la dura realidad dinástica e imperial. La analística había construido durante la República un auténtico personaje colectivo, Roma, cuya importancia era superior a la de cualquier individuo y se plasmaba en acciones particulares de personajes individuales. Ahora, en cambio, los personajes individuales han suplantado a Roma como materia narrativa y la historia colectiva se ha vuelto historia personal; su escritura exige una nueva manera y un nuevo talento expositivo. La conciencia de un pasado roto y un presente mistificador establece la lectura política y estética de la historia que Tácito nos cuenta.