Resumen y sinopsis de La casa de la alegría de Edith Wharton
Huérfana a los diecinueve años, Lily Bart es acogida por una tía en el seno de los más antiguos clanes de la sociedad neoyorquina. Diez años después, aún no se ha casado, y ni su exigua renta personal ni la generosidad condicional de su protectora han hecho nada para favorecer su independencia. «Una chica no tiene más remedio, un hombre sólo se casa si quiere»: la crudeza de este axioma acaba imponiéndose a cierta edad, y Lily, hermosa, inteligente, con clase, educada para «ser un adorno», se ve empujada al mercado del matrimonio. «Incapaz de casarse por dinero, pero igualmente incapaz de vivir sin él», aspira a «una situación en la cual la actitud más noble fuera también la más fácil». La complejidad de su deseo no se ajusta a la realidad de sus oportunidades, y Lily irá poco a poco extraviándose y descendiendo en un mundo de feroces convenciones secretamente regido por la manipulación, el desafecto, el engaño y el chantaje.
La casa de la alegría (1905) fue la novela que consagró a Edith Wharton, saludada desde su publicación como un clásico norteamericano… aunque no faltó quien le reprochara «el ingenio adusto del cínico sofisticado o, aún peor, de la mujer cínica». Hoy nadie se resiste a las semblanzas agudas y a las finísimas disecciones de una escritora que supo ver con un ojo antropológico la rica sociedad a la que pertenecía.
Lily Bart necesita el lujo, la riqueza y la comodidad como el aire que respira. La pobreza y las estrecheces económicas de quienes se ganan el pan duramente le inspiran literalmente pavor. Dependiente de su antipática tía, carece de los medios adecuados para sostener su elevado tren de vida, pero su belleza, encanto y don de gentes le garantizan un lugar entre la élite neoyorkina de la “guilded age”, cumpliendo a la perfección su rol de mujer-florero. Con todo, tiene un orgullo o amor propio, un cierto sentido moral. Carece de la falta de escrúpulos necesaria, de una personalidad interesada y calculadora que le permitiría hacer un buen matrimonio, única posibilidad para alguien como ella de asegurarse una posición sólida en la alta sociedad, lo cual la condena a algo que es experimentado como un “fracaso” personal.
Se puede entrar en la casa de la alegría, pero también puede uno ser expulsado de ella. Es una y son muchas casas, residencias de verano con hermosos jardines, amplios salones donde se juega al bridge, o donde se celebran deliciosos espectáculos para impresionar a sus habitantes; las familias distinguidas de la ciudad, que sólo se relacionan entre sí. Sus fronteras son rígidas, aunque relativamente permeables, pueden entrar los nuevos ricos (el ambicioso Rosedale, o una caricatura que roza el antisemitismo), recién llegados que aspiran también a su parte, a ganarse el respeto de esa casi aristocracia, para lo cual necesitan ser presentados, aprender y acatar ciertas formalidades; invitaciones a fiestas, cenas, carreras de caballos y demás actividades de una colectividad comparable a un organismo vivo, que ajusta sus flujos, sus movimientos más o menos previsibles, al ritmo de las estaciones del año.
La novela es una comedia de costumbres que evoluciona hacia una cruda narración naturalista, donde las presiones ambientales pueden condicionar a una persona y encaminarla a un amargo desenlace en el que la vida no tendrá piedad con ella. A una caída a un abismo cada vez más hondo, desde el olimpo del privilegio hasta el más triste abandono y la humillación por parte de un grupo social que castiga cruelmente y sin pruebas no a quienes se salen del redil, sino a quienes dan muestras públicas de haberse salido, más aún si son mujeres acusadas de una conducta indecorosa. Bajo las apariencias acechan alimañas que muerden (la malvada Bertha Dorset), que les basta una palabra o un gesto para arruinar una reputación si se ven en la necesidad. Y se desciende hacia otras casas menos “alegres”, a habitaciones más modestas, míseras incluso, pues la autora utiliza el mobiliario y la decoración de las estancias como marcadores de clase y de estatus.
Es en sus contradicciones donde la heroína que nos presenta Edith Wharton gana mayor hondura humana e interés. Los personajes de la autora americana pueden ser encantadores pero también torpes, ingenuos, no saben defenderse de quienes son más listos o más aprovechados que ellos, jugar su juego. Sus circunstancias son desgranadas con lenta minuciosidad y un estilo más bien recargado, donde abunda el recurso de las comparaciones y sobre todo elevadas dosis de ironía. Tienen delante lo que necesitan, pero son obtusos, incapaces de verlo, tal y como le ocurre a Selden, uno de esos observadores distantes, el único que puede ver a la señorita Bart como realmente es, pero le falta decisión para dar un paso adelante y cambiar las cosas.
Magnífica obra espléndidamente escrita. Voraz crítica a la alta sociedad de la época. Lily Bart es un personaje que perdura con toda su fuerza un siglo después de ser creada.
Edith Wharton despliega, una vez más, su maestría narrativa y sus geniales retratos del alma humana.
Otro de mis preferidos. Éste lo he leído cuatro veces, porque Lily, la protagonista, te toca lo más hondo y eso a pesar de ser una mujer educada para florero que no sabe cómo luchar en una sociedad hipócrita. Ella intuye que las reglas del juego son injustas y sucumbe sin saber o no querer evitarlo.