Resumen y sinopsis de Compañía de Cristina Cerrada
Un adolescente que acaba de tatuarse un lobo en el pecho, un divorciado que ha robado el espantoso bodegón que preside el comedor de un restaurante, un parado que simula seguir trabajando ante su mujer, un padre de familia que asegura haber matado a dos peligrosos alienígenas, una niña que no puede llorar, la hija de uno que se ha emborrachado y le ha cortado las patas a la mesa del salón... Pese a que, al menos en apariencia, tienen siempre cerca a un buen número de familiares y conocidos pendientes de ellos, los narradores de los relatos de Compañía están abocados a la soledad y, quizá por ello, todos desconfían enfermizamente de la realidad que los circunda y nos presentan estos discursos con los que intentan engañarse a sí mismos para huir de la desesperación. Los procesos obsesivos, la incomunicación, el egoísmo y la falta de aceptación de la realidad; el desamor o el amor confundido con sentimientos de rechazo, de violencia o de repugnancia; la aceptación de un destino supuestamente impuesto pero en realidad buscado y casi anhelado de forma tan inconsciente como fatal; la confusión de los verdaderos sentimientos que se poseen...
Estos relatos componen una obra coral sobre la soledad de nuestro tiempo. En la línea de los más grandes músicos y escritores, el silencio es la materia fundamental con la que trabaja Cristina Cerrada.
Relatos de técnica implacable que dibujan zonas de sombra, quedando lo importante de verdad más allá del texto, ofreciendo las claves justas para su comprensión a la manera de un Carver. Con preferencia por unos personajes incomprendidos, solitarios pese a la gente que les rodea; por voces peculiares que se montan su propia película, se engañan y perciben lo exterior a sí muy a su modo, quizá con el fin de no volverse locos, si es que no lo están ya… y de remate. Como un tipo que arregla puertas (“Alguien me sigue”), pero no son las puertas lo que peor funciona, pues su idealización cada vez más obsesiva de la vecina de al lado le conduce a la paranoia y a la cosificación.
A veces un discurso demencial (“Alienígenas”) se desarrolla con el fin de no reconocer los actos más atroces, asumiéndose una lógica absurda pero impecable desde el punto de vista del chiflado; lo razonable, cuando se le expone y desestabiliza esa ficción que ha creado, es entonces lo irracional. Otras veces, uno se encierra en sí mismo (“Compañía”) y cierra la puerta a cualquier contacto, cada uno a lo suyo, sin escuchar a nadie y viendo tan sólo lo que quiere ver. La posibilidad de perder la memoria (“Amnesia”) es también la posibilidad de perder la identidad, ser otro y romper así con la rutina insatisfactoria que llevamos; de nuevo una idea disparatada arraiga en la mente del protagonista, la identificación con un supuestamente falso amnésico con tal de dar rienda suelta a sus instintos adormecidos. Estos personajes suelen ser despreciables, engañosos (“Mentiras, relojes y minusválidos”) y egoístas que se rinden, sin escrúpulo alguno, ante una realidad insolidaria… pero de la cual terminan siendo ellos mismos las víctimas.
La entrada en la etapa adulta suele implicar decisiones estúpidas, más propias de un niño desvalido que de un hombre (“Tatuaje”) y que expresan el miedo, la desorientación, la soledad que todos hemos sentido en algún momento, como marcas o cicatrices que siempre nos acompañan, o como historias que se repiten... y hay algo, pese a todo, entrañable y esperanzador en cuentos como este. El rencor se acumula muy adentro, imposibilita la expresión de las emociones genuinas (“La laguna interior”), en especial siendo una adolescente, sintiéndose incomprendida, afrontando el duelo con un acto simbólico que descargue ese dolor, liberar esa angustia líquida. Hablan los objetos cuando los cargamos de significado (un cuadro en “Naturaleza muerta”, una taza de café en “El efecto Coriolis”), hablan de la inmovilidad de una existencia en punto muerto, de un divorcio en proceso de asimilación y superación. O de una relación de pareja condenada a repetirse en espiral, a hundirse en un abismo comunicativo, cual diálogo de sordos.
También los animales expresan cosas, como en “Hormigas” y “Cerdos”. En un caso, los silencios en una familia que ha perdido a un miembro, los actos no tan accidentales de una madre castradora, la presencia de unos pequeños insectos que nadie ve, pero que están ahí. En otro, la frustración por culpa de la intransigencia del otro, más que por el deseo no compartido de tener descendencia, que de alguna manera regresa de forma sibilina... en forma de granjero con hijos que no tienen culpa de nada. Como en “Trasplantes”, en el que la idea de la sustitución de las personas por cuerpos ajenos y artificiales cual trasunto de los celos, de la inferioridad, se materializa con unos rasgos próximos al terror.
Si tuviera que elegir un cuento preferido sería “Progenie”, desoladora descripción de las relaciones actualmente conocidas como tóxicas, de dominio invisible de unos por otros, que destruyen lentamente; pasamos del cabreo y la indignación a la aceptación serena de semejante situación, porque asumirla como algo normal es parte de esa dominación, y lo peor es que esto se repite de una generaciones a otras... en unos seres igual de mutilados que las patas de una mesa.
Relatos de técnica implacable que dibujan zonas de sombra, quedando lo importante de verdad más allá del texto, ofreciendo las claves justas para su comprensión a la manera de un Carver. Con preferencia por unos personajes incomprendidos, solitarios pese a la gente que les rodea; por voces peculiares que se montan su propia película, se engañan y perciben lo exterior a sí muy a su modo, quizá con el fin de no volverse locos, si es que no lo están ya… y de remate. Como un tipo que arregla puertas (“Alguien me sigue”), pero no son las puertas lo que peor funciona, pues su idealización cada vez más obsesiva de la vecina de al lado le conduce a la paranoia y a la cosificación.
A veces un discurso demencial (“Alienígenas”) se desarrolla con el fin de no reconocer los actos más atroces, asumiéndose una lógica absurda pero impecable desde el punto de vista del chiflado; lo razonable, cuando se le expone y desestabiliza esa ficción que ha creado, es entonces lo irracional. Otras veces, uno se encierra en sí mismo (“Compañía”) y cierra la puerta a cualquier contacto, cada uno a lo suyo, sin escuchar a nadie y viendo tan sólo lo que quiere ver. La posibilidad de perder la memoria (“Amnesia”) es también la posibilidad de perder la identidad, ser otro y romper así con la rutina insatisfactoria que llevamos; de nuevo una idea disparatada arraiga en la mente del protagonista, la identificación con un supuestamente falso amnésico con tal de dar rienda suelta a sus instintos adormecidos. Estos personajes suelen ser despreciables, engañosos (“Mentiras, relojes y minusválidos”) y egoístas que se rinden, sin escrúpulo alguno, ante una realidad insolidaria… pero de la cual terminan siendo ellos mismos las víctimas.
La entrada en la etapa adulta suele implicar decisiones estúpidas, más propias de un niño desvalido que de un hombre (“Tatuaje”) y que expresan el miedo, la desorientación, la soledad que todos hemos sentido en algún momento, como marcas o cicatrices que siempre nos acompañan, o como historias que se repiten... y hay algo, pese a todo, entrañable y esperanzador en cuentos como este. El rencor se acumula muy adentro, imposibilita la expresión de las emociones genuinas (“La laguna interior”), en especial siendo una adolescente, sintiéndose incomprendida, afrontando el duelo con un acto simbólico que descargue ese dolor, liberar esa angustia líquida. Hablan los objetos cuando los cargamos de significado (un cuadro en “Naturaleza muerta”, una taza de café en “El efecto Coriolis”), hablan de la inmovilidad de una existencia en punto muerto, de un divorcio en proceso de asimilación y superación. O de una relación de pareja condenada a repetirse en espiral, a hundirse en un abismo comunicativo, cual diálogo de sordos.
También los animales expresan cosas, como en “Hormigas” y “Cerdos”. En un caso, los silencios en una familia que ha perdido a un miembro, los actos no tan accidentales de una madre castradora, la presencia de unos pequeños insectos que nadie ve, pero que están ahí. En otro, la frustración por culpa de la intransigencia del otro, más que por el deseo no compartido de tener descendencia, que de alguna manera regresa de forma sibilina... en forma de granjero con hijos que no tienen culpa de nada. Como en “Trasplantes”, en el que la idea de la sustitución de las personas por cuerpos ajenos y artificiales cual trasunto de los celos, de la inferioridad, se materializa con unos rasgos próximos al terror.
Si tuviera que elegir un cuento preferido sería “Progenie”, desoladora descripción de las relaciones actualmente conocidas como tóxicas, de dominio invisible de unos por otros, que destruyen lentamente; pasamos del cabreo y la indignación a la aceptación serena de semejante situación, porque asumirla como algo normal es parte de esa dominación, y lo peor es que esto se repite de una generaciones a otras... en unos seres igual de mutilados que las patas de una mesa.