Resumen y sinopsis de Rascacielos de James Graham Ballard
Cuando se instaló en el nuevo rascacielos, junto con un grupo aparentemente homogéneo de prósperos profesionales, Laing creyó haber encontrado el retiro ideal, un anonimato pacífico lejos del caos de la gran ciudad.
En un principio sólo advirtió unos pocos indicios de rivalidad profesional entre distintos grupos de residentes, pero nada que permitiera adivinar la hostilidad que muy pronto dividiría a los ocupantes en tres grupos antagónicos, que rivalizarían en la dilapidación irreversible de las diversiones y las comodidades que proporcionaba el inmueble.
Ballard describe la intranquilidad y el descontento de quienes habitan en grandes edificios de apartamentos, como si la estructura misma de estas sociedades vastas y cerradas fuera una de las imágenes más sombrías y terroríficas de las agresiones y perversiones de la civilización moderna.
El punto de partida de esta obra es muy interesante: un rascacielos habitado en sus pisos altos por gente rica y en sus niveles más bajos por habitantes más humildes. Esto supone un ejercicio de análisis social apasionante, y más con la confrontación entre ambos grupos que pone de relieve las miserias humanas. Sin embargo, hay episodios que se repiten varias veces (apagones, fallos en el aire acondicionado...), lo cual frena algo la fluidez de la narración. El final, aunque no del todo malo, ya se supone desde la primera página. A pesar de todo ello, se puede leer.
Genial metáfora del conflicto de los estratos sociales, así como un descarnado análisis sobre la facilidad con que las personas pueden dejarse arrastrar por su lado salvaje. Sería, más o menos, como "El señor de las moscas", pero en un rascacielos y sin niños de por medio para mostrar lo peor de los seres humanos.
Una utopía que degenera en la más terrorífica de las distopías. Un moderno edificio de viviendas, equipado con la última tecnología, con todas las comodidades, queda convertido en escenario de una guerra atávica, de una violencia que permanecía velada tras una frágil apariencia de civilización. Una civilización que contiene en sí misma el germen de la barbarie, pues no requiere de ningún grave cataclismo para venirse abajo, tan sólo los pequeños fallos, averías, del complejo. Como un gran organismo artificial, enferma y falla, contagiando a los residentes. No hay un punto de inflexión donde el lector pueda decir “de acuerdo, todo se ha salido de madre”... desde la primera hasta la última página, la impresión de extrañamiento, de absurdo y de locura, está presente y avanza con una lógica propia e implacable; lo anormal y lo normal son lo mismo, el argumento parece un enorme disparate, pero produce pavor, nos hace sentirnos un poco reflejados, pues no es más que una fábula, una exageración de algo que ya existe y que es palpable en nuestro mundo. La armonía comunitaria más idílica y el radical aislamiento del mundo real (¿existe el mundo real?) no están tan lejos lo uno de lo otro como podría parecer. La esquizofrenia del animal humano contemporáneo queda al desnudo; tras el fin de la historia, tras tocar techo como especie, volvemos al principio, a la edad de piedra, a las estructuras sociales más primitivas, tal es la ironía. La metáfora del edificio como gran jaula zoológica no en vano es la más repetida a lo largo de la narración. No hay héroes ni villanos, sino un análisis clínico, como realizado por parte de un observador fascinado y aturdido. Un desenlace igual de incómodo, de ominoso que todo lo anterior, parece indicar que el desmoronamiento definitivo no es sino el comienzo de un nuevo mundo, todavía por descubrir.
La novela, integrante del llamado "ciclo urbano" de Ballard, lleva al extremo los conflictos que se suscitan en una sociedad cerrada como lo es un edificio de apartamentos. Interesante por sí misma y como metáfora de los peores rasgos de las sociedades actuales.