Resumen y sinopsis de Terraza en Roma de Pascal Quignard
La novela más hermosa y enigmática de Pascal Quignard, uno de los principales narradores franceses de los últimos años. Terraza en Roma cuenta la tortuosa historia de Meaume, un grabador francés del siglo XVII que se ve obligado a abandonar todo lo que conoce cuando el prometido de su amante le desfi gura la cara con ácido. Una novela desconcertante y muy personal cuyos ecos resuenan en el tiempo posterior a la lectura.
Ha participado en esta ficha: yiyolon
Cuenta la vida de un grabador francés del siglo XVII, atacado con ácido por el despechado prometido de la mujer a la que ama y después abandonado por esta debido a su deformidad, lo cual le hace emprender una existencia nómada por Europa. Novela que, en su engañosa simplicidad y austeridad de lenguaje, destaca por lo críptico, pues nos presenta a partir de su premisa inicial una serie de capítulos inconexos en torno a este personaje, sus continuos viajes, sus encuentros con otros hombres y mujeres, así como una detallada descripción de las figuras y escenas que elabora con meticulosidad, de sus técnicas, de una manera que abandona la mera ficción histórica para acercarse en su escritura a un auténtico ensayo, muy bien documentado en su abundancia de nombres y fechas... en torno a un artista inexistente. A una vida imaginaria en forma de “narración” distante, a modo de fábula, con profundo conocimiento de una época y un atisbo de erudición etimológica que analiza la raíz de las palabras y sus conexiones.
La deformidad física de Meaume coincide con la deformidad de su alma, dos heridas irreparables, como el arte del grabado es el arte de dejar una huella. El libro en sí es un conjunto de grabados, de secuencias tan enigmáticas como las que compone el creador, dejando la labor de la interpretación en manos de un lector que debe quedarse con estas imágenes, estas reflexiones a veces densas, que conectan la creación, en su acepción humana o incluso en la divina, con una suerte de trauma o de desgarradura originaria.
Todo lo que viene después de ese cataclismo o transgresión es por tanto, en todas sus formas, un eco obsesivo que remite al instante originario, a ese amor, relacionado de alguna manera con la sexualidad y lo erótico, pero próximo también a un mundo de muerte, de sombras, a un final que se confunde con el inicio de la vida, de donde brota un arte carente de colores, que es pura luz y oscuridad, un reverso en negativo del mundo que habitamos, en el que prima lo negro. Este Quignard tiene preferencia por artistas inescrutables y muy, pero que muy suyos, quizá como él mismo, que habitan un sinuoso jardín interior que apenas se proyecta al exterior, de ahí que no sea fácil acceder a él. Su atormentarse, sin embargo, está lejos del desbordamiento romántico y sentimental; más al contrario, parte de una búsqueda cercana a una mística poco piadosa, al silencio, o a una serenidad zen. A un lenguaje aún por descifrar, que reside en los signos de la naturaleza, o a un claroscuro continuamente representado, de inspiración barroca.
Así pues, hallamos estampas un tanto burlescas, surreales, como la de un joven impotente, o la de un ladrón que se queda sin oreja. O una puntual mención de España como país infernal y poco menos que fuera de la realidad, aunque es difícil sacar conclusiones de un relato como este, un trampantojo sin “personajes” como tales. Apasionamiento y contención, palabra y silencio... es de la contradicción quizá de lo que se nutre la literatura de este autor antes que de un discurso fácilmente inteligible.