Nuestras escuelas se hallan abrumadas por un cúmulo de asignaturas, cada una de las cuales con su propia proliferación de materiales y teorías. Nuestros maestros piensan que todo eso hace su tarea cada vez más pesada, pues tienen que tratar con los alumnos de manera individual y no ya en su conjunto. Para no desembocar en la pura dispersión en necesario encontrar algún signo de unidad, algún principio de simplificación.
Este libro expone la convicción de que el imprescindible factor estabilizador y centralizador se halla en la adopción de la actitud mental y del hábito de pensamiento que denominamos científicos. Podría pensarse que en la enseñanza dirigida a niños y adolescentes esta actitud mental está fuera de lugar. Pero este libro también representa la convicción de que eso no es cierto, de que la actitud innata y pura del niño -caracterizada por una vivísima curiosidad, una fértil imaginación y un sincero amor a la investigación experimental- se aproxima mucho, muchísimo a la actitud del espíritu científico. Estas páginas tienen como principal objetivo captar ese parentesco, e invitan a considerar seriamente que su reconocimiento en el campo de la práctica educativa contribuiría a una inmensa satisfacción por parte de los maestros y a una enorme reducción del gasto social.