Resumen y sinopsis de Al faro de Virginia Woolf
Al Faro es unánimamente considerada, junto con Ulises de Joyce, la obra que cambió definitivamente el rumbo de la literatura occidental. Y, naturalmente, también en la producción de Woolf es un texto clave, una novela emblemática donde la autora explora su propio pasado familiar y vuelca aquellos interrogantes que siempre la inquietaron: la razón de la vida, el beneficio o la inutilidad de alcanzar una meta y la inevitable muerte.
Durante una excursión a un faro, los miembros de la familia Ramsay se muestran al lector en toda su complejidad y se presentan enredados en una trama de sentimientos cruzados y contradictorios en la que la figura paterna ocupa un lugar central pero problemático (objeto especialmente del rencor del hijo).
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No me ha acabado de enganchar. Novela demasiado recargada y florida que hace una lectura densa y pesada.
Woolf marca muy bien el patriarcado de la familia, el miedo de la mujer de decir algo que a su marido le enfade u ofenda.
Novela cuyo significado último quizá sea tan evanescente y delicado, tan reacio a la explicación fácil, como el lenguaje con que se construye. Consiste en dos cuadros, dos escenas situadas en un mismo lugar de la costa escocesa, pero separadas por un abismo de años. Personajes, trama y todo lo que conforma cualquier relato propiamente dicho se deshacen, se desparraman en una confusión de perspectivas, pensamientos efímeros, impresiones mentales, recogidas como si fueran valiosos tesoros; constantes reacciones y choques de imágenes que mudan en otras antes de tomar forma, entre las cuales el lector debe esforzarse por hacerse un camino, una composición de lo que está ocurriendo.
El faro es un coloso distante que contempla impasible el mundo a su alrededor, esa meta razonablemente próxima de un viaje que, sin embargo, tanto se tarda en recorrer, cuya luz ilumina, penetra, como el narrador omnisciente, hasta las interioridades más recónditas. Es la otra orilla, desde cuya distancia las cosas ordinarias se tornan irreconocibles. Es el palacio encantado de la infancia que, con los años, se convertirá en signo de una autoridad cuestionada. Pero incluso ese padre inseguro, autoritario, es objeto de la comprensión entrañable de la autora.
La excursión postergada de la familia Ramsay, único y tenue hilo que sustenta las tres secciones del libro; la central, una especie de narración sin narrador, si algo así es posible, es la pura descripción de cómo el tiempo fluye y la ruina se apodera, lenta y plácidamente, de un lugar abandonado, amplificándose cada mínimo y azaroso incidente, como en respuesta al viejo interrogante sobre el árbol que cae sin que nadie oiga su caída. Mientras tanto, las existencias humanas pasan, se suceden como un eco remoto, sin la menor implicación sentimental, en un ejercicio experimental de escritura que concede valor a un espacio significativo, a una realidad objetiva, desapasionada, frente al extremo subjetivismo tanto de la jornada anterior como de la posterior.
La prosa alcanza un ritmo rápido, nervioso, que contrasta en su agilidad con la ausencia de acción y de incidentes relevantes, en su infinito demorarse en frases sinuosas y barrocas que se alargan y se interrumpen, en un esfuerzo por poner a prueba el lenguaje, llevarlo por territorios poco transitados. Se trata de una indagación narrativa pero igualmente poética, filosófica. De una búsqueda de la belleza y también de un sentido, recomponiendo fragmentos de pasado, realidad e imaginación, conjurando fantasmas, deteniéndose sobre un chal, unas botas, un broche perdido, el diseño de un mantel, que abren una ventana a intuiciones insospechadas.
Como exploración de un proceso creativo pictórico, de las fuerzas que lo impulsan y no tanto de su técnica o resultado final, se equipara esto a la ficción novelesca, a la expresión tanto visual como sonora de la literatura, que permita atrapar esos instantes fugaces. Trata así lo íntimo de la vida familiar, las pequeñas guerras internas, frustraciones, afectos y rivalidades, las emociones a menudo contradictorias, los aciertos y defectos de carácter, en un juego de miradas que impone la cautela, la incertidumbre, al abrirse a los demás. Detalles irrelevantes que persisten en la memoria, que condicionan, o incluso resumen, una vida, o al menos la orientan en sus imprevisibles corrientes.
Frente a ello, una naturaleza envolvente, inescrutable (como el curioso personaje mudo que es ese señor Carmichael...), que igualmente persiste ante lo frágiles que somos, ante el sentimiento de pérdida que implica la temporalidad; de una angustia que no está reñida con la aceptación vital, la reconciliación con el mundo. Y definitivamente, esta es una obra de su época, que analiza cuestiones de género (la mujer como sostén familiar, su independencia cuestionada), de clase social (la media-alta frente a la popular, los sirvientes y los advenedizos), en la que se percibe la conmoción de la gran guerra, el colapso de la mentalidad victoriana… pero nunca en primer plano.
Muy aburrida. En ningún momento le he encontrado un significado a esta novela, más allá de una sucesión de enredos familiares sin un objetivo claro.
La novela tiene mucha fama, así como su autora, sin embargo me ha resultado tremendamente tediosa, he requerido de varios intentos para lograr terminarla y no me ha enganchado en absoluto. Quizás no he sabido captar todo su simbolismo (creo sinceramente que si buena parte) o quizás simplemente la británica no es una escritora para mi.
Me gusta mucho la literatura inglesa,sin embargo este libro fue decepcionante, aburrido y muy tedioso.
Si se tiene en cuenta que fue escrita en 1927, me parece que es una obra innovadora y cargada de extraordinarios simbolismos.
Virgina Woolf sabe mostrarnos el mundo interior de unos personajes marcados por el desencanto, el miedo y las vacilaciones.
Lo cotidiano, el sopor y la decrepitud que deja el tiempo, se manifiestan en su prosa de una manera envolvente, rica y sublime.
Magnífica la traducción de Miguel Temprano García.
La veneración y la devoción hecha palabra, da lugar a una alta calidad literaria.
He terminado la novela. Muy bella, aparentemente apacible. Fue como dar un paseo en una isla, caminar por la costa, sentir la arena bajo los pies desnudos, el viento y la brisa marina en los labios, sí, aparentemente apacible, poéticos los rayos del sol caen tranquilos sobre el mar inmenso, seno de las más grandes tormentas donde contemplo por un instante la destrucción del tiempo. Sí. Eso fue leer esta novela de Virginia Woolf.
Esto de la literatura es un arte, quizás como todos ellos, eminentemente subjetivo. Esta novela me pareció pretenciosa sin acercarse nunca al objetivo que semeja perseguir. Dicen que la británica es una escritora fundamental. No lo niego. Para mí su novela representó un inservible e insufrible manual de falaces interioridades.
Un libro que habla sobre la infancia de Virginia. Hace especial incapié en la figura materna, en la devoción que existía por parte de toda la familia hacia ella y en la relación amor-odio que tenia con su padre. Además, como en todos sus libros aporta su mirada acerca de las condiciones de la mujer en la época y aborda cuestiones filosóficas... todo esto, hablado desde el pensamiento de los personajes y de manera poética. La desventaja que puede tener este libro, es que si no se conoce la vida de Virginia puede resultar muy pesado.
Es una narración autobiográfica que oscila entre las cuestiones trascendentales que se ha formulado siempre el ser humano acerca del objetivo de la vida y las reflexiones personales de quien acepta y entiende el fin de toda la existencia. Tiene un simbolismo muy interesante.