Resumen y sinopsis de Dublineses de James Joyce
Publicado en 1914, DUBLINESES es uno de los libros de relatos más unitarios y perfectos alumbrados por un autor. Pese a gravitar en su totalidad en torno a Dublín y sus personajes enmarcados en un periodo histórico muy concreto (el que habría de anteceder en breve a la independencia de la católica Irlanda respecto al protestante Reino Unido, y sobre todo Inglaterra), James Joyce (1882-1941) muestra en los quince cuentos que integran la obra una sensibilidad y penetración difícilmente igualables a la hora de captar la naturaleza humana en sus distintas edades y condiciones, así como en el laberinto de las relaciones personales y sociales. La impecable estructura del libro, que parte de las primeras experiencias infantiles para ir recorriendo el arco de la existencia humana, culmina en esa obra maestra que es el relato titulado «Los muertos», sin duda alguna una de las cumbres del género.
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"Vivimos en tiempos escépticos y, si se me permite la frase, en una era estimulada por las ideas: y a veces me temo que esta nueva generación, educada o hipereducada como es, carecerá de aquellas cualidades de humanidad, de hospitalidad, de generoso humor que pertenecen a otros tiempos."
Conjunto de quince relatos en los cuales James Joyce refleja diversas temáticas referidas a la sociedad irlandesa de su época, muy influida por los dogmas del nacionalismo y el catolicismo puritano, ante los cuales el autor se propuso ensayar, a través de la literatura, nuevas formas de percibir la realidad y la conducta de esa sociedad, reflejando a su vez una percepción autobiográfica para entender su propio entorno. Los relatos transitan por una línea de tiempo que va desde la infancia a la madurez, y toca asuntos referidos a la muerte y a la indiferencia conque muchas veces se asume (relato "Las hermanas"), la añoranza y la culpabilidad por un amor perdido ("Un triste caso"), las disputas de corte político ("Efemérides en el comité"), las discusiones religiosas ("A mayor gracia de Dios"), y varios otros que engloban una realidad que Joyce explora a través de personajes arquetipos que reflejan una crisis de la vida irlandesa de su tiempo.
Libro que generó polémica en su momento, demostró la gran capacidad de Joyce para reflejar y cuestionar los convencionalismos desde una aguda y crítica visión literaria.
Sin ser siempre de fácil digestión, son fundamentales para entender el relato corto moderno, la estética de lo cotidiano y de la elipsis, estos quince relatos que conforman un ciclo coherente de la vida en el Dublín de principios del siglo XX; sucesión de estampas que cobran relieve más allá de sus coordenadas históricas y sociales para cargarse de nuevas interpretaciones y de detalles incisivos con cada nueva lectura. Esbozos a menudo inconclusos, argumentos reducidos a la nada que hablan cuando callan y permiten todavía vernos reflejados. A lo largo de las variadas etapas vitales que cubren, cambia el estilo sin que cambie el fondo, que es el de la vulgaridad, la normalidad más atroz, lo mísero y mediocre de las personas anónimas, tomado como materia para la creación y la revelación, siempre tan frágil y momentánea, de lo extraordinario.
Todo comienza con la infancia, o la edad en la que las verdades se perciben, se intuyen (“Las hermanas”) más que entenderse claramente, como se relacionan ciertas palabras que no guardan aparente relación. La muerte es un misterio, como lo es la influencia vaga y perniciosa de una religiosidad corrupta, de un sacerdote que oculta algo, se aparece en forma de pesadillas e incluso no parece haberse ido del todo tras las conversaciones banales y las culpas escondidas. Esta incomprensión infantil hacia lo adulto permite al menos detectar una amenaza (“Encuentro”) en esos desconocidos amables pero que, una vez más, no muestran todas sus cartas; la amistad, las fantasías aventureras que servían como refugio y como fuga acaban resquebrajándose cuando uno realmente sale al mundo y es consciente de sus peligros. La decepción, derivada del amor platónico, del descubrimiento de que ese mundo de ilusión que idolatras en el fondo es puro cartón-piedra, la nada (“Araby”), es el punto de ruptura que aniquila esa niñez, que hace darse cuenta de lo insignificante que es aquello que deseamos, lo insignificantes que somos nosotros mismos.
La adolescencia es la época de sentirse atrapado, de elegir entre opciones que lo condicionarán todo, como la que debe tomar “Eveline”; o una existencia sórdida y repetida en el tiempo, como la de su madre enferma, o una promesa de romántico escape de la violencia doméstica. Escape frustrado por uno mismo, por los escrúpulos, la indecisión y la sospecha de que cualquier decisión será la peor. La impulsividad juvenil, en cambio, el dejarse llevar por el placer, el riesgo y el afán tanto de medrar como de ser moderno y cosmopolita (“Después de la carrera”), aún siendo un provinciano, lleva a que las cosas se vean de un modo muy distinto, a que las pretensiones revelen su vacuidad, cuando pasa la juerga y regresa la luz del día; el alcohol, un ingrediente decisivo de estas historias. Sentar la cabeza, querer estabilidad y dejar atrás los malos ambientes, es un sueño que se opone al vil materialismo de otros (“Dos galanes”), ejemplificado en una simple moneda brillante... a lo largo de una peripecia callejera en la que se cruzan los tratos turbios de rufianes con mujeres de dudosa reputación, después de un instante de espera que conduce a reflexionar sobre uno mismo. Una espera comparable a lo opresivo de un ambiente como el de una pensión (“La casa de huéspedes”) donde flota de nuevo la violencia sorda, la honra y reputación de las mujeres por la cual se pacta y se decide incluso antes de que tengan lugar las consecuencias de ciertos actos vergonzosos y muy poco románticos en realidad cuando se toman en consideración.
Uno llega a la madurez y se da cuenta de que ha perdido el tiempo, de que se ha equivocado (“Una nubecilla”), viendo, entre la envida y la admiración, sus pequeñas ambiciones castradas, no cumplidas, pues otros al parecer sí que las han realizado; habría que ver si la fama del arrogante triunfador es sólida o simple humo de nube, como habría que ver si no paga uno sus frustraciones, sus arrebatos volátiles, con los más débiles (“Contrapartes”). El poder se exhibe de modo cruel, se propaga en cadena de unos a otros, las víctimas devienen en verdugos, sigue girando una rueda de trabajo alienante, insatisfactorio y repetitivo, pero el jolgorio tabernario es estéril y la vida hogareña es un infierno para estas simples copias humanas, a quienes no salvará un simple avemaría. “Arcilla” son algunos individuos maleables, como una pobre mujer que en su sencillez y bondad es continuamente manipulada, traída de acá para allá por familia y trabajo; los juegos de niños son más que juegos y los versos finales sólo pueden ser irónicos en esta narración en la que comienza a perderse más o más el sentido y la explicación clara. La pretendida independencia de ciertos librepensadores, en su torre de marfil (“Un caso lamentable”) se pone en cuestión gracias a una noticia sensacionalista de periódico; el empeño por poner distancias frente a los demás, de rechazar las complicaciones del amor, lo único que demuestra son las consecuencias temibles del daño emocional, y peor aún, la soledad aterradora en la que navegan unas almas perdidas.
La vida pública la entiende Joyce como un teatro de apariencias, al igual la política (“Día de la hiedra en el comité”); inacabables conversaciones de unos hombres perdidos en unos ideales prostituidos por el utilitarismo, con continuas alusiones que no entendemos, aunque centradas en esa figura auténtica de Parnell, político irlandés independentista traicionado por los suyos… los poemas en su honor sólo son mera literatura y la tensión social acabará explotando cual corcho de botella. Teatro, o bien posibilidad de que una madre arrogante y dominadora utilice a su propia hija (“Una madre”) para hacer realidad sus deseos, aunque por su empecinamiento sea capaz de dar al traste con la función completa; una función que, dicho sea de paso, tampoco es que fuera ninguna maravilla. “La gracia” de la religión es un artículo a la venta para calmar las conciencias de las gentes mundanas, pero necesitadas de alivio espiritual; con una ironía discreta que puede pasar desapercibida, aquí se arremete contra esta mercantilización del catolicismo, adoptándose la forma de un interminable diálogo de besugos entre un accidentado y sus amigos.
La obra maestra del volumen, que lo es por sí misma y además por ser la síntesis y culminación de los cuentos anteriores, no es otra que “Los muertos”, que se desarrolla en torno a las nimias pero trascendentales cosas que ocurren durante una celebración navideña. Escena de una fiesta, con sus invitados incómodos y sus interpretaciones musicales de circunstancias, con sus charlas amablemente hostiles, su banquete y su discurso final, expresa un ritual de la vida que es a su manera un rito funerario. La ocasión sirve para rememorar el pasado, entre lo nostálgico y lo irónico hacia esa idealización, y pone en evidencia tanto los convencionalismos de sociedad como las opiniones enfrentadas del nacionalismo irlandés y de algunas mentalidades burguesas, acomodadas y no del todo seguras de sí mismas, descontentas con su propio país; siempre entre el amor y el odio, entre el deseo de librarse de las cadenas y la dependencia un tanto enfermiza estos dublineses, como hemos visto. Gabriel, el angelical oficiante de estos ritos, expresa esa incómoda superioridad cultural y de estatus, clasista y emperifollada, que recibirá una dura lección.
Con la excusa del discurso, la nouvelle evoluciona en un juego de miradas en el que se proyecta el deseo del marido hacia su invisibilizada mujer, recuperando de pronto la pasión tras una rutina de años. Greta es de pronto una imagen pictórica, una música distante para él como para ella lo es el sonido de una canción remota, en el espacio pero también en el tiempo. La epifanía joyceana, o revelación, aquí un poco melodramática, de un romance juvenil, genera unos celos retrospectivos, pero ¿es posible sentir celos de un espectro? Se recupera un pasado cuyos efectos repercuten aún en el presente, que trae un conclusión; los muertos están más vivos que los propios vivos, quienes se convierten sin darse cuenta, un año tras otro, en una legión de muertos en vida que se extinguen lentamente. El protagonista se hace consciente de la propia mortalidad y del absurdo de existir, al menos frente al gesto memorable de quienes lo dieron todo por el amor que sintieron, y entiende de pronto su ridículo, su egoísmo… mientras afuera, la nieve, la muerte, lo cubre todo, lo iguala todo; al individuo, a la pareja, al grupo social, al país, y finalmente, a la humanidad entera.
Colección de 15 relatos de temática variada pero siempre reflejando la vida de diversos personajes en el Dublín de principios del pasado siglo.
La traducción de G. Cabrera Infante no me ha gustado demasiado. Los posesivos no los ha manejado bien, aparte de algunas expresiones y sustantivos.
Lo leí en mi época de estudiante y la verdad es que no me dejó un sabor de boca especialmente agradable. La mayor parte de las vidas que se relatan en estos cuentos son bastante anodinas, y en otras el tipo de lenguaje tan correcto me provocaba sopor. No lo recomendaría si quieres algo interesante.
En general me parece un buen libro. La descripción que hace el autor en cada uno de ellos es magnífica, si bien algunos cuentos se tornan tediosos, otros hacen gala de la maestría de Joyce.
Libro de relatos cortos. Algunos relatos destilan literatura de alta categoría mientras que otros resultan, a ojos de lector actual, algo tediosos. Coincido en que el relato final "Los muertos" me ha parecido el mejor del libro.
Lo leí por un viaje a Dublín y tiene poco que comentar, salvo reiterar la reseña del libro, que si bien son relatos en apariencia aislados o independientes la verdad es que todos forman un conjunto que te dibujan el Dublín de principios del siglo pasado.
Hay relatos que gustarán más o menos, pero en todos se traluce el genio del autor.
Estos relatos me resultaron muy atractivos.
Todos están centrados en la capital irlandesa, y abarcan momentos en la vida de ciertas personas.
Unos nos conducen a la infancia, otros a la juventud, y otros a la plena madurez.
Están francamente bien escritos. Tienen el peso y la impronta de la buena literatura.
Hace tiempo que lo leí. Recuerdo sin demasiado entusiasmo este libro, a excepción del relato "The dead" que contiene. Es magnífico. Me impresionó sobremanera, buenísimo. Si el libro completo merece un "7", ese relato raya el 10.
Colección de relatos ambientados en Dublín. Aunque me da vergüenza por ser James Joyce un intocable, no me gustó mucho este libro. Me pareció lento, demasiado complejo todo, sin enganche. Flojo.