Resumen y sinopsis de Mujeres solas de Adelaida García Morales
Tras el fulminante éxito de su novela "Nasmiya", Adelaida García Morales vuelve a ofrecernos la quintaesencia de su arte narrativo, esta vez en una colección de relatos de unidad temática y enfoques variados. Sus protagonistas son mujeres de mediana edad que, por diversas circunstancias, se encuentran solas. Tras un divorcio, una muerte, una separació o porque sencillamente no comparten su vida con nadie, estas mujeres afrontan ese doloroso estado espiritual que no puede vivirse con indiferencia y da lugar a un infinito registro de matices y estratagemas del alma para superarlo. Narradas desde el punto de vista femenino, las siete historias de este volumen retratan con exquisita sensibilidad los diversos intinerarios de la soledad y constituyen todo un logro en la sólida trayectoria de la autora.
Ha participado en esta ficha: JackNicholson
El título lo dice todo. Seis relatos protagonizados por mujeres que rondan la edad madura y que se enfrentan de diferentes maneras a la soledad. Tienen en común un carácter realista pero también un punto fantástico, un lenguaje depurado y simple, quizá en exceso, así como un narrador preponderante a la hora de describir con suma meticulosidad aspectos como la indumentaria, los rasgos físicos o incluso los años que tiene cada personaje. Quizá aquí es donde encuentro el principal defecto de estos cuentos, en un afán explicativo que telegrafía cada situación, resta interés y deja poco espacio al lector, prescindiendo prácticamente de diálogos que permitan a estas mujeres definirse directamente, mostrarse a sí mismas.
La soledad puede ser a veces una condición extrema, pero elegida conscientemente por personalidades introspectivas y hurañas (“Tres hermanas”), duras pero en el fondo vulnerables, como posible forma de resguardarse del daño emocional, de sentimientos imposibles de reprimir cuando brotan, que dejan huella… En este primer cuento, que cuenta las andanzas de varias hermanas para terminar centrándose solo en una de ellas, la dependencia emocional se enfrenta a una independencia y libertad que equivale a aislamiento. Cobra en él importancia la descripción del viento costero del levante, que azota sin piedad y puede ser la fiel representación física de esa intemperie sentimental de la cual refugiarse.
La soledad puede ser además un hallazgo misterioso (“Agustina”), la condición que permite una aventura insólita, o contacto con individuos singulares, perdidos, o a lo mejor en contacto con fuerzas ocultas, a apenas unos pasos de lo ordinario; puede tener lugar la progresiva inmersión en una experiencia inquietante, terrorífica, de ribetes góticos, pero también puede ser la forma de encontrar un tesoro, algo oculto y solo así alcanzable, antes de regresar como si nada al mundo real. Puede esta soledad ser también un estado transitorio con diferentes etapas, una oportunidad incluso gozosa, aunque siempre problemática (“Celia”) para el reencuentro con una misma, el derrumbe de todas las pequeñas pero cómodas mentiras con que construimos nuestro existir, la liberación de cualquier prejuicio o expectativa; ver, en fin, las cosas como son de verdad, en toda su crudeza, antes de redescubrir la chispa, el amor, cuando parecía imposible. Soledad es probablemente vida no vivida (“Virginia”), la añoranza de algunas mujeres rayana en la locura de un amor juvenil, efímero, irrealizable, pero que para ellas es la base de todo lo importante, aferradas con desesperación a una quimera que ellas mismas inventan; de nuevo, un factor sobrenatural, pero con fondo demasiado real, un darse de bruces contra lo que es imposible de asimilar.
En “La carta”, la soledad es una situación penosa que se lleva con dificultad tras una ruptura (ruptura causada por la erosión del matrimonio o de un romance, detalle común a prácticamente todas estas narraciones). Gracias al azar, surge una necesidad en quien está sola de intervenir en unas vidas ajenas, de formar parte de estas existencias desconocidas cual hada madrina; sin embargo, tales intentos no dejan de ser fantasías irrealizables, buenas intenciones, y el romanticismo no deja de ser pura ilusión. Por último, la soledad es simplemente un conjunto de rutinas establecidas que ayudan a hacerla más llevadera, menos opresiva, dar un sentido a la cotidianeidad (“La desconocida”), pero a veces, un mal invisible e incierto confabula para desbaratarlas y arruinar esa paz vital. Una vez más, lo extraordinario irrumpe en la normalidad en forma de figura semejante, de nuevo, a un hada buena que anuncia la posibilidad de superar ese aislamiento, recuperar el equilibrio y quizá la felicidad.