Resumen y sinopsis de El aliento del cielo de Carson McCullers
Carson McCullers transmitió con una maestría insuperable la grandeza y la tragedia que encierra el alma humana. Su obra ha seducido a generaciones de lectores, mientras la crítica la encumbraba en el pedestal de los clásicos del siglo XX. El aliento del cielo comprende la totalidad de sus cuentos, trece de ellos inéditos en nuestro idioma, y sus tres novelas cortas, Reflejos en un ojo dorado, La balada del café triste y Frankie y la boda. Rodrigo Fresán enriquece esta imprescindible edición con un revelador retrato de singularísima vida y la obra de McCullers.
Amor y desamor, soledad, locura, desengaño, son algunas de las grandes cuestiones que encontraremos en esta recopilación de los cuentos y novelas cortas de McCullers. Si “Reflejos en un ojo dorado” es una de esas novelas que alcanzan casi la perfección en su dimensión mórbida y turbadora, el resto de la producción no se adentra en tales cotas de oscuridad, sin por ello apartarse de esos temas, de sus seres inadaptados y terriblemente vulnerables. Hay que añadir que la música, su cuidadosa descripción, derivada de la vocación frustrada de la autora como pianista, ocupa un papel fundamental en muchos de estos textos. Como en “Wunderkind”, donde el duro aprendizaje de la música clásica conduce a la decepción, al descubrimiento de que no eres más que una “niña prodigio” más y de que tienes tus límites, pese al cariño no tan imparcial de quienes te aprecian y te intentan decir lo contrario.
La infancia y adolescencia son el territorio del desencanto, del descubrimiento ingenuo de que el amor a veces no es correspondido (“Sucker”, “Poldi”) e idealizamos desde la distancia a nuestro ser adorado, sea un hermano, una chica de clase, una guapa violonchelista… y el choque con la realidad, el librarse de esas dependencias, puede llevar al endurecimiento del carácter. El complejo de Peter Pan (“Así”) puede ser entonces un caparazón contra el avance impasible del tiempo, que te aparta de los tuyos, abandonando la complicidad infantil, pues cada uno sigue su camino, experimenta sus decepciones, percibiéndose las penas de la edad adulta sin entenderlas del todo, desde una inocencia rebelde. Otras veces este momento de ruptura puede ser difícil (“Muchacho obsesionado”) y coincidir con una catarsis tras la represión de las emociones por mucho tiempo, con la asimilación de un trauma y la comprensión de que el amor es difícil y podemos incluso llegar a odiar a quienes más queremos… y esto es lo que nos hace madurar, y no tanto el hacernos los interesantes para impresionar a nuestros amigos.
El viaje es el motivo principal de algunas historias como “Los extranjeros”, ejemplo de relato como fragmento entrevisto de una vida en tránsito, sobre los judíos que huyen de Europa en un período convulso, a la búsqueda de un hogar incierto; contrastan dos personalidades peculiares, desubicadas en ese sur estadounidense tan cercano (y con tanta miseria e ignorancia) y tan ajeno para unos y otros. En “El transeúnte” el tiempo lo borra todo o casi todo, pero perviven ciertos vínculos aún cuando parece imposible. Se hace patente la fragilidad de las cosas para algunas personas que no hacen sino errar y dar tumbos, con un presente sin alicientes, en una fuga perpetua cuyos “motivos” musicales reaparecen; un intento de recuperar las ilusiones perdidas y un emotivo decir mucho con muy poco. En “El aliento del cielo” la enfermedad y su lenta recuperación forman parte de un penoso proceso cuyo final fatal se intuye, aunque no se explicite, bajo la forma de un inmenso cielo, con la sensación de existir en un mundo paralelo al del resto de los mortales, de contemplar la vida pasar sin ti, incomprendida, incluso rodeada de una extraña belleza.
No todo es drama o tristeza, porque la sátira se abre paso (“Correspondencia”, de original estructura epistolar, “El arte y el Señor Mahoney”, “El jockey”, ambientado en el mundillo de las carreras de caballos). Se apunta con el dedo hacia las personas de bien, captadas en toda su insensibilidad frente al remordimiento de un individuo tachado de simple excéntrico. Se demuestra el excesivo rigor y los formalismos en unos conciertos donde el peor error es el de aplaudir cuando no debes y cuando los demás no lo hacen, al menos para una burguesía provinciana que castiga así incluso a sus más ilustres. Por otra parte, una niña pedorra (aunque entrañable en el fondo) se define más y mejor a sí misma a través de unas cartas nunca contestadas, en todo su orgullo y en su prepotencia (tan estadounidense, por cierto, en su manera de dirigirse al resto del planeta) que si estas fuesen respondidas.
Pero si de algo hablan estos cuentos es de una iluminación. Como la de “Un árbol. Una roca. Una nube”, que en la extrema simplicidad de su anécdota central parece ocultar un tratado sobre la vida y el amor como lento aprendizaje que comienza por lo más pequeño y banal, sometido a duras pruebas hasta que aprendemos a aceptarlo. “El orfanato” es apenas una estampa, un recuerdo de niñez que evoca un universo tétrico, deformado, comparado con lo que se redescubre más adelante, mucho más común, normal, de lo que una vez se pensó. Somos uno más en la colmena urbana (“El patio de la calle ochenta, zona oeste”), insignificantes, hacinados entre muchos como nosotros, vidas ajenas apenas percibidas desde la distancia; emerge el misterio de una de esas figuras solitarias, cargada de elocuencia en su mutismo. Tenemos hambre de algo que no podemos definir con palabras (“Sin título”, tan inabarcable como el sentido de la existencia y con un puñado de personajes arrebatadores). Algo capaz de unir, dar sentido a nuestros retazos de vida, que tras una larga peripecia seguimos sin ser capaces de encontrar, y quién sabe si la respuesta está más cerca de lo que pensamos. Mentimos y esas mentiras patológicas ayudan a afrontar lo que sea (“Madame Zilensky y el Rey de Finlandia”, un duelo de personalidades excéntricas, o del rigor contra la fantasía), pudiendo hacerse incluso más reales que lo real.
“El instante de la hora siguiente”, “Dilema doméstico” y “¿Quién ha visto el viento?” conforman una trilogía sobre la descomposición matrimonial en diferentes etapas, los estragos del alcohol en la familia y en la pareja, la infernal combinación tanto del rechazo como del afecto hacia la otra persona, que complica la situación… La última de estas tres piezas realiza un retrato desolador como pocos de un escritor fracasado, de su colapso mental y bloqueo creativo tras su único éxito editorial, incapaz de asumir sus errores, de luchar contra el tiempo; el viento invisible del que habla una canción aterradora.