Resumen y sinopsis de La legión extranjera de Clarice Lispector
Hay en este libro una parte significativa de la amplia poética de Clarice Lispector.
Como afirma quien conduce la narración en el primero de los admirables y arrobadores cuentos aquí dispuestos por orgánica sabiduría, las palabras me anteceden y me sobrepasan, me tientan y me modifican, y si no me cuido será demasiado tarde: las cosas se dirán sin que yo las haya dicho.
De esa prueba de poder y de relativa independencia de la lengua se extrae la sustancia misma de un arte verbal capaz de articular distintos tipos de registros, que obedecen a la variedad y mutación de los estados de espíritu bien como a la variedad y mutación de las experiencias (observadas o imaginadas, siempre intensamente vívidas).
Roberto Corrêa dos Santos
Lispector es una escritora en el más pleno sentido del término, es decir, alguien capaz de edificar mundos únicos a través de las palabras, enigmáticos y autosuficientes, en cada uno de sus relatos; escritos con espontaneidad pero también con una poesía indescifrable, que a veces sólo deja entrever su significado y que se encuentra lejos de un estilo claro, sencillo, unívoco. Alguien sin parientes cercanos, aunque podemos rastrear a Cortázar tras “La quinta historia”, o distintas versiones de una anécdota de andar por casa sobre una invasión de cucarachas, susceptibles de prolongarse indefinidamente (crimen, mito, disyuntiva moral…). O tras “El reparto de los panes”, que tampoco cuenta nada en particular salvo la pura descripción de un banquete muy bien preparado, cuya verdad material y rotunda basta para crear una hermandad, romper prejuicios y jerarquías, en un puro instante de exaltación vital tan sencillo como insondable.
Por otra parte, el ensimismamiento de estos textos no es ajeno a la vida real; en “Mineirinho” aborda la pena de muerte, poniendo al criminal y al corrector del crimen en un mismo nivel, y sin embargo nos esforzamos por ignorar cómodamente y por trazar líneas, y de ahí el malestar, la culpa y la complicidad del asesinato legal.
Lispector mata al argumento para no contar, para simplemente ser en la escritura. Aún así, habla de la juvenil ruptura del cascarón comunicativo entre los sexos (“El mensaje”). De cómo surgen los sentimientos inesperados que desafían las conductas previamente asimiladas y aprendidas en el niño (“Evolución de una miopía”, de nuevo con la visión como metáfora). De la falsa ilusión de libertad, propia de quien elige y sin querer se va forjando con sus elecciones una imagen rígida de sí de cara a los demás, de la cual no puede escapar (“Perfil de los seres elegidos”). También del desgaste de la vida en pareja, las ilusiones frustradas y la adhesión a las normas sociales con tal de ignorar lo terrible que rodea a un matrimonio (“Los obedientes”)… habla de todo ello, pero lo hace a su manera hermética, elusiva, buscando atrapar lo que se escapa, y así es como asistimos a unas amistades tan sinceras que prácticamente agotan y excluyen todo lo ajeno a ellas mismas y condenan al silencio (“Una amistad sincera”), pues todo intento de llenarlas se revela como traidor y contrario a la pureza de esa amistad. O a la vaga pero férrea idea del futuro como proyecto común (“Discurso de inauguración”), que no contiene nada en su interior.
El monstruo que no se ajusta al modelo se hace vulnerable (“La solución”) en la soledad y falsedad de sus relaciones. Las niñas malas, rebeldes, sabihondas, se hacen más humanas, quedan por azar en evidencia (“Los desastres de Sofía”, “La Legión Extranjera”), descubriendo una forma de amor culpable que no está reñida con la violencia y el daño hacia los seres frágiles, en una cadena que baja desde las figuras de autoridad hacia los animales. Los roles que asume cada uno son quebradizos, pues puedes descubrir en la mirada del otro lo que no ves de ti mismo… y se juega con mentiras que son verdades, tesoros ocultos.
Un simio de mascota (“Macacos”) y una madre de sus hijos y ama de casa; un piropo, una equivalencia humana y animal, una enfermedad imprevista… mucha ironía en el hallazgo de la feminidad como algo bello y frágil, susceptible de comercio, diferencia poco clara entre las cosas, las personas y los seres que sienten. El encuentro fugaz entre una niña y un perro (“Tentación”), es el de dos seres aislados, un destello de entendimiento antes de volver a lo que de ellos se espera, de traicionar como la mujer de Lot a su marido.
“El huevo y la gallina” es un cuento que desborda y desafía los límites del género y del propio lenguaje literario para ser letanía, conjuro, filosofía o gran juego, bufonada, engaño... que parte de una nimiedad como es la hora del desayuno para emprender una digresión en torno al símbolo incierto del huevo, del todo y de la nada, alcanzando unas dimensiones de mística que ni el Aleph borgiano; un interrogante existencial, escurridizo ante la más burda trivialidad y las necesidades prácticas del día a día, y que tal vez habla, por fin, de la condición servil de la narradora.
Más convencional resulta “Viaje a Petrópolis”, directo en su emoción y en su tristeza; crudo, tierno retrato de la pobreza, la simplicidad y la generosidad, del desamparo de la gente mayor, convertida en un estorbo y llevada de un sitio para otro en un viaje que no es sino un viaje hacia el final de la vida.
“La pecadora quemada y los ángeles armoniosos” es, por último, una especie de auto sacramental, o diálogo mitológico que se aproxima a la raíz de las tragedias antiguas y a la moral bíblica (las alusiones religiosas, una constante en la obra de la autora), en torno a la mujer adúltera y las contradicciones morales de unas figuras abstractas (marido, amante, sacerdote…), individuales y colectivas, reales y sobrenaturales, que enmarcan un rito expiatorio.