Comentarios y opiniones de Fragmentos del discurso humano
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Furia del discurso humano exhibe la heteroglosia definida por Mikhail M. Bakhtin en su ensayo “Discurso en la novela”. Cada uno de los personajes vocifera, en concierto desgarrador y humano, su propio discurso, de manera que siempre puede el lector identificar la voz narrativa. Tales discursos versan desde la necesidad de comprar un tamal tras una cola interminable hasta una Predeclaración universal de los derechos humanos, que incluye, entre otros, “el derecho que todo hombre tiene a no tener que inventar delitos y crímenes que no ha cometido como único y desesperado recurso para abandonar su propia patria” (Furia…, 174). Referencia esta ultima al éxodo del Mariel, magistralmente descrito en las páginas finales de la novela.
Entre las voces de esta furibunda polifonía se mezclan las de los vecinos de Regino, el joven escritor, voces que lo definen como “un formadito monstruo” (18). Y la sufriente de su propia madre, que después de llamarlo a boca llena “comemierda” (Furia…, 44), jura que su hijo es “lo más hermoso que se arrastra sobre esta tierra” (Furia…, 125). Es que así son las Furias –guasonas y tremendas, capaces de bailar un guaguancó frente a una tumba abierta o de gritar su verdad a los cuatro vientos, sin temor a la vida… cuando hace falta.
Sí, de Regino hablan los demás personajes. Lo describen, lo vilipendian, chismean cubanamente sobre su orientación sexual, que es la comidilla del pueblo. Pero de la voz propia de Regino sobresalen sus historias, metatextos incorporados a la trama que forman su novela La venganza. Y sus cartas ansiosas, desesperadas (a la tía que vive en Miami, a los oyentes de emisoras extranjeras). De su voz es también la escena final en que el escritor, recién llegado a Miami, pone el manuscrito de La venganza en manos de un “señor solo, gordo y barbudo (…) que dice llamarse Miguel Correa Mujica” (Furia…, 221).
Furia del discurso humano exhibe la heteroglosia definida por Mikhail M. Bakhtin en su ensayo “Discurso en la novela”. Cada uno de los personajes vocifera, en concierto desgarrador y humano, su propio discurso, de manera que siempre puede el lector identificar la voz narrativa. Tales discursos versan desde la necesidad de comprar un tamal tras una cola interminable hasta una Predeclaración universal de los derechos humanos, que incluye, entre otros, “el derecho que todo hombre tiene a no tener que inventar delitos y crímenes que no ha cometido como único y desesperado recurso para abandonar su propia patria” (Furia…, 174). Referencia esta ultima al éxodo del Mariel, magistralmente descrito en las páginas finales de la novela.
Entre las voces de esta furibunda polifonía se mezclan las de los vecinos de Regino, el joven escritor, voces que lo definen como “un formadito monstruo” (18). Y la sufriente de su propia madre, que después de llamarlo a boca llena “comemierda” (Furia…, 44), jura que su hijo es “lo más hermoso que se arrastra sobre esta tierra” (Furia…, 125). Es que así son las Furias –guasonas y tremendas, capaces de bailar un guaguancó frente a una tumba abierta o de gritar su verdad a los cuatro vientos, sin temor a la vida… cuando hace falta.
Sí, de Regino hablan los demás personajes. Lo describen, lo vilipendian, chismean cubanamente sobre su orientación sexual, que es la comidilla del pueblo. Pero de la voz propia de Regino sobresalen sus historias, metatextos incorporados a la trama que forman su novela La venganza. Y sus cartas ansiosas, desesperadas (a la tía que vive en Miami, a los oyentes de emisoras extranjeras). De su voz es también la escena final en que el escritor, recién llegado a Miami, pone el manuscrito de La venganza en manos de un “señor solo, gordo y barbudo (…) que dice llamarse Miguel Correa Mujica” (Furia…, 221).
Teresa Dovalpage