Si esta uruguaya no existiera, habría que inventarla. Irreverente defensora del deseo, de la libertad, contra todas las tonterías que nos inculcan, lo falsamente racional, sensato, convencional, que nos coarta y nos engaña. Su feminismo, poco o nada disimulado, es disidente, rechaza abiertamente al macho dominador sin caer en la pretendida equidistancia, en la falacia del “ni machismo ni feminismo”. Pero también hay una mirada valiente, explícita, cargada de humor y de poesía, al margen de cualquier tentación puritana, anglosajona y “correcta”.
Psicoanalistas y médicos son los verdugos dispuestos a sofocar como sea la verdad interior del individuo, a hacernos creer que nosotros nos equivocamos y que es un mundo enfermo terminal el que tiene la razón. Todo comienza con un simple “abre-fácil” en una botella de lejía que no se abre y que con ello obstaculiza toda una rutina diaria perfectamente calculada. Tal cosa basta para comprobar que la comodidad de la civilización, el éxito de la mujer moderna e independiente, oculta una realidad hostil donde toca tragar con todo a riesgo de parecer histérica o inestable, recibiendo la condescendencia del jefe, del marido. Así, un gesto de cómica desesperación adquiere las connotaciones de un acto de violencia castradora.
El fetiche o fijación erótica (“Fetichistas S. A.”) no es, al contrario de lo que dice la aburrida norma, una anormalidad patológica, sino el rasgo de sensualidad más íntimo imaginable. Una cierta locura, correspondida por el contrario en el mejor de los casos, pero que se basta a sí misma y que sólo está en los ojos de quien mira, en el sentimiento de quien siente, intransferible, subjetivo, y por lo tanto, radicalmente individual. Surge por lo tanto una solidaridad o camaradería entre estas personas, que sólo así encuentran comprensión, o bien con un desconocido cualquiera en la barra de un bar. No se trata de una cosificación del otro, sino más bien de una forma de devoción o fascinación (“La mujer ballena”), de reconocimiento de algo que nadie más ve y que dice bastante de uno mismo, pues el miedo o la indiferencia de unos es el placer de otros. Los cuerpos que son objeto de rechazo dictan su propia ley, emergen con carácter de entre la masa anónima.
Ocultamos a los demás las perversiones más insospechadas, que sólo un desgraciado accidente podría descubrir (“Extrañas circunstancias”). Pero lejos de hacer perverso a quien las practica, sólo revelan su vulnerabilidad, lo triste de tener que ocultar lo vergonzoso y socialmente reprobado, mientras que lo realmente reprobable se ejerce a plena luz del día. “La destrucción o el amor”, o la pasión llevada al extremo, rozando el canibalismo, lo escatológico, el reino puramente carnal de olores, sabores, tacto; de pronto, lo reproductivo es escisión, separación traumática, aniquilación del deseo, el matrimonio es sólo una forma bastarda de ese amor primitivo y más auténtico.
El niño se convierte cruelmente en un hombre adulto (“El testigo”), con sus celos, con una violencia sexual que bordea el incesto, motivada por un acontecimiento, el amor entre mujeres, que le trastorna cuando nace en él un sentimiento posesivo y de exclusión. Este terreno de lo lésbico es para la autora un espacio seguro, donde afianzar unas relaciones de confianza mutua, desinteresadas, pero que puede verse frustrado (“La semana más maravillosa de nuestras vidas”) cuando se juega a dos bandas, o más bien cuando entran en juego las mentiras de cierta clase social exitosa en la vida, supuestamente liberada, pero recelosa y desconfiada.
Se examina, por último, la mentalidad de quienes no aceptan aquello que escapa de las normas de género imperantes (“Una consulta delicada”). La transfobia, o simplemente la negación de ciertas realidades femeninas dentro de lo masculino, está muy ligada al desprecio tan arraigado de esa feminidad, pero las estrategias para mitigar esa inclinación prohibida pueden tener resultados imprevistos. A veces parece que somos islas, que el deseo ajeno es incomprensible (“Entrevista con el ángel”), un misterio y no una certeza incuestionable como creíamos; el sexo indeterminado, la ambigüedad que desbarata expectativas y roles, es el miedo, el vértigo de lo desconocido, pero también la posibilidad de entender, de entendernos mejor.
Si esta uruguaya no existiera, habría que inventarla. Irreverente defensora del deseo, de la libertad, contra todas las tonterías que nos inculcan, lo falsamente racional, sensato, convencional, que nos coarta y nos engaña. Su feminismo, poco o nada disimulado, es disidente, rechaza abiertamente al macho dominador sin caer en la pretendida equidistancia, en la falacia del “ni machismo ni feminismo”. Pero también hay una mirada valiente, explícita, cargada de humor y de poesía, al margen de cualquier tentación puritana, anglosajona y “correcta”.
Psicoanalistas y médicos son los verdugos dispuestos a sofocar como sea la verdad interior del individuo, a hacernos creer que nosotros nos equivocamos y que es un mundo enfermo terminal el que tiene la razón. Todo comienza con un simple “abre-fácil” en una botella de lejía que no se abre y que con ello obstaculiza toda una rutina diaria perfectamente calculada. Tal cosa basta para comprobar que la comodidad de la civilización, el éxito de la mujer moderna e independiente, oculta una realidad hostil donde toca tragar con todo a riesgo de parecer histérica o inestable, recibiendo la condescendencia del jefe, del marido. Así, un gesto de cómica desesperación adquiere las connotaciones de un acto de violencia castradora.
El fetiche o fijación erótica (“Fetichistas S. A.”) no es, al contrario de lo que dice la aburrida norma, una anormalidad patológica, sino el rasgo de sensualidad más íntimo imaginable. Una cierta locura, correspondida por el contrario en el mejor de los casos, pero que se basta a sí misma y que sólo está en los ojos de quien mira, en el sentimiento de quien siente, intransferible, subjetivo, y por lo tanto, radicalmente individual. Surge por lo tanto una solidaridad o camaradería entre estas personas, que sólo así encuentran comprensión, o bien con un desconocido cualquiera en la barra de un bar. No se trata de una cosificación del otro, sino más bien de una forma de devoción o fascinación (“La mujer ballena”), de reconocimiento de algo que nadie más ve y que dice bastante de uno mismo, pues el miedo o la indiferencia de unos es el placer de otros. Los cuerpos que son objeto de rechazo dictan su propia ley, emergen con carácter de entre la masa anónima.
Ocultamos a los demás las perversiones más insospechadas, que sólo un desgraciado accidente podría descubrir (“Extrañas circunstancias”). Pero lejos de hacer perverso a quien las practica, sólo revelan su vulnerabilidad, lo triste de tener que ocultar lo vergonzoso y socialmente reprobado, mientras que lo realmente reprobable se ejerce a plena luz del día. “La destrucción o el amor”, o la pasión llevada al extremo, rozando el canibalismo, lo escatológico, el reino puramente carnal de olores, sabores, tacto; de pronto, lo reproductivo es escisión, separación traumática, aniquilación del deseo, el matrimonio es sólo una forma bastarda de ese amor primitivo y más auténtico.
El niño se convierte cruelmente en un hombre adulto (“El testigo”), con sus celos, con una violencia sexual que bordea el incesto, motivada por un acontecimiento, el amor entre mujeres, que le trastorna cuando nace en él un sentimiento posesivo y de exclusión. Este terreno de lo lésbico es para la autora un espacio seguro, donde afianzar unas relaciones de confianza mutua, desinteresadas, pero que puede verse frustrado (“La semana más maravillosa de nuestras vidas”) cuando se juega a dos bandas, o más bien cuando entran en juego las mentiras de cierta clase social exitosa en la vida, supuestamente liberada, pero recelosa y desconfiada.
Se examina, por último, la mentalidad de quienes no aceptan aquello que escapa de las normas de género imperantes (“Una consulta delicada”). La transfobia, o simplemente la negación de ciertas realidades femeninas dentro de lo masculino, está muy ligada al desprecio tan arraigado de esa feminidad, pero las estrategias para mitigar esa inclinación prohibida pueden tener resultados imprevistos. A veces parece que somos islas, que el deseo ajeno es incomprensible (“Entrevista con el ángel”), un misterio y no una certeza incuestionable como creíamos; el sexo indeterminado, la ambigüedad que desbarata expectativas y roles, es el miedo, el vértigo de lo desconocido, pero también la posibilidad de entender, de entendernos mejor.