Resumen y sinopsis de Nosotros de Manuel Vilas
Una historia de amor sorprendente y magistral.
Irene cree haber vivido el matrimonio más perfecto del mundo. Años de absoluta entrega y pasión entre dos seres humanos, así evoca ella su amor con Marcelo, su difunto marido.
Tenían una conexión que maravillaba y extrañaba a su círculo más cercano: era una pareja que vivía el uno para el otro, como si cada día fuera el primero. Esta relación, la mayor de las historias de amor, los mantuvo aislados de su entorno, en los márgenes de la realidad común.
Con la pérdida de Marcelo, el mundo de Irene se rompe, pero ella descubre una insólita forma de seguir viviendo junto a él para salir adelante. Esa manera de recordar e invocar a quien fue el amor de su vida construye esta fantasía literaria.
Nosotros es una novela que explora los límites del sentimiento amoroso y a su vez un viaje a las profundidades del alma de una mujer atrapada en una utopía íntima, imaginativa y mortal. Sin embargo, poco a poco iremos descubriendo que la soledad impone su ley y su desgarro.
Agradecí el giro que da la novela cuando va llegando al final; me enganchó, no obstante, desde el principio, pero es cierto que el tono en ocasiones empalagoso de la relación descrita por Irene empezaba a resultar poco creíble y absolutamente utópico, no creo que existan relaciones así, sino es en la forma que luego se aclara.
Al final, Vilas impone su estilo, sus reflexiones, y aunque reconozco que no es de lo que más me haya gustado de este autor, lo he leído fluidamente y con ganas de continuar la historia de Irene y Marce, hasta llegar al final. Original e interesante.
Irene, mujer madura y viuda reciente, recorre la costa mediterránea en un errático viaje de hotel en hotel, de cama en cama, dilapidando su enorme fortuna en lujos y en la búsqueda de amantes ocasionales que le permitan invocar la presencia de Marcelo, su difunto marido, a quien le unía el amor más grande y más perfecto que haya existido jamás; una especie de milagro, una pasión extrema, inagotable, comparable a una fuerza de la naturaleza, que les confinó en una existencia privada e incomprensible para todos salvo para ellos mismos. En un “nosotros”, o simple pronombre, capaz de excluir y de dejar en evidencia incluso el paso del tiempo, el deterioro y la muerte física, todo lo humano, lo banal y externo a tan volcánica devoción, fundada en la carnalidad y el placer.
El argumento, en torno a desvelos y traumas sentimentales de las clases altas (la figura malvada es una peluquera de Usera, vieja y con gafas), lo inverosímil y prepotente del personaje, el continuo tono exaltado… no son demasiado prometedores, más aún cuando la novela parece que se estanca y se repite. Sin embargo, Vilas levanta una enorme, apasionada reivindicación de la imaginación, de la invención, contraria al horror y al vacío, a la fatalidad. Siendo la novela de un poeta, el lenguaje no es rebuscado, pero sí concentra su fuerza en sentencias concisas cual versos; los de un poema desgarrado, romántico hasta el extremo y retorcido, que tal vez requiere el esfuerzo de que nos metamos en el torturado interior de esta Irene; un ser paradójico, al margen de la normalidad, de quien iremos conociendo más a medida que avanza en su imprevisible persecución del ser amado; pronto nos daremos cuenta de que algo se nos escamotea, de que la realidad y el deseo nunca dejarán de estar enfrentados.
El placer, experimentado en toda su plenitud, es reivindicación central de la obra. La inclinación esencialmente egoísta, perversa, del ser humano por alcanzar su propia satisfacción, insaciable, luchando por iluminar la oscuridad en que habita. El sentimiento más poderoso es también una forma de mentira y de obsesión, de soledad; de mirar al amado sin más ojos que los que tenemos, tan cercano como opaco, distorsionado, imaginado.
“Nosotros”, en realidad, es la máscara de un un mucho más sincero “yo”. El libro termina por ser un desmontaje de ese tipo de relaciones idílicas, de los muros contra los que se estrellan. Sin embargo, el amor también es una fe que se alza sobre las leyes más elementales de la vida, cuya creyente sería una moderna mística atea, alguien que conjura fantasmas en llamas y cuyo conjuro es el poema de Quevedo, “Amor constante más allá de la muerte”, al igual que son conjurados Machado, Woolf o Juan Ramón, Lou Reed y los Rolling, Fellini. Es un don que sólo tienen los elegidos, que sin reparos tacharíamos de locura, aunque se trate de una lucidez enfrentada a todas aquellas fuerzas, como los convencionalismos, la técnica, la modernidad, las ideologías, la política, la moral, que lo intentan negar.
Más ambivalente es la cuestión económica, pues el dinero tiene singular (e irónica) presencia en la historia; el amor necesita de algo sólido, como unos buenos muebles (en lugar de unos cutres de Ikea) para sobrevivir. El dinero sin amor no sirve de nada, pero quién no goza con el derroche obsceno, con la presencia tangible, aristocrática, de las cosas exclusivas; relojes, perfumes, restaurantes, vehículos… El amor, de igual modo, es un tesoro que derrochar entre el anonimato de tantos amantes, carentes de cuerpo, de rostro.