Resumen y sinopsis de Existiríamos el mar de Belén Gopegui
Porque sería posible vivir de otra manera.
Una novela luminosa sobre la lealtad y la convivencia.
En el portal 26 de la Calle Martín Vargas de Madrid, Lena, Hugo, Ramiro, Camelia y Jara han logrado convertir el piso que comparten en un espacio de vida en común. A sus cuarenta años viven juntos por necesidad y porque forma parte de su manera de entender la convivencia y las relaciones personales. Pero la situación y el carácter de Jara son más inestables: hace tiempo que no tiene trabajo y siempre vive en vilo. ¿Por eso se ha ido sin avisar y sin dejar nota de su paradero?
Existiríamos el mar es un soplo de energía que nos lleva a los caminos donde se unen la fragilidad y la fuerza, lo difícil y lo posible, los nuevos comienzos, y formas diferentes de perseverancia y de lealtad. Belén Gopegui ha escrito una novela osada y conmovedora de historias comunes donde lo más intenso no reside ni en lo más oscuro ni en lo más turbio, sino, a veces, muchas veces, en momentos de respeto, risas, charla, felicidad, apoyo mutuo o rabia compartida.
He seguido a Belén Gopegui desde sus primeros libros y la sigo siguiendo, valga la redundancia, a pesar de que muchas de las premisas de sus libros y de las conclusiones que saca en sus personajes me parezcan incompletas. No digo erróneas, ni equivocadas, sino incompletas. Por muchos motivos, que no se pueden resumir en una pequeña reseña. Existiríamos el mar no es, como han escrito algunos, una «novela luminosa» sino, a mi modo de ver, más bien lo contrario. Es una novela de supervivientes, por usar esta palabra tan de moda.
Cinco madrileños en torno a los cuarenta comparten un piso cerca de Embajadores y han creado una comunidad funcional que les permite afrontar sueldos precarios, luchas sindicales, roturas sentimentales e incluso toda una pandemia. Una de ellos, Jara, desaparece tras una larga temporada en paro y huye a una pequeña ciudad aragonesa para solucionar, al menos a corto plazo, el dilema en que se encuentra: «no eres» si no trabajas, en lo que sea, aunque te exploten. Los otros cuatro se plantean el dilema de dejarla ir —les ha hecho saber que se encuentra bien y que no quiere que la busquen— o seguirla, aunque sea solamente para decirle que la quieren.
Me ha llamado la atención que la generación a que pertenecen los protagonistas es la siguiente a la mía, mientras que a Gopegui la situaría más cerca de la mía que de la de ellos. La precariedad, o más bien la conciencia de ella, una sociedad en la que los náufragos sentimentales son la mayoría, y no la excepción, la ausencia de niños en la vida de cada vez más personas, la decepción de la política "oficial" como vía de solución, el refugio en las actividades sindicales por libre y muchos otros factores marcan una época en la que la solidaridad resulta cada vez más difícil, tanto por las fuerzas disociadoras y atomizadoras a que nos vemos sometidos (aquí coincido con Gopegui) como por la ausencia de unos valores con suficiente entidad y peso (aquí no coincido con Gopegui) para fundamentar una actitud de esperanza (no necesariamente en sentido religioso).
Junto al ejemplo positivo de una simbiosis que funciona —quién sabe por cuánto tiempo, admiten sus integrantes—, el análisis del «sistema» se plantea como un conglomerado de injusticias, desde el empleo asalariado y el hecho de tener que pagar un alquiler por vivir hasta la imposibilidad de ejercer el «derecho a vivir». Pero ya digo que no voy a entrar em las premisas y las conclusiones de la autora, a la que seguiré leyendo, pese a nuestras diferencias, aunque sea solamente para conocer sus puntos de vista y para, a veces, poder decir que no estoy del todo de acuerdo con ella.