Resumen y sinopsis de Feria de Ana Iris Simón
«Tendré que llevarte al cerro de la Virgen y tendré que decirte que eso es La Mancha y que es de esa tierra naranja de donde venimos, que ese manto de esparto que no acaba nunca es lo que eres. Tendré que explicarte lo que es un Pueblo y sabrás que el nuestro está atravesado por tres realidades: la ausencia total de relieve, el Quijote y el viento. Tendré que recordarte que eres nieto de familia postal, bisnieto de campesinos y feriantes, tataranieto de carabinero exiliado y de quincallera, y que sientas entonces que eres heredero de una raza mítica».
Ana Iris creció escuchando a sus abuelos el relato de dos mundos que se desvanecen. Unos, feriantes, quejándose de que cada vez tenían más trampas y menos perras, porque a medida que la vida se convertía en una feria —la de las vanidades—, la auténtica feria dejaba de tener sentido. Los otros abuelos, campesinos, le transmitieron el arraigo mágico de la tierra. Y fue ese abuelo el que la llevó un día a un almendro y le dijo que lo había plantado él, así que pa ella era su sombra.
Feria es una oda salvaje a una España que ya no existe, que ya no es. La que cabía en la foto que llevaba su abuelo en la cartera con un gitano a un lado y al otro un Guardia Civil. Un relato deslenguado y directo de un tiempo no tan lejano en el que importaba más que los niños disfrutaran tirando petardos que el susto que se llevasen los perros. También es una advertencia de que la infancia rural, además de respirar aire puro, es conocer la ubicación del puticlub y reírse con el tonto del pueblo. Un repaso a las grietas de la modernidad y una invitación a volver a mirar lo sagrado del mundo: la tradición, la estirpe, el habla, el territorio. Y a no olvidar que lo único que nos sostiene es, al fin, la memoria.
El que este libro haya dado en la diana de crítica y público tiene más que ver con la oportunidad del tema y el perfil de sus destinatarios potenciales que con su calidad literaria o su originalidad. No es que no tenga ni lo uno ni lo otro, porque ciertamente está escrito con oficio y su autora es capaz de aportar reflexiones novedosas sobre temas manifiestamente trillados. Pero su éxito radica esencialmente en apelar a la nostalgia por un tiempo que a la generación de cuarentones se le representa con una pátina de autenticidad que puede ser más o menos engañosa pero que desde luego resulta efectiva como reclamo emocional.
Es un libro que busca decir lo que la política de la corrección ha velado consciente o inconscientemente en estos tiempos de reivindicación feminista muchas veces desenfocada y ensimismada y no pocas deliberadamente sectaria. Y en este aspecto logra una empatía y un sentido de identificación (al menos por mi parte) que hace de su lectura un pasatiempo bastante más que llevadero.
El planteamiento cojea, sin embargo, en esa descripción almibarada e idílica de la familia de la protagonista. A lo mejor fue realmente así, y en ese caso la felicito sinceramente. Pero me cuesta pensar que cada personaje sea más carismático, entrañable y original que el anterior, como, si por el simple hecho de habitar en la época pre-Internet, toda existencia y toda peripecia se nos tuvieran que representar necesariamente plenas de una inocencia y una autenticidad (realmente la novela es un empeño continuo de reivindicación de lo “auténtico” con mayúsculas) que se me antojan cuando menos dudosas. Pero como digo, si los recuerdos de la autora son esos, no seré yo quien dude de lo verídico y lo esencial de su relato.
Otra cosa que me ha resultado incluso cargante es esa apelación a un cierto “realismo mágico” de corte manchego que inauguró Pedro Almodóvar en “Volver” y con el que personalmente no empatizo nada. Parece que se pretende hacer de La Mancha un Macondo a la española, no sé si por aportar colorido, por enriquecer el panorama recio de Castilla… no sé, realmente. No acabo de ver qué pinta ese recurso a lo sobrenatural, que ya empieza a aburrir por manido y sobreexplotado (pero vamos, que conste que una servidora no está hecha para los fantasmas, los espíritus y energías rampantes en general).
Y para terminar diré que, cuando se juega la baza de lo antipolíticamente correcto, se traza una línea divergente que se curva poco a poco y que, tras tirabuzones varios, acaricia peligrosamente el extremo del que partió.
La autora pinta con frescura el retrato, muy manchego y noventero, de una infancia que discurre entre feriantes, campesinos, realismo mágico y comunismo. Un niña resuelta y algo bruja, que se hace a cobijo de dos grandes clanes, a veces cara, otras cruz, pero unidos por la raíz que cimenta toda la obra, esa infinita llanura de esparto, viento y cielo que es La Mancha. Una novela sencilla que se expande, con llanura, Camela y feria