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Víctor Miguel Gallardo (Página 22)

Las raíces mitológicas de la obra de Tolkien

AutorVíctor Miguel Gallardo el 7 de marzo de 2009 en Divulgación

Smaug

Pocos escritores han dado tanto de qué hablar como el británico John Ronald Reuel Tolkien. Para lo bueno, como uno de los máximos exponentes (si no el que más) de la alta fantasía y renovador del género épico, y también para lo malo. Autores posteriores lo han tachado, a él y a su obra, de tradicional, reaccionaria, racista y filocristiana. Incluso se ha hablado de su simpatía hacia los nazis, cosa no del todo incierta toda vez que, como conservador, veía un mayor peligro en la Unión Soviética que en la primera Alemania de Hitler. No obstante, no hace falta leer a Ishiguro para certificar que era ésta una opinión bastante difundida en el Reino Unido durante el período de entreguerras y, en todo caso, Tolkien no puede ser acusado ni de antisemita ni de racista (diversos testimonios, cartas y conferencias suyas lo atestiguan).

Tampoco queda muy claro que Tolkien pudiera sentirse satisfecho con que su obra fuera encuadrada dentro del género fantástico. Si tomamos su universo propio, el de la Tierra Media desde su creación hasta el inicio de la Edad de los Hombres, en que acaba El Señor de los Anillos, como un mundo imaginario sin más, no habría inconveniente en hablar de él como un autor más de ficción escapista. El problema radica en que, tal y como Tolkien concibió sus historias, todo lo que nos cuenta no es más que una reescritura de la protohistoria humana. Hablar de que su obra (o más concretamente las leyendas que la jalonan) tiene influencias de las mitologías griega, judeocristiana, anglosajona o nórdica es hacer el camino inverso al que él desarrolló: el corpus mitológico occidental no influye en la obra de Tolkien, la mitología propia desarrollada principalmente en el compendio titulado por su hijo (erróneamente, a mi juicio) como Silmarillion pretende ser la raíz, el tronco común, del que emanan todas las mencionadas mitologías.

En su concepción del Universo, Tolkien reinterpreta los mitos que han conformado la ideología occidental e imagina un origen único para las leyendas que conformaron civilizaciones tan dispares como la normanda, la griega o la judía. Si de las tradiciones nórdicas y anglosajonas aprovecha sobre todo un contexto social y bélico de raíces artúricas y un rico bestiario plagado de referencias a elfos, gnomos y hombres con características sobrehumanas, el panteón griego es utilizado para explicar el origen del mundo y el imaginario judeocristiano para justificar la evolución tanto de las razas mortales como de las inmortales. Estas últimas razas, divinas o semidivinas, desaparecen de la faz de la tierra tras la Guerra del Anillo: con Sauron y el Balrog derrotados y los magos y los elfos (cuya inmortalidad proviene de haber podido contemplar a los dioses cara a cara, claro referente bíblico) en tránsito hacia la tierra bendita de Aman, incluso habría que poner en duda la supervivencia de Tom Bombadil, probablemente el último carácter mágico que habitaría, según Tolkien, la Tierra. Todo lo que de mágico (es decir, el remanente de la divinidad) tenía el mundo desaparece, dando paso a las edades, más mundanas, que nosotros conocemos.

Tolkien

Hay muchas más referencias reconocibles: el mito de la Atlántida es sustituido por Númenor, la gran isla del oeste. Al igual que pasó con los atlantes, los numenoreanos son castigados por los dioses debido a su soberbia, aunque Tolkien da una explicación más completa, ya no sólo de las razones (principalmente la búsqueda de una inmortalidad que les es negada) sino también de las disidencias internas entre los fieles y los rebeldes.

Se dice varias veces que la Tierra Media, durante la Tercera Edad, está en plena transición. No es descabellado imaginar que no sólo se hablaba de cambios sociales y de la nueva hegemonía humana que estaba por venir: también los continentes estaban cambiando. La Comarca, plagada de hobbits que no desean ver mundo y que prefieren dedicarse a sus cosas, no sería más que las futuras Islas Británicas. Tal vez sea hilar muy fino, pero Harad, al sur, es obviamente África y los hombres cetrinos del este no pueden ser sino asiáticos.

Sería mejor, por tanto, y si tomamos como buenas estas consideraciones, considerar a Tolkien como un escritor de Mitología, no de Fantasía.

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Stalin vuelve de la tumba

AutorVíctor Miguel Gallardo el 5 de marzo de 2009 en Divulgación

Stalin

El historiador británico Orlando Figes, especialista en la Historia de Rusia en el siglo XX, se está convirtiendo a marchas forzadas en un personaje popular en el país objeto de su estudio. Hasta 2007 sus obras habían versado, fundamentalmente, acerca de la Guerra Civil y la Revolución Rusa. Si bien La Revolución rusa: La tragedia de un pueblo 1891-1924 era crítica con los Héroes de la Revolución, en 1996, fecha de su publicación, sus tesis eran aceptables para un gobierno democrático ruso todavía en pañales que intentaba hacer tábula rasa con el régimen comunista finiquitado por Gorbachov en 1991.

En 2007 se publicó Los que susurran (que próximamente verá la luz traducida al español en Edhasa), una obra acerca de la vida del ciudadano común soviético durante la Rusia estalinista. Curiosamente, y aunque ha sido publicada en todos los idiomas europeos de la antigua Unión Soviética, todavía no lo ha sido al ruso. La traducción corre a cargo de Dynastia, una organización sin ánimo de lucro, pero a día de hoy Figes no cuenta con casa editora en Rusia después de que la editorial Atticus, con quien había firmado un contrato, haya decidido romper dicho acuerdo de forma unilateral. Orlando Figes ha declarado desde Holanda, donde se encontraba asistiendo a un seminario, que Atticus ha sido presionada por el Kremlin para tomar esta decisión, tal y como recogió el diario británico The Guardian, para el cual escribió unas líneas explicando lo que él considera como una auténtica campaña de censura de su obra orquestada por Putin y otros altos cargos rusos.

Los que susurran

Existen dos hechos demostrados: el primero, la actitud de Atticus. Más importante si cabe es lo ocurrido a principios de diciembre pasado, cuando un grupo de miembros de las fuerzas de seguridad rusas entraron, ataviados de pasamontañas, en la sede de la Sociedad de la Memoria, en San Petersburgo. En teoría estaban buscando, en palabras del propio Figes, un “artículo de un diario sin conexiones con la Sociedad de la Memoria”, lo que él considera como mera excusa para obtener importante información que él usó para su polémico libro. Así, los policías confiscaron gran cantidad de material, en especial varios discos duros que contenían bases de datos con información biográfica de las víctimas de la represión bajo Stalin, detalles sobre fosas comunes en los alrededores de la ciudad del Hermitage y la Perspectiva Nevsky, grabaciones de sonido y transcripciones de entrevistas.

Siempre según Figes, desde hace unos años la administración Putin está intentando suavizar por todos los medios la imagen negativa que, en el ruso de a pie, se tiene acerca de Stalin y sus más de treinta años de férreo dominio de la URSS. No se trata, en todo caso, de rehabilitar la figura del dictador georgiano, sino más bien hacer menos hincapié en su política de gulag, paranoia clínica y represión y más en sus logros (victoria sobre los nazis en la Segunda Guerra Mundial, industrialización del país, reconocimiento internacional, etc.). Nuevos libros de texto más acordes con la nueva dirección tomada han sustituido a los viejos en los que Stalin no salía demasiado bien parado, por poner un ejemplo citado por el historiador, que es consciente de que su última obra no es precisamente magnánima con las actitudes que, hacia los ciudadanos y Rusia en general, tuvo el sucesor de Lenin.

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El Padrino reeditado: Una oferta que no podrás rechazar

AutorVíctor Miguel Gallardo el 5 de marzo de 2009 en Noticias

Clamando ya al cielo estaban muchos lectores desde hace meses por la práctica imposibilidad de encontrar un ejemplar de bolsillo de la inmortal novela de Mario Puzo, a no ser por puro azar o en librerías de segunda mano. Para los libreros era casi peor: justificar la descatalogación por parte de Byblos de uno de los libros más vendidos de todos los tiempos (a estas alturas la cifra supera ampliamente los veinte millones de ejemplares en todo el mundo) significaba convertirse en abogado del diablo (o de Ediciones B).

No obstante, todo huele a estrategia comercial muy bien montada: descatalogar el libro en formato bolsillo y, aprovechando que el 10 de marzo se cumplen cuarenta años de su publicación en Estados Unidos, lanzarlo a bombo y platillo en tapa dura, formato en el que ya hacía tiempo que no se imprimía en este país. El precio se cuatriplica (de cinco a veinte euros) pero para los aficionados al universo creado por Puzo y corroborado fílmicamente de manera excepcional por Francis Ford Coppola es una muy buena noticia.

El padrino

A las ventajas de la nueva presentación se une una muy significativa para todos los que consideramos un libro como algo más que unas páginas encoladas llenas de letras: por fin se recupera una cubierta digna para la obra. Porque horrorosas eran las portadas a las que nos tenía acostumbrados la colección Byblos, y El Padrino no era la excepción que confirma la regla precisamente. La molesta costumbre de colocar en la portada fotogramas de películas (cuando no, directamente, el cartel promocional) en novelas que han sido adaptadas al cine tiene su sentido práctico en un mundo en el que hay más aficionados al cine que lectores. Ver a Tom Hanks en la edición de bolsillo de El Código Da Vinci es cuestión de tiempo (me pregunto si lo habrán hecho ya por otros lares), pero en todo caso ya podemos sustituir al bueno de Marlon Brando de nuestras estanterías por una portada basada en la original de 1969 ideada por los creativos de la editora G. P. Putnam´s Sons de Nueva York. A saber, la popular mano que maneja los hilos que luego se haría mundialmente famosa al ser incluida también en las tres películas basadas en la historia de los Corleone.

Esta reedición, y este aniversario, pueden suponer el momento perfecto para redescubrir la novela que hizo que la mafia se convirtiera en uno de los temas recurrentes en cine, literatura y televisión. Para los que ya la conocemos, volver a comprobar como un hombre bueno, Michael Corleone, acaba convertido en un digno sucesor de su padre, don Vito, nunca está de más. Para los que sólo conocen la saga cinematográfica y se declaran fanáticos, que haberlos haylos, es una oportunidad única para conocer cómo se generó todo. Sea como sea, nunca está de más volver a acercarse a Sicilia, Hell’s Kitchen y Long Island, las tres etapas en la vida de los Corleone.

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Los Protocolos de los Sabios de Sión (I)

AutorVíctor Miguel Gallardo el 1 de marzo de 2009 en Divulgación

Protocolos de Sion

Pocos libros han sido tan influyentes durante el siglo XX como Los protocolos de los sabios de Sión; y, desde luego, difícil es encontrar otra obra que haya generado más controversia, que haya sido distribuida más profusamente o que, más de cien años después de su publicación, todavía siga leyéndose de forma apasionada en ciertos círculos tomando como verdaderas las teorías conspirativas explicadas detalladamente en el compendio.

Tras muchos siglos de antisemitismo en Europa, la publicación de los protocolos en Rusia, primero por entregas en el diario Znamya, en 1903, y dos años después como apéndice a El Grande en el Pequeño: El Advenimiento del Anticristo y el Dominio de Satán en la Tierra, de Sergei Nilus, encontró un terreno perfectamente abonado para su difusión a gran escala. Dentro del contexto de los últimos años de la Rusia zarista, con un estado empobrecido por crisis agrarias constantes y guerras incomprensibles para la práctica totalidad de la población, la aparición de un panfleto que marcaba claramente con el dedo a los responsables de la situación económica insostenible en que vivía el gigantesco país fue acogido con entusiasmo a duras penas contenido por ciertas clases sociales, tales como la empobrecida burguesía urbana, el ejército, el clero ortodoxo o ciertos aristócratas venidos a menos. Además, en los Protocolos, el problema judío era directamente relacionado con el incipiente movimiento socialista y con la masonería internacional.

Protocolos de Sion

Tras la Revolución, emigrantes anti-comunistas propagaron el libro por toda Europa occidental, tal y como ya habían hecho soldados zaristas años antes en Extremo Oriente. En los confines del continente asiático los Protocolos tuvieron un impacto mínimo en sociedades que vivían ajenas a los conflictos que habían teñido Europa de sangre durante siglos: si bien existían pequeñas y relativamente prósperas comunidades judías en Kobe o Shanghai, para japoneses y chinos esta población no era más problemática que cualquier otra comunidad extranjera instalada en su país. Así, sin perjuicios más allá de los étnicos propios de la cultura japonesa, esencialmente racista, los Protocolos causaron en las altas jerarquías un impacto muy diferente al que debían de tener en el resto del mundo. A ojos de los japoneses, los judíos no eran un problema, sino una solución para sus planes expansionistas por el resto del continente asiático. Así nació en los años 30 el Plan Fugu, un ambicioso proyecto del gobierno japonés para recolocar en Manchuria y otras partes del continente, con ayuda económica estadounidense, a todo aquel judío europeo que lo deseara. La iniciativa respondía a ciertas acusaciones vertidas en los Protocolos, especialmente la máxima de que los judíos eran, casi de forma literal, máquinas de hacer dinero allí donde fueran. Además, de haberse llevado a cabo de forma exitosa, el Plan Fugu habría beneficiado diplomáticamente a Japón por partida doble: por un lado, Alemania podría deshacerse de su población judía a un coste ridículo. Por el otro, los financieros estadounidenses judíos, influyentes ya entonces en la maquinaria gubernamental de la Unión, harían que Estados Unidos cambiara la percepción de que Japón era un rival en el Pacífico, convirtiéndoles virtualmente en aliados.

El Plan Fugu falló debido a que, aunque había apoyos financieros, Alemania no colaboró, y la comunidad judía de Shanghai pidió formalmente a las autoridades niponas que dejaran de enviar emigrantes ante la incapacidad de atenderlos de forma adecuada. Tras el fin de la Segunda Guerra Mundial la mayor parte de los judíos asentados en Japón se trasladaron a Palestina, quedado hoy dos pequeñas comunidades, una en Tokyo y otra en Kobe, débiles reflejos de lo que pudo haber sido y no fue. Pero, no obstante, la influencia del sionismo ya era tan clara que incluso se fundaron religiones, como la Makuya, que identificaban al pueblo japonés con supervivientes de una de las tribus perdidas de Israel.

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El Lector, de Bernhard Schlink

AutorVíctor Miguel Gallardo el 21 de febrero de 2009 en Divulgación

El Lector

Es interesante constatar, y no es un tema demasiado recurrente en literatura y cine, que la Alemania nazi no estuvo formada tan sólo por hombres y mujeres adeptos a la causa de Hitler: también, tal vez en igual o mayor proporción, muchos otros fueron arrastrados a la vorágine del Tercer Reich por múltiples razones que no incluían la adopción como propios de los valores del NSDAP. En la recién estrenada Valkiria, por ejemplo, queda patente que una parte importante del ejército, en especial los descendientes de la nobleza prusiana, fueron soldados del Reich extremadamente eficientes que distaban mucho de considerarse nazis. En la galardonada La lista de Schindler el mismo protagonista, aunque miembro del partido, tampoco es un nazi en toda regla: su adhesión al régimen venía dada no tanto por convicciones políticas sino más bien por conveniencia, en su caso empresarial.

El lector, la nueva película del siempre sorprendente Stephen Daldry (director de Las horas y de Billy Elliot) está basada en la novela del mismo nombre del autor nacido en Bielefeld Bernhard Schlink. La novela, en parte autobiográfica, vio la luz en 1995 y se convirtió en un éxito de ventas ya no sólo en Alemania, sino también en Francia, Italia y otros muchos países. Tanto en una como en la otra el trasfondo de una Alemania no nazi durante el Tercer Reich cobra un peso específico clave para entender la historia y todas sus implicaciones.

The Reader

También es interesante hacer notar, dentro de los últimos días de la Alemania nazi y más concretamente involucradas en la “Solución Final”, la presencia de mujeres en campos de concentración y demás. Algunas fueron reputadas nazis, por convicción y devoción, tal es el caso de la controvertida y odiada Irma Grese (1923-1945). Grese, apodada “la perra de Belsen”, fue una integrante de la SS que desempeñó diversos cargos de alto rango en los campos de Auschwitz-Birkenau, Bergen-Belsen y Ravensbruck. Muchas fueron las mujeres judías que murieron por orden suya, pero su lamentable fama se debe más a su sadismo para con las prisioneras que a su militancia activa en la Schutzstaffel (literalmente “escuadrón de defensa”, aunque esta organización ha pasado a la historia por sus siglas en alemán). Irma Grese, tras la liberación aliada, fue condenada a la horca y ejecutada por las autoridades británicas. Otro caso análogo es el de Ilse Koch, a la que la pena de muerte se le conmutó por la cadena perpetua. Si Irma Grese, cuando se leyó el veredicto de su juicio, montó en cólera no aceptando haber cometido nada condenable, Ilse Koch, veinte años después del fin de la guerra, no mostraba tampoco ningún arrepentimiento por su conducta en los campos de Sachsenhausen, Buchenwald y Majdanek, tal y como demuestra su correspondencia desde la cárcel con su hijo.

El lector es también la historia de una de esas mujeres que tuvieron vidas a su cargo en los campos de concentración nazis. En consonancia con Koch y Grese, también Hanna Schmitz, la protagonista de la historia, tiene unos orígenes humildes. En contraposición a ellas, Schmitz hizo lo que hizo más por el instinto de supervivencia de una mujer abocada a la pobreza más absoluta que por las ganas de medrar dentro del Reich… o por el sadismo y gusto por la tortura y la humillación ajenas.

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La Duda, de John Patrick Shanley

AutorVíctor Miguel Gallardo el 14 de febrero de 2009 en Divulgación

La duda

John Patrick Shanley es considerado por los vecinos del Bronx, que ya lo incluyeron en el Bronx Walk of Fame en 2004, como uno de sus más importantes paisanos. No el más famoso, desde luego, teniendo en cuenta a nombres como el guitarrista de los KISS “Ace” Frehley, el rapero Afrika Bambaataa, la escritora Mary Higgins Clark o el actor Danny Aiello (por no mencionar a los recurrentes Woody Allen, Al Pacino, Calvin Klein o J.Lo), pero sí uno de los que se hizo popular utilizando el Bronx como sujeto activo de su carrera como guionista, dramaturgo y director teatral y cinematográfico. Lo paradójico es que, si bien la mayor parte de su obra está ambientada en el barrio en el que creció, su único Oscar (hasta ahora, ya se verá si 2009 le tiene reservado alguna sorpresa) lo consiguió por un guión, el de la película protagonizada por Cher y Nicolas Cage, Hechizo de luna, que tomaba como trasfondo Brooklyn y no el Bronx.

No es el caso de Doubt: A ParableLa Duda-, la obra teatral que acaba de ser llevada exitosamente al cine y que cuenta una historia ambientada en un estricto colegio católico del Bronx durante los años 60. Aunque no es determinante para la historia, la pincelada social, más allá de la rigidez educativa de la directora de la institución en contraposición a las opiniones menos conservadoras del sacerdote protagonista, queda de manifiesto en el hecho de que acaba de ingresar el primer estudiante negro de la historia del colegio.

Ganadora de cuatro premios Tony y del Pulitzer a mejor pieza teatral, se estrenó fuera de los circuitos de Broadway en noviembre de 2004, en donde se puso de manifiesto de inmediato que tenía más que posibilidades de dar el salto a los teatros más importantes de Nueva York. Así, tan sólo cinco meses después de su estreno, pasaba al Walter Kerr Theatre, uno de los más pequeños de Broadway, en donde permaneció año y medio de forma ininterrumpida acumulando medio millar de representaciones. El Pulitzer fue el espaldarazo definitivo y la confirmación para Shanley de que aquella pequeña historia ambientada en su barrio en los años 60 (una constante, lugar y tiempo, de su carrera) podría llegar a funcionar también en la gran pantalla.

Shanley

Porque, más allá de todo esto, el Bronx, así como escenario habitual en la obra de Shanley y de otros muchos escritores y cineastas nacidos allí, en él vuelve a reivindicarse como algo más que una amalgama étnica (irlandeses, italianos, dominicanos y afroamericanos enemistados entre ellos de forma continua) y un nido de delincuencia que desde allí se extiende, hacia el sur, por toda la gran manzana. El Bronx podría ser el corazón, ya no de Nueva York, sino de los Estados Unidos urbanos: un corazón formado por gente sencilla, por obreros blancos, negros y latinos, un lugar en el que el jazz se expandió como la pólvora, en donde se tocó buen rock en los garajes de familias católicas y la sopa primordial donde nació el hip hop. Por eso John Patrick Shanley es el prototipo de buen vecino del Bronx: ha podido, desde su posición, seguir alimentando la leyenda negra del distrito pero, en cambio, ha optado por dignificarlo contando pequeñas historias que podrían ocurrir en cualquier otro lugar de los Estados Unidos.

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Libros para San Valentín: Amores perros

AutorVíctor Miguel Gallardo el 13 de febrero de 2009 en Divulgación

San Valentín

Ni empalagan ni tienen finales felices; a fin de cuentas, no todo el monte es orégano y, en la vida real, no todas las historias de amor son posibles, viables y acaban bien con el consabido y ya casi digno de chiste “y comieron perdices”. Con los libros pasa exactamente lo mismo.

El señor de los anillos, de J. R. R. Tolkien (1954). No sólo en este libro del inmortal autor inglés aparecen varios amores imposibles o abocados al desastre: en el grueso de su obra, al igual que sucede en las mitologías celta y escandinava de las que principalmente bebió, hay referencias a historias de amor que no acaban precisamente bien. En el Silmarillion (1977) existen varias, siendo particularmente importante (y muy mencionada directa e indirectamente en su obra cumbre) la que incumbe a Beren y Lúthien. En El señor de los anillos la historia de estos dos amantes se repite en las figuras de Aragorn y Arwen. Al igual que aquellos, la única manera de estar juntos es a través del sacrificio de la chica y la renuncia a la inmortalidad. Supongo que muchos podrían opinar que estamos, después de todo, ante un final feliz, pero un amor anti-natura (en ambos casos un mortal y una inmortal) que sólo puede llevarse a cabo si una de las partes renuncia a su propia naturaleza no se me antoja demasiado satisfactorio, sobre todo para una de las partes (huelga decir cuál). ¿El amor aliena? Lo que es seguro es que la literatura universal está llena de este tipo de sacrificios románticos. Sin salir de este libro, la fallida relación entre Éowyn y Aragorn, ya que para él la motivación principal para reclamar su corona es conseguir a Arwen, ofreciéndole a la rohirrim unas calabazas como pocas se han visto en la literatura, acaba con ella en los brazos de Faramir, que precisamente se ha enamorado más de la tristeza que emana de ella que de ella misma. Otra historia de amor que da en qué pensar.

Plataforma, de Michel Houellebecq (2001). Ya desde el principio de esta sensacional novela queda claro para cualquier lector avispado que Michel Renault, el protagonista, no puede participar en ninguna relación de amor como sujeto activo. Ni siquiera en una poco convencional como la que le ofrece el personaje de Valérie: incluso con ella, y aunque moderadamente feliz para lo que en Renault es habitual, se deja llevar una y otra vez casi sin involucrarse. La redención final no se lleva a cabo porque, justo cuando parece que Renault empieza a sonreír por algo más que por unas piernas de mujer abiertas, las cosas se tuercen. Del todo.

Lo que queda del día, de Kazuo Ishiguro (1989). Aquí ni siquiera hay amor, ni correspondido ni sin corresponder: los sentimientos de Stevens y Miss Kenton son, para él, algo tan accesorio, que ni siquiera son importantes realmente todas las cosas que harían de su relación algo imposible. Lo realmente trascendente es el sentido del deber por lo que no habrá opción para indagar y preguntarse si siente por Miss Kenton algo más que la complicidad nacida tras años de trabajo codo con codo. Lógico en alguien que nunca amó y que jamás, debido a su posición, tuvo la oportunidad de madurar afectivamente, al creer que, sencillamente, esas cosas no están hechas para él.

Nombre de la rosa

Pórtico, de Frederik Pohl (1977). También hay una historia de amor y desamor encerrada en una de las más importantes novelas de ciencia ficción del siglo XX. Un amor de ida y vuelta, y nunca mejor dicho si se echa un vistazo a la premisa de la obra, en el que Robinette Broadhead, protagonista único de Pórtico, no puede decidir. La imposibilidad de ser feliz en unas circunstancias extremas en las que la única manera de conseguir un futuro consiste en jugarse el cuello, literalmente, en cuanto se presenta la oportunidad (y todo ello con una posibilidad, ya no sólo de éxito, sino de supervivencia, desfavorable) incide negativamente en el ánimo de Broadhead. Porque, después de todo, y si la máxima es un descorazonador No future, ¿para qué preocuparse por mantener dentro de la cordura unos lazos afectivos que no van a poder llegar a buen término? Ante todo esto no queda otra opción, al menos para él, que la desidia. Y un amor dominado por este sentimiento puede explotar en cualquier momento.

El nombre de la rosa, de Umberto Eco (1980). Para terminar, y ya que he hablado de los amores que suponen un sacrificio extremo, de los amores truncados, de los amores insinuados y nunca conseguidos y de los amores apáticos, qué mejor broche que los amores prohibidos. En esta inmortal obra, además, están literalmente prohibidos. Sea el “amor” (pongamos muchas comillas ante lo que no es más que el descubrimiento del placer erótico) entre el pobre Adso de Melk y una campesina, prohibido en cuanto él está limitado por unos votos monásticos, como el goce homoerótico de algunos de los monjes (que unen el desacato al voto de castidad a un amor anti-natura inconcebible en la Edad Media europea), es evidente que nada puede salir bien. De hecho, todo lo contrario.

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La sonrisa del jaguar: Salman Rushdie en Nicaragua

AutorVíctor Miguel Gallardo el 8 de febrero de 2009 en Reseñas

jaguar

Cuando el autor británico de origen indio visitó Nicaragua en 1986 todavía no era mundialmente famoso: su obra Hijos de la medianoche, publicada en 1980, le había convertido en un autor premiado y leído con profusión, mas todavía faltaban dos años para que Los versos satánicos lo catapultaran al ojo del huracán mediático. En muchas partes del mundo habría sido recibido con indiferencia, pero la Nicaragua sandinista era distinta. Tal como certificó Rushdie tras visitarla, y en concordancia con lo que aseguraban los miembros de la intelligentsia revolucionaria, Nicaragua era un país de poetas. Muchos eran, desde luego, los intelectuales comprometidos con la revolución sandinista; y como tales, como hombres y mujeres instruidos, recibieron a Rushdie en su país.

Rushdie viajó a Managua predispuesto a sentir simpatía por el gobierno nicaragüense. Como reconoció en La sonrisa del jaguar, libro en el que narra su experiencia en el país centroamericano, sentía que la India y Nicaragua formaban parte de un todo: un Tercer Mundo que intentaba cortar las cadenas con los gobiernos y las empresas del Primer Mundo. Para los sandinistas la llegada de Rushdie, que coincidió en el tiempo con el viaje al norte de Nicaragua de docenas de asesores agrícolas del Medio Oeste estadounidense descontentos con las injerencias de la administración Reagan en América Central, suponía una gran oportunidad para lavar la cara de un gobierno acusado de dictatorial y censurador. Le pusieron todo tipo de facilidades para conocer el país, pero no pudieron ocultarle parte de la verdad del momento: el centro de Managua, por ejemplo, seguía estando arrasado tras el terremoto de 1972, incapaz el gobierno de reconstruir la zona cuando el resto del país tenía cosas más importantes en qué pensar. Por ejemplo, en la guerrilla que asolaba el norte de Nicaragua. O en las crisis de alimentos y de sanidad, parcialmente subsanada esta última con la ayuda de médicos cubanos acostumbrados a ejercer con los medicamentos y el material justos.

Sandinista

La buena predisposición de Rushdie se traslada a un libro escrito con el corazón en el puño. No puede evitar criticar la censura de los medios de comunicación no afines al gobierno, aunque comprende las razones dadas por los sandinistas (principalmente la sospecha de que aquellos se financiaban con dinero estadounidense, el mismo que mantenía a la guerrilla de la Contra). También critica veladamente a ciertos miembros del gobierno, pero nunca con tal virulencia como a la entonces opositora (y posteriormente presidenta del país) Violeta Chamorro, a la que prácticamente acusa de vivir de espaldas a la realidad nicaragüense.

Interesante también resulta el relato de su visita a uno de los lugares más olvidados de América, la Nicaragua caribeña, una zona anglófona con gran población de origen africano y prácticamente incomunicada con la Nicaragua del Pacífico. En ella el sandinismo apenas era comprendido por las comunidades indias que, en beneficio de la Revolución, habían sido reasentadas para aumentar la productividad y hacer más llevaderas para los médicos y profesores sandinistas sus funciones. Un error toda vez que algunas de las etnias amerindias eran antagónicas y, ante todo, reacias al traslado, lo cual desembocó en que muchos de esos indios acabaran luchando a su vez contra el invasor blanco hispanoparlante que venía desde el este del país.

Más de dos décadas después de su publicación, La sonrisa del Jaguar sigue siendo de lectura más que recomendable para aquel que quiera saber más de las revoluciones latinoamericanas de izquierdas que, ahora más que nunca, le ganan terreno al liberalismo imperante desde las guerras de independencia.

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