J.G. Ballard, mito del género fantástico
No es una exageración, o al menos no se lo parecerá a gran parte de los aficionados al género fantástico, afirmar que el británico James Graham Ballard, recientemente fallecido a la edad de setenta y ocho años a consecuencia de un cáncer de próstata, era una de las pocas leyendas del género que permanecían con vida. En menos de tres años han fallecido tres de los autores más importantes de ese movimiento, denominado New Wave (o Nueva Ola para los hispanohablantes), que renovó la ciencia ficción en las décadas de los sesenta y setenta: Kurt Vonnegut en 2007, Thomas Disch en 2008 y el propio Ballard. Esto, unido a otros decesos de escritores considerados imprescindibles en el fantástico (especialmente el de Stanislaw Lem en 2006, de gran impacto entre sus lectores), sirve para alimentar el pesimismo instalado entre los aficionados desde hace tiempo. La muerte de Ballard no hace sino confirmar que, dentro de no mucho, ya no quedará ni uno sola de las grandes voces de la ciencia ficción.
Esto sería asumible de existir un recambio generacional cualitativamente comparable, pero ahí radica el problema: la tan trillada máxima de “cualquier tiempo pasado fue mejor” se ha convertido, de un tiempo a esta parte, en la consigna suprema de muchos aficionados a la ciencia ficción. ¿Realmente no ha surgido, en todo este tiempo, una generación válida para reemplazar a los ancianos mitos? ¿No será el pesimismo al respecto de esta cuestión otra cosa más que una parte fundamental del discurso victimista que ciertos aficionados tienen a bien esgrimir?
Sea como fuere, lo paradójico es que, más allá de las distopías que lo hicieron famoso entre los seguidores del género fantástico, J. G. Ballard será recordado por una autobiografía, ambientada en la Segunda Guerra Mundial, titulada El Imperio del Sol, posteriormente llevada al cine de manera notable por Steven Spielberg. Ballard, nacido en Shanghai, estuvo recluido, efectivamente, en un campo de prisioneros japonés durante la guerra, hecho que reflejan la novela y la película. La popularidad del libro se multiplicó tres años después con la multi-nominada producción hollywoodiense (seis candidaturas a los premios Oscar), por lo que para el grueso del público, que desconocía la actividad literaria del autor durante las décadas anteriores, Ballard era un autor mainstream en toda regla (algo que se vería reforzado en novelas posteriores).
En la década de los 90 Ballard volvería por sus fueros, volviendo a adentrarse en mundos distópicos situados en un futuro que bien podría empezar mañana mismo: es el caso de sus comentadas Noches de cocaína (Cocaine Nights, 1996), Super-Cannes (2000) o Milenio Negro (Millenium People, 2003). En el caso de la primera, una excelente novela ambientada en la Costa del Sol malagueña, está por ver si, a día de hoy, deberíamos seguir considerándola una novela de ciencia ficción y no una obra realista en toda regla.
Con Ballard se nos ha ido uno de los más imaginativos autores del siglo XX, y también uno de los que más nos ha puesto en sobreaviso sobre problemas futuros (y presentes) de nuestra sociedad: la crisis de las clases medias, el peligro de la cultura del ocio en las clases altas, el impacto humano en el medioambiente, etc. No es difícil considerarle como un adelantado, en cierto sentido, a su tiempo, no tanto por algo parecido a la premonición sino por sus grandes dotes de observación de lo que le rodeaba. Que se dedicara fundamentalmente al género distópico nos dice muy a las claras que no le gustó demasiado lo que vio.