Ojo con los premios literarios
Muchos que empiezan a escribir pueden llegar a ver en los premios literarios la solución a muchos problemas: por un lado, gran parte de ellos están dedicados al cuento o relato corto, o a la poesía (no a poemarios completos, quiero decir, sino a simplemente un puñado de poemas), por lo que no se ven obligados a tener que embarcarse, a las primeras de cambio, en la confección de una interminable novela; por otra parte, existen tantos premios y tan diversos (algunos temáticos, otros dirigidos a ciertos colectivos), y pueden llegar a ofrecer premios en metálico a priori muy jugosos, que el incauto escritor novel se frotará las manos ante las perspectivas de éxito inmediatas.
Craso error. Dejando a un lado el hecho de que el “casi cualquiera puede escribir” no es equivalente a que cualquiera pueda hacerlo bien, también es cierto que no nos podemos engañar (aunque escribamos de forma fantástica) pensando que todos los premios que se ofrecen son susceptibles de ser ganados. Algunos, aunque no nos guste, están dados de antemano, y esto sucede tanto con concursos literarios importantes y consolidados (de esos con premios en metálico de varios miles de euros) como con pequeños certámenes organizados por corporaciones locales o asociaciones de vecinos. La mayoría de estos falsos concursos (falsos en el sentido de que no hay disputa alguna ni proceso concursal propiamente dicho) dejarán bien claro en sus bases una serie de parámetros parecidos a los de bases de concursos “limpios”; sin embargo, y he de reconocer que estoy hablando más por una corazonada personal derivada de la experiencia como jurado y participante, los concursos que más hincapié hacen en las bondades de los miembros del jurado son los que más me hacen sospechar. Como autor, cuantos más doctorados, cátedras y libros a sus espaldas tienen dichos miembros, más raudo huyo de participar en el premio en cuestión.
No hay que desesperarse, de todas formas: una buena parte de los premios que año tras año se convocan son legítimos y objetivos. Con el tiempo uno aprende a discriminar entre unos y otros: por ejemplo, si al echar un vistazo al palmarés de un premio uno se encuentra con multitud de nombres conocidos, es mejor intentar probar fortuna en otro. De la misma forma rehusaría en participar si, al revisar la lista de anteriores ganadores de un premio de carácter local (por ejemplo, organizado por un ayuntamiento de una localidad pequeña o una biblioteca pública), uno se encuentra con que todos o gran parte de ellos son oriundos del municipio. Gracias a Internet se suele dar amplia publicidad de hasta el más pequeño certamen, así que no hace falta más que sumar dos y dos para darse cuenta de lo poco probable que resulta dicha “casualidad”.