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Víctor Miguel Gallardo (Página 17)

NaNoWriMo, o de cómo escribir una novela en 30 días

AutorVíctor Miguel Gallardo el 7 de noviembre de 2009 en Divulgación

Nanowrimo

El National Novel Writing Month (literalmente Mes Nacional de Escritura de Novelas), también conocido como NaNoWriMo, es un proyecto que nació hace diez años en Estados Unidos de la mano de Chris Baty, un escritor y periodista que tuvo una idea cuanto menos curiosa: organizar un concurso de novela en la que se debía escribir una de al menos 50.000 palabras en sólo los treinta días que dura el mes de noviembre. En aquella primera edición participaron veintiuna personas; hoy, NaNoWriMo es un premio al que se presentan cada año decenas de miles de aspirantes a novelista. En 2008, por poner un ejemplo, se batieron todos los récords, con 119.000 personas inscritas, de las cuales completaron la novela a tiempo 21.720. El total de palabras escritas por los participantes ascendió a 1,643,343,993. Casi nada.

La cantidad prima sobre la calidad, desde luego. Baty llegó a escribir un manual sobre el premio titulado “No Plot? No Problem!” (¿Sin argumento? ¡No importa!). Más claro no se puede decir. Los inscritos deben comenzar la novela como mínimo el 1 de noviembre, y antes del 30 han de haberla enviado a los organizadores. No hay ningún requisito sobre temática, todo consiste en escribir, escribir y escribir. No es del todo complicado si lo analizamos todo desde las matemáticas: 50.000 palabras en 30 días equivalen a 1666 palabras al día. Hasta este último punto y seguido yo ya había escrito más del 10% de eso, por ejemplo. Hay personas que escriben esas 1666 palabras o más al día simplemente respondiendo mensajes en redes sociales como Facebook o Tuenti. ¿Por qué no utilizar tantas fuerzas y golpes de teclado en hacer algo diferente, deben de pensar esos miles de participantes?

Obviamente puede existir la picaresca, y algunos enviarán novelas ya escritas de antemano por el mero hecho de ver su nombre en la lista de ganadores, pero dado que ese es uno de los pocos alicientes de ganar (aparte de sentir que lo has logrado, un certificado imprimible y poco más), se están engañando a sí mismos. Dejando a un lado las frías matemáticas, los que escribimos (o alguna vez nos hemos atrevido a meternos en la farragosa elaboración de una novela) sabemos que 50.000 palabras, sin ser una barbaridad (más bien es poco, de hecho para muchos no sería más que una novela corta), no es cosa de broma. Ahora bien, si se renuncia (tal y como Baty sugirió) de la elaboración de un argumento bien estructurado, la cosa varía. De hecho, lo que más me impactó después de descubrir NaNoWriMo, aparte de la naturaleza del premio en sí (ya suficientemente curiosa), fue ver los porcentajes de ganadores que ha habido año a año.

Los que hayan descubierto tarde esta iniciativa tendrán que esperar a noviembre de 2010 para participar. Lo cual les da una ventaja considerable: casi un año entero para tejer una buena historia en la cabeza y, de completar el proyecto, poder decir al menos que su novela no era tan sólo 50.000 palabras sin sentido.

La Segunda Guerra Mundial, fuente inagotable de inspiración

AutorVíctor Miguel Gallardo el 1 de noviembre de 2009 en Divulgación

D-day

Recientemente se han celebrado los 70 años transcurridos desde el inicio de la Segunda Guerra Mundial, inaugurada oficialmente con una invasión alemana de Polonia que desembocaría en la declaración de guerra inglesa a los nazis. En estas siete décadas este conflicto, desarrollado desde 1939 a 1945 (aunque algunos historiadores también mencionan a los “preámbulos” de esta guerra, entre ellos la Guerra Civil española o la invasión japonesa de Manchuria), se ha convertido en uno de los temas favoritos de la cultura de masas. El cine, por poner un ejemplo, ha revisitado los hechos y personajes de esta guerra en infinidad de ocasiones (y las que todavía están por ver); en la literatura se podría hablar de algo muy parecido.

Aunque situar una novela o una película en la IIGM no es sinónimo de éxito, es obvio que la popularidad de este conflicto hace que ambientar una obra en esos seis años de beligerancia haga más accesible al público en general estas historias que otras de diferente temática. Dicho de otra forma, estas obras ya tienen años de márketing detrás y millones de seguidores asegurados. Así, algunas de las películas más importantes de la historia del cine se desarrollan durante la guerra, entre las cuales, y por citar sólo algunas de las más significativas en términos cuantitativos (que no cualitativos), estarían Casablanca, La Lista de Schindler, La Gran Evasión, Salvar al Soldado Ryan o Pearl Harbor. En literatura se da el caso de que incluso obras de no ficción han sido superventas, tal es el caso del Diario de Ana Frank o El hombre en busca de sentido, de Viktor Frankl.

Dentro de las obras de no ficción, y volviendo al tema de las conmemoraciones de aniversarios de la guerra, cada cierto tiempo, sobre todo coincidiendo con fechas “redondas” (tal es el caso de este año, 70º aniversario), se suelen lanzar libros de todo tipo, a cada cual más lujoso, que pretenden ser los compendios definitivos. De entre todos los que he podido observar, el más completo podría ser, sin duda, el publicado en 1989 por la editorial británica Colour Library Books, titulado (como no podía ser de otra forma) World War II: 50th Anniversary Commemorative Edition. El autor es Ivor Matanle, seguramente más conocido como autor de libros sobre fotografía que como historiador, que hace una recopilación (con la ayuda sobre todo de Terry Charman, del Imperial War Museum) de material impresionante. Especialmente impactantes son las fotografías, algunas de ellas nunca publicadas hasta esa fecha, y que provenían principalmente de los archivos de Keystone Press, Central Press y Fox Photos. A través de ellas podemos acercarnos, ya no sólo a los diferentes teatros de operaciones de la guerra, sino también a las respectivas retaguardias de los frentes, así como a los años inmediatamente anteriores, en los que se gestó esta guerra de proporciones gigantescas.

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La capilla de la muerte, de Stephen Dobyns

AutorVíctor Miguel Gallardo el 25 de octubre de 2009 en Reseñas

Capilla de la muerte

Aurelius es un pueblecito de la costa este estadounidense, a sesenta kilómetros de Utica y en el área de influencia de Syracuse. No siempre se llamó Aurelius, ya que anteriormente fue conocida como Loomis Corners. La estación de tren se acabó convirtiendo en pizzería, y lo más destacado del enclave es su universidad, mediocre pero con un buen programa sobre caballos.

Aurelius es tan patéticamente anodina que la llegada de un docente argelino a la universidad supone todo un acontecimiento. Sin embargo, el profesor Chihani, tras ser entrevistado por el periódico local, empieza a levantar recelos entre la población, poco acostumbrada a tratar con gente “diferente”. La creación por parte de Chihani de un grupo de estudio llamado Investigaciones sobre la Justicia, de carácter marcadamente marxista, que agrupa a los jóvenes más problemáticos del pueblo, tampoco contribuye a su popularidad.

Por eso, cuando una chica de trece años desaparece, todos parecen sospechar de Chihani y su grupo de seguidores adolescentes. Son extraños y diferentes: dos chicos antisistema, un albino, el típico nerd, el hijo de una vecina casquivana asesinada años atrás… Todos levantan sospechas por diferentes razones, y aunque la policía les sigue de cerca, una nueva desaparición hará que, finalmente, los ya de por sí caldeados ánimos terminen desembocando en una caza de brujas que afectará a todo aquel residente o visitante que tenga algún tipo de conducta inusual. La que sea.

El gran acierto de la novela, sin ninguna duda, es la elección de narrador, probablemente el personaje más trabajado de la obra. Un secundario de lujo, se podría decir, un solitario profesor de colegio que nos da detallada cuenta de todo lo que ocurre a su alrededor basándose en sus observaciones, en lo que le contaron confidencial o públicamente otros vecinos o, incluso, en las habladurías de la gente de a pie en Aurelius. También él es diferente (un hombre soltero que vive solo, rodeado de libros, y sin amores ni pasados ni presentes conocidos, y cuya mejor amiga es una niña de trece años), pero nunca pasa de ser un personaje de relleno en relación a los importantes acontecimientos acaedidos en su entorno. Lo cual, su falta de protagonismo, se agradece, y mucho. Sus reflexiones personales, por otra parte, son con diferencia los mejores pasajes del libro.

La capilla de la muerte, a primera vista, no es más que un buen guión para un telefilme de mediodía. A primera vista. Si se indaga, es más bien una novela sobre el miedo a lo diferente que una sobre asesinos en serie de niñas. Los héroes de la historia, por ejemplo, son un policía obsesionado con su amante muerta, el hijo de ésta (un chico tímido que un buen día arrancó de un mordisco la oreja del matón del barrio), y un periodista que intenta rehacer su vida tras la muerte por cáncer de su esposa. Gente normal, nada de personajes de diálogos brillantes y personalidad arrolladora. El policía es de inteligencia más bien reducida, el chico es un pseudo-marxista que utiliza el sexo como medio de manipulación, y el periodista está tan obsesionado con su insulso trabajo que vive apartado de la realidad. Por lo general, de hecho, otro de los grandes valores del libro es ese, lo bien fundamentados que están la mayor parte de los personajes.

Dead Girls

No obstante, este libro no pasa de ahí. Por alguna razón (más desidia que falta de ideas, con probabilidad), el libro decae en muchos pasajes, derivando hacia, ahora sí, guión de película mala. Muchos personajes, excelentemente construidos, empiezan a convertirse en los estereotipos que podrían esperarse de un mal escritor. Se deshace gran parte del camino andado, las situaciones absurdas, burdamente rematadas para más inri, se suceden en un ritmo vertiginoso que, si bien no cansa, tampoco sacia a un lector al que le habían puesto los dientes largos en capítulos anteriores.

Muchas cosas se pueden salvar de la quema, por supuesto. Para ser una obra bastante mediocre existen escenas, situaciones, diálogos y personajes para enmarcar. También es una novela valiente que trata temas escabrosos (homosexualidad, masoquismo emocional, pedofilia, incesto) con tacto y buen gusto (sí, esto es posible). Aún más, de forma creíble. Hay que reconocerle ese mérito a Dobyns.

El final del libro, sin ser inmejorable, vuelve a subir un poco el nivel tras un desenlace trágico (persecución incluida) que no puede creerse casi nadie (a no ser ayudado de dopaje intravenoso a mansalva y grandes dosis de buena voluntad). La sensación de incredulidad de los personajes, personas normales que se han convertido en monstruos al verse superados por los acontecimientos, violados en la inocencia tranquila en que desarrollaban sus vidas, inunda las últimas páginas. Ya nunca será lo mismo en Aurelius.

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Vampiro a mi pesar

AutorVíctor Miguel Gallardo el 20 de octubre de 2009 en Divulgación

Vampiro a mi pesar

Parece haber una fascinación mórbida, que no comparto, por los vampiros. Tampoco me pirran los ninjas, los piratas o los templarios. De pequeño tampoco soñaba con ser bombero o policía, así que probablemente el problema sea sólo mío. No obstante, al llegar a mis manos este libro y ver que el autor era Andreu Martín, decidí darle una oportunidad.

Andreu Martín es uno de los más importantes escritores de literatura juvenil de los últimos treinta años, aunque limitarse a señalar ese dato biográfico sea muy injusto: ha escrito guiones para cómic, cine y televisión, es un importantísimo escritor de novela negra e incluso ha incursionado en la novela erótica, llegando a ganar uno de los últimos premios La Sonrisa Vertical que se convocaron. Como fiel seguidor de su obra, y ávido por ver si le había conferido su particular humor a esta novela, me enfrasqué en su lectura. No me defraudó.

Para el que no conozca la vis cómica de Martín le puede resultar chocante el que trate ciertos temas con tal desparpajo y carencia de escrúpulos. Ilya, el protagonista de Vampiro a mi pesar, es el hijo de un campesino ruso (en realidad el destilador de vodka de la aldea) que, tras un encontronazo con el supuesto Hombre Lobo de unos feriantes ambulantes, se convierte en vampiro. O eso piensan él, su familia, el clérigo del pueblo y el resto de conciudadanos, por supuesto. Tras una milagrosa salvación del brazo ejecutor de sus supersticiosos vecinos, que no están dispuestos a convivir con un muerto viviente, Ilya se verá obligado a vivir y actuar, a su pesar, como lo que se supone que es.

El libro se lee con mucha facilidad y la historia está muy bien hilada, pero no se trata de una historia de vampiros al uso, sino de un acercamiento a cómo se inician los mitos y leyendas, todo en clave juvenil pero muy bien elaborado. La historia es lo de menos, pues: Martín nos da detalles sobre cómo pueden originarse de forma estúpida la mayor parte de las supersticiones, de cómo una conversación poco afortunada puede derivar en un legendario embrollo y, sobre todo, del peligro inherente a mezclar la incultura de las clases bajas con las ansias de poder de los que, siendo como ellos, se consideran superiores moralmente.

Digo esto para no llevar a equívocos: Ilya no es un chico guapísimo que chupa la sangre a las doncellas del pueblo (de hecho se contentará con ser monógamo y no tan casto como los protagonistas de otras sagas de vampiros juveniles). Tampoco vive una vida llena de glamour, a no ser que cazar ratas para subsistir pueda ser considerado como tal. Y, desde luego, no es un héroe al uso, por mucho que se esfuerce en ser lo que se presupone en un señor de la noche. Totalmente recomendable.

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Los 100 libros más vendidos de la historia

AutorVíctor Miguel Gallardo el 18 de octubre de 2009 en Divulgación

Libro rojo

Nadie se sorprenderá al comprobar que, entre los libros más vendidos de la historia, muchos son religiosos o políticos. En concreto el más vendido es, como no podía ser de otra forma, la Biblia, de la que se cree que se han podido vender al menos tres mil millones de copias (aunque otras fuentes hablan incluso del doble), seguido de lejos por El Libro Rojo de Mao Zedong (entre mil y dos mil millones) y el Corán (unos ochocientos millones). Tres libros chinos más acaparan los tres siguientes puestos del ránking: el diccionario Xinhua, y los recopilatorios de poemas y artículos de Mao. Hay que esperar al séptimo puesto para encontrar una novela, en este caso, y tal vez sorpresivamente, Historia de dos ciudades, de Charles Dickens, con la friolera de unos doscientos millones de ejemplares vendidos desde su primera edición ahora hace justo 150 años.

Comparten el octavo puesto El Señor de los Anillos, de J.R.R. Tolkien, y nada menos que el tomo de Escultismo para muchachos: un manual de instrucción en buena ciudadanía haciendo vida de campaña, de Robert Baden-Powell, libro de cabecera de todos los scouts del mundo, con ciento cincuenta millones de ejemplares cada uno. Con diez millones menos, el inefable Libro de Mormón, del profeta Joseph Smith. Los mormones ganan su particular batalla a los Testigos de Jehová, aunque el siguiente en la lista sea su libro La verdad que lleva a vida eterna, publicado por la Watchtower Society. Cierran la lista de libros con más de cien millones de ejemplares una obra teórica del político chino Jiang Zemin, Diez Negritos, de Agatha Christie, El Hobbit, también de Tolkien, y Sueño en el pabellón rojo, de Cao Xueqin. De los quince libros más vendidos, tan sólo cinco son novelas: dos de fantasía (y del mismo autor), un thriller, una novela histórica y un compendio de temáticas (me estoy refiriendo a Sueño en el pabellón rojo) imposible de definir desde el punto de vista occidental (yo, al menos, no me atrevería a hacerlo).

Los libros siguientes de la lista, aquellos que teóricamente han vendido entre cincuenta y cien millones de copias, sí son predominantemente novelas: Ella, de H. Rider Haggard, El Principito, de Antoine de Saint-Exupéry, El Código Da Vinci, de Dan Brown, El guardián entre el centeno, de J. D. Salinger, El alquimista, de Paulo Coelho, Heidi, de Johanna Spyri, Ana de las tejas verdes, de Lucy Maud Montgomery, y Belleza negra, de Anna Sewell. Al César lo que es del César: las obras de Brown y Coelho adquieren mayor valor ya que son mucho más recientes que ninguna otra de la lista hasta este momento y, además, no han sido de lectura obligatoria en colegios e institutos desde hace décadas (cosa que sí ocurre con, por ejemplo, Belleza negra).

Belleza negra

La lista sigue y sigue: otras novelas superventas, aunque sin llegar al nivel de las mencionadas, serían (siempre por orden de importancia cuantitativa) El nombre de la rosa, de Umberto Eco, La telaraña de Charlotte, de E. B. White, Harry Potter y las reliquias de la muerte, de J. K. Rowling, Juan Sebastián Gaviota, de Richard Bach, Ángeles y demonios, de Dan Brown (otra vez), Guerra y paz, de Tolstoi, Matar a un ruiseñor, de Harper Lee, Valle de muñecas, de Jacqueline Susann o Lo que el viento se llevó, de Margaret Mitchell.

Los libros más vendidos escritos originalmente en español serían, por otra parte, Cien años de soledad (treinta millones de copias), de Gabriel García Márquez, La sombra del viento (quince millones), de Carlos Ruiz Zafón y Santa Evita (diez millones), del periodista argentino Tomás Eloy Martínez.

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Iacobus, de Matilde Asensi

AutorVíctor Miguel Gallardo el 11 de octubre de 2009 en Reseñas

Iacobus

¿No está llegando el concepto de novela de consumo rápido demasiado lejos? Esta obra de la autora alicantina Matilde Asensi es un prototipo casi perfecto de qué clase de historia quiere leer la gente, prefiere escribir buena parte de los autores y, desde luego, publicar con ansia una editorial. Consumo rápido, sí, y escritura rápida, corrección rápida, documentación histórica rapidísima y creación de personajes casi por generación espontánea.

La acción, por decir algo, porque pocas veces una novela que nos transporta tanto en el tiempo, y cuya ubicación espacial va peregrinando por el Camino de Santiago (que no es corto, precisamente) ha tenido tal carestía de momentos en los que realmente pase lo más mínimo que sea capaz de levantar expectación, está protagonizada por Galcerán de Born, caballero de la Orden de Malta, por García, un novicio que secuestra el propio Galcerán y es convertido casi a la fuerza en su escudero, y por Sara, una hechicera judía de pelo blanquísimo. Por supuesto, todos guardan un secreto, todos tienen habilidades innatas francamente útiles y, al menos los dos adultos, tienen un pasado amoroso que casi parece, por lo increíble, exagerado y coincidente, de película (mala) de ciencia ficción.

Hay templarios, hay un Papa malo malísimo (en este caso Juan XXII), un caballero-monje sagaz y observador (burda copia de Guillermo de Baskerville), judíos perseguidos (uno de los temas de moda, ahora y siempre), tesoros escondidos, claves ocultas en lenguajes secretos/elementos arquitectónicos/hechos del pasado (elijase aleatoriamente, que supongo que es lo que hizo Asensi, tal vez con un dado, tal vez con el piedra-papel-tijera)… en definitiva, todo lo que uno puede desear en este tipo de libros.

Huelga decir que no puedo ni recomendar ni desrecomendar este libro. Habrá quien lo aborrezca, habrá quien lo acoja con indiferencia y, también, sus múltiples ediciones y reimpresiones lo avalan, habrá quien lo disfrute de forma sincera.

Yo, desde luego, me temo que no.

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¿Cuál es la mejor saga de Ciencia Ficción de la historia?

AutorVíctor Miguel Gallardo el 10 de octubre de 2009 en Divulgación

Asimov

El que una novela se haga tan popular que los lectores demanden más y más libros ambientados en el universo de personajes y situaciones ideado por el autor no es algo aislado ni atípico. Ahí tenemos a Harry Potter, a Sherlock Holmes, a Conan, a Alatriste o a Sandokán como botones de muestra. Algunas de esas veces, las novelas subsiguientes a la primera ya estaban planeadas por sus escritores; otras, la demanda popular hizo “engordar” la historia inicial, añadiendo nuevas aventuras escritas sobre la marcha.

La ciencia ficción, muy dada a crear universos realmente únicos, no ha sido impermeable a esta tendencia desde que, a mediados del siglo pasado, se definió más o menos definitivamente como género. Han sido muchas las sagas de ciencia ficción, entre ellas la de Darkover (o del Planeta Perdido), de Marion Zimmer Bradley, aunque la autora jugó bastante con elementos narrativos y temáticos más cercanos a la fantasía que a la ciencia-ficción.

Se suelen nombrar a cinco sagas en particular como las más importantes e influyentes de la historia. A saber: la saga de la Fundación, de Isaac Asimov, en los años 50; la saga de Dune, de Frank Herbert, en los 60; la saga de Pórtico (o de los heechee), de Frederik Pohl en los 70; la saga de Ender, de Orson Scott Card, en los 80; y la saga de Hyperion, de Dan Simmons, en los 90. Está aún por ver qué saga será considerada la más importante de la década que ahora da sus últimos coletazos.

Fundación, del científico, historiador y divulgador estadounidense de origen ruso Isaac Asimov, podría considerarse como la más influyente novela y saga de la historia del género. No la mejor, sino la más influyente: cientos de escritores han seguido la estela dejada por Asimov desde las primeras (y mejores) historias de la saga, de los años 50, hasta las dos ultimas (y muy inferiores) de los años 80. La influencia de conceptos como la psicohistoria, o de personajes como Hari Seldon, ya míticos en el imaginario popular y de gran predicamento entre los aficionados al género, se han hecho notar en docenas de novelas ulteriores. Aunque a ojos del lector contemporáneo Fundación adolece de cierta ingenuidad, no hay que negarle a Asimov el que fuera el primer creador de un universo coherente que dio para muchas y entretenidas historias.

Hyperion

En los años 60 Frank Herbert sorprendió a todos con Dune, una novela ambientada en el tórrido planeta Arrakis, y en la que se mezclan elementos más cercanos a la política, la religión y la psicología que a lo que la ciencia ficción estaba habituada hasta entonces. La saga va decayendo conforme avanzan los libros, como casi todas, pero Dune abrió los ojos a muchos lectores ocasionales de libros de este género. En contraste, la saga de Pohl, unos años después, e iniciada con la espléndida Pórtico, podría ser considerada como más cercana a Fundación que a Dune, más centrada en la exploración espacial y la maravilla de lo desconocido que a las conjuras entre facciones rivales, el mesianismo o la psicología inversa recalcitrante de la obra de Herbert.

En los 80, y al tiempo que el género daba la enésima vuelta de tuerca, reinventándose de nuevo, la saga de Ender, de Orson Scott Card, se convirtió en un best-seller que incluso saltó a las estanterías de los no aficionados. Era otro tipo de ciencia ficción, en mi opinión bastante sobrevalorada, tan ingenua o más que los libros de Fundación en una época en la que el cyberpunk y otras tendencias hacían alcanzar la mayoría de edad al género. Obviamente mi animadversión por el mocoso de Ender no ha de ser compartida por todo el mundo; tampoco mi odio visceral a Aenea, protagonista (en parte) de la saga que Simmons, a través de Hyperion y las tres novelas subsiguientes, planteó en años posteriores. Simmons, que con las dos primeras novelas de la saga dejó el listón demasiado alto, plantea un cierre al ciclo con dos novelas (en las que aparece, precisamente, la tal Aenea) que no le hacían justicia.

Así, ¿cuál es, de estas sagas, la mejor? La pregunta sería, más bien, cuál es la favorita de cada uno de los millones de lectores que nos hemos acercado a ellas maravillados de tanta imaginación puesta al servicio del deleite más mundano.

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¿Cuál es la mejor adaptación al cine de Philip K. Dick?

AutorVíctor Miguel Gallardo el 2 de octubre de 2009 en Divulgación

A scanner darkly

Philip Kindred Dick, escritor estadounidense nacido en 1928 y fallecido en 1982, no es tan sólo uno de los autores más importantes de la historia de la ciencia ficción, sino también uno de los escritores que más veces se han adaptado al cine (aunque difícilmente llegará a superar jamás a Stephen King, del que se ha adaptado gran parte de su obra).

La razón de que Dick sea tan popular entre guionistas y directores podría basarse tanto en una fecunda imaginación muy adelantada a su tiempo, como en su creación de historias asombrosas protagonizadas por, vamos a decirlo con mucha precaución, héroes un poco atípicos. Porque es evidente que en la mayoría de sus novelas y cuentos, los protagonistas suelen ser personajes poco habituales, atrapados en situaciones inverosímiles y carne de cañón para el psicoanálisis más profundo. Todavía extraña, pues, que Woody Allen no se haya embarcado en un proyecto basado en su obra. Tiempo al tiempo.

Si hablamos de Dick y el cine, hay que empezar por el principio, no solamente porque Blade Runner (1982) fuera la primera adaptación, tampoco porque Dick en persona estuviera indirectamente involucrado en el proyecto (aunque nunca pudo llegar a ver el resultado ya que murió cinco meses antes del estreno), sino por la importancia que la cinta dirigida por Ridley Scott ha cobrado desde su aparición. Blade Runner ha trascendido al género de la ciencia ficción, y es considerada por muchos como una de las grandes obras maestras de la historia del cine. Sin embargo, ¿es una buena adaptación de ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, la obra en la que se basa? Seguramente no, y es muy probable que Scott lo prefiriera así. Muchos “cinéfilos” (las comillas son necesarias) no muy duchos en ciencia ficción literaria se han acercado a la corta novela de Dick por mera curiosidad, sorprendiéndose de los pocos puntos en común entre ambas obras, y han llegado a asegurar que la película es superior a la novela. Seguramente: estamos hablando de una obra menor del autor, y comparándola con una película inolvidable. Las comparaciones suelen ser odiosas, y en este caso son injustas. No hay ningún problema en esto: la incultura se cura leyendo, y podrían llevarse una gran sorpresa comparando la siguiente adaptación al cine de Dick, Desafío Total (1990), con el cuento en que se basa, Podemos recordarlo por usted al por mayor. En este caso tampoco nos encontramos ante una adaptación pura, y aunque la película es muy entretenida, no deja de ser un vehículo de lucimiento de Arnold Schwarzenegger; el cuento, en cambio, es una pequeña joya que posee uno de los finales más impactantes de la obra corta del escritor.

Otras adaptaciones han sido francamente insatisfactorias: Minority Report (2002) cambia por completo la intención del autor (la misma inclusión de Tom Cruise como protagonista habría hecho enfurecer, seguramente, a Dick) y se queda en una mediocre intentona; Paycheck (2003) no puede ser tomada en serio, ni como película de acción ni como adaptación; Next (2007), una buena película a su manera (una manera muy particular, aclaro), tampoco es una adaptación, sino que recoge una pequeña idea aparecida en el mediocre cuento El hombre dorado para formar a su alrededor una especie de thriller algo rebuscado pero interesante.

Las dos mejores adaptaciones de la obra de Dick son, precisamente, y dejando a un lado la canadiense Asesinos Cibernéticos (que no tengo el gusto de haber visto), las dos menos conocidas. A Scanner Darkly (2006), la primera, es una obra que, imagino, habría sido muy del gusto del autor (que la habría visto acompañándola de algunas… llamémoslas “vitaminas”); Infiltrado (2002), por su parte, es posiblemente la más fiel al autor estadounidense. Basada en su cuento Impostor, esta película de presupuesto medio recoge de manera honesta la intencionalidad que Dick depositó en su relato, conformando un muy buen producto que, no obstante, sólo es apto para consumidores habituales de ciencia ficción o películas de serie B.

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La verdad de los secretos, de Sharon Shinn

AutorVíctor Miguel Gallardo el 27 de septiembre de 2009 en Reseñas

La verdad de los secretos

En 2005 vio la luz una nueva novela de la autora estadounidense Sharon Shinn, titulada “The Truth-Teller´s Tale”, algo así como “La historia de la contadora de verdades”, título cuidadosamente mutilado (casi de forma quirúrgica) al ser traducido al español. Quien haya leído antes a Shinn ya sabrá a qué se puede atener al acercarse a esta obra: novela romántica con toques fantásticos dirigida a un público juvenil, sobre todo femenino. Lo cual no implica que los que no pertenecemos a ese grupo de edad y a ese género no podamos pasar un buen rato paseando por las calles de Merendon, la ciudad en donde se desarrolla la mayor parte de la historia (un consejo para evitar la hilaridad: respetad la grafía y pronunciad mentalmente el nombre de la ciudad como palabra llana que es y no la convirtáis en aguda).

La verdad de los secretos es fundamentalmente la historia de dos hermanas mellizas que poseen dones bastante especiales: Eleda, la narradora, es una contadora de verdades; Adele, por el contrario, es una guardadora de secretos. La primera no puede guardar ningún secreto, y se ve impulsada a decir siempre la verdad, pese a que ello le acarrea algún que otro problema (está claro que no todo el mundo quiere saber cómo son realmente las cosas), por lo que tendrá que aprender a ser más diplomática y a dar rodeos en sus respuestas para no enemistarse con todos sus vecinos. Además, y ahí está el don, tiene la facultad de saber cuándo alguien está mintiendo u ocultando parte de la verdad. La segunda, en cambio, no puede revelar ningún secreto que se le confíe, añadiendo a esto una capacidad innata para saber qué ocultan las personas que la rodean. La novela empieza con ellas siendo unas niñas, cuando son advertidas por una amiga de la familia, a la sazón una hacedora de sueños (otro tipo de don), de que son especiales, y va transcurriendo en el tiempo durante varios años, mientras las chicas van creciendo y madurando, tienen sus primeros escarceos amorosos y docenas de problemas derivados de sus facultades poco comunes.

La novela se lee de una sentada y, a ratos, es bastante divertida. Por supuesto, ciertos tópicos se repiten (por ejemplo, todos los personajes malvados son, evidentemente, hombres). En contraposición, no todos los intereses amorosos de las chicas son chicos guapos de campeonato (aunque casi), y es de agradecer la inclusión del personaje de Roelynn, la mejor amiga de las mellizas, una casquivana impenitente (hasta la redención final, por supuesto) que es francamente divertida. La traducción al español, de Héctor Velasco Menal, es notable, así como la edición. La novela tiene buen ritmo y no decae en ningún momento, y aunque a lectores más veteranos se nos pueda hacer corta, creo que tiene una extensión adecuada para el público adolescente. No todo van a ser libros interminables de quinientas páginas: a veces doscientas y pico son más que suficientes para desarrollar una buena historia.

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Leyes de mercado, de Richard Morgan

AutorVíctor Miguel Gallardo el 20 de septiembre de 2009 en Reseñas

Leyes de mercado

Faltan novelas, o al menos novelas de éxito, que puedan llegar a nosotros y no acaben disimuladas en el fondo del catálogo de grandes y pequeñas editoriales, que nos hablen de forma vívida acerca de las previsibles consecuencias de nuestro actual sistema económico y ético. No es casual que mezcle economía y ética: en un mundo que cada vez se aleja más (al menos en Occidente y Asia Oriental, sedes de los más importantes mercados mundiales) de éticas tradicionales basadas en sistemas filosóficos o religiones, se impone la moralidad emergente del dólar. O del euro. O del yen.

Dice Fernando Ángel Moreno, prologuista de la fantástica Leyes de Mercado, que el autor británico Richard Morgan de cierta forma ha recogido el guante que autores como Disch o, sobre todo, Ballard, dejaron caer hace unos años. Las similitudes con este último e inmortal autor son más que evidentes: el mundo desarrollado en Leyes de Mercado podría ser compatible (tal vez sólo un poco más avanzado en el futuro) con el de muchas de las historias ¿distópicas? (los signos interrogativos no son casuales) de Ballard. Y, como muy bien señala Moreno, no estamos hablando de ciencia ficción, por mucho que la historia se desarrolle a mediados del siglo XXI y haya un componente tecnológico muy presente en toda la novela, sino de auténtico costumbrismo literario.

Sea como fuere, Morgan acierta al hacer una prolongación en el tiempo de la sociedad actual creíble y, por tanto, brutal. De no ser verosímil, gran parte de la crudeza se habría disipado; dicho de otra forma, es más fácil estremecerse con una escueta escena de asesinato en una novela realista ambientada en nuestros días que con las matanzas de las novelas de Pournelle, situadas en un futuro que se nos antoja imposible. En todo caso, y pese a que el autor fabrica un mundo creíble, a mi juicio parte de una premisa falsa. La novela se anticipa a la recesión (fue escrita unos años antes de que empezara la actual crisis financiera mundial), describiéndola escuetamente, y nos explica muchos de los factores que desembocaron en la sociedad futura que nos presenta. Sin embargo, se olvida de algo de lo que jamás se habría olvidado Ballard: de explicar la evolución de las clases medias. Queda muy claro, tras leer Leyes de mercado, la evolución tanto de las clases bajas como de la élite, así como la de los países en vías de desarrollo y los subdesarrollados. Sin embargo, vuelve a caer en un tópico de la ciencia ficción británica que no se sostiene (o, al menos, a mí me lo parece): el de imaginar en el futuro cercano de los países occidentales una reclusión en áreas bien delimitadas de la población menos privilegiada. Que, además, parece ser bastante más numerosa que el resto de la población. No hay manera posible de sostener un sistema económico neoliberal (y, en el caso que nos ocupa, dominado por corporaciones) que no cuente con una clase media mayoritaria y pudiente que consuma lo producido en países en vías de desarrollo para mayor gloria de los empresarios locales. La clase media en Leyes de mercado apenas se vislumbra, pero se intuye en los trabajadores de bajo rango de las zonas en donde los ejecutivos campan a sus anchas. No obstante, parece ser insuficiente; y no parece, por otro lado, que cuente con recursos económicos válidos para ser un agente activo de la economía.

Tal vez esto sea hilar muy fino: la novela es un magnífico entretenimiento. Más que eso, Morgan nos hace recapacitar sobre la futilidad de los organismos internacionales y los estados nacionales (reducidos aquí a simples realidades económicas) y sobre la imposición de una ética fundamentada en el rendimiento y el beneficio y no en cuestiones morales, hasta el punto de que los ejecutivos de una compañía se juegan los ascensos o las buenas cuentas en carreras mortales sobre las desiertas autopistas, o en donde los intermediarios latinoamericanos, cuchillo en mano, luchan en reconvertidas plazas de toros por conseguir tal o cual puesto de trabajo. Simplemente brutal.

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