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Víctor Miguel Gallardo (Página 16)

Los 30 principales de la literatura

AutorVíctor Miguel Gallardo el 10 de enero de 2010 en Divulgación

Biblioteca del Congreso

La Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos, de facto la Biblioteca Nacional de este país, es la mayor biblioteca del mundo, conteniendo, en sus tres edificios, la friolera de ciento cuarenta millones de documentos (a día de hoy 141.847.810 exactamente, aunque es una cifra que aumenta día tras día), de los cuales no menos de veintiún millones son libros catalogados. Hace poco se hizo pública una lista bastante curiosa, la de personas que tienen más volúmenes dedicados a su vida y obra.

Su vida, obra y milagros, se podría decir también teniendo en cuenta que Jesucristo es, con mucho, el personaje histórico más popular, con nada menos que 17.239 libros. Muy lejos se encontraría William Shakespeare, el segundo de la lista, con 9.801. El tercero sería Dios, que ha sido eliminado por los autores del estudio al no poder ser considerado como un personaje histórico (aunque de todas formas no se cuestiona su existencia, por supuesto), así que el bronce de esta poco convencional competición recaería, curiosamente, en Lenin. Habría sido mucho más llamativo de haber sido Nietzsche.

La primera mujer de la lista es María, la madre de Jesucristo, la única en aparecer en la lista publicada de los 30 personajes históricos (ninguno está vivo, por otra parte). La segunda mujer, a muchísima distancia, sería Juana de Arco, con cinco veces menos libros, y con sólo uno más que la tercera en discordia, Jane Austen.

La mencionada lista de los 30 sería la que sigue:

1.Jesucristo – 17.239
2.William Shakespeare – 9.801
3.Vladimir Lenin – 4.492
4.Abraham Lincoln – 4.378
5.Napoleón – 4.007
6.Karl Marx – 3.817
7.La Virgen María – 3.595
8.Goethe – 3.431
9.Dante Alighieri – 2.878
10.Platón – 2.894
11.George Washington – 2.742
12.Buda – 2.446
13.Immanuel Kant – 2.410
14.Lutero – 2.291
15.Adolf Hitler – 1.989
16.Hegel – 1.976
17.Aristóteles – 1.696
18.Richard Wagner – 1.680
19.Alexander Pushkin – 1.614
20.Friedrich Nietzsche – 1.613
21.Sigmund Freud – 1.601
22.Mozart – 1.592
23.Gandhi – 1.583
24.John Milton – 1.533
25.Ludwig van Beethoven – 1.476
26.Simón Bolivar – 1.467
27.Santo Tomás de Aquino – 1.424
28.Charles Dickens – 1.397
29.Johann Sebastian Bach – 1.361
30.Miguel de Cervantes – 1.348

Sólo hay un representante español, Cervantes, al que hay que añadir al principal libertador de la América española, Simón Bolívar. En cuanto a las mujeres, en el Top 10 aparecen nada menos que un repóquer de reinas: la Reina Victoria, María de Escocia, Isabel II, Isabel I… y Cleopatra. En contraposición, en la lista de los 30 primeros hombres no aparece ningún miembro de la realeza, resultando paradójico que no aparezcan los nombres de Enrique VIII o Felipe II.

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Textos sagrados inauditos (I): El libro de Mormón

AutorVíctor Miguel Gallardo el 1 de enero de 2010 en Divulgación

Libro de Mormón

Para los no familiarizados con la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, cuyos miembros son habitualmente conocidos como “mormones”, puede resultar bastante extraño el origen de uno de sus libros sagrados, El Libro de Mormón, tomado como cierto por catorce millones de integrantes de la Iglesia SUD. Aunque la implantación de esta religión en el resto del mundo es minoritaria, en Estados Unidos es la cuarta religión más profesada. Hay que decir que el término “mormón”, aunque para ellos no es despectivo, no es usado en su comunidad: ellos prefieren ser denominados Santos de los Últimos Días.

La Iglesia SUD fue fundada por Joseph Smith hijo, aunque tras su muerte aparecieron varias ramas que diferían en parte de la postura de los continuistas de Smith. El Libro de Mormón fue la transcripción al inglés de unas planchas con revelaciones que le fueron entregadas por intervención divina a Smith. Dichas planchas habían sido enterradas en el siglo V de nuestra era por Moroni, que además fue uno de los autores de las mismas, completando así el trabajo de Mormón, su padre. Fue el propio Moroni el que, ya convertido en ser celestial, y actuando por mandato de Dios, entregó las planchas a Joseph Smith instándole a traducirlas y difundir el mensaje contenido en ellas. Estaban escritas, según consta para la Iglesia SUD (así está específicamente mencionado en el Libro de Mormón), en egipcio reformado. No obstante, es esta la única mención en todo el mundo a dicho idioma, que aparentemente utilizaron judíos emigrados a América. Sólo existen dos muestras de la escritura utilizada, siendo una de ellas una falsificación más que evidente.

El Libro de Mormón, escrito a semejanza de la Biblia, relata la historia de dos civilizaciones americanas, la primera procedente de Asia y llegada a América tras el incidente de la Torre de Babel y la confusión de las lenguas, mencionado en los textos bíblicos. La segunda sería una comunidad judía que viajó desde Jerusalén hasta el continente americano en el año 600 a. C. aproximadamente. Pero sin duda el pasaje más importante del libro es la llegada de Jesucristo a América poco después de su resurrección para hacer llegar su Palabra a los indígenas de ese continente.

Teniendo en cuenta la visión cosmogónica de la Iglesia SUD esto tendría una explicación muy clara. Para los mormones, Dios era un hombre en otro planeta (es decir, un extraterrestre, no un alienígena) al que, debido a su fiel seguimiento de las leyes dictadas por los dioses, le fue concedida la gracia de ser asimismo dios. En el Cielo convive con su esposa, también de carácter divino, y al ser personas de carne y hueso (aunque dioses a su vez) pueden procrear. El primero de su prole fue, efectivamente, Jesucristo. Lucifer fue el segundo hijo, y tras él siguieron teniendo descendencia, allí en el Cielo, siendo cada uno de sus hijos las personas que han nacido en este planeta desde el inicio de los tiempos. Así, cada hombre o mujer ha nacido en el Cielo y después en la Tierra. La palabra de Jesucristo, sus evangelios (en este caso la doctrina aparecida en El Libro de Mormón), acercan las leyes divinas a la Humanidad para facilitarles, mediante su seguimiento estricto, el acceso al Cielo (su verdadera cuna) tras su muerte. Una visión, como vemos, muy distinta a la de la mayor parte (por no decir todas) de las confesiones cristianas.

El advenimiento de Jesucristo en América supuso, pues, un desagravio para un continente que no estaba, por razones geográficas, en disposición de recibir las enseñanzas de los discípulos judíos de Jesucristo, y aún hoy hay quien identifica en leyendas sioux, aztecas o araucanas la presencia del Jesucristo histórico.

Como dato curioso hay que mencionar que, según la Iglesia SUD, a Dios, necesitado de un plan para la salvación de la Humanidad, se le presentaron dos planes distintos para ello, el primero de Jesucristo y el segundo de Lucifer. Al ser elegido el plan de Cristo, Lucifer rebeló a un tercio de los espíritus celestiales, pero Dios los convirtió en demonios al poseer un poder muy superior al de su hijo. Otro tercio de los espíritus había apoyado durante la rebelión la postura de Jesucristo, así que fueron bendecidos por Dios y nacieron en la Tierra como personas de raza blanca. El tercio restante, que no había tomado parte por bando alguno en la guerra, nacerían en personas de tez oscura. Hay que decir que, no obstante esta heterodoxa explicación al nacimiento de las razas, hoy en día ya existen miembros de alto nivel en la Iglesia SUD de raza negra o de origen hispano.

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El evangelio de Pedro

AutorVíctor Miguel Gallardo el 26 de diciembre de 2009 en Divulgación

San Pedro

Son muchos los evangelios apócrifos existentes, ninguno de ellos reconocido por la Iglesia Católica como integrante del Nuevo Testamento y la Biblia. Unos pocos de ellos tuvieron carácter “oficial” para algunas sectas cristianas en los primeros siglos de nuestra era; la mayor parte, de todas formas, no nos han llegado sino de forma fragmentaria. Los más interesantes, desde luego, son aquellos que añaden información a la ya contenida en los cuatro evangelios canónicos. Así, por ejemplo, el Evangelio del Pseudo Tomás relata vivencias de Jesucristo en su infancia. No hay que confundirlo con el Evangelio de Tomás, un texto gnóstico utilizado ampliamente por la secta maniquea, y que tiene una estructura muy diferente a la habitual, siendo un mero compendio de dichos atribuidos a Cristo, algunos de los cuales ya aparecen en los evangelios canónicos. Otro texto bastante significativo es el Evangelio de Felipe, también de estructura similar y también de origen gnóstico (esta vez de la secta valentiniana), pero algo más amplio, y que ha sido utilizado hasta la saciedad para intentar demostrar el supuesto matrimonio entre Jesús de Nazaret y María Magdalena. ¿Podría ser alguno de estos dos evangelios la famosa “Fuente Q”? La teoría más generalizada sobre los evangelios sinópticos (los de Marcos, Mateos y Lucas) es que se basaron en dos fuentes distintas. Una de ellas sería el propio Evangelio de Marcos, bastante más antiguo que los otros dos; la otra, la “Fuente Q”, debería ser un compendio de dichos, sentencias y parábolas, por lo que los Evangelios de Felipe y Tomás podrían serlo o, más probablemente, estar basados en dicho texto perdido.

De todas formas, uno de los textos apócrifos más conocidos es el llamado Evangelio de Pedro, que no fue, evidentemente, escrito por el fundador de la Iglesia (según la tradición él fue analfabeto, algo lógico en un pescador de aquella época y parte del mundo). Ha llegado a nuestros días incompleto, conservándose solamente el relato referente a la Pasión y Resurrección de Cristo. Los primeros fragmentos fueron encontrados a finales del siglo XIX, y a partir de ellos se dató su redacción en el primer siglo de nuestra era, pudiendo ser contemporáneo a los evangelios sinópticos. Existen referencias a este Evangelio ya desde los primeros tiempos de la Cristiandad; más concretamente se han documentado quejas por parte de algunos obispos de aquel tiempo sobre que un supuesto Evangelio atribuido al primer Santo Padre estaba circulando en algunas comunidades, alertando sobre su contenido. El problema radica en que, según el Evangelio de Pedro, Cristo pudo no haber sufrido durante la Pasión; es decir, que su dolor no fue más que aparente dada su naturaleza. Sufrió su cuerpo humano, sí, pero no la parte divina, que habría llegado a él tras el bautismo en el río Jordán a cargo de San Juan Bautista. Esto choca completamente con la doctrina oficial de la Iglesia Católica.

Fueron bastantes los seguidores de estas ideas aparecidas en el Evangelio de Pedro, y el problema fue tal que Juan, en su primera epístola (que está incluida en el Nuevo Testamento), hace referencia directa a esta herejía, conocida habitualmente como “docética”. El docetismo tiene múltiples influencias de la filosofía griega, sobre todo de ideas platónicas y también gnósticas, y pudo tener cierta relevancia en comunidades cristianas de Asia Menor. Así, una de las cartas atribuidas a Serapión (a la sazón obispo de Antioquía), fue enviada a la comunidad de Rhossos instándoles a recuperar la ortodoxia y a abandonar la lectura del Evangelio de Pedro, tal y como aparece documentado en la obra “Historia eclesiástica” del erudito Eusebio de Cesarea, uno de los más importantes personajes de su época, a caballo entre los siglos tercero y cuarto.

Como ya he comentado, los primeros textos del Evangelio de Pedro fueron encontrados a finales del siglo XIX. Más tarde han aparecido nuevos fragmentos, más cortos, que han ayudado a conocer mejor la totalidad de la obra, pero sigue sin tenerse un compendio de fragmentos que pueda ser considerado como definitivo.

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El canon Muratoniano

AutorVíctor Miguel Gallardo el 25 de diciembre de 2009 en Divulgación

Apocalipsis

Luigi Antonio Muratoni fue un estudioso católico que vivió entre los siglos XVII y XVIII, y es considerado como uno de los padres de la historiografía italiana. Formado con los jesuitas, de los que formó parte, fue el coautor de la primera historia de Italia (los Annali d’Italia, publicados entre 1743 y 1749), entre otras muchas obras tanto históricas como religiosas. También fue uno de los responsables de la modernización de las técnicas historiográficas, pudiendo ser considerado como cercano a los ilustrados de su tiempo.

No obstante, una de las más importantes obras de Muratoni fue fruto de la casualidad. Mientras ampliaba su formación en la Biblioteca Ambrosiana de Milán halló un manuscrito fechado en el siglo VII aunque recogía información del período inmediatamente posterior a la muerte por tortura del papa Pío I, que falleció en 155 y que fue sustituido por Aniceto. Así, se tiene por comprobado que el manuscrito original en el que se basó el hallado por Muratoni fue escrito a finales del siglo II de la era cristiana. En él se enumeraban los libros de la Biblia, en concreto del Nuevo Testamento que, en la época, eran considerados como canónicos según la Iglesia Católica. No son, desde luego, los mismos libros que hoy día conforman la segunda parte del libro sagrado de los cristianos.

Para empezar, las primeras páginas del manuscrito se habían perdido, mencionándose sólo dos de los cuatro evangelios, los de Lucas y Juan. Dado que desde la Edad Media estos han sido los evangelios situados en tercer y cuarto lugar del Nuevo Testamento, nada hace pensar que los dos primeros no debían ser, ya en el siglo II, los de Mateo y Marcos. Así, se confirma que ninguno de los evangelios denominados “apócrifos” han tenido en ningún momento, ni siquiera en los primeros momentos de la Iglesia, condición de oficiales. Y no son pocos los evangelios apócrifos, de los que ya hablaré otro día, siendo algunos de ellos muy interesantes para comprender las diferencias tendencias sectarias que, casi desde el principio, dividieron a aquellos primeros cristianos, algunas de ellas tan llamativas como la de los gnósticos cainitas, que dignificaron la figura del discípulo Judas Iscariote al afirmar que él había entregado a Jesucristo siguiendo un plan fijado días antes de la Pasión.

Según el denominado Canon (o Fragmento) Muratoriano, también eran canónicos tanto el libro de Hechos de los Apóstoles como trece de las epístolas de Pablo, no estando incluida la Carta a los Hebreos, que en la actualidad sí goza de reconocimiento oficial. Sin embargo, se sabe que esta epístola no fue escrita por Pablo de Tarso: las referencias a Timoteo (al que Pablo dedicó dos cartas) y a Italia (en donde, por aquellos tiempos, debía de estar preso Pablo) fueron añadidos posteriores que buscaban darle mayor importancia al texto del que hubiera tenido siendo anónimo. Además, ni siquiera se trata de una carta dirigida a los judíos, sino de una homilía presuntamente escrita para ser leída ante una comunidad en la que debían existir un buen número de conversos judíos, lo que no es desde luego lo mismo. Así, el Fragmento Muratoriano parece indicar que, efectivamente, la “canonización” de este texto fue muy posterior a la del grueso del Nuevo Testamento, y que se hizo por motivos que iban más allá a los de una autoría demostrada. La pregunta sería, entonces, ¿por qué?

Otras dos diferencias entre el Canon descubierto por Muratoni y el actual serían la pertenencia al conjunto de sólo dos epístolas de San Juan, en vez de tres (aunque no se mencionan sus nombres), y la inclusión, además del Apocalipsis de San Juan, del Apocalipsis de Pedro. Eso sí, se demuestra que este último, ya entonces, no gozaba de popularidad alguna en ciertas comunidades al advertirse en el manuscrito que muchos se negaban a que fuera leído en aquellas primitivas iglesias. Otra pregunta, la de su caída en desgracia, que quedaría en el aire para futuros artículos.

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Leyes de mercado: La Autoedición

AutorVíctor Miguel Gallardo el 19 de diciembre de 2009 en Divulgación

Autoedición

La autoedición de libros ha existido desde el inicio de la imprenta. Sin embargo, hablando con propiedad, no se hizo algo habitual hasta mediados de los años 80 por razones técnicas. Me explico: si bien se suele identificar como “autoedición” a todo aquel libro costeado por su autor y no por una editorial, sea cual fuere la razón, en realidad el término debería limitarse a aquellas obras que han sido preparadas para impresión (con todo lo que ello conlleva), impresas y distribuidas por el escritor. Esto, que no era muy habitual antes de la era informática, va convirtiéndose poco a poco en una popular forma de difusión de literatura gracias a plataformas on-line que ofrecen servicios de distribución virtual (e incluso de impresión a demanda) basadas en maquetaciones no profesionales realizadas, por ejemplo, en procesadores de texto estándares.

No obstante, existen empresas que se autodenominan como “de autoedición”, es decir, editoriales que, por un precio, se ocupan de producir un libro. Gran parte de ellas incluso se ocupan de su distribución, aunque esta no es una conditio sine qua non. De ellas vamos a hablar.

Hace un tiempo hice un pequeño sondeo entre las empresas de autoedición más importantes de España. Me puse en contacto con una docena de ellas para comprobar la disparidad de precios y condiciones que ya suponía. La respuesta fue sorprendente. Los rangos de precios ofertados fue desconcertante: así, la empresa más barata dio un presupuesto tres veces más barato que la más cara. Ninguna de ellas, todo hay que decirlo, es la empresa líder del sector. La mayoría de las autoeditoriales más conocidas tenían precios similares, algo más del doble del presupuesto dado por la editorial más barata. Solicité la preparación e impresión de un libro de poesía, en formato A5, con 150 páginas; solo una de las doce editoriales consultadas tuvo el descaro de comentar que no solían hacer presupuestos antes de leer una obra pero que conmigo harían una excepción. Otra editorial fue la única que se negó a tratar conmigo si no era a través del teléfono (el resto no tuvo ninguna objeción en que todo se hiciera a través del e-mail).

Algo que me dejó bastante sorprendido fue que dos de esas editoriales incluyeran en sus presupuestos costes por procesos gratuitos. Para ambas editoriales, por lo visto, la tramitación con la Agencia Nacional del ISBN y el depósito legal de libros valían dinero. Hay que aclarar que la obtención de un número de ISBN (o ISSN en el caso de publicaciones periódicas) se soluciona con el envío de una simple carta, y que el depósito legal consiste en entregar varios ejemplares del libro (el número varía según el país) a las agencias estatales establecidas a tal efecto. En España dicho depósito legal es obligatorio para la imprenta, no para el editor y, desde luego, no para el autor. Algunas imprentas cobran este servicio, pero siempre en su justa medida: el coste de impresión de los libros entregados, ni más ni menos. Sin embargo, una de las editoriales consultadas fijó un precio de 200 euros por ambos trámites legales. Eso sí, los descontaban del presupuesto final haciendo hincapié en que era una oferta transitoria.

En general la sensación al negociar con estas editoriales fue la de encontrarme ante empresas que no tenían muy claro lo que estaban ofreciendo, de ahí la disparidad de precios y de condiciones. Sólo la mitad de ellas, por poner un ejemplo especialmente sangrante, me ofrecieron un contrato, algo que se me antoja indispensable. Para más inri, menos de la mitad de las empresas envió el presupuesto en un archivo separado del cuerpo del mensaje, ya fuera en formato .pdf o de texto. Los presupuestos, que son vinculantes, no deberían ir escritos sin más en un mensaje de correo electrónico.

En definitiva, la experiencia me sirvió para comprobar varias cosas. La primera y más significativa, relativa a los precios, es que antes de embarcarse en la aventura de la autoedición es necesario hablar con varias empresas: el autor se puede ahorrar un coste significativo. La segunda, y no menos importante, es que hay que exigir que todo se haga dentro de la legalidad, por supuesto. En cualquier caso, el escritor interesado en este tipo de edición haría bien en contar con algún tipo de asesor legal para evitar posibles estafas y engaños, lamentablemente tan comunes en este mundo donde edición tradicional, coedición y autoedición pueden llegar a confundirse en aras del beneficio ajeno.

El descenso, de Jeff Long

AutorVíctor Miguel Gallardo el 15 de diciembre de 2009 en Reseñas

El descenso

He de decir que no soy aficionado a la novela de terror; de hecho, tampoco a los cuentos de terror, ni al cine de terror, ni a los videojuegos de terror. Todo lo que implique pasar un mal rato ante un libro o una pantalla me repele enormemente, no perteneciendo a esa gran parte de la humanidad que disfruta con este tipo de géneros. Ni gore, ni terror psicológico, ni dramones lacrimógenos (otro tipo de horror), por favor. Sin embargo, hago excepciones. Con los cuentos de Clive Barker, por ejemplo. O con algunas novelas de Jeff Long (al menos las pocas que han sido traducidas al español).

Me turba sobremanera que Jeff Long sea uno de los escritores de cabecera de Dan Brown. Es como si de repente una de mis némesis y yo coincidiéramos en mi bar favorito y pidiéramos la misma marca de ginebra. Volviendo al libro que nos ocupa, hay que decir que Jeff Long es un escritor tejano cuya principal afición es la escalada, algo que queda más que claro en sus novelas. El descenso no es una excepción. No es, no obstante, una novela sobre alpinismo, y su título no engaña: el quid de la cuestión reside en descender hasta las profundidades de la Tierra.

La novela no puede arrancar de mejor forma. El primer capítulo debería tomarse como referencia de cómo enganchar a un lector de forma irrevocable a un libro para todos los escritores que se precien de serlo. Un inicio desgarrador, sin misericordia para el lector o los personajes, en el que se mezcla un poco de historia militar, una pizca de escalada, un odio exacerbado a los gurús del new age y, sobre todo, un horror primigenio que nos corta la respiración cuando, finalmente, el episodio continúa.

Imposible no continuar después de eso. Imposible no sumergirse en las siguientes historias, al principio totalmente desconectadas unas de otras. De hecho, los primeros capítulos recuerdan cercanamente al estilo periodístico y fragmentario que Max Brooks ha utilizado en la más reciente (y mucho más exitosa) Guerra Mundial Z. Pero donde Brooks vio zombies (perdón, infectados), Long ve demonios, criaturas infernales que cada vez se acercan más a la superficie, vaya usted a saber con qué fines (nada bueno, desde luego). Pero si existen los demonios, a los que se les calificará en la novela, oficialmente, como “abisales”, ¿por qué no podría existir el mismísimo Diablo?

A los protagonistas, por diferentes razones, no les queda otra que lidiar con estos seres infectos y sanguinarios, aunque llegados a un punto nos tendremos que replantear quiénes son realmente los asesinos y carroñeros, si ellos, los ocultos, o los que sobre la superficie anteponen cualquier consideración ética ante el beneficio corporativo o la adquisición de galones para sus guerreras.

El descenso, desgraciadamente, no es una obra redonda. Sus tres primeras cuartas partes son impecables, con un ritmo que no decae en ningún momento y con una trama perfectamente llevada que consigue mantener el interés pese a los continuos saltos espaciales que Long nos plantea. Sin embargo, la conclusión de la novela es decepcionante. Con tantos cabos por atar, con tantas tramas que finalizar, esos últimos capítulos no consiguen, sin embargo, darle buen término a la historia. Parecía faltar algo.

Y, efectivamente, faltaba algo. Acaba de ver la luz en EE.UU. la novela Deeper, que continúa de alguna manera la historia de El descenso. Ah, ya veo, eso es lo que faltaba: unos cuantos miles de dólares más en royalties. Ahora sí que lo entiendo todo, igual que si mi némesis pidiera al camarero mi ginebra favorita y la peor de las tónicas para mezclarla.

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Los libros prohibidos por el Opus Dei

AutorVíctor Miguel Gallardo el 27 de noviembre de 2009 en Divulgación

451

El título de este post puede resultar engañoso: no estamos hablando de libros prohibidos per se, sino más bien de libros que han de ser leídos sólo bajo supervisión y/o con permiso de la autoridad superior (a excepción de los que pertenecen al nivel máximo de precaución). El Opus Dei califica los libros según seis categorías:

1 – Libros que pueden leer todos, incluso niños.
2 – Lectura en general recomendable aunque requiere un poco de formación.
3 – Los pueden leer quienes tengan formación (puede haber escenas o comentarios “inconvenientes”). Se necesita permiso del director espiritual.
4 – Los pueden leer quienes tengan formación y necesidad de leerlos. Se necesita permiso del director espiritual.
5 – No se pueden leer, salvo con un permiso especial de la delegación.
6 Lectura prohibida. Para leerlos se necesita permiso del Padre (Prelado).

En las bibliotecas dependientes de la Obra los libros pertenecen, casi en su totalidad, a los grupos 1 y 2. Ejemplos de estos grupos serían la obra completa de J. R. R. Tolkien, los hermanos Grimm o Agatha Christie, así como la mayor parte de los libros de Arthur Conan Doyle (exceptuando Los refugiados y La gran sombra). Fahrenheit 451, de Ray Bradbury, pertenece por cierto al grupo 2, toda una paradoja para un libro que habla sobre lo que habla. No deben de haberlo leído.

En el grupo 3, libros que para ser consultados y leídos necesitarían del “permiso del director espiritual”, estarían, entre otros, muchas de las mejores novelas de Delibes, El Aleph (una de las obras más universales del autor argentino Jorge Luis Borges) o, sorprendentemente, la popular novela anónima El peregrino ruso, un clásico de la espiritualidad de nuestro tiempo.

Con el nivel 4 ya entramos en palabras mayores: ya no estamos hablando tan sólo de tener que pedir permiso al director espiritual o de tener formación: además hay que tener necesidad de leerlos. Me pregunto cómo se puede demostrar semejante cosa. Pero no está de más saber que, para leer libros como Frankestein desencadenado (de Brian Aldiss), la antología poética de Vicente Aleixandre, Cañas y barro (de Blasco ibañez), El canon occidental (de Harold Bloom), El laberinto español (de Gerald Brenan), RUR (de Karel Capek), 2001 (de Arthur C. Clarke) o El club Dumas y La piel del tambor (ambas de Arturo Pérez Reverte), los miembros de la Obra habrán de cumplir esos requisitos. Incomprensible (si es que algo de todo esto tiene el más mínimo sentido) lo de la obra de Harold Bloom: yo habría creado para ella un nivel 7 como mínimo.

En el quinto nivel nos encontramos con obras muy diversas, como por ejemplo La casa de los espíritus (de Isabel Allende), El árbol de la ciencia (de Pío Baroja)… y Fundación (de Isaac Asimov). El que haya pensado que esta novela del autor estadounidense de origen ruso era totalmente inocente se equivoca, por lo visto. ¿Está la psicohistoria en conflicto directo con Dios o con los prelados correspondientes?

Almuerzo desnudo

Y ya llegados al sexto y último nivel, el de los libros “prohibidos” (estoy utilizando su terminología, desde luego), podemos mencionar, entre muchísimos otros, el Manual de Economía Política (publicado por la Academia de Ciencias de la URSS), obras de Rafael Alberti como pueden ser Coplas de Juan Panadero o Lo que canté y dije de Picasso, la humorada Cómo acabar de una vez por todas con la cultura (de Woody Allen), los Textos escogidos de Salvador Allende, obras de Isabel Allende como Cuentos de Eva Luna o De amor y de sombra, el Curso de puericultura de Cuper, La negritud (de Luis María Ansón), El cuento de la criada (de Margaret Atwood), Las flores del mal (de Baudelaire), el Manifiesto del surrealismo (de André Breton), el Decamerón, La naranja mecánica (de Anthony Burgess), el Tratado de la regalía de amortización (de Pedro Campomanes), La colmena (de Cela), La ilustración gráfica del siglo XIX (de Valeriano Bozal), Rey Jesús (de Robert Graves), buena parte de la obra de Cortázar, y las obras casi completas de Fernando Arrabal, Clive Barker, Mario Benedetti, William S. Burroughs, José Caballero Bonald, Santiago Carrillo, Ricardo de la Cierva, Paulo Coelho, Auguste Comte, Bertolt Brecht y Bukowski, entre muchos otros.

Me siento muy orgulloso de haber leído algo de casi todos ellos. Incluso de De la Cierva.

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Pórtico, de Frederik Pohl

AutorVíctor Miguel Gallardo el 21 de noviembre de 2009 en Reseñas

Pórtico

Frederik Pohl ganó en 1978 tres de los premios más importantes de la ciencia ficción mundial: el Hugo, el Nébula y el Campbell. No es casual: Pórtico es una de las novelas de este género más importantes de la historia, a la altura de otros clásicos de obligada lectura como Dune, Fundación, El juego de Ender o Neuromante (cada uno imprescindible a su manera). La condición de clásico no la convierte en una novela, para el lector actual, añeja (como bien podría pasar con las más famosas novelas de Herbert o Asimov) o ingenua (algo que me han comentado muchos de los que se han acercado a Orson Scott Card). Incluso Neuromante, algo posterior y verdadera iniciadora de todo un género (el cyber-punk) podría hoy considerarse superada por posteriores obras que bebieron de ella. Pórtico no: sigue siendo una de las más lúcidas historias de exploración espacial escritas jamás.

La obra en sí está dividida en dos partes bien diferenciadas que se nos van mostrando en capítulos alternos: por un lado, las charlas del protagonista, Robinette Broadhead (Bob para los amigos), con su psicoterapeuta robótico; por el otro, y anterior temporalmente, la historia de cómo él se convirtió en un hombre rico tras retornar de una expedición a bordo de una nave extraterrestre. Porque Pórtico, al que hace hace referencia el nombre de la novela, no es más que un trozo de roca cercano a la Tierra abandonado milenios antes por una raza alienígena, los Heeche, de la que poco más que nada se sabe. No obstante, Pórtico cuenta con una serie de naves espaciales preprogramables que son utilizadas por aventureros de todas las partes del mundo (de los mundos, quiero decir, toda vez que Venus ya cuenta con una población humana estable) para adentrarse en lo desconocido… y rezar por poder volver. Aunque el riesgo de morir en el intento es alto, la recompensa en caso de encontrar artefactos Heeche bien merece la pena para gente que carece de otra esperanza de conseguir el denominado Certificado Médico Completo, un salvoconducto a la longevidad que sólo los más pudientes se pueden permitir.

Para Bob, Pórtico es un sueño, la única escapatoria hacia una vida mejor. Tras muchos años de duro trabajo en una granja de alimentos sintéticos, es agraciado con un premio de la lotería que él emplea para embarcarse hacia la extraña estación de Pórtico. Una vez allí, sólo resta subirse a la primera nave disponible, cruzar los dedos… y esperar a que la nave decida el destino: ¿artefactos Heeche que te permitan convertirte en un hombre rico, o tal vez una muerte instantánea? ¿Nuevas instalaciones extraterrestres, o es más probable que la nave sea engullida por un agujero negro? Y siempre la esperanza de que, en uno de esos viajes, se pueda vislumbrar de una vez por todas a los escurridizos extraterrestres.

Pero Pohl no sólo habla aquí de naves espaciales y aliens de aspecto incierto. Pórtico es, por encima de todo ello, una novela sobre las oportunidades perdidas, sobre la cobardía (en el más amplio sentido de la palabra), sobre el amor y el desamor y, sobre todo, sobre el remordimiento. Con un estilo claro y sencillo nos introduce de lleno en un Pórtico lleno de vida y de muerte, de deseos frustrados y de ambiciones.

Una novela imprescindible para cualquier aficionado a la ciencia ficción. Y también para los que no lo sean.

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El proyecto Postcrossing: Microliteratura epistolar

AutorVíctor Miguel Gallardo el 17 de noviembre de 2009 en Noticias

Postales

En estos tiempos que corren en los que nos comunicamos a diario por teléfono, mensajes SMS, emails, listas de correo electrónico, chats y redes sociales, no está de más reivindicar uno de los géneros literarios más olvidados: el epistolar. ¿Habría sido lo mismo evaluar la obra de H.P. Lovecraft, por poner un ejemplo, si no hubiera caído en nuestras manos su correspondencia privada? Los Lovecraft del siglo XXI no podrán tener esa suerte, desde luego.

En 2005 empezó, de la mano de un estudiante portugués llamado Paulo Magalhães, un proyecto on line que, a día de hoy, cuenta con cerca de 200.000 usuarios: el proyecto Postcrossing. La idea era simple: un portal en internet en el que obtener direcciones de correo de gente interesada en recibir una postal en su buzón. Todo funciona de manera aleatoria, y a la vez que el miembro de la página envía postales sabe que hay otras, de las que ignora absolutamente todo, que están viajando en ese momento hacia él. Lo de menos, para muchos de estos usuarios, es la postal en sí: los alicientes son mucho más variados que la simple colección de postales, siendo uno de los más mencionados por los fanáticos de Postcrossing el poder recibir algo más que facturas y publicidad en sus casas. Además, está la emoción de no saber qué te pueden mandar y desde dónde. ¿Una postal con un horrible paisaje desde Finlandia? ¿Una reproducción de una litografía desde China? ¿Gatitos abrazándose desde Polonia? Además, así lo cuentan ellos, cada postal recibida tiene el valor añadido del mensaje escrito. Porque, ¿qué le cuentas en un puñado de líneas a un extraño del que nada sabes aparte de su nombre, su dirección, y lo que haya escrito en su información on-line?

Para muchos el mayor inconveniente de este proyecto es el idioma. Aunque puedes especificar en tu perfil público los idiomas que conoces, el idioma franco utilizado es el inglés. Para todo. Esto puede coartar a mucha gente sin nociones en esta lengua, pero como bien dice Magalhães en la página web de Postcrossing, hubo que elegir un idioma que pudiera atraer al mayor número de personas, y aunque estemos hablando de un proyecto portugués (más concretamente de la zona de Oporto), es innegable que el inglés es, a día de hoy, el más universal de los lenguajes escritos.

La popularidad del proyecto, así como el número de usuarios registrados y el número de postales enviadas (ya son cerca de cinco millones) han ido en aumento exponencial al tiempo que múltiples medios de comunicación (entre ellos la prestigiosa BBC) se han hecho eco de la idea. Muchos aficionados a la filatelia se han unido también al Postcrossing, deseosos de poder conseguir sellos de países lejanos que, de otra forma, tendrían difícil conseguir. Por supuesto hay zonas en las que se ha hecho más popular que en otras, y habría que destacar que los tres países más activos son, por este orden, Estados Unidos, China y, sorpresivamente, Finlandia.

Precisamente una usuaria de este último país hizo historia en Postcrossing por ser una de las implicadas en el primer matrimonio entre postcrossers, en su caso con un hombre australiano con el que estuvo intercambiando durante meses correspondencia.

Obviamente ese no era el objetivo del proyecto, pero son muchos los que han encontrado a un buen amigo gracias a él con el que poder intercambiar impresiones sobre intereses comunes. Sólo por eso merece la pena plantearse el olvidar durante unos minutos el teclado del ordenador y ponerse a escribir una líneas a un completo desconocido del otro lado del globo.

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La peor cubierta del mundo

AutorVíctor Miguel Gallardo el 15 de noviembre de 2009 en Divulgación

Mala Portada

Seamos francos: al mismo tiempo que existen muchísimos libros en el mercado con un diseño exterior exquisito, la mayor parte de la producción editorial se podría considerar como mediocre. Del mismo modo, una significativa porción de las novedades de cada año podría considerarse, sin temor a equivocarnos, como horrorosa. Sin entrar a valorar el diseño interno, mucho más complejo de evaluar a simple vista, resulta un juego cuanto menos interesante entrar en una librería e intentar encontrar la cubierta más fea, la menos agraciada, la que tiene una rotulación ilegible o la ilustración más desafortunada.

Algunos géneros son más propensos que otros a ignorar las más sencillas reglas de la estética. Así, y al tiempo que no habrá muchas sorpresas en libros de ensayo, novelas históricas o de temática bélica, antologías poéticas o manuales, si ahondamos en las secciones de ciencia ficción, novela romántica, esoterismo, autoayuda o tiempo libre y ocio podemos llevarnos sorpresas mayúsculas. Las cubiertas de reediciones de clásicos que hacen algunas editoriales “baratas” también se las traen.

Se podría pensar que las malas cubiertas deberían aparecer más en editoriales pequeñas, con menos recursos, que en los grandes grupos editoriales, pero esto no siempre es así. Muchas de esas editoriales más pequeñas suelen cuidar, dentro de sus posibilidades, muchísimo el diseño de sus libros, convirtiéndose algunos de ellos en un auténtico gozo para la vista. Pero claro, esto no es aplicable a todas estos sellos, y viviendo como vivimos en un momento en el que casi cualquiera se considera un mago del Photoshop y similares, podemos encontrarnos con auténticas aberraciones visuales.

Un poco de autocrítica por parte de las editoriales no vendría mal; la revista Time, por poner un ejemplo, hizo hace no mucho tiempo una lista de sus peores portadas de la historia, sometiendo la elección de la ganadora a una encuesta entre sus numerosos lectores. También aprovecharon para enumerar las portadas que más suscriptores les habían hecho perder, o que más cartas de protesta habían generado, resultando vencedora la del número de 1973 dedicado a la película “El último tango en París”, que generó nada menos que 12.190 misivas de lectores contrariados, seguida de otras polémicas portadas como la “Ayatollah Khomeini, hombre del año” (1980), “¿Ha muerto Dios?” (1966) y “Sexo en los Estados Unidos” (1964).

Mala PortadaEl tema de la aceptación de los lectores no es baladí si se traslada a los libros: más allá de que una cubierta nos resulte más o menos atractiva, también podemos encontrar algunas que nos pueden llegar a desagradar. A mí me pasa, por ejemplo, con las biografías de algunos políticos y personajes públicos, y sé de gente que se niega a pasar cerca de la sección de infantil y juvenil para evitar morir empalagado entre los libros en tonos rosa y fucsia (que esa es otra: también existe el típico machismo en la literatura para los más jóvenes, dejando muy claro qué libro es para niñas y cual es para niños; me extraña que los sigan colocando juntos en la estantería y que no hayan sido separados, como pasa con los juguetes).

Sea como fuere, y aunque yo me voy a reservar mis cubiertas favoritas en cuanto a horror, fealdad y falta de gusto, os animo a que deis vuestra opinión al respecto y compartáis con el resto de seguidores de Lecturalia esas “perlas” que seguro que tenéis en mente.