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Víctor Miguel Gallardo (Página 15)

Páginas y páginas sobre fútbol

AutorVíctor Miguel Gallardo el 29 de junio de 2010 en Divulgación

Fútbol Madrid

Como cada cuatro años, el verano se convierte en el paraíso de los aficionados al deporte más popular del mundo. Las treinta y dos mejores selecciones nacionales se enfrentan en una competición, la Copa Mundial de Fútbol, que este año se desarrolla por primera vez en el continente africano. Los equipos africanos empezaron a tomar notoriedad a principios de los años 80, y algunos han conseguido pequeñas “machadas”, por ejemplo Argelia en 1982, en donde llegó a ganar a Alemania Federal, o Camerún en 1990, equipo que maravilló a todos y que llegó hasta cuartos de final de la mano del genial e inigualable Roger Milla.

El fútbol genera cada año páginas y páginas de información en prensa especializada y generalista, dándose el caso de que en muchos países son precisamente los diarios de prensa deportiva (y deporte, desgraciadamente, es equivalente para muchos a fútbol) los más vendidos, caso del diario Marca en España o el Olé en Argentina. Pero, no sólo eso: en cualquier librería podremos encontrar cientos de títulos que hacen referencia al fútbol, algunos bastante curiosos.

En primer lugar, son bastantes los libros escritos por periodistas deportivos pormenorizando la historia del balompié o relatando anécdotas de todo tipo. De este género serían los títulos 366 historias del fútbol mundial que deberías saber, de Alfredo Relaño, y De la Naranja Mecánica a la Mano de Dios, de Julio Maldonado “Maldini”, dos de los periodistas deportivos más populares de la prensa española. El caso de este último es especialmente interesante: alejado del paroxismo de muchos de sus compañeros de profesión, “Maldini” es una auténtica enciclopedia andante del fútbol, siempre comedido en sus declaraciones.

También son comunes las biografías y autobiografías de jugadores, técnicos y directivos, dando visiones muy particulares sobre el mundo que rodea al deporte. Desde textos panegíricos como Cristiano Ronaldo. Sueños cumplidos, del periodista Enrique Ortego, a aproximaciones al management y al márketing deportivo como Bienvenido al mundo real, de Sandro Rosell (recientemente elegido de forma abrumadora como nuevo presidente del FC Barcelona) o relatos sobre las interioridades, no siempre muy transparentes, del mundo de los fichajes, como Casi toda la verdad, de Josep Maria Minguella. El libro de Rosell, lanzado ya hace unos años en idioma catalán, tuvo una gran acogida entre el público, llegando casi a los cien mil ejemplares vendidos, dándose la circunstancia de que los beneficios de la publicación estaban destinados al deporte paralímpico.

Pero existen libros sobre fútbol encuadrados en casi cualquier categoría que nos podamos imaginar: libros sobre técnica, táctica y entrenamiento físico a docenas, por supuesto, pero también novelas (Cuando éramos los mejores, de J. J. Armas Marcelo), incluso de ciencia ficción (Madrid, de Daniel Mares, que se desarrolla durante una futura final de Champions League entre Real Madrid y FC Barcelona), ensayos que rayan el thriller (El caso Di Stéfano. Toda la verdad sobre el caso que marcó una época, de Xavier G. Luque y Jordi Finestres, y que habla sobre las supuestas presiones del régimen franquista para que el genial jugador hispano argentino recalara en el Real Madrid y no en su acérrimo rival barcelonés), cómics (como El deporte de Gallego y Rey: su original visión del fútbol, o la versión en viñetas de la historia del Atlético de Madrid o del Valencia, llamadas respectivamente ¡Atleeeti! y Amunt València), atlas (Atlas Ilustrado de Fútbol, de Eduardo Trujillo Correa), ensayos pretendidamente serios (como A ras de yerba. Apuntes futboleros, del prestigioso escritor Montero Glez), libros juveniles e infantiles como para llenar un barco, libros de colorear, poemarios (sí, poemarios), sesudos análisis sobre la repercusión global del fútbol en la sociedad (como El fútbol como ideología, de Gerhard Vinnai) y, aunque cueste creerlo, también libros de autoayuda (como Todo lo que sé de la vida me lo enseñó el fútbol. Inspiraciones para que la pelota corra a tu favor en el día a día, de Francis Amalfi). Para que luego digan que los aficionados al fútbol no leen.

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¿Cuál es el libro más largo del mundo?

AutorVíctor Miguel Gallardo el 20 de junio de 2010 en Divulgación

Cien mil millones de poemas

Existen algunas obras que tienen realmente proporciones gigantescas, tanto es así que son necesarias incluso décadas para completarlas. Por ejemplo, uno de los más ambiciosos proyectos de la UNESCO era crear una Historia de la Humanidad que ha sido completada en fechas recientes… después de haberse iniciado en 1952. La obra está compuesta por seis colecciones temáticas con siete volúmenes cada una, escrita al alimón por 1600 de los mayores expertos en temas tan diversos como Historia de la Tecnología, Astronomía, Botánica, relaciones religiosas o estadismo militar de los últimos sesenta años. Los volúmenes intentan no dejarse nada en el tintero: así, podremos encontrar desde un sesudo estudio de los avances tecnológicos en el Neolítico hasta la historia pormenorizada de la descolonización del continente africano.

Pero claro, habrá quien opine que esto no es exactamente un libro, sino una colección de ensayos. Otro volumen que se me viene a la cabeza no deja lugar a dudas: es un libro, escrito por un solo autor, el francés Raymond Queneau, y publicado en 1960, y es tan extenso que nadie podría leerlo en toda una vida (ni siquiera él, el autor). Si añado los datos de que el libro es, en realidad, un poemario y que consta de diez páginas es obvio que no comprenderéis exactamente el porqué de su extensión y del título honorífico de ser el libro más extenso del mundo. La explicación es sencilla. El libro, titulado Cent mille miliards de poèmes (Cien mil millones de poemas), consta, como ya he dicho, de diez páginas con otros tantos sonetos. Pero el título no engaña: no son sólo diez sonetos, sino 10 elevado a 14 sonetos, ya que cada libro está configurado de la siguiente forma: cada una de las páginas está cortada en tiras, conteniendo cada una de las tiras uno de los catorce versos de los que consta cada soneto. Dado que los diez sonetos tienen rimas idénticas en los versos correspondientes, en teoría el libro de Queneau (que además de poeta fue novelista, matemático e integrante del movimiento surrealista francés) contiene cien millones de poemas con sentido que respetan la rima del soneto (en este caso ABBA ABBA CCD EED, lo típico en los sonetos franceses en contraposición a los sonetos españoles, que suelen rimar ABBA ABBA CDC DCD o ABBA ABBA CDE CDE).

Por si os interesa, en este enlace podéis echar un vistazo al “librito” en cuestión (traducido también al inglés). Eso sí, os advierto de una cosa: simplemente tardando un minuto en leer cada uno de ellos, se tardarían millones de años en leer todas las combinaciones. Es más: hay una probabilidad altísima de que, al leer una de las combinaciones, seamos la primera persona en leer ese soneto en cuestión.

Habiendo hablado ya de ensayos y de poemas, queda interesarnos por la novela más larga. Muchos consideran que la más larga podría ser la obra de Marcel Proust, En busca del tiempo perdido, consistente en siete volúmenes y con millón y medio de palabras, pero yo la considero más bien una colección de novelas (de no ser así, los Episodios Nacionales de Benito Pérez Galdós, cuarenta y seis novelas históricas divididas en cinco series, le ganarían por goleada), así que, a falta de un estudio detallado sobre el particular, me atrevería a señalar una novela francesa del siglo XVII escrita por los hermanos Georges y Madeleine de Scudèry, consistente en diez volúmenes. También hay obras extensísimas que no han llegado a publicarse jamás, por razones más que obvias, como por ejemplo la magna La Historia de las Vivians, en lo que se conoce como los Reinos de lo Irreal, sobre la Guerra-Tormenta Glandeco-Angeliniana causada por la Rebelión de los Niños Esclavos (o, simplemente, In the Realms of the Unreal), del autor estadounidense Henry Darger y que tiene la friolera de 15.143 páginas, ilustradas por él mismo. Darger, que vivió recluido por voluntad propia, obsesionado con escribir, debió de ser uno de los autores menos dados a la concisión de la historia: en 1968 terminó de escribir un libro llamado The History of My Life (La historia de mi vida), en el que durante las primeras 206 páginas habla sobre su infancia y sus obsesiones de niñez para, a continuación, pasar a describir durante nada menos que 4.672 páginas más la historia de Sweetie Pie, un tornado que destruye una población. Todo un prodigio nacido de la mente enferma de un chico con una infancia difícil que degeneró en un hombre antisocial y obsesivo (llegaba a ir hasta cinco veces al día a misa).

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Quemar libros y bibliotecas, una afición atemporal

AutorVíctor Miguel Gallardo el 2 de mayo de 2010 en Divulgación

Quema Libros

Sí, la bibliocastia (quema de libros) y la destrucción de bibliotecas (muy habitualmente mediante incendios provocados) ha existido desde prácticamente la invención de la escritura. Existen diferentes razones para querer borrar de la faz de la tierra documentos o los edificios que los contienen, siendo las más importantes las ideológicas, ya sean de índole política o religiosa. También, en ocasiones, se han destruido bibliotecas durante motines sociales, no del todo por error pero sí sin intencionalidad específica en el acto en sí.

Los egipcios fueron de los primeros en practicar con suma perfección el arte de la “destrucción de pruebas”. Salvando las distancias, fueron unos expertos en reescribir la historia: era tan sencillo como coger un punzón y borrar todas las referencias a tal o cual rey en muros de templos y palacios. Así, de algunos faraones no quedó, para la posteridad, ni el nombre (afortunadamente gracias a la arqueología hemos podido recrear reinados enteros, salvando del olvido a tantos y tantos desafortunados monarcas). Un ejemplo claro fue el de Amenhotep IV, más conocido como Akenatón, que tras impulsar el culto al dios Atón, prohibió el de Amón. Muchos historiadores cristianos llegaron a afirmar que Akenatón estaba, realmente, convirtiendo la religión egipcia en una religión monoteísta, y la cultura popular del siglo XX (a través de novelas y películas) ha afianzado esta percepción en el público. Nada más lejos de la realidad: la reforma de Akenatón respondía más a cuestiones políticas (acabar con el poder que detentaban los sacerdotes de Amón, entre otras muchas reformas) que religiosas. Muerto Akenatón, murió también su memoria.

Los romanos perfeccionaron esta técnica hasta límites insospechados, e incluso le dieron un nombre, el de damnatio memoriae (“destrucción de la memoria”), algo que el Senado podía determinar. Muchos fueron, incluso, los emperadores afectados (entre ellos los conocidos Calígula, Nerón, Domiciano o Cómodo), lo cual convertía en imperativo (aparte de la prohibición de pronunciar su nombre en público) la destrucción de todo documento u objeto que le hiciesen referencia, ya fueran documentos escritos (incluyendo inscripciones, poesía, textos históricos o simples actas contables), artísticos (pinturas o esculturas) o incluso monedas. Afortunadamente, y hablando de los libros, la existencia de varias copias ha permitido que conozcamos en mayor o menor grado la vida y obra de estos emperadores.

En la Edad Media, imperando el Cristianismo en Europa occidental, se satanizaron todos aquellos escritos que no estuvieran sujetos a lo que el Papado y la Iglesia consideraban adecuado. Era habitual entonces la quema de libros y documentos de gran valor por el simple hecho de haber sido escritos por paganos. Aunque hubo mecenas (como, sin ir más lejos, Alfonso X el Sabio) que impulsaron la traducción de obras árabes y judías de índole científica, lo habitual era que estos libros fueran destruidos. Ya no es que todo lo que sonara a Ciencia resultara inadecuado para la Iglesia: se destruyeron miles de documentos sin pararse a pensar siquiera en su contenido simplemente porque estaban escritos en un idioma ininteligible o porque tenían ilustraciones que podían recordar a prácticas prohibidas. Por ejemplo, un compendio de hierbas en árabe podía fácilmente ser identificado, a los ojos del clérigo de turno, como un libro con recetas de pociones mágicas; un tratado de geometría, en cambio, podía representar fórmulas arcanas y satánicas.

Quema Libros

Ya en el siglo XX, hay que recordar la quema de libros escritos por judíos e izquierdistas durante el III Reich alemán, algo que el régimen militar chileno repitió treinta años después. Durante la Guerra de los Balcanes las tropas serbias destruyeron la Biblioteca Nacional de Sarajevo, un edificio sin valor estratégico ni militar pero que era un símbolo de integración en Bosnia, acabando con cientos de miles de volúmenes atesorados allí durante siglos. Al respecto del primero de estos hechos, es célebre la frase de Sigmund Freud al conocer que sus libros estaban siendo destruidos en Austria y Alemania:

¡Cuánto ha avanzado el mundo! ¡En la Edad Media me habrían quemado a mí!

Freud, que murió en el exilio en 1939, no podía saber cuando exclamó esto que, desgraciadamente, los nazis no se conformaron con erradicar la cultura germano-judía de las bibliotecas del país.

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Las lenguas de la Tierra Media

AutorVíctor Miguel Gallardo el 18 de abril de 2010 en Divulgación

Ejemplo de escritura creada a partir de los libros y textos de J. R. R. Tolkien

J. R. R. Tolkien, aparte de una gran labor de creación mitológica que sirviera de base para sus obras, también se tomó el tiempo necesario de elaborar, de forma más o menos completa, una serie de lenguas y alfabetos que se correspondieran con las diferentes razas que poblaban los imaginarios mundos de Arda. No es, desde luego, el único autor que lo ha hecho, pero sí uno de los más importantes, si no el que más, cuyas creaciones lingüísticas han trascendido de forma más clamorosa, hasta el punto de que algunos seguidores de sus libros han llegado a dominar uno o varios de esos idiomas y sistemas de escritura.

Aunque no es poco habitual que miembros de una misma etnia hablen idiomas distintos debidos a diferentes evoluciones históricas, las lenguas y sistemas de escritura en la obra de Tolkien suelen identificarse con las diferentes razas imaginadas por Tolkien. No obstante, y debido a los acontecimientos que se detallan en la mastodóntica obra de El Silmarillion, algunas de estas lenguas y sistemas de escritura pasan de unas razas a otras: así, algunos humanos que vivieron en contacto con las grandes familias élficas tomaron el idioma élfico como propio, así como su alfabeto.

Los dos idiomas élficos por excelencia son el quenya y el sindarin. El primero, que después de ciertos hechos narrados en el mencionado libro se convierte en una lengua prácticamente reservada para la vida privada y erudita, está basado en las dos grandes lenguas clásicas, latín y griego, así como en el finés (uno de los idiomas europeos, junto con el euskera y el húngaro, del que no se conocen antecedentes) y, en menor medida, el galés. Es precisamente el galés la base del segundo de los idiomas élficos, el sindarin. Así, se contrapone el clasicismo del quenya a las influencias celtas del sindarin. Hay que precisar que las influencias de estos idiomas son, más que a nivel de construcción, a nivel visual y estético: ambos se pueden considerar idiomas artificiales completos y no variaciones o amalgamas de otros lenguajes.

También existen idiomas de influencia semítica en la obra de Tolkien. El idioma de los enanos es llamado khuzdul (literalmente “lengua”), y tiene puntos en común con el hebreo y el árabe, aunque no derive expresamente de ellos. Los enanos fueron muy celosos de su idioma, considerando ellos mismos que el khuzdul, que era un regalo que les había ofrecido Aulë, su creador, les era racialmente exclusivo. Así, aunque se hace referencia en las obras de Tolkien a que el idioma khuzdul fue dominado por un puñado de elfos (que, de todas maneras, lo consideraban un lenguaje inferior a los suyos propios), no fue muy habitual que la raza enana quisiera difundirlo más allá del ámbito exclusivamente privado.

Alfabeto Quenya

La contraposición entre razas puras e impuras en la obra de Tolkien afecta de forma directa a las lenguas de dichas razas. Por poner un ejemplo, las lenguas élficas y enanas permanecieron durante el paso de los siglos inalteradas tanto en sus versiones escritas como orales. Las lenguas de los orcos y la de los humanos, en cambio, sufrieron alteraciones cada vez más significativas. Así, de la lengua negra original, aquella que hablaron Morgoth y Sauron en un principio, apenas quedaron vestigios en épocas posteriores. Los orcos de la Tercera Edad, aquella cuyo final relata El Señor de los Anillos, hablaban un dialecto totalmente diferente. La carencia dentro de la raza orca de una cultura escrita generalizada posiblemente dificultó el inmovilismo de su idioma, que fue cambiando hasta hacerse irreconocible de su raíz. El único texto completo que se conserva en esta lengua negra original es la inscripción del Anillo Único, por lo que no es un idioma artificial propiamente dicho (seguramente Tolkien, que lo creó a propósito para que fuera desagradable al oído) no se preocupó en desarrollarlo más que lo básico. Algunos afirman que la lengua negra tendría similitudes con idiomas desaparecidos del Próximo Oriente tales como el hitita o el hurrita.

Los humanos, para finalizar, hablaban en gran parte un lenguaje denominado como “occidental” (traducido como oestron al español), también llamado “idioma común”, en realidad un dialecto proveniente del adunaico hablado en la isla de Númenor antes de su caída. Este idioma no fue desarrollado por Tolkien ya que, al ser el habitual de humanos y hobbits de la Tercera Edad, se sustituyó por el inglés para la elaboración de sus novelas, por lo que lo único que podemos suponer es que era parecido fonéticamente al ya mencionado adunaico (que guardaba más similitudes lingüísticas con el khuzdul enano que con los idiomas élficos).

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El escritor y sus obsesiones

AutorVíctor Miguel Gallardo el 16 de abril de 2010 en Divulgación

Obsesiones

Reconozcámoslo, para muchos escritores la literatura, además de un oficio, es una auténtica obsesión. Parafraseando un famoso refrán, viven para escribir, no escriben para vivir. La mayoría de ellos, por añadidura, no son profesionales de la literatura y, aparte de esta afición/obsesión, deben trabajar casi de cualquier cosa para pagar las facturas. No parece que con las nuevas tecnologías, gracias a las cuales todo escritor o escritor en ciernes puede dar a conocer sus letras casi instantáneamente, esto vaya a cambiar: las razones para escribir y querer ser leídos siguen siendo las mismas, y afortunadamente para los lectores la cuestión monetaria sigue sin tener demasiado peso para la mayoría de los que escriben.

Esto no quiere decir, por supuesto, que no haya escritores que quieran, ante todo, “hacer caja”. No seré yo el que se atreva a negar lo que es más que evidente.

Pero el hombre no suele tener una única obsesión: las más de las veces son varias las que compiten en su cabeza, de una forma algo caótica, para ocupar el mayor tiempo posible de la vida (y el esfuerzo) de su inquilino. Para el que escribe, esto puede ser, a la vez, una bendición y una maldición; así, no es extraño que en ciertos escritores encontremos temas recurrentes que aparecen una y otra vez en diferentes obras. ¿Alguien duda de que Michel Houellebecq siente una profunda perplejidad ante los intrincados mecanismos de la sociedad actual? ¿No son sino obsesiones, muy diferentes pero de raíz única, las que mueven a César Vidal a escribir lo que escribe? ¿Es Umberto Eco un escritor que habla de semiótica o un teórico literario que, además, escribe?

Habrá quien diga, y tal vez con razón, que es más fácil escribir sobre lo que se conoce. Eso es evidente: el proceso de documentación, si se tiene ya un cierto bagaje sobre el tema, será más liviano (esto es válido sólo para los que se documentan, por supuesto). El proceso de escritura también se agilizará: para un historiador especializado en la Edad Media española escribir una novela sobre la Reconquista le será mucho más fácil y cercano que ambientarla en una época de la que desconoce prácticamente todo, pongamos por caso la Indochina colonial francesa. A no ser, claro, que aunque especialista en el Medievo su obsesión sea Indochina.

La proliferación de novelas ambientadas en la Segunda Guerra Mundial no es casual: este conflicto supone, para muchísimas personas de los cinco continentes, una época de la historia reciente fascinante, sean o no aficionados habituales a la historia bélica. Otro ejemplo: en muchas novelas aparecen perros, gatos o bebés. Puede parecer de perogrullo, pero somos muchos (me incluyo) los que contamos entre nuestras obsesiones a nuestras mascotas o (salvando las distancias) a nuestros hijos pequeños. Yo, por ejemplo, tengo dos gatos: ¿alguien se sorprendería de que, de escribir una novela, el protagonista tenga un minino? ¿Alguien se está sorprendiendo de que, ya que estoy hablando de obsesiones, esté poniendo este ejemplo concreto?

Desde hace tiempo, siempre que me acerco a una novela, me sumerjo en un triple juego. Por un lado, intento adivinar las lecturas que más marcaron, estilística y temáticamente, al autor. Por otro, el estado de ánimo con el que escribió la novela. Por último, la obsesión, u obsesiones, que yacen en el trasfondo de la obra. Leyendo detenidamente podemos saber más del autor que con la escueta información que las editoriales nos ofrecen de él en las solapas del libro o en los dossieres de prensa. O, tal vez, esta no sea más que otra de mis particulares obsesiones, ¿quién lo sabe?

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El camino de San Josemaría

AutorVíctor Miguel Gallardo el 4 de abril de 2010 en Divulgación

Escribá

José María Julián Mariano Escrivá de Balaguer y Albás es, casi sin ninguna duda, uno de los oscenses más universales, por no decir el que más. Creador de una doctrina, y santificado por la Gracia de Dios (o de su representante en la Tierra en ese momento, el Santo Padre Juan Pablo II), es uno de los escritores más vendidos del siglo XX, y seguramente lo será de igual forma en el siglo XXI. Todo el mundo suele acordarse, al hablar de él, de su obra Camino, una recopilación de 999 aforismos que es uno de los libros más vendidos de los últimos cincuenta años, pero lo cierto es que San Josemaría fue el autor de muchas otras obras, entre las que cabe citar Surjo o Forja (también colecciones de aforismos), Es Cristo que pasa (una antología de homilías), Vía Crucis o Santo Rosario.

José María Escrivá de Balaguer es una figura controvertida, tanto dentro como fuera del Cristianismo. Fuera de él es considerado un demagogo, un proselitista y un sexista; para muchos dentro de la Iglesia su imagen no es mucho mejor. No obstante, a día de hoy sigue siendo una figura más que importante para millones de cristianos, especialmente para aquellos que están alineados con el Opus Dei, su más particular obra.

Camino es, indiscutiblemente, uno de los libros con más repercusión del siglo XX. Compuesto por 999 máximas o aforismos de índole religiosa, se ha convertido en el libro de cabecera de una buena parte del Cristianismo, tanto de una parte de la élite que reside en el Vaticano y en sedes episcopales como de los cristianos de base, teniendo especial repercusión entre millones de laicos que consideran este pequeño libro como el más importante de su vida. Pero, ¿de qué habla Camino? No es esta una pregunta baldía para todos los que somos ajenos a la doctrina del Opus Dei o para todos aquellos que desconocemos la vida y obra de San Josemaría. Camino se publicó por primera vez en 1934 con el título de Consideraciones Espirituales, y no sería hasta 1939 cuando, en una nueva edición impresa en Valencia, adoptara su nombre definitivo. Nótense las fechas y el lugar: no es algo gratuito para comprender el contexto histórico del libro dado que Valencia, hasta marzo de ese año, había sido uno de los últimos bastiones republicanos durante la Guerra Civil española.

Camino es, ante todo, un libro escrito en tono coloquial con principios morales basados en la experiencia de un religioso. Ha sido muy criticado por contener aforismos considerados sexistas, pero tenemos que ser consecuentes: fue un libro escrito por un sacerdote conservador en los años 30, difícilmente podríamos encontrar algo distinto. No obstante, algunos de esos aforismos pueden ser considerados, actualmente, como plenamente desfasados; sin embargo, y he de ahí la crítica de gran parte de la sociedad, hay quien, hoy día, los sigue a rajatabla. Hay que recordar que, salvando las distancias, sigue habiendo gente que hace lo propio con El manifiesto comunista o el Mein Kampf.

Dejando a un lado la polémica repercusión de Camino, no podemos obviar la influencia de esta obra (y de todas las de San Josemaría) en la sociedad española de los últimos decenios. Sus lectores fueron, después de todo, los que consiguieron los avances más significativos en diversas materias (entre ellas la economía o la libertad de expresión) durante el franquismo. También son ellos los que, paradójicamente, abanderan las posiciones más conservadoras de la política española e iberoamericana en la actualidad.

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Simplemente poesía

AutorVíctor Miguel Gallardo el 28 de febrero de 2010 en Divulgación

Cuadernos

No nos engañemos: si fuera por las grandes editoriales, esas que hacen caja con los best-sellers de turno (ya sean biografías de políticos o novelas sobre zombies, valgan los ejemplos), la poesía habría desaparecido de las librerías hace mucho tiempo. A no ser, como ya dije en su momento en este mismo lugar, que el autor sea un famoso. No un poeta famoso, aclaro: un famoso, sin más, sea este cantante, futbolista, torero o astronauta. Y así ocurre que, en muchas librerías, la única poesía que podemos encontrar, aparte de ciertas sinopsis de contracubierta (algunos editores son unos cachondos, es evidente), son los volúmenes anotados de Cátedra. Así, el común lector, ese que devora novelas sin ton ni son, sigue pensando que la poesía rima sí o sí, y que Quevedo y Bécquer siguen siendo el no va más. El común lector, si sigue comprando en esas librerías, no tendrá manera de conocer que, desde Bécquer, la poesía ha evolucionado tanto que ya no la reconocería ni su madre (alguna habitante de la Antigua Grecia, musa entre las musas, si hay que hacerle caso a Robert Graves).

Hagamos la prueba: démosle a uno de esos comunes lectores (alguien alejado de los círculos poéticos del lugar, que siempre los hay) una servilleta con un poema escrito en ella de, por ejemplo, Leopoldo María Panero; por ejemplo

No es tu sexo lo que en tu sexo busco
sino ensuciar tu alma:
desflorar
con todo el barro de la vida
lo que aún no ha vivido.

El común lector se preguntará por qué no rima. ¿Es esto poesía? Podrás hablarle entonces de todos los avances que se hicieron en los últimos cien años, del Modernismo, las vanguardias. Incluso de que aquí tuvimos a varios monstruos de la decapitación de la rima (seguro que les suenan Lorca o Alberti aunque no haya leído nada de ellos). Tal vez entienda que las cosas han evolucionado muchísimo. Incluso podemos llegar a convencerle de que Panero, aparte de ser un loco entrañable (a ratos) es uno de los poetas más importantes de la historia de la literatura en nuestro idioma. Aunque sus poemas no rimen.

Podemos rizar el rizo y alcanzarle a ese común lector un ejemplar de Cuadernos amarillo, rojo, verde y azul, del malogrado Pedro Casariego Córdoba. Mejor no comentarle que su viuda, Ana, se apellida Ruiz de la Prada o atará cabos que no existen tras un rápido vistazo al librito. Para quien no lo haya visto nunca, el título no engaña: está dividido en cuatro partes, cada una impresa en papel de un diferente color (excelente la edición de Árdora, por cierto). Las ilustraciones son del propio autor, y forman un todo con el texto. ¿Es esto poesía?, nos volverá a preguntar. Sí, y no sólo las letras, también los dibujos: ellos forman parte de lo que el autor quería contar. Efectivamente, esto también es poesía, aunque no rime, esté impresa en papel de colores y tenga dibujos que parecen hechos por un niño.

Afortunadamente para las grandes editoriales, la poesía se sigue moviendo pero nunca les quitará espacio en las grandes librerías y centros comerciales. La poesía sigue evolucionando, eso sí, gracias a editores independientes, a asociaciones culturales, a grupos universitarios, y a individuos anónimos que dejaron de ser comunes lectores, visitaron librerías sin luces de neón en donde no se acepta el pago con tarjeta y empezaron a escribir poemas sin rima en servilletas de bar, mas difícilmente llegará a ser considerada popular.

Y creo que es más feliz así.

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Ha muerto José Heredia Maya

AutorVíctor Miguel Gallardo el 24 de enero de 2010 en Noticias

Jondo-Heredia

Después de una larga enfermedad ha muerto, a los sesenta y tres años de edad, el poeta José Heredia Maya, granadino de Albuñuelas (en el Valle de Lecrín, una de las comarcas más bellas de la provincia) nacido a principios de 1947. Heredia Maya se convirtió, en su día, en el primer catedrático de etnia gitana de la historia de España, desempeñando su labor docente en la Universidad de Granada, en la que se licenció en Filología Románica en los años setenta.

Nacido en una familia humilde de vendedores ambulantes de telas, se trasladó a Granada para cursar el Bachillerato por intercesión del cura del pueblo, que convenció a los padres para que José siguiera sus estudios; posteriormente se matricularía en Magisterio. Luego, ya en la Facultad de Letras, siguió destacando como estudiante, aunque no fueron pocos los escollos que tuvo que sortear debido a sus orígenes. Aún hoy no es del todo habitual la presencia de estudiantes gitanos en los niveles de educación universitaria española, pero cada vez son más y en parte se debe a los que fueron abriendo camino.

Como poeta ha publicado diversos poemarios tales como Penar Ocono (1972), Poemas indefensos (1974), Charol (1983) o Experiencia y Juicio (1994), pero fue en el teatro en donde empezó a tener más reconocimiento, con obras que intentaban dignificar la cultura gitana tales como Camelamos naquerar, de 1976, en la que participó el bailaor Mario Maya, y que era un canto contra la opresión centenaria hacia el pueblo gitano. En otras de sus obras teatrales incorporó, además del flamenco, el jazz y la música andalusí. También escribió Un gitano de ley, en la que narraba la vida de Ceferino Giménez Malla. La obra fue representada en la Ciudad del Vaticano (en la sala Pablo VI) y en la Catedral de Sevilla con motivo de la beatificación de este leridano muerto en Barbastro a manos del ejército republicano durante los primeros compases de la Guerra Civil española. Su proceso de canonización se encuentra en marcha, por lo que se convertirá en el primer santo gitano que sufrió martirio (murió fusilado).

A lo largo de los años, y desde aquel Camelamos naquerar (que significa literalmente en lengua caló “Queremos hablar”) que lo convirtió en un autor famoso durante la Transición democrática española, sus obras teatrales han ido incorporando elementos que, más tarde, se han hecho comunes a otras obras de diversas temáticas. Hay quien sugiere que fue Heredia Maya uno de los primeros, por ejemplo, en intentar mestizar el teatro con músicas de fuerte carácter étnico, y de mezclar “palos” tan distintos como la música tradicional gitana y el jazz, o las diversas músicas del norte de África, que posiblemente tienen orígenes comunes con el flamenco.

José Heredia Maya destacó, como docente, enseñando la literatura del Siglo de Oro y de la Generación del 27. Fundó el Seminario de Estudios Flamencos de Granada, ganó varios premios de cultura gitana y en septiembre de 2009, ya enfermo, fue homenajeado de forma multitudinaria por la Universidad de Granada.

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La inmortalidad literaria del Barón de Münchausen

AutorVíctor Miguel Gallardo el 23 de enero de 2010 en Divulgación

Barón de Münchaussen

A su pesar, Karl Friedrich Hieronymusbarón de Münchhausen, ha pasado a la historia no como el héroe militar que él pretendía ser, sino como un mentiroso compulsivo que exageró sus hazañas en los campos de batalla con tal intensidad que acabó llamando la atención de escritores contemporáneos que no pudieron sino dejar por escrita su historia.

Sí es verdad que exageró en demasía sus vivencias. Retornado a su Alemania natal tras haber combatido enrolado en el Ejército Ruso en su guerra contra los turcos, Münchhausen no tuvo reparos en contar anécdotas inverosímiles, envalentonándose cada vez más en sus relatos. A la par que el retirado militar iba ganándose fama de ser un buen y honrado hombre de negocios, sus relatos empezaban a circular mucho más allá de su Bodenwerder natal, adonde había regresado junto con su esposa tras su retiro. Parece ser que el primer escritor en recopilarlos fue Rudolf Erich Raspe, hasta entonces más conocido por sus ensayos científicos. Ya en 1781 apareció un primer esbozo, atribuido a Raspe, que cuatro años después publicaría el texto completo, titulado Narración de los Maravillosos Viajes y Campañas del Barón Münchhausen en Rusia, aunque ha pasado a la historia simplemente como Las sorprendentes aventuras del Barón Münchhausen. El libro, que se tradujo rápidamente al inglés, sorprendió al protagonista real de la historia, que según parece no se sintió demasiado halagado. A su favor hay que decir que las exageraciones han sido, desde siempre, habituales dentro de la carrera militar. Claro que no es lo mismo engrandecer un poco las batallitas de la “mili” que afirmar que se ha volado a la Luna cabalgando una bala de cañón.

De todas las narraciones de la vida del Barón, la obra de Raspe es la más conocida en la mayoría de los países en donde ha circulado, no así en la propia Alemania. Este honor recae en Gottfried August Bürger, que un año después de la publicación en inglés del libro de Raspe, lo tradujo al alemán, añadiendo de su propia cosecha bastantes más hechos imposibles, algunos de ellos no atribuibles a la exagerada lengua del Barón ya que llevaban circulando hacía ya mucho tiempo y pertenecían al imaginario popular. Así apareció Viajes maravillosos por mar y tierra: Campañas y aventuras cómicas del Barón de Münchhausen. No fueron los únicos compiladores: la vida del Barón volvió a aparecer en títulos de muy diversos autores que, a lo largo del siglo XIX, fueron convirtiendo al pobre Karl Friedrich en un personaje inolvidable de la literatura universal. En el siglo XX, para más inri, han sido varias las adaptaciones al cine de sus hazañas, la más conocida a cargo de Terry Gilliam en 1988. Justicia poética: esta película, que no habría agradado con seguridad al interesado, es uno de los proyectos cinematográficos más ruinosos de la historia del cine.

Pero la trascendencia del Barón ha ido más allá del cine y de la literatura más ortodoxa: ha protagonizado un juego de rol, libros infantiles ilustrados (muy populares en Alemania y Rusia), juegos de naipes, seriales radiofónicos, cuenta con guías turísticas recorriendo los lugares mencionados en sus relatos, un club de fans y varias estatuas erigidas en su honor. Más aún: el síndrome Münchhausen (una alteración psicológica en la que el paciente puede llegar a límites extremos para llamar la atención) fue llamado así en su honor. Un legado a tener en cuenta. Y todo por no saber callarse a tiempo.

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Historia de Estados Unidos: 1607-1992, de Maldwyn A. Jones

AutorVíctor Miguel Gallardo el 17 de enero de 2010 en Reseñas

Historia de Estados Unidos

Tenemos la tendencia, y ese “tenemos” no es casual pues me declaro culpable del mismo error, a considerar al estadounidense medio como un absoluto inepto devorador de hamburguesas y cerveza, con sobrepeso, coche mucho más potente de lo que realmente necesita y conocimientos generales poco menos que escasos. Del mismo modo, para muchos de nosotros son habituales las referencias que hacen hincapié en que en California abundan las rubias siliconadas, que en Salt Lake City los mormones tienen todos varias esposas, que todos los negros de Detroit saben jugar bien al baloncesto y, desde luego, que para ser escritor en Estados Unidos hay que vivir en Rhode Island, Maine o algún otro estado que seguramente no sabemos situar con exactitud en un mapa pero que nos trae recuerdos lejanos de colonos del Mayflower con cara bobalicona y quema de brujas.

Uno de los estereotipos más repetidos hasta la saciedad es que los estadounidenses no tienen la menor idea de historia o geografía mundial. Hace poco, releyendo un cómic del genial dibujante Miguelanxo Prado, me topé con una historia en la que un grupo de marines arrasan Venecia al confundirla con Irán. Los propios estadounidenses también juegan con este tópico: en series de televisión como Will y Grace o Friends fue algo habitual el que los protagonistas localizaran Guatemala en África o España en Sudamérica. Pero ¿son todos los estadounidenses como Grace o Joey?

La respuesta a esta pregunta es de perogrullo: obviamente no. La verdadera cuestión es esta: ¿los españoles o latinoamericanos tienen mayores conocimiento de historia y geografía mundiales que los estadounidenses por término medio? No sé si a alguien se le habrá ocurrido hacer un estudio serio y entre iguales, teniendo en cuenta las evidentes diferencias socioeconómicas entre, por ejemplo, un neoyorquino de clase media, un madrileño de clase baja y un rioplatense potentado. Durante la Segunda Guerra Mundial un estudio “demostró” que los soldados estadounidenses de raza negra tenían una inteligencia inferior a sus iguales de raza blanca. No era así, no se tuvo en cuenta la realidad de una época: ¿cómo podía sacar un chico negro mejor nota en un examen de conocimientos generales que uno de su misma edad, blanco, que sí había podido cursar estudios secundarios?

Que un estadounidense no sepa quién fue Napoleón o que no pueda situar correctamente las capitales europeas no es algo sorprendente. En España tampoco sabemos mucho de los Libertadores americanos (al igual que allí, supongo, tampoco se interesarán demasiado por los reyes godos). A los chinos la guerra franco-prusiana les debería ser tan desconocida como a un francés la era Meiji japonesa o a un australiano la historia de la fundación de la Confederación Helvética. Es todo un problema de perspectiva, de educación y de prioridades. La máxima de “primero lo nuestro” no es exclusiva de los Estados Unidos de América: en la propia España ya estamos asistiendo, dentro de la secundaria, a auténticas purgas de información (se borra Franco o se borra la República, por poner un ejemplo) dependiendo del signo del gobierno autonómico de turno. No es lo lógico pero es lo corriente. No podemos criticar a un californiano por no saber ubicar España si nosotros mismos no sabemos ubicar California. Quid pro quo.

Para paliar un poco el déficit de información sobre la historia de los Estados Unidos que muchos tenemos, limitado a cuatro referencias históricas mal contadas vistas una y otra vez en televisión y cine, o leídas de refilón en el best-seller de turno, nada mejor que acercarse a este estupendo ensayo histórico del autor Maldwyn A. Jones. Lejos de ser tan sólo un manual, Jones nos expone de forma clara y amena los hitos más importantes de la historia de su país desde su fundación (incluyendo el contexto en que se fundaron las trece colonias) hasta el año 1992.

Ignoro si habrá una nueva versión incluyendo las dos últimas décadas, pero serían de agradecer un puñado de palabras lúcidas al respecto de este reputado historiador estadounidense.

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