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Víctor Miguel Gallardo (Página 14)

¿De dónde han salido todas esas frases tópicas?

AutorVíctor Miguel Gallardo el 26 de julio de 2010 en Divulgación

Pluma y Espada

Son muchas las frases tópicas que existen, así que vamos a ver de dónde proceden algunas de ellas.

Tempus fugit (traducida habitualmente del latín como “El tiempo se escapa”): Esta frase está documentada por primera vez en las Geórgicas de Virgilio, en el siglo primero antes de Cristo. La frase completa sería “Tempus fugit, sicut nubes, quasi naves, velut umbra”, es decir, “El tiempo vuela, como las nubes, como las naves, como las sombras”.

La venganza es un plato que se sirve frío: según parece fue utilizada por primera vez en literatura por Choderlos de Laclos en su famosa obra epistolar Las amistades peligrosas, publicada en 1782 y adaptada al cine en varias ocasiones.

El fin justifica los medios: todo el mundo piensa instintivamente en Maquiavelo al escuchar esta frase, pero no existe ninguna obra suya en la que la mencione. ¿Es atribuible entonces a él?

El hombre es un lobo para el hombre: fue utilizada por primera vez, que nosotros sepamos, por el autor romano Plauto.

Conócete a ti mismo: esta frase nació, curiosamente, en el Oráculo de Delfos, en la Antigua Grecia, si bien fue el filósofo Sócrates quien la inmortalizó a través de los escritos de Platón.

Las apariencias engañan: la frase como tal parece haber nacido durante el Barroco español, pero tiene su base en obras de la Antigüedad grecorromana. Autores como Plinio el Viejo o Virgilio ya alertaron sobre la poca fiabilidad de lo que vemos.

Beatus ille (o “Feliz aquel”): usado en referencia a todos aquellos que pueden escapar de la sociedad y refugiarse en su propia soledad, es una frase original del gran poeta romano Horacio. También suyos son los tópicos de “el amor todo lo puede” y “carpe diem”, uno de los tópicos favoritos de la actualidad.

Si quieres la paz, prepara la guerra: no se sabe exactamente de dónde procede el original latino (“Si vis pacem, para bellum”), aunque el escritor del siglo IV Vegecio utilizó una máxima muy parecida en su obra Epitoma Rei Militaris.

La pluma es más poderosa que la espada: proviene de la frase “Bajo el imperio de los grandes hombres, la pluma es más poderosa que la espada”, de Edward Bulwer-Lytton, todo un experto en crear tópicos ya que suyas son también las referencias al “todopoderoso dólar” y, sobre todo, el tan manido “Era una oscura y tormentosa noche”, motivo de chanza desde hace años entre los aficionados a la literatura.

París bien vale una misa: atribuida al rey francés Enrique IV, que supuestamente la pronunció tras convertirse al catolicismo para poder convertirse en monarca. No está claro que la dijera.

Quemar las naves: un tópico usado hasta la saciedad en todos los aspectos de la vida moderna, y muy del gusto de los comentaristas deportivos en particular. Se le atribuye al conquistador español Hernán Cortés, que supuestamente la dijo cuando mandó destruir los barcos que habían usado para llegar a México con el fin de que ninguno de sus hombres tuviera la tentación de desertar.

Relación de amor-odio: basada en el Odi et Amo de Catulo, que lo tomó a su vez del poeta griego Anacreonte.

Como podemos comprobar, son muchas las frases tópicas que provienen de los grandes clásicos de la literatura. Otras, en cambio, son más modernas, o provienen de hechos que nada tienen que ver con los libros.

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Las novelas con más Premios Oscar

AutorVíctor Miguel Gallardo el 25 de julio de 2010 en Divulgación

Retorno del rey

Muchas han sido las películas que, basadas en un libro, han conseguido importantes premios. El mayor de esos premios, o al menos el más prestigioso a nivel comercial, es el que da la Academia estadounidense de cine, conocido comúnmente como premio “Oscar”. Estas serían las películas con más galardones basadas en una novela o relato y no en un guión escrito ex profeso para ser llevado al cine.

El Señor de los Anillos, de J. R. R. Tolkien: la epopeya épica del autor sudafricano, llevada al cine en tres partes por el cineasta neozelandés Peter Jackson, cuenta con nada más y nada menos que diecisiete estatuillas, cuatro por la primera película (La comunidad del anillo, 2001), dos por la segunda (Las dos torres, 2002) y la vertiginosa cifra de once por la tercera (El retorno del rey, 2003). Esta última película tiene el récord de premios conseguidos junto a Titanic (1997) y Ben Hur (1959).

Ben Hur es, precisamente, la segunda de la lista, con once premios Oscar. La película del genial director William Wyler, se basó en la novela de Lewis “Lew” Wallace. No era su primera adaptación al cine, ya que otras versiones se habían estrenado en 1907 y 1925. Sin embargo, ninguna de las dos pudo optar al premio ya que la primera edición de este certamen se celebró en 1929.

-En el tercer puesto empatarían, con nueve estatuillas, El paciente inglés (película de 1996 basada en una novela de Michael Ondaatje), Gigi (de 1958, adaptación de la obra homónima de la escritora francesa Colette) y, por supuesto, Lo que el viento se llevó, una de las más famosas historias melodramáticas de la historia del cine que arrasó en los premios de 1939 y que surgió de la pluma de la autora Margaret Mitchell.

-Ocho premios tienen Slumdog Millionarie (2008, basada en una obra de Vikas Swarup), My fair lady (1964, adaptación de la novela de George Bernard Shaw) y De aquí a la eternidad (1953, basada en la novela de James Jones).

Algunas otras películas podrían haber estado en esta lista de haber conseguido más premios de los que finalmente se llevaron. Forrest Gump, por ejemplo, consiguió la buena cifra de seis galardones, entre ellos los de mejor película, director y actor, pero marró en otras siete categorías. La novela en que se basa la película es de Winston Groom. Bailando con lobos tuvo doce nominaciones, pero “sólo” consiguió siete premios. La película que lanzó definitivamente a la fama a Kevin Costner se basó en una novela escrita por Michael Blake. Más conocido es, sin duda, Charles Dickens: la película Oliver bebía de su obra, y aunque tuvo once nominaciones se quedó en cinco premios. La canción de Bernardette, basada en una novela de Franz Werfel tuvo cuatro premios de doce posibles y fue un gran éxito pese a que una historia acerca de la aparición de la Virgen María en Lourdes no parezca, a priori, un argumento llamativo para el público estadounidense. Sin embargo, estamos hablando de 1943: Estados Unidos acababa de entrar en la Segunda Guerra Mundial y una historia sobre milagros en territorio europeo (en territorio aliado europeo, perdón) caló hondo en un país que estaba enviando a sus jóvenes soldados a varios frentes de cuatro continentes distintos.

Habría que destacar a una película que, pese a tener once nominaciones, no consiguió premio alguno. Estoy hablando de la aclamada película de Steven Spielberg El color púrpura, basada en una obra de Alice Walker.

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Ezra Pound, el poeta de Mussolini

AutorVíctor Miguel Gallardo el 23 de julio de 2010 en Divulgación

Ezra Pound

Pocos autores del siglo XX han sido tan controvertidos como el estadounidense Ezra Pound, ya no sólo por su literatura sino, principalmente, por sus convicciones políticas. Si ciñéndonos a lo estrictamente literario hay que decir que Pound fue uno de los poetas más importantes de su generación, y uno de los primeros en introducir con éxito el verso libre en textos amplios, políticamente fue un personaje más que comprometido con sus ideas, algo que le valió ser vilipendiado por sus compatriotas una vez terminada la Segunda Guerra Mundial.

No obstante, Pound tuvo relativa suerte: fueron bastantes los autores, muchos de ellos políticamente opuestos a él, que intercedieron tras la guerra para que Pound, durante su juicio por traición en Estados Unidos, no fuera condenado a la pena de muerte. Finalmente la defensa consiguió que Pound fuera considerado un demente, lo que le salvó de la pena capital. A cambio pasó más de una década recluido en una institución mental, volviendo tras su alta médica a su amada Italia, en donde hoy día sigue siendo una figura plenamente admirada de la extrema derecha, existiendo incluso una agrupación de voluntarios fundada a principios de esta década denominada Casa Pound, de carácter neo-fascista (de hecho son considerados “okupas” de derechas), que promueve iniciativas contra la pérdida de viviendas tras impagos de hipotecas y ayuda a familias italianas que han perdido su casa, entre otras actividades.

Ezra Pound se habría sentido orgulloso, desde luego, al repasar el ideario de Casa Pound y de otros grupos afines del nuevo fascismo italiano tales como Radio Bandiera Nera, más que inspirados en las teorías políticas y económicas que convirtieron en importantes a Benito Mussolini y al fascismo italiano. Nacido en Idaho en 1885, se trasladó al Reino Unido a principios del siglo XX, llegando a convertirse en el secretario personal de William Butler Yeats. De hecho, fue Pound el que consiguió interesar a Yeats en la literatura asiática, una literatura que Pound devoraba: fue un importante traductor, y también muy criticado ya que, según muchos, no dominaba a la perfección los idiomas que traducía, por lo que fueron constantes las omisiones o los cambios de significado. Después del Reino Unido pasó a Francia en los años 20, donde tuvo contacto directo con las vanguardias. Tras su llegada a Italia todo empezó a cambiar: apoyó decididamente la política de Mussolini y empezó, algo extraño en él hasta entonces, a ser un decidido antisemita. Su colaboración con el régimen fascista fue más o menos clara dependiendo de la fecha. Durante la guerra fueron muchos sus artículos propagandísticos (ya antes de ella había usado su influencia en ciertos círculos culturales estadounidenses para advertir de que el peligro que podía venir de Europa no era el fascismo), pero cuando Italia cayó y se proclamó la efímera República de Saló, sus esfuerzos no decayeron, permaneciendo fiel al Duce hasta el final de la guerra en Italia, cuando tras ser detenido por los partisanos y liberado por ser un individuo que no les interesaba se entregó a las tropas estadounidenses.

Aún faltaba un tiempo para su juicio por traición, pero el tiempo en que fue recluido en un campo de prisioneros en Pisa no fue en balde: fue allí donde escribió buena parte de sus Cantos Pisanos, que dentro de la numeración de esta obra inconclusa y monumental que son Los Cantos conformarían los capítulos que van del 74º al 84º. Para muchos es una de las obras más importantes ya no sólo de Pound, sino de la poética mundial del siglo XX, en una amalgama temática que va desde la justificación económica de la guerra que se avecinaba (tomando como referencia una conversación acaecida en 1939) como los recurrentes temas mitológicos. Luego vendría su juicio, su reclusión y su vuelta a Italia, donde permanecería hasta su muerte en 1972. Se puede estar o no de acuerdo con muchas de las motivaciones de sus obras, pero obviar por cuestiones ideológicas a uno de los mayores genios de la historia de la literatura sería un error por parte de cualquier lector que se precie de serlo.

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La literatura de la conspiración

AutorVíctor Miguel Gallardo el 21 de julio de 2010 en Divulgación

Skull & Bones

Es evidente que para las sociedades secretas resulta un problema que se pongan en conocimiento del público ya no sólo sus objetivos y miembros más relevantes, sino su propia existencia. La máxima de que sólo existe aquello que puedes nombrar se complementa con aquella otra que menciona que sólo puedes odiar aquello que conoces. No obstante, muchos se ceban con las sociedades secretas y les atribuyen horrendos propósitos que, la mayor parte de las veces, poco o nada tienen que ver con sus verdaderas motivaciones. Está claro que saber de la existencia de una organización no es equivalente a conocerla.

Muchos han sido, a lo largo de los siglos, los personajes importantes relacionados en mayor o menor medida con sociedades secretas de todo el mundo. Aunque habitualmente los más polémicos fueron los políticos y miembros del alto clero, en el siglo XIX se democratizó la demonización de miembros de estos grupos. La razón es sencilla: ya eran muchos los que, pese a no desempeñar labores políticas (ya fueran laicas o eclesiásticas), tenían poder e influencia. Así, los escritores empezaron a ser uno de los objetivos de los autores de teorías de la conspiración. Aún sorprende que las nuevas presas de estos “teóricos” (muchas comillas) no sean en estos momentos deportistas de élite. Todo se andará.

Algunas sociedades secretas con miembros literatos tienen, en realidad, un objetivo muy sencillo e inocente. Los llamados Apóstoles de Cambridge, por ejemplo, forman un club universitario de debate al que han pertenecido escritores tales como Frederick Maurice, Arthur Hallam, Lytton Strachey o Jonathan Miller, así como el político y filósofo Bertrand Russell. Cruzando el charco, y alrededor de otra famosa universidad, la de Yale, se desarrollan las actividades del grupo Skull and Bones. Dejando a un lado su carácter mucho más histriónico (y bastante tétrico), también ha contado entre sus filas, aparte de varios presidentes estadounidenses y del creador del fútbol americano, al poeta Archibald McLeish, al escritor y guionista Donald Ogden Stewart o al dos veces ganador del Pulitzer, David McCullough.

Una “sociedad” (realmente es sólo una reunión anual, no una asociación que requiera de membresía) de la que más se habla y escribe, ya que al parecer controlan absolutamente todos los resortes de poder del mundo actual, sería el Grupo Bildeberg. No se conocen con exactitud las listas de asistentes, pero no ha sido habitual (más bien lo contrario) la inclusión de escritores entre los “posibles“. No ocurre lo mismo con editores de literatura o, sobre todo, de prensa, lo que nos puede ayudar a entender por qué tantos escritores han criticado las reuniones anuales del grupo.

Sí que hubo escritores entre los miembros de otras organizaciones ocultas, tales como la Orden de Queronea, una asociación homosexual fundada en Inglaterra en 1897 a la que supuestamente perteneció Oscar Wilde. Su creador, el poeta George Cecil Ives, fue también jurista y gran defensor de los derechos de la comunidad homosexual. Según parece, los poemas de Walt Whitman fueron uno de los ejes de la Orden, hasta el punto de ser llamado por sus miembros como “El Profeta“. Otro escritor que perteneció supuestamente a este grupo fue Laurence Housman, así como el traductor y editor Montague Summers.

La otra cara de la moneda es justamente esa: la existencia de sociedades secretas ha generado una cantidad ingente de literatura al respecto desde hace siglos. Sin ir más lejos, podemos encontrar el excelente trabajo de los escritores León Arsenal e Hipólito Sanchiz Álvarez de Toledo Una historia de las sociedades secretas españolas, en el que hablan de grupos tan desconocidos como el de La Garduña. Pero la mayor parte de los escritores que se interesan por este tipo de organizaciones no suelen crear ensayos, sino novelas más o menos documentadas. Seguro que todos tenemos unos cuantos títulos en la cabeza ahora mismo, ¿verdad?

Los cinco libros de Moisés

AutorVíctor Miguel Gallardo el 19 de julio de 2010 en Divulgación

Moises

Si dentro de la Biblia hay libros que puedan ser considerados importantes y que hayan influido en las sociedades cristiana y judía (y, en menor medida, en el Islam), estos son sin lugar a dudas los cinco primeros, el denominado Pentateuco, conformado por los textos que, en la tradición cristiana, son conocidos como Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio. Dentro de las tres categorías de libros que se han fijado para la Biblia (libros históricos, sapienciales y proféticos) estos cinco son, técnicamente, históricos, aunque habitualmente, y dada su importancia, se les suele encuadrar en una categoría separada y exclusiva para ellos. Esto responde a la propia naturaleza de los textos, que narran la historia de la humanidad desde su creación hasta la muerte de Moisés. Es el mismo Moisés al que se atribuye la elaboración del Pentateuco, y son estos los libros más importantes para el judaísmo y los que integran la Torá. Para los judíos la Torá es “la Ley”; para los cristianos se suele utilizar el término “ley mosaica” o “ley de Moisés”. La influencia de estos cinco controvertidos libros en ambas religiones es indudable.

Se podría decir que la práctica totalidad de las teorías judeo-cristianas más controvertidas desde el punto de vista científico e histórico aparecen en los cinco libros escritos supuestamente por Moisés: el creacionismo, teoría ya superada excepto en círculos extremistas (y que incluso es considerada como “metáfora” por varias iglesias, entre ellas la católica), queda explícito en el primero de los libros, el Génesis, a través de la archiconocida historia de la creación del mundo, de los animales y plantas que lo pueblan y, en última instancia, del ser humano, todo ello de la mano de un mismo ente (Dios) y en un tiempo récord, lo que supuso un grave problema a investigadores de siglos posteriores, que difícilmente pudieron casar la teoría de la creación recogida en la Biblia con los descubrimientos científicos y arqueológicos que demostraban que el hombre, si bien no viene del mono (como habitualmente se cree), sí posee un tronco evolutivo común con algunas especies de primates, en especial los llamados grandes simios. El creacionismo sigue siendo la teoría oficial acerca del nacimiento de la raza humana para millones de personas en todo el mundo.

El Génesis no habla solamente de la creación, desde luego, y allí podemos encontrar las historias referentes a Abraham, Jacob y José, entre otras, que hacen referencia (sumadas a la de Adán y Eva) a la Promesa, la Elección (del pueblo judío como escogido por Dios) y la Alianza entre Dios y los judíos. El Génesis, que evidentemente no fue escrito por Moisés y que con seguridad recoge (sobre todo en su primera parte) retazos de la tradición oral de los pueblos judíos de la Antigüedad, parece haber sido manipulado posteriormente a su confección para obviar ciertos temas “incómodos” para la sociedad judía, entre ellos el peso de la mujer en la religión. Hay que recordar que la religión judía, monoteísta y con un dios varón, se hizo fuerte en una zona de Oriente Próximo en el que el culto a una Diosa Madre (a veces relacionada con la Luna, otras con la naturaleza), que ellos llamaron Astaroth (equivalente a la Inanna sumeria, la Ishtar acadia o la Astarté mesopotámica, todas ellas provenientes de una tradición fenicia que no podía ser desconocida para los judíos) estaba muy arraigado. Convenía hacer hincapié en un Dios todopoderoso, varón, y que, por añadidura, había elegido libremente a los judíos y había pactado con ellos para ser su única deidad (no es cierto, pues, que el pacto fuera desinteresado: Yahvé, en realidad, está eliminando la competencia más directa, en este caso la de docenas de cultos orientales provenientes del Creciente Fértil o incluso de Europa).

Siendo serios, los cuatro libros siguientes tampoco son atribuibles a Moisés, ni siquiera aunque él sea parte activa de la historia que se está contando (después de todo, en el Éxodo, que narra la salida de Egipto del pueblo judío, Moisés juega un papel más que fundamental). Números, también muy histórico (y algo exagerado), o el Levítico, el más interesante de los cinco desde mi punto de vista al mostrarnos la religiosidad judía de la época en toda su ruda desnudez, no pueden sino ser transcripciones de la tradición oral de la época en que se escribieron, muy posterior a Moisés, pero es el quinto, el Deuteronomio, el que no deja lugar a ninguna duda, ya que ciertos aspectos de la decadencia en las costumbres que se mencionan, así como ciertas referencias documentadas a hechos concretos, son obligatoriamente posteriores a la muerte del supuesto autor.

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Larra y Zola: El nacimiento del cuarto poder

AutorVíctor Miguel Gallardo el 13 de julio de 2010 en Divulgación

Zola, Yo Acuso

Una de las figuras literarias españolas más importantes del siglo XIX fue el madrileño Mariano José de Larra (1809-1837), que aunque escribió algunas obras enmarcadas dentro del Romanticismo (como por ejemplo su novela El doncel de don Enrique el Doliente), es más conocido por sus artículos periodísticos. Éstos, que aparecieron en diversas publicaciones madrileñas firmados con varios pseudónimos, se consideran fundamentales para la consolidación del ensayo en España y del artículo de prensa, especialmente costumbrista y generalmente satírico, y son considerados como literatura con mayúsculas.

Larra, de todas formas, no es un caso aparte: han sido muchos los escritores que, en un momento u otro, han destacado por sus intervenciones (ya fueran periódicas o puntuales) en la prensa escrita. Tal vez, si hablamos de artículo periodístico escrito por un escritor reconocido y que tuviera la mayor repercusión deberíamos, obligatoriamente, referirnos al autor naturalista francés Émile Zola.

Al igual que Larra, que se suicidó, Zola también tuvo un final trágico, aunque aún no se sabe si se trató de un accidente (murió asfixiado por culpa de una estufa) o si se trató de un asesinato. Zola, que ya había sido años atrás muy polémico tanto por sus trifulcas con algunos miembros del oficialismo artístico parisino (criticando su inmovilismo y su veto a obras impresionistas) como por la crudeza de algunos de sus textos. Pero no cayó en desgracia hasta que se inmiscuyó de forma notable en el proceso abierto por traición al capitán del ejército francés Alfred Dreyfus. Dreyfus era un alsaciano de origen judío, que fue acusado de espionaje y de haberles facilitado documentos secretos a los alemanes. En esto subyacía un doble prejuicio de la época: el de que cualquier alsaciano era susceptible de pasarse al bando alemán y, sobre todo, y lo que motivó al fin la polémica, el hecho defendido por múltiples capas de la sociedad francesa de que los judíos no eran de fiar. Dreyfus fue condenado a cadena perpetua en una de las prisiones más temibles del planeta, la de la Île du Diable, en la Guayana Francesa. Aunque más tarde se comprobó que el traidor no había sido Dreyfus, sino el comandante de origen húngaro Ferdinand Walsin Esterhazy, la justicia francesa puso todos los impedimentos posibles a la celebración de un nuevo juicio. Finalmente éste se celebró (tras cuatro infernales años de Dreyfus en la Guayana), siendo condenado Dreyfus de nuevo pero “con atenuantes”, siendo finalmente indultado debido a su lamentable estado de salud. Poco tiempo después fue rehabilitado y reintegrado al Ejército Francés con el grado de Comandante, ejército con el que llegaría a luchar en la Primera Guerra Mundial.

Pero a nadie se le escapa que fue un artículo periodístico del escritor Émile Zola el que supuso un antes y un después en el caso Dreyfus. Zola escribió una carta abierta al Presidente de la República, Felix Faure, que fue publicada en la primera página del diario L´Aurore el día 13 de enero de 1898. Hasta entonces la mayor parte de la sociedad francesa, manipulada por los medios de comunicación afines al gobierno y abiertamente antisemitas, se encontraba totalmente a favor del castigo impuesto a Dreyfus; tras el alegato de Zola, titulado “J´accuse” (“Yo acuso”), gran parte de los intelectuales franceses y de la burguesía urbana tomaron partido por Dreyfus, desencadenándose una serie de revueltas que hicieron notar al gobierno la obligatoriedad de terminar cuanto antes con el asunto. El affaire Dreyfus acabó de forma satisfactoria, pese a la tardanza, para el oficial francés, no así para Zola, que pasó sus últimos años escondido en Londres y que, nada más regresar a Francia, murió en circunstancias más que extrañas.

No existen, desde luego, muchos paralelismos entre Larra y Zola: pertenecieron a movimientos literarios distintos e incluso escribieron para prensa de ideología poco afín, pero qué duda cabe de que el poder de la prensa, un medio que todavía estaba dando sus primeros pasos, ya se estaba gestando: que dos de los mayores literatos del siglo XIX alcanzaran notoriedad gracias a opiniones controvertidas difundidas por la prensa dice mucho de la fuerza con que ya entonces contaba el denominado cuarto poder. Después de todo, y contemporáneamente al asunto Dreyfus, Estados Unidos le declaraba la guerra a España en parte gracias a una campaña orquestada por los medios de comunicación en manos del magnate William Randolph Hearst.

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El nombre de la rosa: Best-Seller con múltiples lecturas

AutorVíctor Miguel Gallardo el 12 de julio de 2010 en Divulgación

Nombre rosa

Seamos sinceros: no es común que público y crítica coincidan en sus gustos. Novelas que en los últimos veinte años se han convertido en auténticos superventas, convirtiéndose en fenómenos mediáticos, han sido vilipendiadas por la prensa especializada o, en el mejor de los casos, ignoradas sistemáticamente. Los pilares de la tierra, de Ken Follett, ha sido acusada de ser demasiado efectista (los consabidos cliffhangers constantes en cada final de capítulo no son del gusto de la crítica, aunque el público los adore en literatura, cine y televisión); El código Da Vinci, de Dan Brown, de no ser congruente y de tener una prosa simplista; la saga Harry Potter, de J. K. Rowling, de no ser original y de estar basada en otros libros que no acredita; la saga Crepúsculo, en fin, de ser una literatura juvenil de muy baja calidad. El público, no obstante, no atiende a estas razones, y todos estos libros y series de libros se convirtieron en su día en auténticos movimientos de masas. Algunos lo siguen siendo. Han sido adaptados al cine (la obra de Ken Follett es la excepción, por ahora), han hecho correr ríos de tinta en prensa especializada (o no), Internet, etc., y han pasado a formar parte del imaginario popular actual. Le guste o no a los críticos.

No es habitual, por tanto, que crítica y público coincidan. La novela El perfume, de Patrick Süskind, publicada en 1985, lo consiguió parcialmente, aunque no ha estado exenta de malas críticas. Críticas que, en cualquier caso, no fueron unánimes. Nada comparable, desde luego, al gran best-seller bien valorado por la crítica por excelencia de los últimos años, El nombre de la rosa, del italiano Umberto Eco. Esta novela, publicada en 1980, sigue, treinta años después de su publicación, estando de actualidad. Dudo mucho, por ejemplo, que los libros de la saga Crepúsculo vayan a perdurar tanto en el tiempo: Eco, que más que escritor es un teórico literario, escribió una obra que está más allá de modas pasajeras (en el caso mencionado, los populares vampiros), y construyó una novela casi redonda en la que, según el lector, se habla de una cosa… o de otra totalmente distinta.

Para el lector menos ducho, El nombre de la rosa es una novela detectivesca ambientada en la Edad Media. Esto es indudablemente cierto: la trama de la novela, en la que Guillermo de Baskerville y su inseparable Adso de Melk se introducen en una abadía italiana plagada de misterios, no tiene nada que envidiarle a algunas de las novelas más lúcidas de este género. Guillermo de Baskerville no es, evidentemente, más que un proto-detective, dado el contexto histórico, pero se reconocen en él muchos rasgos que luego encontraremos en los grandes referentes literarios de este tipo de literatura.

Nombre rosa

Pero El nombre de la rosa es mucho más, y al menos hay que mencionar otras dos lecturas diferentes alejadas del género detectivesco. En primer lugar, la novela es un pequeño tratado sobre la religiosidad de la época que hace especialmente hincapié en los movimientos heréticos que, aparecidos desde el mismísimo interior de la Iglesia Romana, se expandieron por gran parte de Occidente, convirtiéndose en todo un problema para el Papado debido a que su diferente concepción del cristianismo, seguramente más cercana a la de los primeros cristianos que a la del poder eclesiástico medieval, amenazaba con poner en jaque a la supremacía espiritual del Santo Padre en vastas extensiones de tierra por toda Europa.

Una tercera lectura se puede extraer de la novela: Umberto Eco, tras actuar como novelista en cuanto a la trama y como historiador y sociólogo en cuanto al contexto, no puede sino introducir elementos propios de la disciplina de la que es especialista, la semiótica, en el desarrollo de los acontecimientos. Desde el mismo título, muy significativo, Eco deja bien clara su intención de no elaborar una novela al uso, plana y sin sustancia, y durante cientos de páginas nos sumerge en un lenguaje polisémico, repleto de imágenes sensoriales e intelectuales. Asimismo, se adentra en los símbolos propios de la cultura de la época, heredera de la Antigüedad Clásica (aunque a alguno de los personajes de la novela esto no les resulte adecuado). Estamos ante una novela que es un tres en uno, lo que permite que sea releída una y otra vez hasta conseguir desvelar todos los misterios que contiene, lo que seguramente explique su inmensa e incansable popularidad.

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Thrall, el señor de los clanes. Libros de World of Warcraft

AutorVíctor Miguel Gallardo el 10 de julio de 2010 en Reseñas

Thrall

Hablar de World of Warcraft es difícil, muy difícil, si el que lo hace no quiere herir susceptibilidades. Ocurre exactamente lo mismo con muchos otros productos que han generado el denominado “fenómeno fan”, ya sean del ámbito de la literatura (Harry Potter o Crepúsculo serían dos ejemplos recientes muy válidos), la música, el cine o la televisión. A nadie en su sano juicio se le ocurriría iniciar una conversación que empezara con un contundente “Esta serie me parece muy mediocre” teniendo como contertulios a media docena de losties convencidos (estoy hablando, por supuesto, de la serie de televisión que más ha dado de sí en la última década, “Perdidos”). Ir a un concierto de Miley Cirus o Tokyo Hotel con una camiseta alusiva a la baja calidad de su música desencadenaría, sin lugar a dudas, un linchamiento.

Para los que no sepan de qué estoy hablando al referirme a World of Warcraft (a partir de ahora usaré las siglas WoW, que además es el término que sus seguidores suelen utilizar), hay que decir que no es más que un videojuego. O una saga de videojuegos, según se mire, pues el actual WoW ya ha tenido unas cuantas expansiones y se alimenta del imaginario ya expuesto de forma más escueta en la añeja saga Warcraft, de la que existieron tres partes (estamos hablando, por tanto, de una serie de videojuegos que han ido apareciendo en los últimos dieciséis años). En WoW se recrea un mundo de fantasía situado principalmente en el planeta Azeroth y en el que aparecen elementos reconocibles en otros universos fantásticos de la literatura y el cine tales como dragones, elfos, orcos, enanos y gnomos. El WoW como tal vio la luz en noviembre de 2004 y su fama, lejos de decrecer, ha ido aumentando con el tiempo, dejando en la estacada en todos estos años a todo competidor que le intentó quitar el trono de juego online más popular dentro de la categoría MMORPG (en cristiano: videojuego de rol multijugador masivo en línea).

Actualmente WoW tiene más de diez millones de suscriptores que pagan religiosamente su cuota mensual de casi quince euros. Una simple multiplicación nos hará notar que estamos hablando de una gallina de los huevos de oro a la que la piratería, que haberla hayla (son centenares los “servidores pirata” que ofrecen el juego de forma gratuita) no sólo no afecta negativamente, sino todo lo contrario, actuando como cebo para miles de jugadores que, cansados de sus carencias técnicas, deciden pagar el juego oficial. Ante un fenómeno de este calado, los dueños de WoW, la compañía Blizzard, no podían olvidarse de ampliar los productos relacionados con la franquicia: así, dentro de no mucho aparecerá en los cines, y de la mano del director Sam Raimi (el mismo que hace que cada nueva película de Spiderman sea un nuevo récord de taquilla), el film Warcraft. Blizzard no se ha limitado a esto: han aparecido productos relacionados con WoW tales como juegos de tablero, juegos de cartas, figuras de colección, ropa, cómics (de la mano nada menos que de DC) y, por supuesto, libros.

WOW

Los libros basados en el universo de World of Warcraft, y de ahí mi hincapié inicial en lo de las susceptibilidades, no van a ganar ningún premio literario, eso es seguro, y se pueden situar a la altura de todas esas series literarias que han nacido al amor de una franquicia repleta de fanáticos (por poner dos ejemplos sangrantes, ahí estarían Warhammer y Star Wars). Por no ser, no son ni siquiera totalmente fieles a la historia que durante años los aficionados han ido aprendiendo conforme recorrían Azeroth junto a sus personajes virtuales. No dejan de ser interesantes, eso sí, para conocer algo de la intrahistoria de este planeta y sus razas, pero desde luego no son recomendables ni para personas que no conozcan WoW ni, desde luego, para simples jugadores ocasionales.

Llama la atención que al tiempo que la que es seguramente la mejor novela ambientada en este universo imaginario (Warcraft 2: El Señor de los Clanes, de Christie Golden) está narrada desde el punto de vista de la Horda (los aparentes “malos” de Azeroth), la película a estrenar se hará desde la perspectiva de la Alianza (los aparentes “buenos”). Dado que los fanáticos del videojuego se han alineado con una u otra facción hasta límites rayanos en el extremismo religioso, cabe preguntarse si desde Blizzard se está fomentando la visión de que los Aliados son más de ver imágenes en una pantalla de cine mientras comen palomitas siendo, en cambio, los Horda más propensos a sentarse delante de un libro para imaginar todo lo allí narrado. Ante esta apresurada impresión, y de nuevo sin ánimo de herir susceptibilidades, sólo tengo algo que decir: ¡Por la Horda!

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La prensa escrita como instrumento político

AutorVíctor Miguel Gallardo el 9 de julio de 2010 en Opinión

Pravda

Solemos quejarnos amargamente de que tal o cual medio está politizado”; es decir, que los medios de comunicación tienden a silenciar ciertas informaciones, al tiempo que se les da más importancia de la debida a otras, de forma totalmente deliberada y en base a afinidades ideológicas. Esta definición podría ser mucho más cruel y hacer referencia a la creación de noticias falsas (o, mejor dicho, falseadas, es decir, con una base real y poco más) que aparecen periódicamente en prensa escrita, radio y televisión cada día. Aunque muchos son los lectores, especialmente los no alineados con formación política alguna, que reclaman la aparición de una verdadera prensa objetiva, esto es muy difícil de conseguir; es más, cuanto más afirma un nuevo medio de comunicación ser objetivo e imparcial, más probable es que éste se encuentre en la lista de los que se mueven por intereses partidistas. No hay forma de evitar esto: los medios de comunicación ejercen una gran influencia sobre el público; como, por otra parte, también suelen ser empresas privadas, es lógico pensar que serán financiadas por aquellos que quieran utilizarlas para su propio beneficio. En otras palabras: cualquier nuevo medio de comunicación que surge necesita de una financiación, y ésta vendrá de empresas afines a la línea ideológica que la dirección del medio vaya a imponer. Los supuestos nuevos medios “objetivos e imparciales” no nos pueden engañar en esto: ningún nuevo medio que opte a tener una buena implantación puede ser objetivo e imparcial por la simple razón de que los inversores no son objetivos e imparciales.

La prensa escrita ya nació siendo parcial, y lo hizo más con el afán de remover conciencias que para informarlas. La expresión “cuarto poder”, que sitúa a la prensa al mismo nivel de los tres poderes tradicionales (ejecutivo, legislativo y judicial) hace referencia precisamente a este hecho, el de que los editores y periodistas poseían un instrumento de vital importancia en las sociedades contemporáneas: aparentando informar, realmente estaban formando opiniones en sus lectores. Si la verdadera función de la prensa escrita hubiera sido, simple y llanamente, la de informar, con un solo periódico habría bastado: en vez de eso, durante el siglo XIX (por poner sólo un ejemplo) hubo miles de cabeceros diferentes en toda Europa y América, algunos de los cuales sólo duraban un puñado de números para luego cambiar de denominación y volver a salir a la calle.

En el siglo XX se perfeccionó aún más a la prensa escrita como elemento político. Cualquier estado autoritario que se precie ha contado con su órgano de “información” oficial. En la China de la Revolución Cultural de Mao, por ejemplo, nació el Diario del Pueblo (el Rénmín Rìbào), publicado por primera vez en 1948 y que, a día de hoy, sigue siendo un diario fundamental de la República Popular China, y que sigue siendo el periódico oficial del Partido Comunista. En la Unión Soviética existieron varias publicaciones periódicas “oficiales”, entre las que las dos más importantes podrían ser el diario Pravda (dependiente del PCUS) e Izvestia (voz oficial del Soviet Supremo). El paralelismo de ambos diarios era evidente, pues respondían a los mismos intereses, aunque la forma de plantear la información era relativamente diferente, lo que daba una falsa impresión de ser dos alternativas diferenciadas para seguir la actualidad del bloque soviético. Ambos subsisten en la actualidad aunque de forma muy limitada.

Prensa

En el mundo hispanohablante también hemos contado con nuestros propios “diarios oficiales”. Algunos todavía existen, como es el caso del periódico cubano Granma (dependiente del Partido Comunista Cubano); otros han desaparecido, como el nicaragüense Barricada, que fue un activo importante durante la revolución sandinista. Aparte de estos diarios, que se han hecho populares debido a las particularidades de ciertos procesos políticos, son muchos los partidos políticos que poseen sus propios medios de información, particularmente enfocados a sus afiliados, algo que ocurre en España con el medio El Socialista, que, fundado por Pablo Iglesias, todavía sigue subsistiendo dentro del PSOE. Pero este tipo de medios de comunicación no deben ser confundidos con los anteriores pues no persiguen el mismo fin: el adoctrinamiento del lector ya no es necesario pues se le presupone. Las fuentes de financiación también están claras, pues proceden de los partidos políticos y de sus fundaciones. Aquí habría que mencionar a los medios de comunicación públicos, es decir, aquellos que son sufragados por los ciudadanos y no por partidos políticos o inversores privados, y preguntarnos la razón de que, la mayor parte de las veces, sean estos medios públicos los más proclives a ser tachados de “partidistas”.

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Escritores con gato

AutorVíctor Miguel Gallardo el 8 de julio de 2010 en Divulgación

Gatos Escritores

La relación de los animales con la raza humana es muy propensa a conformar estereotipos: al del viejo lobo de mar acompañado de su fiel perro, uno de los más comunes, tendríamos que añadir uno que atañe a la literatura, el del escritor o escritora rodeado de gatos. Muchos han sido, a lo largo de la historia de la literatura, los autores que han manifestado una adoración manifiesta hacia los felinos domésticos; sin salir del siglo XX uno de los casos más claros fue Ernest Hemingway. Y, curiosamente, fue uno de esos viejos lobos de mar el que ayudó a que se iniciase en la religión gatuna, al regalarle a Snowball, un gato con una particularidad: sufría de polidactilia, algo que tampoco es tan raro ni siquiera en seres humanos. Snowball procreó, y sus descendientes, pese a haber sido concebidos por una madre “sana”, también heredaron la curiosa particularidad de tener más dedos de lo normal en las extremidades. Hoy día la prole iniciada por aquel primer gato de seis dedos sigue viviendo en la Casa Museo del escritor en Florida, a cuerpo de rey ya que tienen vigilancia veterinaria constante y una conocida marca de piensos animales les proporciona comida de origen orgánico. Hace unos años intentaron echarlos de allí amparándose en olvidadas leyes estatales, pero finalmente se decidió que permanecieran donde el autor de El viejo y el mar habría querido: dormitando en su hogar.

El recientemente fallecido Carlos Monsiváis era otro fanático de los gatos, llegando a convivir a la vez con más de una docena a los que él llamaba por su nombre. Y vaya nombres: las mascotas del autor mexicano respondían a apelativos como Fray Gatolomé de las Bardas, Evasiva, Nana Nina Ricci, Chocorrol, Posmoderna, Fetiche de Peluche, Monja Desmatecada, Mito genial, Ansia de Militancia, Miau Tse Tung, Miss Oginia, Miss Antropía, Caso omiso, Pio Nonoalco, Carmelita Romero, Zulema Maraima, Voto de Castidad, Catzinger, Peligro para México, Copelas o Maullas… el típico nombre para una mascota, vaya.

Al respecto de su pasión, Monsivaís dijo en una entrevista:

Sé que es una pasión que no puede transmitirse verbalmente, que quien la tiene, la expresa con el fervor posible, pero que cuando se tiene es inútil querer erradicarla.

También, y en relación a la literatura y los gatos, manifestó que eran las dos únicas cosas de las que no habría podido prescindir en toda su vida. Sus pasiones. Finalmente sí tuvo que prescindir, por problemas de salud, de todos sus queridos compañeros de fatigas, quizás el castigo más cruel para alguien que vivía su relación con los gatos de una forma tan extrema.

En España tenemos también a nuestro particular escritor fanático de la raza felina, Fernando Sánchez Dragó. Soseki, su gato, fue una celebridad vivo y se convirtió, utilizando las palabras del mismo Sánchez Dragó, en algo más que tigre y mortal cuando falleció. Protagonizó apariciones estelares en la televisión, tuvo un panegírico fúnebre en el diario El Mundo que para sí quisieran muchos finados y fue el protagonista de un libro, del que Dragó llegó a decir que era “el mejor, o al menos el menos malo de los míos”. A muchos les pareció risible la reacción pública del escritor tras la muerte de Soseki; a Hemingway seguramente no le habría hecho ni pizca de gracia aun cuando, de haber coincidido en el tiempo y en el espacio, no es muy probable que Dragó y él hubieran hecho buenas migas. Pero el amor por los gatos, como el fútbol, una novela perfecta o una buena copa de vino, tienen el poder de unir voluntades, de poner de acuerdo a enemigos acérrimos en lo político, lo intelectual y lo humano.

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