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Víctor Miguel Gallardo (Página 13)

Reverte telenovelizado

AutorVíctor Miguel Gallardo el 31 de agosto de 2010 en Noticias

Reina del Sur

En varias ocasiones hemos hablado de escritores cuyas obras han sido llevadas de forma habitual al cine, tal es el caso de Stephen King o Philip K. Dick. En España también tenemos nuestro particular “Stephen King”, nada menos que el escritor y periodista cartagenero Arturo Pérez Reverte. Hace unos meses se supo que su novela La reina del sur iba a tener una versión muy particular: se va a convertir en una telenovela coproducida por la mexicana Televisa y la española Antena 3. Estas cadenas contarán con sus propias versiones de la novela: así, Televisa tendrá al finalizar el rodaje una serie de 60 capítulos mientras que la versión para Antena 3 será bastante más corta al limitarse sólo a 13 episodios. Esto puede resultar engañoso: debido a las diferencias de gustos televisivos y necesidades de programación entre España y México la versión mexicana constará de capítulos más cortos, aunque de todas formas Antena 3 parece dispuesta a meter la tijera en la producción final para aligerar el resultado final.

Es difícil aventurar cómo va a resultar esta adaptación, pero haciendo un repaso a todas las versiones de novelas de Arturo Pérez Reverte podríamos casi asegurar que no va a ser la peor de todas.

La primera de ellas fue El maestro de esgrima, que vio la luz en 1992 de la mano de Pedro Olea. La película, sin ser nada del otro mundo, resultaba un entretenimiento más que aceptable. También conseguirían el aprobado Cachito (basada en Un asunto de honor) y, sobre todo, Territorio comanche, ambientada en la Guerra de Bosnia. Una de las últimas en llegar al cine, La carta esférica, dirigida por Imanol Uribe, también podría ser considerada una película recomendable, aunque resulta fallida por varias razones. Para terminar con las adaptaciones que yo particularmente salvaría de la quema, incluiría en esta lista a la más cara de todas ellas, Alatriste, que seguramente intentó condensar en 140 minutos un número demasiado elevado de páginas pero que, no obstante, salvaba con un aprobado una empresa tal vez demasiado ambiciosa y que, al menos, nos dio una ambientación cuidada y una de las mejores escenas de batalla, por no decir la mejor, de la historia del cine español.

Aparte de estas películas, nada hay salvable en las adaptaciones al cine (y la televisión) de las obras de Arturo Pérez Reverte. La tabla de Flandes (Jim McBride, 1994), fue una insulsa producción de intriga ambientada en la Ciudad Condal que a ratos roza el despropósito. Quart. El hombre de Roma (Jacobo Rispa, 2007) no es exactamente una adaptación de la superventas La piel del tambor, con la que comparte algún personaje y poco más, pero no deja de ser un acercamiento nefasto, casi vergonzoso me atrevería a decir, a la obra del autor. Gitano (Manuel Palacios, 2000) no está basada en ninguna novela de Pérez-Reverte, pero el guión es suyo, y hay que sincerarse y afirmar que se trata de una de las peores películas españolas de los últimos años. Mala. Mala a rabiar. Mala hasta decir basta.

La guinda se la lleva, en mi opinión, la versión que Roman Polanski hizo en 1999 de la novela El club Dumas, llamada de forma elocuente La novena puerta (cualquiera que haya leído la obra se dará cuenta de que este cambio no es nada inocente). Fue una auténtica pena ver cómo una de las obras más inteligentes de la historia reciente de la literatura española de masas era convertida en algo tan plano, tan vacío, tan estúpido y tan predecible. Al menos tiene un récord triple: es la peor adaptación de una novela de Pérez-Reverte, la peor película dirigida por Polanski y, casi seguro también, la peor interpretación en papel protagonista de Johnny Depp.

Vistos los antecedentes, pocas esperanzas podemos hacernos con La reina del sur. Vistas tantas y tan mediocres, por lo general, adaptaciones, tal vez no estaría de más que Pérez-Reverte se involucrara más en estos proyectos cinematográficos para impedir ciertas barbaridades que han jalonado estas producciones. O tal vez me esté equivocando, tal vez el murciano lo haga ya de forma metódica, en cuyo caso hay que afirmar que es tan buen escritor como mal guionista.

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Animales de la literatura

AutorVíctor Miguel Gallardo el 28 de agosto de 2010 en Divulgación

Moby Dick

Muchos son los animales que se han hecho famosos gracias a obras literarias. De hacerse una encuesta entre los lectores de todo el mundo, estoy seguro de que algunos de los que voy a mencionar a continuación estarían entre los más votados.

Ni que decir tiene que Moby Dick estaría en el “top-10” de animales ficticios más populares de todos los tiempos. Este enorme y peligroso cachalote blanco se convirtió en inmortal tras la publicación de la novela homónima por parte del escritor estadounidense Herman Melville en 1851. La novela ha dejado principalmente dos personajes imborrables para la historia de la literatura: la propia Moby Dick y el capitán del barco ballenero Pequod, el indescifrable capitán Ahab. Hay que señalar que Moby Dick está basado en un cachalote albino real, llamado por los balleneros de la época Mocha Dick, que después de docenas de escaramuzas con navíos de varios tamaños fue finalmente abatido en 1838 frente a las costas chilenas. A esta ballena real se une otro hecho contemporáneo a Melville, el de un barco ballenero, el Essex, que sostuvo una épica batalla con un cachalote en 1820, yéndose finalmente a pique. Los supervivientes, divididos en varios grupos, tuvieron incluso que recurrir al canibalismo para poder sobrevivir.

Otro animal ficticio ampliamente conocido por el público es Shere Khan, el tigre protagonista de varios cuentos de Rudyard Kipling. Fue él el que, tras hostigar a los padres de Mowgli, hizo que éstos perdieran al pequeño humano, que sería después recogido por una pareja de lobos, que le dieron ese nombre debido a su carencia de pelo (Mowgli significaría literalmente “La rana”). Shere Khán, en la obra de Kipling, es un tigre de Bengala lisiado (sufre de una cojera que lo convierte en algo menos temible y en un rival aceptable y no imposible para Mowgli en su adolescencia). No es el único animal de “El libro de la selva” (o “El libro de las tierras vírgenes”) que es notablemente famoso: también hay que señalar a los dos lobos que ejercen de padres del niño, Ramma y Raksha, al jefe de la manada de lobos, Akela, al oso Baloo, la pantera Bagheera o la serpiente Kaa. Llama la atención que uno de los personajes más populares de la adaptación al cine de Walt Disney, el rey mono Louie, no aparezca en la obra de Kipling. Es más, dado que el pueblo de los monos aparece en estas historias como un ejemplo total de anarquía, la figura de Louie no hubiera tenido ningún sentido.

Otros animales muy famosos serían, por ejemplo, el fiel caballo de Don Quijote, Rocinante, un corcel que, aunque en palabras del caballero andante era “mejor montura que los famosos Babieca del Cid y Bucéfalo de Alejandro Magno“, al parecer no era más que un saco de huesos no mucho mejor que el asno en el que viajaba el pobre Sancho Panza.

Platero, ese burro imaginado por Juan Ramón Jiménez, ha dado lugar a uno de los inicios más conocidos de la literatura hispanoamericana. ¿Quién no recuerda estas líneas?

Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos. Sólo los espejos de azabache de sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal negro. Lo dejo suelto y se va al prado y acaricia tibiamente, rozándolas apenas,las florecillas rosas, celestes y gualdas. Lo llamo dulcemente: ¿Platero?, y viene a mi con un trotecillo alegre, que parece que se ríe en no se qué cascabeleo ideal.

Si Platero inspiraba ternura, y muchos fuimos los que lloramos con su muerte siendo niños, a unas edades parecidas hubo otro animal imaginario que nos puso los pelos como escarpias: el famoso sabueso gigante de los Baskerville, un chucho de tamaño descomunal que parecía estar al cuidado de una maldición centenaria. Dadle las gracias de tantos y tantos escalofríos a Arthur Conan Doyle. Afortunadamente, allí estaba Sherlock Holmes para desenmascarar el engaño, precisamente en una novela en la que el protagonista absoluto es el doctor Watson.

Todos estos animales, sin embargo, tienen que compartir protagonismo con humanos. Si queremos mencionar una obra en la que los animales son los auténticos amos (y nunca mejor dicho), nada mejor que recordar a los protagonistas y secundarios de “Rebelión en la granja“, la alegórica obra de George Orwell, en donde los humanos sólo aparecen en un segundo plano. O tal vez no, pero he ahí la gracia de esta genial novela.

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Oesterheld y el Eternauta

AutorVíctor Miguel Gallardo el 26 de agosto de 2010 en Divulgación

Eternauta

Hablar de Héctor Germán Oesterheld y de El Eternauta es hacerlo de uno de los más grandes guionistas de cómic argentinos de todos los tiempos y de su obra cumbre, ampliamente difundida por los países de habla hispana y de una trascendencia que escapa a los límites del cómic. No estamos hablando de una mera obra de ciencia ficción, eso desde luego, sino de todo un símbolo de la convulsa situación política argentina del tiempo que Oesterheld le tocó vivir.

Publicada por primera vez en los años 50, El Eternauta fue ilustrada por Francisco Solano López, pero años más tarde volvió a ver la luz, tras una profunda reescritura del guión, siendo esta vez Alberto Breccia, uno de los historietistas más importantes de la historia de la República Argentina, el encargado de darle vida y forma al guión de Oesterheld. La nueva versión, que apareció en 1969, se posicionaba políticamente de forma más violenta (hubo otra años más tarde, ya en vísperas de la llegada de los militares al poder, de nuevo ilustrada por Solano López), lo que puede que condenara a muerte a Oesterheld, que fue uno de los miles de desaparecidos durante el Proceso de Reorganización Nacional, presumiblemente por su biografía de Ernesto Guevara pero también, indudablemente, por las connotaciones de su más conocida obra. Fue secuestrado el 27 de abril de 1977; para entonces ya habían desaparecido cuatro hijas suyas, de entre 18 y 25 años. Se desconoce la fecha de su muerte, aunque están documentadas sus estancias en Centros Clandestinos de Detención tales como “El Vesubio”, en el que también estuvo retenido ilegalmente y sometido a tortura, entre muchos otros, el escritor Haroldo Conti, que había sido secuestrado meses antes que Oesterheld.

El Eternauta es, sin duda, una de las obras maestras del cómic de ciencia ficción. Relata una invasión extraterrestre de la Tierra y los intentos de resistencia de la población humana. Es llamativo que estos extraterrestres, que nunca son mostrados en la obra, actúan por medio de otros seres a los que controlan mentalmente, ya sean insectos gigantes, grandes lagartos o, incluso, miembros de otra civilización extraterrestre de carácter pacifista. También es llamativo que la sede de esos alienígenas esté situada, según el El Eternauta, en la Plaza del Congreso, lugar en donde se levanta el Palacio del Congreso de la Nación Argentina. La obra fue reeditada de forma habitual en diversas partes del mundo, y dio lugar a diversas continuaciones después de la desaparicón de Oesterheld. También hay que mencionar la polémica derivada de sus derechos de autor, ya que una conversación en la que a la viuda de Oesterheld se le animaba a conseguir dinero con ellos derivó en la cesión por su parte de todos los derechos a un tercero, algo que iba en contra, obviamente, de los intereses de los ilustradores.

Mort Cinder

No obstante, Oesterheld es algo más que El Eternauta. Otro cómic que habría que reseñar, de importancia fundamental en el futuro del género y considerado un clásico dentro y fuera de Argentina es Mort Cinder, publicado de forma periódica de 1962 a 1964. En él, el personaje de Mort Cinder, uno de los más interesantes del cómic hispanoamericano, entra en contacto con Ezra Winston, un anticuario que se verá envuelto, a su pesar, en una trama alrededor de Mort, un hombre cien veces muerto y resucitado que ha vivido algunos momentos fundamentales de la historia. Se trató de una historia de especial importancia para Oesterheld y su colaborador Breccia (que llegó a declarar que “antes y después de Mort Cinder, nada”), en parte hija de las particulares evoluciones estilísticas y personales de ambos. Para Breccia fue la obra cumbre de su carrera; para Oesterheld, una forma de reivindicarse como guionista de talento tras haber sido puesto en evidencia por sus trabajos posteriores a El Eternauta.

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Murió Rodolfo Fogwill

AutorVíctor Miguel Gallardo el 25 de agosto de 2010 en Noticias

Fogwill

El pasado 21 de agosto falleció el escritor (y publicista, y sociólogo, y polemista casi profesional) bonaerense Rodolfo Fogwill, víctima de un enfisema pulmonar causado por una vida de adicción al tabaco. Con su muerte se nos va uno de los personajes más peculiares de las letras hispánicas de las última décadas, alguien que fue perseguido por varios gobiernos argentinos (bien por “rojo” o bien por negocios poco claros), que conoció a Borges, que tuvo muchos hijos, y varios matrimonios, que usó la cocaína para escribir sobre la guerra de las Malvinas y acabó enganchado a muchas otras drogas que combatían sus crisis respiratorios. Que, en definitiva, vivió.

El haber mencionado la droga no es fortuito: por un lado, una de sus obras más famosas, la novela Los pichiciegos, existe gracias (como ya he mencionado) a la cocaína. Doce gramos de esta droga le sirvieron para terminar esta obra en el tiempo récord de seis días, seis días en los que dejó por escrito una lúcida novela sobre el conflicto de las islas Malvinas/Falkland que él mismo negó que tuviera un tono pacifista. No lo tiene: relatada desde la distancia, desde la frialdad, Los pichiciegos hace hincapié en las absurdas circunstancias de la guerra, de todas las guerras en general pero, sobre todo, de la guerra de las Malvinas, perdida desde antes de empezar. Una guerra que podría considerarse un montaje del gobierno militar que regía Argentina, deseoso de azuzar un patriotismo que ellos mismos, con su régimen de terror, persecuciones, censuras y prohibiciones, habían emponzoñado casi hasta la médula. La República Argentina recibió aire, o tal vez una transfusión de sangre, con esta contienda. El precio está claro: casi mil muertos, la mayor parte argentinos, y el doble de heridos. El Reino Unido aplastó casi literalmente la invasión del archipiélago, pero no a coste cero. Argentina perdió, pero el orgullo nacional de muchos no se vio resentido sino más bien al contrario, y todavía hoy se conmemora aquella guerra por algunos círculos. La derrota fue, eso sí, el principio del fin del gobierno militar, que no pudo recuperarse, y supone para toda una generación una vergüenza. No la vergüenza de la derrota, eso no: la vergüenza de la instrumentalización de las muertes de cientos de jóvenes compatriotas, marionetas del alto mando militar. Carnaza para la exaltación patriótica. Vendas para curar años de desapariciones y autoritarismo.

La otra obra más conocida de Fogwill es un cuento, Muchacha punk, que años más tarde dio título a una celebrada antología de relatos. Ambientado en Londres, su inicio es más que popular:

En diciembre de 1978 hice el amor con una muchacha punk. Decir “hice el amor” es un decir, porque el amor ya estaba hecho antes de mi llegada a Londres y aquello que ella y yo hicimos, ese montón de cosas que “hicimos” ella y yo, no eran el amor y ni siquiera –me atrevería hoy a demostrarlo– eran un amor: eran eso y sólo eso eran. Lo que interesa en esta historia es que la muchacha punk y yo nos “acostamos juntos”.

Escrito en 1978, de él dijo Fogwill que

(…) el relato venía sobrecargado de propósitos teóricos y abunda en guiños, anagramas, provocaciones al Estado policial de la época e insidias a escritores de moda

Curiosamente, Fogwill también sufrió dichas insidias en cuanto se convirtió en un autor popular. Se acusó incluso a ciertos círculos intelectuales de sobrevalorar tanto su obra como la importancia del autor en la literatura argentina contemporánea. Se tiene por habitual a Fogwill, no obstante, como uno de los cuatro imprescindibles de las últimas décadas junto con Piglia, Saer y Aira. Es más, se ha dicho que si en las últimas letras argentinas Piglia representaba la inteligencia, Saer la densidad y Aira la locura, Fogwill debía ser, obligatoriamente, los cojones.

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Algunos ilustres académicos

AutorVíctor Miguel Gallardo el 22 de agosto de 2010 en Divulgación

RAE

Aunque para muchos la Real Academia Española les resulte completamente ajena, la verdad es que es una institución vital para el mantenimiento y evolución de nuestro idioma, aunque, por supuesto, algunas de sus decisiones pueden causar controversia (un ejemplo sería todo lo relacionado con las tildes diacríticas o, también, la inclusión o no de ciertos términos). Fundada en 1713, algunos de los más importantes literatos, teóricos de la literatura o filósofos españoles han formado parte de ella. También hay omisiones vergonzantes, especialmente de mujeres, ya que la primera en convertirse en académica fue Carmen Conde, nada menos que en 1979, doscientos sesenta y seis años después del inicio de la RAE: Aún hoy la presencia femenina es anecdótica, con tan sólo cinco mujeres en contraposición a nada menos que treinta y siete varones. Para más inri, dos de esas cinco representantes aún no han tomado posesión de su cargo. Estamos hablando de la más reciente académica, Soledad Puértolas (electa este mismo año), y de Inés Fernández Ordóñez, elegida en 2008. Está por ver todavía quién sustituirá a los recientemente fallecidos Carlos Castilla del Pino, Francisco Ayala y Miguel Delibes.

En la actualidad son varios los escritores y escritoras electos, muchos de ellos suficientemente conocidos para el gran público. Tal es el caso de Arturo Pérez Reverte, Álvaro Pombo, Ana María Matute, Javier Marías, Francisco Brines, Antonio Muñoz Molina, Luis Goytisolo o Pere Gimferrer. Otros muchos son teóricos de la literatura, filólogos o filósofos, pero también hay casos más llamativos, como el de los periodistas Luis María Ansón y Juan Luis Cebrián, el director y guionista cinematográfico José Luis Borau o el dibujante Antonio Mingote, aunque hay que mencionar que los tres han hecho incursiones en la novela o la poesía. También es curiosa la inclusión del peruano Mario Vargas Llosa, que es, a la vez, académico en su país y en España.

No son casos extraños: a lo largo de su historia han pertenecido a la Academia personajes muy relevantes de la sociedad española, no todos estudiosos de la lengua o escritores. Tal es el caso de Emilio Castelar (presidente de la I República), Niceto Alcalá Zamora (su homólogo en la II Républica), Antonio Maura (cinco veces Presidente del Consejo de Ministros y uno de los políticos españoles más importantes de principios del siglo XX), Antonio Cánovas del Castillo (otro importante político, esta vez de finales del XIX) o Fernando Fernán Gómez (más conocido como actor que como literato). También, rizando el rizo, fue electo Santiago Ramón y Cajal, Nobel de Medicina en 1906, aunque murió antes de poder tomar posesión. Pero, por lo general, echando un vistazo a los miembros históricos de la RAE, poetas, dramaturgos y novelistas han tenido siempre una buena representación.

Algunos de los más conocidos serían los fabulistas Iriarte y Samaniego, Antonio Buero Vallejo, Camilo José Cela, Vicente Aleixandre, Manuel Machado, Benito Pérez Galdós, José Zorrilla, Ramiro de Maeztu, Juan Valera, Gerardo Diego, Pedro Antonio de Alarcón, Ramón de Campoamor, Pío Baroja o Dámaso Alonso.

Casos aparte serían los de Miguel de Unamuno, Antonio Machado, Miguel Mihura, José Hierro y Jacinto Benavente, varios de los más grandes literatos del siglo XX español. Todos fueron electos pero, debido a sus muertes, nunca llegaron a tomar posesión. El caso de Jacinto Benavente es especialmente sangrante: habiendo recibido el Nobel de Literatura en 1922 no se entiende que no fuera nombrado académico hasta 1954, cuando ya contaba con 87 años. También es curioso el de Antonio Machado, electo en 1939 (su hermano pertenecía a la RAE desde tres años antes), cuando ya no estaba en condiciones de volver a Madrid para tomar posesión de su asiento.

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¿Tienen futuro las lenguas artificiales?

AutorVíctor Miguel Gallardo el 21 de agosto de 2010 en Opinión

Esperanto

No son pocas las lenguas creadas expresamente por el hombre, ya sea para enriquecer el contexto de obras literarias (la fantasía épica y la ciencia ficción son especialmente propensas a introducirlas, baste mencionar a J. R. R. Tolkien, a George Orwell o a Anthony Burgess), bien por motivos menos mundanos. Así, por ejemplo, la más importante de ellas, el esperanto, nació como lengua auxiliar. Así es: Lázaro Zamenhof, el oftalmólogo polaco que la creó, no quería que el esperanto se convirtiera en una lengua común de uso mayoritario, sino que pensaba que serviría a la perfección como segunda lengua en encuentros entre personas de diferente nacionalidad. No obstante, una corriente dentro de los esperantistas defiende que el esperanto se convierta en lengua universal, desplazando a los idiomas existentes. En mi opinión sus pretensiones están bastante desfasadas: es lógico pensar, hace un siglo, en un idioma que pudiera servir de puente entre hablantes de diferentes lenguas para así no imponer a nadie la enseñanza de una segunda lengua extranjera, pero a día de hoy, y debido tanto a la influencia de los mass media (nótese que no es gratuita la inclusión de este término en estos momentos) como a otros factores, entre los cuales no es precisamente el menos importante el avance de la educación obligatoria en gran parte de los países, educación obligatoria que usualmente incluye en sus programas de estudio segundas y hasta terceras lenguas, ya no es necesario inventarse una lengua que conozca una gran parte de la población mundial. Y no es necesario porque ya existe: nos guste o no una gran parte de la humanidad puede hacerse entender, mal que bien, en inglés. Existen ya países, tal es el caso de los escandinavos, en el que la fluidez en inglés de gran parte de la población es, si no comparable al idioma nativo, sí al menos equiparable al de muchos angloparlantes.

De todas formas, la influencia de los principales idiomas artificiales en estos momentos podría calificarse, siendo muy generosos, de residual. El esperanto, el más extendido, apenas es hablado por unos cientos de miles de personas en todo el mundo, siendo muy pocos (estoy hablando de unos pocos miles) los nativos esperantistas. Se podría pensar, teniendo en cuenta los idiomas que fueron su base, que debería estar más extendido en países cuya lengua principal es una lengua romance. No obstante es China uno de los países con una comunidad esperantista más activa: para un chino resulta más fácil aprender otro idioma (uno que, además, no tiene connotaciones políticas para el régimen comunista) que ciertos dialectos de regiones vecinas.

El ido es otra de las lenguas construidas más populares. Se trata de una variación significativa del esperanto: occidentalizó aún más su grafía (eliminando los signos diacríticos) y acometió ciertas reformas que eran demandadas por la comunidad esperantista de principios del siglo XX. Aunque en un primer momento adquirió cierta fuerza a costa de su lengua matriz, acabó cayendo en desuso, y no ha sido hasta fechas recientes (en parte gracias a Internet) que ha vuelto a adquirir protagonismo. Un protagonismo, ya lo habrán adivinado, mínimo.

Klingon

La interlingua, en cambio, sí vivió en tiempos recientes un cierto auge. En contraposición al esperanto, en cuyo idioma se han escrito novelas, se han rodado películas y se han grabado canciones (y que además aparece como idioma universal en algunos libros y películas ambientados en el futuro), la interlingua ha tenido su caldo de cultivo dentro del ámbito científico, siendo considerada por muchos como un idioma perfecto para la difusión de estudios y análisis. Sin embargo, y pese a que en un principio intentó convertirse en la nueva lengua franca europea (comparándose con el latín que, lingüísticamente, unió al continente durante la dominación romana), hay que hacer notar que el empleo y uso del inglés en la parte occidental de Europa y del alemán y el ruso en la parte oriental hacen innecesaria, repito, la difusión de un idioma que, de partida, cuenta con el inconveniente de ser casi desconocido para millones de personas.

Volviendo al principio, a la pregunta que da título a este post, tengo que responder que no, que no tienen futuro, al menos las lenguas construidas serias. Lo más probable es que dentro de un siglo las lenguas artificiales más extendidas sean aquellas surgidas del ámbito literario o fílmico. Será cuanto menos curioso ver triunfar al sindarin o al klingon allí donde el esperanto y la interlingua fracasaron.

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Urueña, la primera villa del libro española

AutorVíctor Miguel Gallardo el 15 de agosto de 2010 en Noticias

Villa del libro

Existe desde hace años una iniciativa que se ha venido desarrollando principalmente en pequeños núcleos rurales europeos (aunque ya está abierta a otras partes del mundo como Estados Unidos, Canadá, Australia o Malasia) que convierte dichos enclaves en “Villas del Libro”, organizándose en torno a estas localidades múltiples actividades relacionadas con el libro y todo lo que tiene relación con él. La más antigua de estas villas del libro es Hay-on-way, una pequeñísima localidad galesa fronteriza con Inglaterra, tan pequeña y olvidada que en su página web oficial recomiendan que los envíos postales que les dirijan, en vez de especificar que van al condado galés de Powys, al que pertenecen oficialmente, indiquen el condado inglés de Herefordshire. Eso sí, se lo toman con humor y especifican que “It is purely for postal reasons!”.

En España la primera de estas “villas del libro” es Urueña, que fue calificada como tal en 2007. Urueña es un pequeño pueblo de la provincia de Valladolid cuyo censo no llega a los 300 habitantes, situada en la comarca de Tierra de Campos. Más allá de las particularidades de su designación como Villa del Libro, constituye un interesante lugar que visitar dada la estructura medieval de sus calles, su bien conservada muralla y, en general, por ser un enclave de gran interés histórico-artístico. No hay que olvidar que en el Medievo la villa tuvo una importancia estratégica clave dada su condición fronteriza entre los reinos de León y Castilla, lo que hizo que se convirtiera en una plaza fuerte, muy bien defendida, entre ambos estados antes de su definitiva integración.

Urueña y sus habitantes, los carrasqueños, han organizado múltiples actividades alrededor del libro, tales como talleres de encuadernación y caligrafía, a lo que hay que sumar el gran número de librerías que jalonan la villa, nada menos que once. Y para todos los gustos, hay que añadir: podemos encontrar, por ejemplo, la Librería-EnotecaMuseo del Vino”, que vende libros publicados por la Diputación Provincial de Valladolid; la librería “El 7”, especializada en temas taurinos; la librería Alcaraván, que vende especialmente libros de temas regionales de Castilla y León; la librería Samuel, con libros antiguos y grabados; el local de Alcuino Caligrafía, que como su nombre indica se especializa en el arte de la caligrafía, etc. Sin embargo, la joya de la corona de muchas de las librerías de Urueña son los libros antiguos y descatalogados, los libros de viejo, las ediciones curiosas, y toda la parafernalia que tanto nos atrae a los amantes de la literatura y de su soporte más universal. Todavía está por ver si el libro digital acabará por hacerse un hueco en la primera Villa del Libro española.

Pero Urueña es mucho más: si ya de por sí es llamativo el número de establecimientos per cápita dedicados a la venta de libros, no hay que olvidar que también cuenta con cuatro museos, a cada cual más interesante: al Centro Etnográfico, patrocinado por uno de sus más conocidos vecinos, Joaquín Díaz, hay que sumar un Museo del Gramófono (también gestionado por la fundación de Joaquín Díaz), un museo de Instrumentos del Mundo y otro de campanas. Urueña es, por tanto, un lugar que cualquier viajero no debería dejar de visitar.

Las Canarias, uno de los viajes más desconocidos de Julio Verne

AutorVíctor Miguel Gallardo el 11 de agosto de 2010 en Divulgación

Verne

Algunas de las obras de Julio Verne son auténticos clásicos universales. Novelas como “Cinco semanas en globo”, “Viaje al centro de la Tierra”, “De la Tierra a la Luna”, “Los hijos del capitán Grant”, “Veinte mil leguas de viaje submarino”, “La vuelta al mundo en ochenta días”, “La isla misteriosa”, “Miguel Strogoff”, “Un capitán de quince años” o “Escuela de Robinsones” son algunas de las más leídas de la historia reciente de la literatura. Las adaptaciones al cine, a la televisión o al teatro, o en general su influencia en la cultura popular del siglo XX, hablan bien a las claras de la influencia inmortal de las letras del autor francés en el imaginario actual. Algunos de sus personajes son, asimismo, ejemplos claros de cómo puede convertirse un simple personaje de una historia en una celebridad. Porque, ¿quién no conoce, por ejemplo, al capitán Nemo, al profesor Otto Lidenbrock o a Phileas Fogg?

Sin embargo, dada la extensa producción literaria de Verne, resulta impensable que todas sus obras tuvieran tanta repercusión como esa docena que conforman su obra más popular. “Agencia Thompson y Cía” es una de esas novelas más o menos desconocidas. El que se trate de una obra parcialmente apócrifa tampoco ayuda.

La historia de esta novela es muy confusa. Tras la muerte de Julio Verne, su heredero, su hijo Michel Verne, presentó a su editorial un listado de novelas sin publicar de su padre, algunas de las cuales fueron publicadas posteriormente con éxito. En esa lista, sin embargo, no se encontraba esta novela, que sin embargo fue publicada en 1907 (dos años después de la muerte del autor) de forma seriada, en un primer momento, y finalmente conformando una novela. Investigaciones posteriores sugirieron que la novela no pertenecía a Julio Verne, sino a su hijo, aunque finalmente se ha impuesto la teoría de que Verne padre escribió los primeros veinte capítulos, siendo los diez restantes obra de su vástago. Se da la curiosa circunstancia de que el capítulo veintiuno, el primero de los apócrifos, empieza con el barco de los protagonistas abandonando el puerto de La Orotava, en Tenerife. Al menos fue el auténtico Julio Verne el que escribió uno los pasajes en los que los protagonistas visitaban (y de qué forma) las Islas Afortunadas.

Dejando a un margen la polémica por la autoría de la obra, “Agencia Thompson y Cía” es una obra muy divertida que, en un principio, debió llamarse “Un viaje económico”, un nombre seguramente más acertado dado el argumento de la obra: dos compañías londinenses de viajes, la Agencia Thompson y la Agencia Baker, se enzarzan en una disputa para organizar una “Grandiosa excursión a los tres archipiélagos: Azores-Madeira-Canarias” al mejor precio posible, lo que desencadena una guerra de precios en la que, al llegar a un momento concreto, Baker desiste continuar con el viaje asegurando públicamente la imposibilidad, con esos precios, de llevar a buen puerto la travesía.

No se equivocaba la Agencia Baker, por supuesto, pero la Agencia Thomson, a bordo del sufrido buque The Seamow, intentará por todos los medios posibles, que son pocos y muy precarios, ofrecer el viaje pactado a un nutrido grupo de ingleses de alta cuna (y también a un holandés para el que no se cuenta intérprete alguno). Las peripecias del The Seamow son narradas por el intérprete-cicerone de la expedición, un francés llamado Roberto Morgand, al que más le habría valido no saber hablar español y portugués. Lectura muy recomendable, sobre todo en verano, aunque no para aquellos que vayan a embarcar próximamente en un crucero de lujo, no vayan a asaltarles dudas.

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Día uno. Así empezó la era atómica, de Peter Wyden

AutorVíctor Miguel Gallardo el 31 de julio de 2010 en Reseñas

Explosión

La Segunda Guerra Mundial fue un conflicto global en el más amplio sentido de la palabra: no sólo estuvieron involucradas naciones de los cinco continentes, sino que hubo acciones bélicas en casi cualquier parte del planeta. Para los europeos nos son mucho más conocidas las batallas desarrolladas en nuestro continente y en el norte de África, igual que para los estadounidenses fue la guerra en el Pacífico la que verdaderamente marcó a toda una generación, pero no hay que olvidar que hubo batallas navales en América del Sur, que en la India y en China se libraron algunos de los combates más arduos del conflicto o que durante mucho tiempo Australia y Nueva Zelanda estuvieron seriamente amenazadas por la Armada del Imperio Japonés. También, debido a décadas de propaganda estadounidense, tendemos a pensar que la guerra se ganó finalmente gracias a la intervención del gigante norteamericano, obviando que fue la Unión Soviética la verdadera desencadenante del fin nazi, o que el Reino Unido pudo resistir gracias a la intervención de tropas provenientes de Canadá, Australia y Nueva Zelanda, sin las cuales el Tercer Reich y sus aliados habrían conquistado Europa y sus colonias con relativa facilidad.

No obstante, la guerra en Europa terminó meses antes que la guerra en el Pacífico. Con el fin de la Alemania nazi los gobiernos de las potencias aliadas dieron por hecho que la guerra con Japón todavía duraría varios años. Las batallas que se desarrollaron en las islas del Pacífico daban a entender que el fin japonés sólo se conseguiría a base de mucho esfuerzo… y muchas vidas. Fueron miles los caídos por ambos bandos en cada batalla o escaramuza, y todo hacía indicar que la única manera de rendir a los japoneses, aunque estos ya se encontraban en la primavera de 1945 con una carestía importante de los recursos estratégicos fundamentales para mantener su maquinaria de guerra, sería yendo de isla en isla hasta desembarcar en el propio archipiélago nipón. El Estado Mayor estadounidense temía esta posibilidad: si los soldados japoneses se habían mostrado tan aguerridos y combativos defendiendo posiciones en mitad del océano, algunas no más que pequeños atolones o islotes sin valor, ¿qué no harían para proteger a su patria de una invasión extranjera? Todo esto, unido a que la Unión Soviética parecía reticente a atacar a las fuerzas japonesas apostadas en Manchuria y Corea (pese a que se había comprometido a ello en la Conferencia de Yalta), parecía presagiar una larga guerra. Sin embargo, esto no ocurrió: tras el lanzamiento de dos ingenios nucleares sobre las ciudades de Hiroshima y Nagasaki, cuyas deflagraciones asesinaron a cientos de miles de civiles japoneses, el emperador Hirohito se vio forzado a convencer a su Gabinete para aceptar la rendición, temeroso de que más bombas asolaran la Madre Patria. Él no podía saber que los estadounidenses, en esos momentos, no contaban con más bombas atómicas, y que una tercera de ellas se habría demorado todavía unos meses.

Pero Peter Wyden, autor de Día Uno. Así empezó la era atómica, si bien dedica la segunda mitad de su libro íntegramente al ataque a Hiroshima, entrevistando a docenas de supervivientes de la explosión, también se interesa por las razones que llevaron a los Estados Unidos a utilizar una tecnología que todavía no entendían del todo sobre el archipiélago japonés. En realidad, el eje de esa primera parte del libro sería ya no sólo los hombres que fabricaron la bomba (destacando entre ellos, de forma determinante, Robert J. Oppenheimer, director del proyecto), sino los teóricos que, inconscientemente, hicieron posible la más mortífera arma que el ser humano ha desarrollado, entre ellos científicos tan reputados como Leo Szilard o Albert Einstein.

Bomba

De algún modo, el sacrificio de miles de civiles japoneses, al acelerar la rendición del Imperio nipón, evitó seguramente muchas más muertes, tanto japonesas como estadounidenses, pero esta postura, magnificada por la propaganda aliada, es relativa: la Unión Soviética, en los días posteriores al primer lanzamiento, ocupó Manchuria y Corea, en donde había un millón o más de soldados japoneses, muchos de los cuales murieron en batallas en las que el rodillo del Ejército Rojo los aplastó casi literalmente. Para esos miles de soldados poco importó que en esos momentos se estuviera ya negociando una rendición.

La era atómica había empezado. Tras la caída alemana se demostró que los nazis no habían andado lejos de poseer su propia bomba atómica; también Japón tenía un programa atómico, aunque las fuerzas de ocupación estadounidenses pudieron comprobar que los asiáticos no habían tenido demasiado éxito. En 1949 un segundo país se unió al “club atómico”, la Unión Soviética, en parte gracias a las filtraciones del proyecto estadounidense: entre los participantes en el proyecto Manhattan había agentes soviéticos infiltrados, tal es el caso del conocido Klaus Fuchs.

La obra de Wyden es un libro imprescindible tanto para conocer los entresijos científicos de la bomba atómica, como las motivaciones de Estados Unidos para construirla y lanzarla. Y, por supuesto, en su parte final, para acercarse de forma cercana a las terribles consecuencias de aquella primera utilización con fines bélicos sobre Japón.

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Guionistas de Hollywood

AutorVíctor Miguel Gallardo el 27 de julio de 2010 en Divulgación

Guionistas

Puede parecer una cuestión de perogrullo, pero la realidad es que algunos de los escritores que más dinero ganan anualmente con sus escritos no escriben novelas, ni poesía, ni sesudos ensayos, sino guiones para cine y televisión. Son los menos, por supuesto: la famosa huelga de guionistas que sacudió Estados Unidos no hace mucho fue una reivindicación clara de un colectivo que, en conjunto, se siente marginado por la industria que sostienen con sus ideas. El convocante de la huelga, el Writer’s Guild of America, pedía un aumento en las regalías y que de una vez los guionistas pudieran sacar tajada de la distribución de películas y series de televisión utilizando las nuevas tecnologías. El caso de las regalías era especialmente sangrante debido a que casi la mitad de los guionistas afiliados a la WGA se encontraban en ese momento viviendo de ellas ya que, por lo general, este colectivo puede estar largo tiempo sin un trabajo concreto entre proyecto y proyecto. De cada DVD vendido, por ejemplo, el guionista recibía la ”exorbitante” cantidad de cuatro centavos de dólar. Puede parecer muy poco, pero en la década de los 80 no recibían absolutamente nada por este concepto ya que la industria cinematográfica estuvo durante años obviando el tema de que las ventas y alquileres de VHS generaban bastantes beneficios. También se solucionó entonces el tema con una huelga, por supuesto.

No obstante, repito, algunos guionistas privilegiados hacen mucho dinero con su trabajo. Muchísimo. La mayoría son anónimos, pero hay excepciones. Algunos de esos escritores son claramente mediáticos e influyentes, y pueden darse el gusto incluso de influir en las decisiones últimas del director. Uno de ellos, que además es considerado como una de las cien personas más poderosas de Hollywood por la revista Premiere, es Charlie Kaufman. Nominado al Oscar por el mejor guión original en 1999 por Cómo ser John Malkovich y al de mejor guión adaptado en 2001 por El ladrón de orquídeas, el reconocimiento le llegó finalmente en 2004 al conseguir la estatuilla por el guión original de Eternal Sunshine of the Spotless Mind (traducida en España, de forma particularmente horrenda, como ¡Olvídate de mí!). Kaufman puede darse el lujo hoy día de elegir sus proyectos personalmente e incluso de dirigir sus propias películas o de tomarse cuatro años de descanso si le apetece.

Otra guionista muy conocida, también ganadora del Oscar, es Diablo Cody. Esta famosa bloguera es capaz de lo mejor (la película Juno, por la que ganó el Premio de la Academia, o la estupenda serie The United States of Tara son buena prueba de ello) y de lo peor (también firmó ella el guión de la infecta Jennifer´s Body), pero en todo caso su influencia y popularidad son muchas, y su cuenta corriente no debe ser precisamente parecida a la de la mayoría de sus colegas.

Pero si hay un guionista que actualmente esté en boca de todos este es, indudablemente, el siempre controvertido J. J. Abrams, por supuesto. Creador de series como Felicity o Alias, la fama le ha llegado con la exitosa Perdidos (o Lost, como prefiráis), una de las series de más éxito de la historia de la televisión, que actualmente está dando ya sus últimos coletazos. Hay que indicar que no fue él el creador propiamente dicho, sino Jeffrey Lieber, que fue el encargado de escribir el guión del capítulo piloto de la serie. Sin embargo, completaron finalmente ese trabajo Abrams y Damon Lindelof, el otro guionista de moda en estos momentos (no sólo de cine, también de cómic). Millones de fanáticos de la serie querrían ahora mismo estar dentro de la cabeza de estos dos gurús de la televisión del siglo XXI, desde luego, pese a que los puristas, muchos de ellos guionistas con menos fortuna que ellos, los acusen de falta de talento y de recurrir a trucos baratos para mantener el interés en la serie.