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Víctor Miguel Gallardo (Página 11)

Carpanta, el tebeo de la posguerra

AutorVíctor Miguel Gallardo el 1 de enero de 2011 en Divulgación

Carpanta

Varios fueron los tebeos que triunfaron en la España de posguerra, y entre ellos hay que mencionar los evidentemente fantasiosos como El Capitán Trueno (creado por el dibujante Miguel Ambrosio “Ambrós” y el guionista Víctor Mora en 1956), Roberto Alcázar y Pedrín (de Juan Bautista Puerto y Eduardo Bañó, de 1940) o El Guerrero del Antifaz (de Manuel Gago, creada en 1944). El más polémico de ellos es sin duda el segundo de ellos, que ha sido sistemáticamente criticado por ser considerado afín a la ideología fascista, algo que sus creadores siempre han desmentido. En palabras del crítico Pedro Porcel:

Si la imputación viene dada por el sistemático recurso a la violencia para la resolución de los problemas, debemos recordar que tal actitud nunca ha sido específicamente fascista y que aunque así se creyese es compartida por la totalidad de los héroes de papel del momento tanto españoles como extranjeros (…)

No hay que olvidar con respecto a este cómic que uno de sus guionistas más importantes fue precisamente José Jordán Jover, un militar republicano que sufrió las represalias del régimen franquista tras la finalización de la Guerra Civil de 1936.

Pero aunque estos cómics se contaron entre los más populares de la época, no podemos olvidar a otros que, alejados de ambientaciones exóticas, transcurrían en la España contemporánea. La única manera de pasar por alto la censura fue, por supuesto, darle un cariz cómico a los argumentos. Francisco Ibáñez es, por méritos propios, el más importante e internacional de nuestros dibujantes de humor, siendo sus personajes más conocidos los inefables Mortadelo y Filemón (que han estado ininterrumpidamente con nosotros desde 1958), los alocados protagonistas de El botones Sacarino (1963), el miope Rompetechos (1964) y Pepe Gotera y Otilio (1966), sin olvidar una de sus más magistrales series, la de 13, Rue del Percebe, iniciada en 1961. No es difícil, ojeando las historias de estos divertidos personajes, darse cuenta de la carestía económica de la época, pero nunca deja de ser un trasfondo más o menos amable que es utilizado como recurso humorístico.

Dentro del cómic humorístico de la posguerra, y una vez mencionado a Ibáñez, es preciso hablar de Josep Escobar i Saliente, más conocido como Escobar, autor de una de las series más populares del cómic español de todos los tiempos, Zipi y Zape. Zipi y Zape, iniciada en 1948, narra las aventuras y desventuras de dos gemelos muy peculiares, siendo dos secundarios de lujo e imprescindibles sus padres, Don Pantuflo y Doña Jaimita, y su profesor, Don Minervo. Pero poco nos pueden decir las aventuras de estos dos hermanos sobre la situación social de la época, siendo fácilmente identificables como miembros de la burguesía acomodada catalana de la época. Sin embargo, las estrecheces de aquellos años de autarquía (aunque finalmente se superara este tipo de régimen económico) fueron reflejadas más fielmente en el otro gran personaje de Escobar, Carpanta.

Carpanta es un vagabundo sin techo cuya mayor preocupación es la de comer, leitmotiv de la obra. Carpanta nació en 1947, y no es extraño que tuviera problemas con la censura debido a que no podía ser bien visto un personaje que pasaba un hambre constante (de ahí los nuevos diálogos en los que este mendigo ya no pasaba hambre, sino que tenía apetito). No tuvo ningún problema la censura, después de todo, con que Carpanta, que sufría de un apetito extremo (posiblemente ocasionado por una gula nada bien disimulada y no por la carencia de algo que llevarse a la boca, debían pensar los lectores que no pudieron acercarse a sus primeras intervenciones en las revistas de la época) tuviera fijada su residencia bajo un puente. Se mire como se mire, Carpanta fue el reflejo de una época de adversidad para las familias españolas, y aunque reviste de comicidad y la crítica social tan sólo se intuye, es una buena muestra de que, en tiempos de Franco, y contrariamente a lo que decía aquella frase bien publicitada de “En la España de Franco nadie pasa hambre”, sí había gente que malvivía. Tanto que, movidos por caridad cristiana, algunas personas enviaron comida y dinero a los editores de Carpanta para que este pobre hombre no pasara tanto “apetito”.

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Fuente Vaqueros, la cuna del poeta

AutorVíctor Miguel Gallardo el 24 de diciembre de 2010 en Divulgación

Mi pueblo y otros textos vegueros, Federico García Lorca

Fuente Vaqueros es una pequeña localidad situada en plena Vega de Granada universalmente famosa; no lo es por haber pertenecido durante más de un siglo al Ducado de Wellington, ya que sus tierras fueron entregadas a perpetuidad al más famoso de sus representantes en agradecimiento a sus victorias militares durante la Guerra de la Independencia. Tampoco porque su anterior “dueño” fuera, precisamente, Godoy. La universalidad de Fuente Vaqueros proviene de haber sido la cuna de uno de los más importantes poetas del siglo XX, Federico García Lorca. Lorca, que nació allí en 1898, escribió de su pueblo:

En este pueblo tuve mi primer ensueño
de lejanía. En este pueblo yo seré tierra y flores

No pudo cumplirse este vaticinio: el inmortal poeta fue asesinado en los alrededores de la ciudad de Granada (más concretamente, y hasta que se demuestre lo contrario, “entre Víznar y Alfacar”, tal y como dice la leyenda popular) y sus restos, a la espera de ser definitivamente localizados, todavía no descansan allí donde él hubiera querido.

Ahora se publica, de la mano del periodista barcelonés Víctor Fernández, el libro “Mi pueblo y otros textos vegueros”, una antología de textos del poeta granadino que es lo más parecido a una autobiografía que podrá tener jamás.

El texto principal de la antología, Mi pueblo, ya fue dado a conocer (aunque no en su totalidad) por Francisco García Lorca, hermano del autor. Junto con el resto de los textos conforman un interesante mosaico para comprender la relación tan íntima que unía a Federico con su localidad natal, a la que tuvo siempre en la mente pese a que pasó gran parte de su vida en la vecina Valderrubio (llamada en aquel entonces Asquerosa), Madrid, Nueva York, o la capital granadina, más concretamente en la Huerta de San Vicente, hoy enclavada en pleno centro de la ciudad (precisamente en mitad del Parque García Lorca, la mayor zona verde de Granada) pero que entonces era una finca de la Vega, esa Vega tan querida para Lorca.

También aparecen en este libro las obsesiones del poeta: una de ellas, el tema de la marginación, fue tratado ya en el Romancero gitano (en relación a la etnia gitana en España) y en Poeta en Nueva York (esta vez con los afroamericanos como eje central de esta marginación, de esta “diferencia”. Pues bien, él ya había sentido esto en Fuente Vaqueros, en su propia persona, por ejemplo en su escuela. Era imposible que no hubiera un choque entre una personalidad como la suya, llena de sensibilidad, y la ruda (pero también entrañable, como se refleja en sus textos) gente del campo. Un poeta entre labradores: pese a la diferencia de caracteres obvia, Federico nunca dejó de apreciar sus raíces, prueba de ello que una de sus obsesiones fuera la de hacer llegar a la gente sencilla, esa que no tiene tiempo para preocuparse de la poesía y otras cuestiones que no tuvieran que ver con la dureza del trabajo de sol a sol, el arte, aunque fuera dentro de la cotidianidad.

En 1936 sus paisanos, en una carta que le remitieron fechada en enero, ya se referían a él en términos de admiración, seguramente sabedores de que aquel mocoso se había convertido en un personaje más que importante. Desgraciadamente, la guerra acabó pocos meses después con el más inmortal de los habitantes de Fuente Vaqueros.

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Barcelona, ciudad de fantasmas

AutorVíctor Miguel Gallardo el 11 de diciembre de 2010 en Divulgación

Fantasmas

Casi en todas partes hay fantasmas, o al menos leyendas de fantasmas. La Península Ibérica no podía ser menos, y si hace unos años quedamos sorprendidos por el vídeo filmado en Sintra en el que se mostraba un accidente de tráfico provocado por Teresa Fidalgo, “la chica de la curva” portuguesa (“O fantasma da Boleia”), tampoco podemos olvidar las psicofonías del antiguo edificio de la Diputación Provincial en Granada (actual Catastro, que por cierto da más miedo), la fantasmagórica Campana de Velilla aragonesa, la Santa Compaña, las leyendas de la Pesanta o las conocidas Caras de Bélmez.

Barcelona, la más cool de las ciudades de la piel de toro, tampoco se libra. Acaba de salir a la venta un libro, Fantasmas de Barcelona, escrito por Sylvia Lagarda-Mata, en el que se recopilan casi doscientas historias ambientadas en la Ciudad Condal y en la que se proponen, como si de una guía turística se tratara, trece rutas para conocer la historia “fantasmal” de la ciudad. Sí, trece, precisamente trece.

Los fantasmas barceloneses, nacidos de la superstición local aunque algunos sustentan su leyenda en hechos reales, abarcan un período muy amplio de tiempo: el más antiguo sería un rey godo que, según parece, habita en las oscuras naves de la catedral barcelonesa. El último en llegar es mucho más reciente, de 1998. Que el siglo XXI todavía no haya dado pie a fantasmas de nuevo cuño tampoco es raro: pese a la insistencia de ciertos parapsicólogos y “científicos” de lo paranormal desde ciertos (y populares) programas de radio y televisión, lo sobrenatural parece estar en decadencia. También han decaído los avistamientos de OVNIS. En realidad ¿quién necesita de estos llamativos fenómenos cuando una mirada a la prensa diaria o a nuestra cuenta bancaria ya es, de por sí, suficientemente inquietante?

El libro fue editado primero en catalán y es ahora cuando, con algunos relatos añadidos, aparece por primera vez en español. Lagarda-Mata se sorprendió, al documentarse, de la gran cantidad de historias que iba descubriendo, muchas más de las que ella presuponía en una ciudad como la barcelonesa.

La geografía de esta particular guía abarca casi todos los barrios de la ciudad: en Gràcia, por ejemplo, hay un cementerio de indigentes bajo la plaza de Gal·la Placidia. Detrás del mercado de la Boquería también se encuentra el Cementerio del Corralet, en donde iban a parar los cadáveres de enfermos mentales de un hospital cercano. Más macabra todavía es la historia del Hostal Flor de Lis, en donde, según se decía, algunos huéspedes ricos eran asesinados para, con su carne, alimentar a otros clientes.

Fantasmas de Barcelona, más que hacer hincapié en lo macabro, sirve también, tal y como ha indicado la autora, para dar a conocer a los barceloneses un pedazo de la historia de su ciudad, por mucho que, las más de las veces, ésta sea de carácter bastante truculento.

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Librinos: Llegan a España los Dwarsligger

AutorVíctor Miguel Gallardo el 30 de noviembre de 2010 en Noticias

Librinos

Algo más de un año ha tardado en llegar a España un nuevo formato de libro que en Holanda, el país que lo vio nacer, ha tenido un gran éxito. Estamos hablando de los Dwarsligger (vocablo en neerlandés que podría traducirse como “traviesa”), que vieron la luz en los Países Bajos en septiembre del año pasado y que ahora aparecen en España de la mano de Ediciones B, que se ha hecho con los derechos de comercialización del formato. El nombre que recibirán aquí dista bastante del original, al ser comercializados bajo la denominación de “Librinos”.

La patente de los “Librinos” se realizó en Holanda en 2006 por parte de la editorial Jongbloed BV. Esta empresa estaba especializada en la edición de biblias y libros de salmos, que como todos sabemos suelen utilizar un papel de gramaje muy bajo: en el caso de Jongbloed suelen usar papel de 24 gramos por metro cuadrado, frente a gramajes más tradicionales dentro de la industria editorial como 90 gramos por metro cuadrado o 110 gramos por metro cuadrado. Ese papel extremadamente fino se denomina comúnmente, por extensión, “papel Biblia”. Pues bien, una de las tres características principales de los librinos es la utilización de este papel. Las otras dos serían el formato de impresión y lectura, apaisado, y el pequeño tamaño del “libro” resultante, de 80 x 120 mm. (en comparación con otros tamaños estándar como el A5 de 210 x 150 mm.). Las tres son características llamativas, aunque seguramente la que más llame la atención sea la lectura de forma apaisada; el bajo gramaje del papel junto con esta peculiaridad, hace que, según los defensores del librino, sea más fácil de leer y las páginas, al contrario de lo que es habitual, tiendan a abrirse en vez de a cerrarse. Su pequeño tamaño lo hace perfecto para lecturas en medios de transporte público, por cierto.

Lo que Jongbloed patentó es el formato en sí, seguramente porque tenían en mente ampliar su línea editorial, algo que han logrado a base de licenciar títulos de otras editoriales (en su mayor parte best-sellers, pero también libros técnicos o infantiles) para adaptarlos al formato Dwarsligger. Su catálogo todavía no es muy extenso, dada la relativa juventud de la iniciativa, pero ya se han vendido cerca de 400.000 ejemplares sumando el casi centenar de títulos que Jongbloed está comercializando. Ahora Ediciones B recoge el testigo y lanza oficialmente el librino en España, a precios muy competitivos (no pasan de los 10 euros), y en principio con sólo seis títulos, todos de recorrido comercial más que convincente: Africanus. El hijo del cónsul (de Santiago Posteguillo), El Psicoanalista (de John Katzenbach), Posdata: te quiero (de Cecelia Ahern), El Círculo Mágico (de Katherine Neville), Invierno en Madrid (de C. J. Sansom) y el sempiterno Entrevista con el vampiro (de Anne Rice).

Habrá que esperar a ver si el librino se hace un hueco en el mercado editorial español, se consolida y amplía su catálogo o, incluso, si da el salto hasta Hispanoamérica. Teniendo en cuenta que la nueva aventura de los librinos empezó el 24 de noviembre pasado, aún es pronto para vaticinar su éxito o su fracaso.

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La pasión persa

AutorVíctor Miguel Gallardo el 27 de noviembre de 2010 en Divulgación

Persépolis

De entre todos los dibujantes y guionistas de cómic aparecidos en la última década he de reconocer que siento una devoción especial por la iraní Marjane Satrapi. Por alguna extraña razón sus historias me conmueven hasta la médula, de esa forma extraña en que sólo lo hacen las obras maestras. El concepto de “obra maestra” es, definitivamente, subjetivo: yo no podré convencer jamás a un detractor de Satrapi de que sus historias lo son al igual que es inútil que haga lo propio conmigo un fanático de, por poner dos ejemplos sangrantes de distintos ámbitos, David Lynch o Cortázar.

Entrando en materia, la obra más conocida de Satrapi es, sin duda, Persépolis, una historia autobiográfica que la catapultó de la noche a la mañana a la popularidad en Francia, su patria chica. Criada en la Persia (perdón, Irán) prerrevolucionaria, y descendiente de una dinastía destronada, Satrapi creció en una opulencia relativa y en un ambiente laico nada favorable al rey. Su familia apoyó de forma franca la revolución que destronó al Sha y a la dinastía Pahlavi, pero se encontraron de bruces con la nueva realidad de su país: se pasó de un régimen obsoleto e injusto a una teocracia extremista. La Revolución iraní, con cimientos supuestamente firmes y asentados en múltiples focos progresistas, degeneró en el régimen islamista más radical (salvando las distancias con los “vecinos” talibanes) de toda la historia.

La revolución iraní conllevó unos cambios intolerables para una parte de la sociedad del país que tal vez se antoje minúscula, pero la familia de la autora se puede contar entre ellos, lo que condiciona el conjunto. Es lo normal en estos casos: los acomodados cubanos también fueron, en líneas generales, los más perjudicados tras al advenimiento castrista. No soy quién para juzgar uno u otro proceso, pero soy consciente de que existieron y de que, cómo no, cada cual ha de luchar por sus propios intereses. Sin ánimo de ser demagógico, el éxito de la obra de Satrapi ha de ser entendido dentro de su contexto: la amplia repercusión de Persépolis se puede comprender mejor dentro de una sociedad como la francesa, inmersa en una simbiosis forzosa con el mundo musulmán debido a la gran cantidad de inmigrantes magrebíes y subsaharianos, que si Satrapi hubiera permanecido más tiempo en Austria, el primer país al que emigró desde su Irán natal.

Pollo con ciruelas

No obstante, Persépolis, dejando a un lado el contexto que rodeó a la autora, es una magna obra, una de esas novelas gráficas que te golpea directamente en la cara, pero, lo siento, no por sus referencias a la política de su tiempo (no, esto no es Maus), sino por su valor puramente humano. Después de todo, gracias a que pertenecía a una “familia bien” pudo emigrar a Europa. Luego volvió a Irán, en donde fue una incomprendida ya que la gente de su edad ya había pasado a formar parte del sistema impuesto por los “revolucionarios”, pero igualmente pudo emigrar de nuevo (esta vez a su destino definitivo, Francia). Espero que Satrapi sea consciente de que es una persona con suerte.

Persépolis es una bonita historia que merece ser leída y disfrutada en todos los niveles (existe una fiel película de animación que es francamente recomendable). Yo no la calificaría como “recomendable”, sino más bien como “imprescindible”, sobre todo para los que no saben nada del régimen actual iraní. Con todo, no es la mejor obra de la autora: el cómic Pollo con ciruelas, algo posterior, es para muchos su obra cumbre. Para mí también: allí donde Persépolis sienta las bases para conocer el estilo de esta gran autora, Pollo con ciruelas (y, en menor medida, Bordados) la define claramente como una de las mejores historietistas de nuestra historia reciente.

Si Persépolis en vez de ser recomendable es imprescindible, Pollo con ciruelas deja de ser imprescindible para convertirse en Esencial. Así, con mayúsculas.

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El capitalismo nazi-disneyinano de Miguel Brieva

AutorVíctor Miguel Gallardo el 20 de noviembre de 2010 en Divulgación

Dinero, de Miguel Brieva

Miguel Brieva (Sevilla, 1974) se ha convertido, por méritos propios, en uno de los dibujantes cómicos más importantes de los últimos tiempos, y desde luego en uno de los más feroces críticos de la sociedad actual que podemos encontrar en nuestras librerías. Sus álbumes, por supuesto, se distribuyen con licencia Creative Commons, algo nada extraño en alguien que, en sus viñetas, disecciona al capitalismo en todas sus variantes. Podéis encontrar sus obras “Bienvenido al mundo. Enciclopedia Universal Clismón“, “Dinero” y “El otro mundo” en cualquier librería.

Brieva, que también hace sus pinitos en el terreno musical a través del grupo sevillano “Las buenas noches” (que también distribuye gratis su música a través de internet), empezó en el cómic autoeditándose. Ahora su obra ya está en manos de una de las mayores editoriales europeas, Mondadori, pero sigue siendo igual de ácido en la representación de sus obsesiones. Cualquiera que le haya leído habrá podido comprobar que no deja títere con cabeza, haciendo especial hincapié en algunos de los iconos de nuestro tiempo. ¿Por qué no imaginar un nazismo triunfante montando un parque temático a medias con Disney, con Goebbels preparando un montaje titulado “El Triunfo de la Voluntad sobre hielo”? ¿Por qué no convertir a Dios en un currito tras siglos de hartazgo de tantos y tantos problemas? ¿Por qué no bromear sobre las tendencias artísticas del hijo de Superman?

El estilo de Brieva es muy característico, recordándonos al de las ilustraciones comerciales estadounidenses de los años cincuenta. Si uno no se fija demasiado es justo eso lo que parecerá, pero en el momento en que entramos en el juego del autor y nos damos cuenta de que está usando ese estilo pretendidamente publicitario para masacrar el consumismo, volviéndolo todo del revés y convirtiendo el patetismo y lo ridículo en la razón de ser de su literatura (porque, para mí, los textos que acompañan a los dibujos de Brieva son pura literatura, por supuesto). Tal vez la palabra “bizarro” no esté mal aplicada en algunas de sus ilustraciones, después de todo.

El fascismo-capitalismo, los juguetes, la factoría Disney, los superhéroes, la cruel infancia, los cuentos antiguos trasplantados al ficticio mundo moderno que reside en la cabeza de Brieva, todo ello conforma una amalgama más que satisfactoria para los que todavía creemos que la política existe incluso en las pequeñas cosas, que la concienciación no tiene por qué venir disfrazada de ásperas campañas de las ONGs o de organizaciones gubernamentales sin alma (y aviesas intenciones). Leyéndolo a él, igual que cuando nos adentramos en la obra de otros “humoristas” (muchas comillas) como El Roto o Forges, nos estamos educando mucho mejor que con sesudos artículos de la élite de la intelectualidad progre. Supongo que es un pecadillo sin importancia que, además de ayudarnos a recapacitar, este tipo de historias cortas ilustradas nos diviertan.

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Letras en peligro de extinción

AutorVíctor Miguel Gallardo el 11 de noviembre de 2010 en Noticias

Letra Y

Ya hablé en otro post de la letra eñe y de algunas de sus características, desmontando el mito de que es exclusiva de la lengua española. Afortunadamente para todos, nuestra querida eñe, que ya intentó ser defenestrada por las autoridades comunitarias (sin mucho éxito), goza de una salud envidiable: no sólo es impensable su desaparición de nuestro alfabeto, sino que se ha convertido en el símbolo por antonomasia de los millones de hablantes de nuestro idioma en todo el mundo. No corren la misma suerte otras letras.

Así, dos de ellas fueron degradadas en 1994 durante el X Congreso de Academias de la Lengua Española, en Madrid. Tanto la elle (“Ll”) como la che (“Ch”) fueron expulsadas entonces de forma definitiva del alfabeto, aunque han seguido siendo consideradas letras del idioma español justo hasta hace unos días. El caso de estos dos dígrafos es particular dentro de nuestro abecedario, desde luego: la elle, por ejemplo, no apareció como letra hasta la cuarta edición del Diccionario de la Real Academia, en 1803, por lo que no llegó a los dos siglos de implantación. Sin embargo, para muchos de los que memorizamos hace años nuestro alfabeto, la che y la elle son letras imprescindibles, aunque (o quizás debido a que) las nuevas generaciones de alumnos no vayan a estar tan familiarizadas con ellas.

El nuevo órdago de la RAE, más allá de la “expulsión” de che y elle, está trayendo cola: si ya hace tiempo que la letra “i latina” abandonó su apellido para ser conocida simplemente como “i”, ahora le llega el turno a su prima helénica, aprobándose el cambio de denominación de la “i griega”, que pasará a llamarse exclusivamente “ye”. El cambio de nomenclatura afecta también a otras letras, y tiene por objetivo el que cada una de ellas tenga un solo nombre, sea el país que sea. No entiendo demasiado este cambio: no todas las letras de nuestro alfabeto se llamaban igual en todos los países de habla hispana, siendo especialmente llamativos los ejemplos de la be y la uve, que eran llamadas, respectivamente, be grande, be larga o be alta y ve, ve chica, ve corta y ve baja dependiendo del país. También hay gente que a la erre la llama “ere” (yo mismo lo hago, para diferenciarla del dígrafo “Rr”). Todo esto ha cambiado ahora: muchos hispanoamericanos tendrán que adaptarse ahora a las denominaciones “be” y “uve”, mientras que en España haremos lo propio con la “ye”. ¿De verdad molestaban estas denominaciones?

No son los únicos cambios polémicos: me gustaría que cualquier académico me explicara por qué es más correcto escribir Catar que Qatar, o por qué “guión” pasa a ser obligatoriamente “guion” si yo percibo en esta palabra claramente un hiato. Lo de las tildes diacríticas en los demostrativos o en el adverbio “sólo” tampoco es muy comprensible: ¿debemos dejar de usarlas aunque haya ambigüedad y se pueda inducir al error?

Muchas son las voces que se alzan tras cada Congreso o nueva edición del DRAE en contra de los designios de los académicos, pero difícilmente podrán enojar más que ahora a una buena parte de la población en años venideros, o al menos eso espero. Yo, por lo pronto, seguiré llamando “i griega” a la “y” y escribiendo quórum en vez de cuorum o quorum (en cursiva y sin tilde, como si se tratara de un extranjerismo y no de una palabra con siglos de historia en nuestro idioma).

La discrimiación racial de Estados Unidos como nunca antes: Black like me

AutorVíctor Miguel Gallardo el 7 de noviembre de 2010 en Divulgación

Black like me

En 1961 se publicó en Estados Unidos un libro que fue una auténtica bofetada para gran parte de la sociedad de aquel tiempo. Se titulaba “Black like me” (“Negro como yo”), y estaba escrito por el periodista John Howard Griffin, que relataba la discriminación que sufrió durante un viaje al sur profundo de la Unión (Alabama, Luisiana, Georgia y Mississippi). Lo peculiar del caso es que Griffin era blanco.

Texano de nacimiento, Griffin estudió en Francia y ejerció como médico durante la Segunda Guerra Mundial, enrolado en la Resistencia, que le asignó ocuparse de un pabellón psiquiátrico, donde también ayudó a poner a salvo a varios niños judíos, perseguidos por la Francia de Vichy, aliada de la Alemania Nazi. Más tarde, cuando Estados Unidos entró en la guerra, dejó Europa y se incorporó al Ejército estadounidense, pasando más de tres años en el Pacífico, más concretamente en las Islas Salomón, donde convivió con los indígenas y desarrolló un interés en su cultura que cristalizaría en su novela de 1956 Nuni, de carácter semi-autobiográfico. En 1947 quedó ciego tras un accidente mientras estaba de servicio (para entonces ya había sido condecorado por su valor en combate), volviendo a su Texas natal, donde se dedicó a dar clases de piano y a escribir. En 1957, cuando ya nadie lo esperaba, recobró la visión; su década de oscuridad se vio reflejada en su obra Scattered Shadows: A Memoir of Blindness and Vision.

Fue en 1959 cuando se decidió a investigar la discriminación racial en el sur de los Estados Unidos, pero era consciente de que desde su posición de hombre blanco sólo podría acceder a una visión sesgada del tema. Se propuso aparentar ser un hombre negro, para lo cual se puso en contacto con un dermatólogo de Nueva Orleans, que le aconsejó una serie de drogas y de cremas que oscurecerían su piel, todo ello acompañado de arduas sesiones de bronceado. El pelo de Griffin era lacio, por lo que se afeitó la cabeza para disimularlo. Ya con su nueva identidad de afroamericano se instaló durante varias semanas en Nueva Orleans y en algunos pueblos de Mississippi, haciendo viajes complementarios a las vecinas Alabama y Georgia, viajando principalmente en autobús y haciendo auto-stop. El relato completo apareció en la ya mencionada Black like me, que se convirtió rápidamente en un best-seller, haciendo a Griffin un personaje muy popular en los años 60. Los problemas como hombre negro fueron constantes, incluso en lo más básico (como puede ser comprar comida, viajar o encontrar alojamiento), y aunque encontró a personas de raza caucásica que fueron amistosas con él (y especialmente interesadas en hacerles preguntas sobre su vida sexual), no fue lo habitual.

Pese a ser una celebridad, Griffin tuvo que abandonar su hogar texano debido a la manifiesta hostilidad de una parte del vecindario hacia él y su familia: lo consideraban poco menos que un traidor a la raza por haber puesto de manifiesto lo que todo el mundo sabía, que existían ciudadanos de primera y de segunda categoría en Estados Unidos. Se instaló en México, y siguió investigando y escribiendo acerca de relaciones entre razas y justicia social. Finalmente murió en 1980 a la edad de 60 años por complicaciones con su diabetes. No era el único problema de salud que arrastraba, y pronto apareció la leyenda urbana de que su muerte había sido provocada por los tratamientos que veinte años antes habían tratado de oscurecer temporalmente su piel.

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El negacionismo

AutorVíctor Miguel Gallardo el 1 de noviembre de 2010 en Divulgación

Negacionismo

No son muchos, pero existen: algunos “historiadores” (las comillas no son gratuitas), de marcado carácter revisionista, vienen negando el Holocausto desde hace décadas. Pero que sean pocos no es óbice para ocultar la realidad de que, en ciertos ámbitos, se tiene por seguro que la denominada “Solución Final” no existió. Que no hubo ningún proyecto milimétricamente planeado para asesinar a millones de personas. Que en los campos de concentración no hubo cámaras de gas.

No podemos decir que el Negacionismo haya ganado fuerza en los últimos tiempos: sigue siendo una corriente historiográfica (por llamarla de alguna forma) muy minoritaria, radicada sobre todo en la ultraderecha europea y estadounidense y en los círculos islamistas. Fue precisamente Radio Islam, otrora una emisora escandinava y en la actualidad una página web con miles de visitas diarias, una de las más firmes promotoras de la negación del Holocausto. Pero el Negacionismo ha salpicado, si se me permite la expresión, a varios intelectuales reputados de todo el mundo, el menor de los cuales no es precisamente Noam Chomsky. El que es uno de los grandes filósofos y lingüistas de nuestros tiempos fue acusado de colaborar con las posiciones que niegan el Holocausto después de su defensa de la libertad de expresión en torno al caso Faurisson. Robert Faurisson publicó en 1979 un artículo (que luego generaría un libro) en el que defendía posturas negacionistas, tras lo cual fue expulsado de su puesto como analista de textos en la Universidad de Lyon basándose en la legislación francesa que condena cualquier menoscabo público de los crímenes de guerra nazis (algo que es común en gran parte del continente europeo). Chomsky, en virtud del derecho fundamental de la libertad de expresión, se manifestó en contra de las sanciones a Faurisson, lo que desencadenó un cruce de acusaciones por parte de intelectuales y críticos de todo el planeta, que tildaron a Chomsky de antisemita. Tema peliagudo, desde luego, dado que las legislaciones europeas son, en sí mismas, un lastre a la tan cacareada libertad de expresión desde el mismo momento en que, y dependiendo del país, condenan la propaganda nazi, la exhibición de sus símbolos, la revisión de la historia “oficial”, etc., hasta el ridículo punto de que, por ejemplo, el logotipo representativo de la famosa banda de rock Kiss está prohibido en Alemania y Austria debido a la similitud (sospechosa similitud) de las dos eses de su nombre con el infausto símbolo rúnico de las SS.

En irónica contraposición al caso de Salman Rushdie, grupos radicales judíos pusieron precio a la cabeza de Farisson, que finalmente fue brutalmente golpeado en 1989 en Francia, pero las agresiones, de mayor o menor importancia, lo han acompañado estas últimas tres décadas allá donde iba para difundir sus posturas en conferencias y demás. No es, desde luego, el único que ha publicado artículos y libros que defienden este tipo de revisionismo: los hay de todo tipo, siendo particularmente interesantes, desde el punto de vista sociológico más que histórico, los que pretenden rehabilitar la figura de Adolf Hitler quitándole peso específico, a veces hasta la nulidad, en las responsabilidades de la Solución Final. Según esos “historiadores”, Hitler no sólo no fue el principal responsable de uno de los mayores genocidios de la historia (y de largo el más publicitado y documentado), sino que, en esencia, no sabía nada. Algunos han llevado su descaro un punto más lejos, presentando documentación, obviamente descontextualizada, que convierte a Adolf Hitler como por arte de magia en un defensor de la causa judía.

Algunos famosos autores negacionistas, cuyas obras se pueden encontrar fácilmente en eBay y en librerías afines al revisionismo histórico, que haberlas haylas tanto en España como en Latinoamérica, serían Paul Rassinier, Harry Elmer Barnes, el argentino Norberto Ceresole, Léon Degrelle (el nazi “español” más famoso) o, sobre todo, el popular y siempre polémico historiador inglés David Irving.

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AutorVíctor Miguel Gallardo el 30 de octubre de 2010 en Divulgación

Ted Bundy

Ted Bundy fue uno de los asesinos en serie más famosos del siglo XX, y sobre su figura se han realizado películas, mini-series y, por supuesto, infinidad de libros que intentan explicar las motivaciones de un hombre al que, aunque oficialmente se le atribuyen algo más de treinta asesinatos, algunas fuentes indican que pudo llegar al centenar de chicas asesinadas. Sus víctimas respondían a un patrón claro, determinado por un amor de juventud: chicas blancas, de pelo lacio y moreno habitualmente peinado con raya en medio. Sus edades variaron bastante, desde chicas cercanas a la treintena hasta una niña de doce años que fue una de sus últimas víctimas.

Uno de los libros más interesantes acerca de Bundy fue redactado en base a sus confesiones a la policía del estado de Florida, lugar en donde finalmente fue cazado. En Ted Bundy: conversaciones con un asesino, de Stephen G. Michaud y Hugh Aynesworth, sorprende descubrir a un hombre que bien podría ser nuestro vecino de enfrente o el cajero de nuestro banco. Con gran seguridad en sí mismo, Bundy (que había estudiado Psicología y Derecho) llegó a defenderse a sí mismo en el primer juicio al que fue sometido, aunque al final fue contraproducente ya que, aunque empezó la vista con gran aplomo, acabó perdiendo los papeles en varias ocasiones. Tampoco contribuyó el hecho de que, durante una visita a la biblioteca de los juzgados para documentar su caso, saltó desde una ventana y huyó. Estuvo una semana escondido en una caravana abandonada hasta que la policía dio con él.

No fue su único intento de fuga. Hubo otro aun más exitoso, cuando se evadió de la cárcel y pudo trasladarse con una identidad falsa hasta Florida, en donde mataría por última vez siguiendo el modus operandi que ya había utilizado en los estados de Utah y Washington. Fue allí donde cometió el error de intentar asaltar a la hija de un policía local (hay que decir que no hubiera sido la primera víctima de estas características: en Utah a asesinó a la hija de un sheriff), que salió indemne gracias a su hermano, y que fue en última instancia la que, en la comisaría de su padre, identificó al hasta entonces preso fugado.

Para los aficionados a los detalles morbosos puede resultar muy interesante el pequeño libro Ted Bundy, el depredador de Seattle, escrito al alimón por Nuria Fontanet Rodríguez y Ángel Ferris Fulla. Baste decir que solía golpear a las chicas en la cabeza, a veces con brutal saña, que las solía violar y sodomizar, que a varias les arrancó la cabeza para “decorar” su apartamento o que, según los forenses del estado de Florida, llegó a practicar la necrofilia. Fue muy habitual, sobre todo en los primeros tiempos, el que se hiciera pasar por un incapacitado (bien con unas maletas, bien con un brazo en cabestrillo) para solicitar ayuda a las chicas que él deseaba raptar y matar, lo que hizo que su pareja en aquellos tiempos empezara a sospechar de él (localizó unas muletas en su casa, aunque sabía a ciencia cierta que él no se había lesionado recientemente). Tras una llamada anónima de la chica a la policía ésta determinó que Bundy no era el asesino que estaban buscando. Un auténtico error: al menos dos docenas de mujeres habrían salvado la vida de haberse producido la detención en ese momento.

Ya he hablado de su brutalidad. También, en consonancia con otros asesinos en serie, poco a poco se fue haciendo más descuidado. Si fallaba en un rapto, inmediatamente buscaba a otra chica para desquitarse, lo que le hacía actuar de forma precipitada. Aunque lo habitual fue el asesinato de una chica por día, uno de sus crímenes más mediáticos sucedió en un campus universitario cuando, precisamente por haber fallado en un secuestro, irrumpió en una fraternidad femenina, atacando y matando a varias estudiantes. Una de ellas, escondida, fue otra de las testigos estrellas (junto con una chica que fue atacada en un coche haciéndose él pasar por policía) en el juicio que acabó condenando a Bundy a la silla eléctrica.

En Asesinos en serie, de Tom Schatman y Robert K. Ressler, se puede conseguir aún más información sobre uno de los más sanguinarios personajes de la historia reciente de los Estados Unidos.

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