Carpanta, el tebeo de la posguerra
Varios fueron los tebeos que triunfaron en la España de posguerra, y entre ellos hay que mencionar los evidentemente fantasiosos como El Capitán Trueno (creado por el dibujante Miguel Ambrosio “Ambrós” y el guionista Víctor Mora en 1956), Roberto Alcázar y Pedrín (de Juan Bautista Puerto y Eduardo Bañó, de 1940) o El Guerrero del Antifaz (de Manuel Gago, creada en 1944). El más polémico de ellos es sin duda el segundo de ellos, que ha sido sistemáticamente criticado por ser considerado afín a la ideología fascista, algo que sus creadores siempre han desmentido. En palabras del crítico Pedro Porcel:
Si la imputación viene dada por el sistemático recurso a la violencia para la resolución de los problemas, debemos recordar que tal actitud nunca ha sido específicamente fascista y que aunque así se creyese es compartida por la totalidad de los héroes de papel del momento tanto españoles como extranjeros (…)
No hay que olvidar con respecto a este cómic que uno de sus guionistas más importantes fue precisamente José Jordán Jover, un militar republicano que sufrió las represalias del régimen franquista tras la finalización de la Guerra Civil de 1936.
Pero aunque estos cómics se contaron entre los más populares de la época, no podemos olvidar a otros que, alejados de ambientaciones exóticas, transcurrían en la España contemporánea. La única manera de pasar por alto la censura fue, por supuesto, darle un cariz cómico a los argumentos. Francisco Ibáñez es, por méritos propios, el más importante e internacional de nuestros dibujantes de humor, siendo sus personajes más conocidos los inefables Mortadelo y Filemón (que han estado ininterrumpidamente con nosotros desde 1958), los alocados protagonistas de El botones Sacarino (1963), el miope Rompetechos (1964) y Pepe Gotera y Otilio (1966), sin olvidar una de sus más magistrales series, la de 13, Rue del Percebe, iniciada en 1961. No es difícil, ojeando las historias de estos divertidos personajes, darse cuenta de la carestía económica de la época, pero nunca deja de ser un trasfondo más o menos amable que es utilizado como recurso humorístico.
Dentro del cómic humorístico de la posguerra, y una vez mencionado a Ibáñez, es preciso hablar de Josep Escobar i Saliente, más conocido como Escobar, autor de una de las series más populares del cómic español de todos los tiempos, Zipi y Zape. Zipi y Zape, iniciada en 1948, narra las aventuras y desventuras de dos gemelos muy peculiares, siendo dos secundarios de lujo e imprescindibles sus padres, Don Pantuflo y Doña Jaimita, y su profesor, Don Minervo. Pero poco nos pueden decir las aventuras de estos dos hermanos sobre la situación social de la época, siendo fácilmente identificables como miembros de la burguesía acomodada catalana de la época. Sin embargo, las estrecheces de aquellos años de autarquía (aunque finalmente se superara este tipo de régimen económico) fueron reflejadas más fielmente en el otro gran personaje de Escobar, Carpanta.
Carpanta es un vagabundo sin techo cuya mayor preocupación es la de comer, leitmotiv de la obra. Carpanta nació en 1947, y no es extraño que tuviera problemas con la censura debido a que no podía ser bien visto un personaje que pasaba un hambre constante (de ahí los nuevos diálogos en los que este mendigo ya no pasaba hambre, sino que tenía apetito). No tuvo ningún problema la censura, después de todo, con que Carpanta, que sufría de un apetito extremo (posiblemente ocasionado por una gula nada bien disimulada y no por la carencia de algo que llevarse a la boca, debían pensar los lectores que no pudieron acercarse a sus primeras intervenciones en las revistas de la época) tuviera fijada su residencia bajo un puente. Se mire como se mire, Carpanta fue el reflejo de una época de adversidad para las familias españolas, y aunque reviste de comicidad y la crítica social tan sólo se intuye, es una buena muestra de que, en tiempos de Franco, y contrariamente a lo que decía aquella frase bien publicitada de “En la España de Franco nadie pasa hambre”, sí había gente que malvivía. Tanto que, movidos por caridad cristiana, algunas personas enviaron comida y dinero a los editores de Carpanta para que este pobre hombre no pasara tanto “apetito”.