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Juan Manuel Santiago (Página 5)

Qué hay que leer si se quiere escribir (II)

AutorJuan Manuel Santiago el 8 de marzo de 2013 en Divulgación

Dardo en la palabra

En la entrada anterior les proponíamos varias lecturas más que recomendables para profesionales de la escritura, ya se trate de editores, correctores, traductores e incluso (y ahí quería yo ir a parar) aspirantes a escritores o autores consumados. Les hablaba de los manuales básicos. Pero hay más lecturas recomendables.

En un cuarto nivel, conviene hacer acopio de algunas monografías sobre aspectos concretos que debemos tener presentes cuando escribimos, leemos o corregimos un texto. Estas pueden ser meramente descriptivas, como el Diccionario general de sinónimos y antónimos, de José Manuel Blecua (y, por favor, métanse en la cabeza que NO es buena idea escribir un sinónimo o antónimo diferentes cada vez que aparece la palabra que se ha consultado), el Diccionario de uso de las mayúsculas y minúsculas, del omnipresente José Martínez de Sousa (herramienta que les recomiendo vivamente a todos esos periodistas, abogados y profesores universitarios metidos a escritores que son incapaces de escribir «profesor», «licenciado» o el nombre de su disciplina académica en minúscula) o el Diccionario de uso de las preposiciones españolas, de Emile Slager. Pero también podemos tener textos doctrinales, didácticos, amenos, comprometidos y llenos de ejemplos sobre asuntos específicos, como Perdón imposible. Guía para una puntuación más rica y consciente, de José Antonio Millán, que no solo nos enseña a poner bien las comas, sino que también consigue un objetivo mucho más difícil: que nos quede clarísimo por qué hay que emplear según qué signos de puntuación. La anécdota que da título al libro, aunque apócrifa, es la mar de esclarecedora.

Llegados a este punto, el aspirante a escritor mínimamente diligente debe proveerse de un buen arsenal de textos más comprometidos que le enseñen pequeños trucos de escritura o grandes obviedades estilísticas. El abanico de posibilidades de este quinto nivel es muy amplio, y abarca desde el clásico El dardo en la palabra, de Fernando Lázaro Carreter, hasta los Una defensa apasionada del idioma español, de Álex Grijelmo.

No obstante, subiremos un nivel y recomendaremos dos manuales que tienen tanto de textos normativos sobre gramática y ortografía como de manuales de escritura y redacción en sentido estricto. Por un lado tenemos el Manual de español urgente (MEU), de la Fundación del Español Urgente (Fundeu), que es una ampliación del manual de estilo de la Agencia EFE y les puede solucionar muchísimas dudas que no aparecen ni en los manuales de Martínez de Sousa. Y, por otro lado, lo más parecido a un manual de redacción que hemos visto en esta serie de entradas: La cocina de la escritura, de Daniel Cassany, altamente recomendable.

Pero en fin, si son ustedes de los que creen que para escribir una buena novela basta con lo puesto, y que allá se las compongan los editores y correctores de su texto (¡y ay de ellos si les tocan una sola coma en contra de su parecer!), lo único que puedo recomendarles, siendo honrado, es un divertimento que, al mismo tiempo, es buena literatura y una magnífica lección sobre el punto de vista y la creatividad, de la que todos los escritores deberían tomar buena nota: Ejercicios de estilo, de Raymond Queneau.

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Qué hay que leer si se quiere escribir (I)

AutorJuan Manuel Santiago el 6 de marzo de 2013 en Divulgación

María Moliner

Quienes hayan visto el título de esta entrada tal vez piensen que les voy a recomendar unos cuantos libros acerca del arte de la escritura, versiones recauchutadas del enésimo taller literario y consejitos de escritores con vocación de servicio público. No es mala idea, y lo más probable es que le dedique otra entrada a ese asunto, pero en realidad quería hablarles de la biblioteca básica que debe acompañar a todo aquel que se diga escritor, redactor o, por extensión, persona interesada en esa inmensa y rica aventura que es el lenguaje.

En efecto, todo escritor que se precie debe pertrecharse de unas cuantas lecturas básicas que lo ayuden a mejorar sus capacidades léxica, sintáctica, gramatical y ortográfica. No quiero entrar en el eterno debate acerca de si una obra es más o menos válida por el hecho de que el autor no sepa poner bien las comas (al fin y al cabo, mi fuente de ingresos principal es la corrección de textos, y vivo, literalmente, de las comas, las tildes y los anacolutos ajenos), pero sí me gustaría hacer hincapié en la necesidad de poseer una biblioteca básica de consulta. Tal vez no sea sano llegar a extremos como el de Juan Rulfo, que era capaz de pasarse un día entero decidiendo dónde colocaba una coma, o decantándose entre dos palabras igualmente correctas, pero creo que es muy útil que los autores dispongan de las herramientas necesarias para decir lo que quieren decir y como lo quieren decir, de modo que el mensaje se transmita de manera inequívoca y perfecta. Vamos, lo que se llama escribir bien.

Presupongo que el escritor, en ciernes o no, domina (o, al menos, conoce en un grado superior a la media) el léxico, la gramática y la ortografía de la lengua en que escribe. Tanto si es así como si no, cualquiera que desee escribir a tiempo completo debería contar en sus estanterías (virtuales o físicas) con el Diccionario de la lengua española, la Ortografía de la lengua española y la Nueva gramática de la lengua española. Son las obras de referencia básicas para cualquiera que ame el idioma y aspire a expresarse en él de una manera correcta. Hasta aquí estamos todos de acuerdo, ¿no?

En un segundo plano, más especializado, tenemos obras de consulta como el Diccionario Panhispánico de Dudas, que se puede consultar en línea en la página web de la Real Academia, y que es una herramienta sumamente útil. Me hago cargo de que, llegados a este punto, puedo estar empezando a soliviantar algunos egos, pero háganme caso: se trata de una lectura muy útil.

Ascendiendo un escalón más, si quieren ustedes completar conocimientos, y además aspiran a escribir con la intención de publicar e incluso de vivir de lo que publican, su biblioteca básica debe estar provista de dos obras fundamentales de José Martínez de Sousa: el Manual de estilo de la lengua española (MELE) y el Diccionario de usos y dudas del español actual (DUDEA), aunque sea para comprobar de primera mano qué palabras y anacolutos les han cambiado esos señores malos de la editorial en la odiada corrección de estilo, y por qué lo han hecho así en vez de asá. Si le tienen tirria a Martínez de Sousa, prueben con el Diccionario de dudas y dificultades de la lengua española, de Manuel Seco, y el incombustible Diccionario de uso del español (DUE), de María Moliner.

¿Les parecen demasiadas lecturas, contradictorias incluso, y no están para dispendios? Pues bueno, aparte de recomendarles que consulten la página web de la Real Academia de la Lengua, les sugiero dos manuales que funcionan muy bien a modo de recapitulaciones de lo visto en los párrafos anteriores: Hablar y escribir correctamente. Gramática normativa del español actual, de Leonardo Gómez Torrego, y la Ortografía y ortotipografía del español actual, de José Martínez de Sousa.

Con todo esto van más que servidos. Y si les parece mucho material, piensen en una cosa: ¿acaso no les parece normal pasarse un año entero documentándose, y leyendo cantidades ingentes de obras de consulta, cuando escriben una novela histórica? Bueno, mejor no contesten a eso, que a lo mejor me llevo un chasco.

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Libros imprescindibles sobre el Vaticano y la figura del papa

AutorJuan Manuel Santiago el 21 de febrero de 2013 en Divulgación

Roma sin Papa

A buen seguro, la reciente renuncia del papa Benedicto XVI fomentará el interés por los libros relacionados con la Curia vaticana, tanto desde la vertiente ensayística como desde la novelística e, incluso, la fantástica. Tanto si son creyentes como si no lo son (y, según he podido comprobar, especialmente si no lo son), muchos lectores sienten interés por los cónclaves y la elección de papa, así como por los entresijos de la política vaticana. A fin de cuentas, Roma se convirtió en la horma del zapato del mismísimo Michael Corleone, ¿no?

El título clásico por antonomasia de la literatura «papal» es Las sandalias del pescador, de Morris West, que forma parte de la llamada trilogía vaticana. Muy bien documentada, nos narra los entresijos de la elección de un papa ucraniano cuando todavía era impensable que se pudiera elegir un sumo pontífice procedente de un país de la Europa del Este (hablamos de los años sesenta). Aunque la película es más conocida, el libro merece la pena, y no ha quedado tan anticuado como pudiera parecer, dado que muchos dieron por agotado su interés cuando la elección de Juan Pablo II hizo que su premisa pareciera superada.

En el polo opuesto tenemos el dramón sentimental que es El pájaro espino, de Colleen McCullough, más famoso también por su plasmación audiovisual (recuerden: un Richard Chamberlain tan purpurado como dado a los placeres de la carne) que por la literaria. Para esto, mejor nos vamos directamente a títulos de género fantástico, como Project Pope, de Clifford D. Simak, una simpática novela (creo que inédita en español) en clave de space opera que nos presenta un hipotético papa robótico, o a Recuerdos del futuro, de Robert J. Sawyer, que, pese a estar escrita en 1999, nos presenta a un papa llamado… Benedicto XVI, justo en nuestros días.

Con todo, la cima de la ficción científica «con papas» (que no de la religiosa: lean, lean Cántico a san Leibowitz, de Walter M. Miller, jr., o Un caso de conciencia, de James Blish) es Roma sin papa, la novela póstuma de Guido Morselli, que nos presenta una Curia desorientada sin pontífice ni orden. Es una curiosa muestra de lo que era la Italia de los años setenta.

Pero si lo que quieren ustedes es acción y piños, háganme caso: pasen de thrillers como Ángeles y demonios, de Dan Brown, o (de refilón) La piel del tambor, de Arturo Pérez-Reverte, y denle una oportunidad a El espía de Dios, de Juan Gómez Jurado, en la que se narra una serie de asesinatos rituales nada menos que a dos cardenales papables. Puede ser una buena lectura para ponerse en ambiente.

Aunque Las sandalias del pescador o El espía de Dios ofrecen sendos retratos muy bien documentados de lo que son los cónclaves papales, nada mejor que acudir a los ensayos de Eric Frattini para saber lo que nos espera el mes que viene, y qué criterios se seguirán para designar al sucesor de Pedro. Los cuervos del Vaticano nos muestra el quién es quién de la Curia, y es harto probable que el nuevo papa sea alguno de los cardenales que más veces aparecen mencionados en esta obra. Algo más antiguo (2009), y por lo tanto menos vigente, es Y después de Ratzinger, ¿qué?, de José Catalán Deus, que nos muestra los entresijos del Vaticano, así como las luchas de poder e intereses que, a la postre, han conducido a la dimisión de Benedicto XVI.

Las joyas (descatalogadas) de la serpiente (II)

AutorJuan Manuel Santiago el 18 de febrero de 2013 en Divulgación

Joyas de la serpiente

Como veíamos en la entrega anterior, elaborar un canon de la literatura fantástica española es una tarea condenada al fracaso, entre otras cosas porque muchas de las obras que lo integrarían están descatalogadas, e incluso inencontrables en los mercadillos y librerías de segunda mano, reales o virtuales. Es una verdadera lástima, porque las nuevas generaciones de lectores se están perdiendo una buena cantidad de obras que no solo les sorprenderían sino que también podrían influir en su manera de valorar el género e, incluso (y aquí tiro con bala, y que me entienda quien quiera), de escribirlo.

Ya hemos hablado de una obra de Alfonso Sastre, un dramaturgo adscrito a la corriente realista y con buena reputación en el stablishment, y de otra de Gabriel Bermúdez, un gran autor cuyos dos grandes pecados han consistido en publicar en colecciones especializadas y en adelantarse un par de décadas al resto de la ciencia ficción española.

Las joyas de la serpiente fue la primera novela publicada de Pilar Pedraza, una autora que no necesita presentación. Quería hablar de la que considero su mejor obra, La fase del rubí, pero mientras me documentaba para este artículo descubrí que Valdemar la reeditó hace tres años. Lo lógico sería que la editorial madrileña hiciera otro tanto con Las joyas de la serpiente, cuya primera publicación data de 1984, y que nos muestra una trama de dobles, ambigüedad sexual, pasiones ocultas, mucho morbo, pulsiones reptilianas, vampirismo, tradiciones orales y ambientación histórica (un siglo xvii que parece sacado de una película del Visconti, el Fellini o el Pasolini más desatados). El periplo amoroso y sexual de Bartolomé por una ciudad castellana indefinible y onírica (¿Toledo? ¿Salamanca?) lo enfrenta a sus fantasmas interiores, y produce escenas cuya insania es de tal calibre que solo se ha podido leer en otras obras de la autora. Pedraza nos ofrece un vanitas al estilo de la pintura de la época (Juan de Valdés Leal, por ejemplo) y prefigura un estilo personal y arrebatador que nos ha deleitado durante treinta años, y la ha confirmado como uno de los puntos de referencia del terror español, tanto en el campo narrativo como en el ensayístico. Y todo, absolutamente todo eso, comenzó con esta Las joyas de la serpiente, hoy descatalogada y, sin duda, al nivel de La fase del rubí o Paisaje con reptiles.

Por último, un título que seguramente esté condenado a permanecer descatalogado de manera indefinida, ya que su autor falleció en 2011 y, hasta donde se sabe, no ha dejado herederos: El enfrentamiento, de Juan Carlos Planells. Publicada en 1996 por Miraguano, fue escrita al menos quince años antes, ya que el autor la mencionaba en un ensayo sobre Philip K. Dick que apareció en el número 145 de la mítica revista Nueva Dimensión, en 1982. El propio autor era consciente de las similitudes con una de las obras cumbre de Dick, El hombre en el castillo, aunque cambiando ligeramente el escenario. El enfrentamiento nos ofrece varias tramas de universos paralelos cuyas acciones transcurren siempre en Barcelona, ya sea la ciudad ocupada por unos nazis que ganaron la segunda guerra mundial, ya sea la que padece los designios de un dictador llamado Ronald Reagan que prohíbe escribir ficción (y aquí tenemos ecos de otra novela de Dick, Radio Libre Albemuth, y de la paranoia del autor estadounidense con el presidente Nixon), ya sea la de hoy en día. Planells remata una más que estimable novela de universos paralelos con un verdadero ensayo novelado sobre la evolución de la cultura popular en la Barcelona del franquismo. En 1997 apareció lo que hoy llamaríamos un spin-off, el relato Una oveja negra y varios lobos, ambientado en el mismo marco referencial.

Por el momento lo dejo aquí, pero seguro que habrá más joyas descatalogadas de las que hablar.

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Las joyas (descatalogadas) de la serpiente (I)

AutorJuan Manuel Santiago el 15 de febrero de 2013 en Divulgación

Las noches lúgubres

Uno de los inconvenientes con los que se enfrenta el aficionado a la literatura fantástica española de calidad es la falta de reediciones. Resulta imposible hacerse una idea cabal de las dimensiones exactas del género si la mitad de las obras digamos canónicas (no, no voy a embarcarme en la escritura de ningún canon de la literatura fantástica española) están descatalogadas o inencontrables. Si el problema son los costos de reeditar en papel unas obras que tal vez solo les interesen unos cuantos centenares de bibliófilos y completistas, el libro electrónico podría suplir algunas de estas carencias que, en algunos casos flagrantes, me atrevo a calificar de intolerables y propias de un país de paletos sin la menor conciencia de los tesoros literarios que ha producido. Si se debe al mero descuido o despiste, sin duda este artículo le alegrará la vida a más de un editor diligente.

El caso es que, si me obligaran a enumerar mis obras favoritas de la literatura fantástica española (incluyo fantasía, ciencia ficción y terror), aparecerían cuatro títulos (correspondientes a otras tantas décadas) que en estos momentos están descatalogados o, al menos, no constan como reeditados de diez años para acá ni en la página web de la Biblioteca Nacional de España ni en la de la Agencia Española del ISBN. ¿Me lee algún editor dispuesto a reparar este despropósito?

Comienzo con Las noches lúgubres, de Alfonso Sastre. Publicada en 1964 (en una edición incompleta, todo hay que decirlo), justo cuando los Veinticinco Años de Paz y el auge de la corriente realista, este libro nadó contracorriente de todo lo que se estaba haciendo en aquel momento. Su estilo, a veces gongorino y muy por encima de lo que ofrecía la literatura fantástica española por aquella época, nos lleva a los barrios de casas bajas que estaban a punto de ser derribados por el boom inmobiliario de los años sesenta. En uno de estos barrios, el de las Ventas del Espíritu Santo (donde, en la actualidad, la M-30 transita al pie de las moles de la avenida Donostiarra, genialmente retratadas por Pedro Almodóvar en ¿Qué he hecho yo para merecer esto?), se cruzan las vidas de Zarco, Amalia y el vampiro húngaro Arpad Vászary. Esta obra, una de las piedras angulares del terror español, no se reedita desde 1998 (cuando lo hizo la editorial navarra Hiru).

En 1978 apareció El Señor de la Rueda, la novela más redonda del máximo exponente de la ciencia ficción española en su vertiente cañí, Gabriel Bermúdez Castillo. Popularizada entre los frikis de mi quinta por la Biblioteca Orbis de Ciencia Ficción, El Señor de la Rueda era un space opera entrañable, narrado en clave de novela de caballerías, por sir Pertinax le Percutens, un trasunto del rey Arturo en un planeta en el que, por motivos que se nos explican más adelante, la sociedad es una curiosa mezcla de Camelot y las películas de Mad Max. La valía de un caballero se mide por la cantidad de aditamentos que pueda añadirle a su medio de transporte (llamado «patito» en su estadio más elemental, y «castillocar» cuando adquiere sus máximas dimensiones), del que no puede bajarse bajo ninguna circunstancia, ni siquiera para hacer la compra en los llamados asteroides omnia res. Suena tan pop y camp que casi parece inocente, pero la mala leche de Bermúdez la convierte en una novela deliciosa, pícara, sexual y, sobre todo, muy divertida, tal vez una de las tres o cuatro mejores de toda la historia de la ciencia ficción española. Padeció una edición pirata en 2003, que de hecho tuvo que ser retirada del mercado tras una denuncia del autor (eso es lo que pasa cuando intentas tangar a alguien que trabaja de notario), por lo que no la incluyo en el cómputo: a todos los efectos, permanece inédita desde 1987. Y eso es una tragedia para quienes se han aficionado a la ciencia ficción española a raíz del auge de los años noventa.

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Cuatro tópicos del terror, revisados (¡y descatalogados!)

AutorJuan Manuel Santiago el 11 de febrero de 2013 en Divulgación

Frankenstein unbound

De un lustro a esta parte, parece que el género de terror les ha ganado la partida a sus hermanitas venidas a menos, la fantasía y la ciencia ficción, por una serie de motivos que sería muy interesante discutir pero que me dejarían sin espacio para esta entrada. (No obstante, si ustedes gustan, pueden hablar de ello en los comentarios.) La proliferación de zombis y vampiros ha barrido de los escaparates a los jóvenes magos y las fieles espadas triunfadoras, aunque la proliferación de distopías con adolescentes implicados en variantes más o menos (generalmente, menos) originales de Los Juegos del Hambre hace prever un repunte de la ciencia ficción. Por todo ello podría parecer que ya se ha editado y se ha reeditado todito el material relacionado con los tópicos al uso de la literatura de terror.

Nada más lejos de la realidad. La sobresaturación de la oferta ha hecho que nos olvidemos de algunas novelas más que respetables que no se han reeditado ni aun a la estela de los crepúsculos y muertos andantes de rigor. Pongo solo cuatro ejemplos.

Por solera y antigüedad, lo justo sería comenzar con Más oscuro de lo que pensáis, de Jack Williamson, uno de los clasicazos de la Edad de Oro de la ciencia ficción (apareció nada menos que en 1940). Esta novela nos habla de los hombres lobo desde un punto de vista entre místico y mistérico, bastante alejado de la testosterona al uso con que se ha popularizado últimamente tan popular y peluda figura (pero ¡por favor!, si parece que todos son una banda de moteros traficantes de MDMA). ¿Que se ha quedado un poquito anticuada? Pues claro que sí, a quién vamos a engañar, pero que lleva sin reeditarse desde 1990 y ya va tocando que algún editor diligente la rescate, pues también.

Otra obra que no se reedita desde 1990, aunque ha visto alguna que otra reimpresión, es Frankenstein desencadenado, de Brian W. Aldiss (1973), que sirvió de base para una película de Roger Corman que era una auténtica ida de olla. Aldiss se apuntó una de sus novelas más extrañas (que ya es decir), un jalón más de su revisión de clichés del género fantástico británico victoriano (que lo llevaron a escribir monumentos como La otra isla del doctor Moreau o El árbol de saliva). En esta novela le mete mano a la relación entre Mary Shelley y su monstruo, con idas y venidas espaciotemporales y, en resumen, un escenario completamente alejado de la estética decimonónica que se le suele adjudicar al moderno Prometeo.

Puede que Un poco de tu sangre (1961) no sea la mejor novela de Theodore Sturgeon, el genial autor de dos de las novelas clave de la ciencia ficción, Los cristales soñadores y Más que humano, y probablemente uno de los mejores cuentistas que ha dado el siglo xx, sin distinción de género literario ni nacionalidad. No obstante, se trata de una novela sorprendente, elaborada en forma de sesiones entre un militar retirado del servicio y su psiquiatra. ¿Les suena a Entrevista con el vampiro? Pues sí, pero no. Para empezar, se adelanta en quince años a Anne Rice. Para seguir, la ambientación es contemporánea y en clave manifiestamente realista. Y, para terminar, la conclusión es de las que le revuelven las tripas incluso al lector menos timorato (no conviene leerla durante esos días). Todavía no se ha editado en español como novela independiente (apareció de tapadillo en una recopilación de relatos apadrinados por Alfred Hitchcock), y de verdad que merece la pena.

Dejo para el final la temática estrella del género de terror en los últimos años: los zombis. Para ello, nada mejor que hablar de Ojos verdes, de Lucius Shepard (1986), que editó la fenecida Júcar allá por 1989, con bastante éxito de crítica. Shepard venía a hacer con la temática zombi lo mismo que había hecho Richard Matheson con la vampírica en Soy leyenda: darle una explicación científica. A semejanza de Un poco de tu sangre, también ahonda en las sesiones clínicas entre sujeto experimental (Donnell) y terapeuta (Jocundra), aunque con una estética próxima a lo que ahora llamaríamos thriller científico. Dada la sobrexplotación que ha sufrido la temática zombi, no se entiende que no la haya reeditado algún editor con dos dedos de frente. Venga ya, pero si le da cien vueltas al ochenta por ciento de lo que se está publicando ahora mismo…

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Seis personajes literarios en busca de un buen bofetón (II)

AutorJuan Manuel Santiago el 18 de enero de 2013 en Divulgación

Personajes que buscan que les peguen

Los méritos de los personajes masculinos abofeteables que enumerábamos en la entrada anterior palidecen al lado de personajes femeninos como la ya de por sí pálida Bella Swan, la niñata que protagoniza las novelas de la serie Crepúsculo, de Stephenie Meyer. El problemón, inmenso, es que Meyer concibió este personaje para que las lectoras de la saga se identificaran con él, y ya ven ustedes el ejemplo que da. Porque a fin de cuentas, sus peripecias en Crepúsculo tienen su razón de ser: es nueva en la ciudad, un poquito inadaptada debido a sus circunstancias familiares, y vamos, que le falta un hervorcillo. Pero a partir de Luna nueva, de verdad, de verdad de la buena que se merece todo lo que le pasa. Mucho más insufrible que la Sookie Stackhouse de Charlaine Harris (quien, a fin de cuentas, tiene sentido del humor y una gracia pizpireta que hace que incluso nos caiga bien, a ratos), Bella consigue eclipsar a todos sus rivales en la reñidísima categoría de protagonistas tontolabas de novela juvenil. (Venga, confiesen que ustedes también rezaban para que la Comadreja se cepillase de la manera más dolorosa posible a Katniss nada más comenzar los Juegos del Hambre.) No es poco mérito.

Aunque para niñata inaguantable, la simpar Pollyanna, de Eleanor H. Porter. El optimismo casi patológico de Pollyanna roza el conformismo y lo reaccionario, hace que todas las protagonistas de novelones románticos decimonónicos parezcan unas señoras centradas (desde Emma Bovary hasta Anna Karenina, pasando por las hermanas Dashwood y, fíjense en lo que les digo, por Catherine la de Cumbres borrascosas) y, de paso, puede decirse que se inventa los libros de autoayuda. Ah, qué lástima que la autora no hubiera nacido medio siglo después: en vez de vender sus obras en los estantes de literatura infantil y juvenil, habrían tenido que ponerla entre El caballero de la armadura oxidada y las obras completas de Paulo Coelho. De verdad que no habíamos visto a ningún personaje de ficción más desconectado de la realidad desde el niño de La vida es bella; pero claro, el problema es que las novelas de Pollyanna marcaron a toda una generación de optimistas casi patológicos que se las leyeron mientras cruzaban el Atlántico camino de alguna trinchera en la batalla del Marne, y así les fue; no sé si me explico.

Y a modo de conclusión, allá va el único de los seis personajes cuya inclusión tuve clara desde que se me ocurrió escribir esta entrada del blog: Galadriel. Sí, señores, ¿de verdad alguien se cree el rollo de la superioridad moral de los elfos, esos personajes que consiguen encabronar a todas las razas de la Tierra Media entre sí para que provoquen una guerra devastadora que, de hecho, acaba con la Tercera Edad, y acto seguido pongan pies en polvorosa largándose a Avalon como un alguacil de campo de concentración cualquiera que aprovechase la confusión subsiguiente a la caída del régimen para aposentar sus reales en un resort cualquiera de la Costa del Sol o de la Patagonia? ¡Pero un poquito de por favor! Galadriel es una manipuladora que se camela a un pueblerino voluble como Frodo para exponerlo a una muerte que habría sido segura si no fuera porque J. R. R. Tolkien se tiró el rollo y lo convirtió en el héroe de la historia. Un bicho, un auténtico bicho de mírame y no me toques que, encima, va de santita por la vida. Ya le gustaría a Cersei Lannister llegarle a la punta de las orejas…

A todo esto, ¿cuáles son vuestros personajes literarios más abofeteables? Os esperamos, como siempre, en los comentarios.

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Seis personajes literarios en busca de un buen bofetón (I)

AutorJuan Manuel Santiago el 15 de enero de 2013 en Divulgación

Personajes que buscan que les peguen

Observarán que no he titulado esta entrada Los cinco personajes literarios MÁS abofeteables porque la historia de la literatura es tan rica y compleja que resulta imposible abarcarlo todo. Esta es, pues, una lista poco exhaustiva, y completamente subjetiva.

¿Quién no se ha desesperado leyendo una buena novela cuyo protagonista es un sieso y, digámoslo claro, realmente hostiable? Por supuesto, la estulticia de algunos de ellos es un efecto buscado por los autores. ¿Qué gracia tendría incluir en este listado a Joffrey Baratheon? Ya está claro que es hostiable; es más, tanto George R. R. Martin como los guionistas de HBO se encargan de que el muchacho reciba hasta en el carné de identidad. Y a manos de su tío el enano, que duele más. O qué decir de Augustus Gloop y Veruca Salt, los consumidores compulsivos de chocolate más famosos de la historia de la literatura, con permiso de Bridget Jones… (¡Te queremos, Roald Dahl!)

No, en realidad quiero hablarles de seis personajes (tres chicos y tres chicas) que se merecen la peor de las suertes a pesar de sus autores, quienes, sospecho, tienen muy buen concepto de ellos, e incluso los consideran sublimes. Pongámonos, pues, manos (y puños, llegado el caso) a la obra.

Comenzaré con Kvothe, el protagonista de la Crónica del Asesino de Reyes, de Patrick Rothfuss, de la que hasta el momento han aparecido dos entregas de más de mil páginas cada una: El nombre del viento y El temor de un hombre sabio. ¿Qué tiene Kvothe que lo convierte en un cretino de armas tomar? Para empezar, el rollito ese retrospectivo de que sepas que yo soy un tío que ha hecho cosas terribles, que supongo que veremos en la tercera parte, porque lo que es en las dos primeras, lo más chungo que ha hecho es pasarse trescientas páginas jugando a ser Karate Kid y persiguiendo como un imbécil a una chica que no hace más que jugar con él y calentarle la bragueta (pero ¿es que no lo ve?). ¿Kvothe ha fidelizado a su público lector haciéndonos empatizar con un personaje igualico que sus lectores? Podría ser. Porque como nuestro aprendiz de mago favorito no espabile en la tercera entrega de la serie, muy complicado va a tener que lo quite de la lista negra. Y miren, al incluir a Kvothe ya sobrentendemos a la interminable legión de trasuntos del Héroe de las Mil Caras, desde Frodo Bolsón hasta Ender Wiggin, pasando por Harry Potter y Paul Atreides.

Pero vamos, nada que ver con lo que cualquier lector con dos dedos de frente acabaría haciéndole a Daniel, el protagonista de La posibilidad de una isla, de Michel Houellebecq, de quien es un clarísimo álter ego. Sin la gracia del álter ego de Bret Easton Ellis en Lunar Park, llega un momento en el que nos la trae absolutamente floja lo que le pase o le deje de pasar en el trasunto de secta raeliana en la que se ve inmerso, y hasta consigue que nos caiga bien la pedorra de su mujer: pobrecita, aguantar a un pieza así… Vale, no es un héroe al uso, y seguro que la intención del autor era convertirlo en un antihéroe, y desde luego no consigue fastidiarnos la que por otro lado es una buena novela, pero qué quieren que les diga, es el único personaje prescindible de La posibilidad de una isla…; al menos, en la trama que se desarrolla en el tiempo presente. Luego se despersonaliza, por así decir, y gana enteros e interés. Y total, para qué molestarse en hostiarlo, si bastante tiene con lo que tiene…

Aunque para personaje exasperante, Hamlet, el auténtico y original príncipe de Dinamarca. Recapitulemos, y dígannos si existe algún otro personaje que perpetre mayor cantidad de despropósitos por línea de diálogo a lo largo de la historia de la literatura. Para empezar, pierde una oportunidad de oro para quitarse de en medio a su tío magnicida. Después deja que los invasores noruegos le entren hasta la cocina porque está demasiado pendiente de dilucidar si quiere o no quiere a Ofelia. A continuación va y mata a su mejor amigo por no saber distinguir al fantasma de su padre. Por si fuera poco, le hace luz de gas a Ofelia hasta que esta se vuelve tarumba… Y todo esto, nada más que a mitad de obra. ¿Quieren que siga? En resumen, Hamlet es uno de los principales responsables de la mindundización imparable de la sociedad occidental, que encima va y adopta como arquetipo canónico al personaje más borderline que ha dado la literatura británica, mucho más que Romeo Montesco, quien al fin y al cabo no era más que un adolescente en plena efervescencia hormonal, y caaaasi al mismo nivel que Winston Smith, un chollo de súbdito para cualquier Gran Hermano que se precie.

Pero no se crean que aquí solo pringarán los personajes masculinos. Tenemos tres personajes femeninos que demuestran que la abofeteabilidad literaria no entiende de género, ni de época, ni de idioma, ni de cultura. Ya verán, ya verán.

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Las antologías de ciencia ficción española (II)

AutorJuan Manuel Santiago el 1 de enero de 2013 en Divulgación

Prospecitvas

Hablábamos en la entrada anterior de las fabulosas (e imposibles de encontrar) antologías de ciencia ficción española, que nos permiten hablar de un género apasionante, muy satisfactorio desde el punto de vista literario y muy, muy desconocido y, además, muy, muy incomprendido. Las causas de este desconocimiento y de esta incomprensión son muy variadas, pero podemos resumirlas en una: la invisibilidad. La ciencia ficción española, sobre todo en formato de relato y novela corta (los que nos han dado la mayor parte de las obras destacadas del género), es invisible para aquellos lectores que la podrían degustar como se merece. Por un lado, no hay ninguna obra emblemática que se les pueda vender a los lectores de mainstream para que estos la reconozcan; parece una tontería, pero es marketing elemental: si no lo puedes categorizar, es como si no existiera. Por otro lado tenemos el problema intrínseco a las recopilaciones de relatos: no son comerciales, por lo que no se les suele prestar atención. Y, para rematarlo, tenemos otros dos factores extra: la escasa atención que ha recibido la ciencia ficción entre los críticos literarios de medios generalistas, y la nula presencia que ha tenido hasta hace muy poquito tiempo en los planes de estudios académicos y en el mundo universitario.

El primer elemento depende de los lectores (qué sé yo, a lo mejor el éxito de la película Fin hace que de repente todo el mundo se interese por la novela homónima de David Monteagudo), el segundo parece un defecto estructural del mercado editorial español y, en cuanto a los dos últimos, pues bueno, las nuevas generaciones de críticos y profesores universitarios están consiguiendo que el discurso general sea favorable al género (o tal vez sean una consecuencia de este proceso). Gracias a este caldo de cultivo ha sido posible una recopilación como Prospectivas. Antología del cuento de ciencia ficción española actual, seleccionada por Fernando Ángel Moreno, y que introduce una novedad con respecto a las recopilaciones de las que hablábamos en la entrada anterior: no intenta aproximarse a los mejores relatos de ciencia ficción publicados en medios especializados, sino que tira por elevación y nos plantea, lisa y llanamente, un esto es lo mejor de la ciencia ficción española de los últimos treinta años, se haya publicado donde se haya publicado. Además, es una fuente de sorpresas.

Para los aficionados curtidos en las antologías que mencionábamos en la entrada anterior, porque podrán comprobar lo bien que siguen funcionando los clásicos de la edad de oro de los relatos españoles, pero también porque descubrirán los excelentes relatos de Bartual (el ucrónico Últimas páginas de una autobiografía) y Muñoz Rengel (Brigada Diógenes es nuestro Fahrenheit 451 patrio, aunque la acción transcurra en Roma) y, sobre todo, el inclasificable Arcan, de Manuel Vilas (un must, como relato y como autor; háganse un favor y pídanle amistad en Facebook: su cuenta justifica la mera existencia de las redes sociales).

Para los lectores que se acerquen al género desde fuera, pero sin prejuicios, porque podrán constatar las bondades de obras maestras como El rebaño, de Mallorquí (del que el seleccionador comenta, y no le falta razón, que es uno de los mejores relatos de ciencia ficción, con independencia de la nacionalidad del autor, un postapocalíptico que no tiene nada que envidiarle a La carretera, de Cormac McCarthy), de relatos llenos de sentido de la maravilla (la declaración de amor de Aguilera a Julio Verne es digna de nota), de historias valiosas y valientes (Tren, de Díez, ha abordado la tragedia del 11-M con más amplitud de miras que los autores de mainstream) o de experimentos que van más allá de la literatura y el ensayo (Patrick Hannahan y las guerras secretas, de Vaquerizo).

Y para los lectores que crean que este tipo de antologías es, por definición, predecible, porque tenemos Poetik GmbH, de Pavón (una feroz exploración de la afectividad y la memoria, en la onda de Greg Egan) o NeoTokio blues, de Vázquez (la síntesis perfecta de distopía y cómic japonés).

Es evidente que no están todos los que son, y que cada cual echará de menos algún relato en concreto o a algún autor (por ejemplo, Armando Boix, Víctor Conde, Carlos Fernández Castrosín, Ramón Muñoz, Javier Negrete, Félix J. Palma, Enrique Vila-Matas o Iban Zaldua), pero, en cualquier caso, Prospectivas es una buena recopilación que nos habla de un género vivo y cambiante, un fiel reflejo del presente y, al mismo tiempo, perfectamente consciente de su pasado.

¿Podría ser la antología que redima la ciencia ficción española de su falta de comercialidad y de su invisibilidad mediática? Tal vez no. ¿Puede marcar un antes y un después en la percepción que tienen los mundos académico y crítico de la ciencia ficción española como género? Lo más seguro es que sí: esa es su intención y, desde luego, hay muy buena materia prima para ello, tanto en la introducción de Fernando Ángel Moreno como en los relatos que la componen. Con el tiempo, llegará a ser libro de texto obligatorio de cualquier asignatura sobre cuento español contemporáneo en facultades de filología, ya lo verán.

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Las antologías de ciencia ficción española (I)

AutorJuan Manuel Santiago el 31 de diciembre de 2012 en Divulgación

Antología de la ciencia ficción española

Una de las señales más claras de que un movimiento literario se ha asentado de manera definitiva llega cuando echa la vista atrás y comienza a hablar de sí mismo. El hecho de ser consciente de que hay una historia que merece la pena contar es el primer síntoma de que ese movimiento ya es mayor de edad. Claro que, mal mirado, esto es un poco lo que sucede con los discos de grandes éxitos: a partir de determinado momento, sale más a cuenta reeditar material viejo que producir material nuevo. En realidad, todo depende del color del cristal con que se mire.

La ciencia ficción española en formato breve (es decir, cuentos y novelas cortas) no es una excepción. Salvo tres de las Antologías de novelas de anticipación (en concreto, la VII, la IX y la XVII) que editó Acervo entre 1967 y 1972, y los dos volúmenes de la Antología de la ciencia ficción en lengua castellana que publicó Miguel Castellote Editor en 1973, el género apenas se aventuró fuera de las páginas de revistas y fanzines.

La autorreferencialidad, es decir, el deseo de recapitular y publicar en formato libro los buenos relatos del género, llega cuando Domingo Santos selecciona, allá por 1982, Lo mejor de la ciencia ficción española. Aunque siempre se le ha reprochado el haber dejado fuera a algún que otro autor que luego fue importante (Rafael Marín, Juan Miguel Aguilera o Elia Barceló, por ejemplo), lo cierto es que esa antología es un buen reflejo de lo que dio de sí la década de 1970, al menos la de la órbita de la mítica revista Nueva Dimensión… porque, claro, de lo que publicaban otras revistas como Zikkurath, ni rastro. La prolongación natural de esta antología llegó en 2003, cuando Julián Díez puso de manifiesto cuán satisfactorias habían sido las dos siguientes décadas (en particular, la de 1990) y nos dejó la modélica Antología de la ciencia ficción española. 1982-2002. También aparecieron otras dos recopilaciones, sin vocación de «lo mejor de» pero llenas de buenos relatos: la Antología 10 seleccionada por Julián Díez en 2004 y los Cuentos de ciencia ficción seleccionados por Miquel Barceló y Pedro Jorge Romero en 1998. Y, claro está, los buenos autores que habían estado escribiendo buenos relatos de ciencia ficción aprovecharon el cambio de milenio para publicar recopilaciones con material propio: Besos de alacrán, de León Arsenal; Sombras de todo tiempo, de Armando Boix; La sed de las panteras, de Rafael Marín; Callejones sin salida y Laberinto de espejos, de Rodolfo Martínez; Transformándose, de Ramón Muñoz, y alguna más.

Entiéndanme, no digo que no haya buenas novelas de ciencia ficción española (que las hay), sino que esta no se puede entender (ni bien ni mal: no se puede entender, y punto) si no se conocen los relatos que la convirtieron en un género estimable y literariamente sorprendente. Pero claro, la mayoría de aquellos fanzines y revistas ya han cerrado, y el mercado editorial es (¿lo es?) históricamente reacio a publicar libros de relatos, por lo que el ochenta por ciento de la buena ciencia ficción española está condenado a la invisibilidad.

De hecho, todas las antologías que acabo de recomendar se encuentran descatalogadas ahora mismo, así que, si no se las han leído o no conocen a sus autores, tendrán que hacer una auténtica prueba de fe y creerme: contienen algunos de los mejores cuentos españoles de los últimos años, con independencia del género literario al que se adscriben.

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