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Juan Manuel Santiago (Página 3)

Escritores y sin embargo, parejas (II)

AutorJuan Manuel Santiago el 3 de agosto de 2013 en Divulgación

En otra entrada veíamos varios ejemplos de escritores emparejados con gente del gremio, tanto autores como editores, agentes, publicistas, traductores o fotógrafos. Prosigamos.

Una de las edades de oro de las relaciones creativas se produjo en los primeros años del siglo XX, tanto en París como en Inglaterra. En un ejercicio de creatividad literaria, no cuesta nada imaginarse las vidas cruzadas de tres de estas relaciones, cuyos caminos debieron de confluir en más de una ocasión, documentada o no.

Observarán que no empleo el término pareja porque, en ocasiones, las relaciones iban algo más allá. ¿Cómo obviar el trío que formaron Henry Miller, su mujer June y Anaïs Nin? ¿Algún crítico o estudioso podría ilustrarnos con un diagrama de barras que nos mostrara qué miembros del Círculo de Bloomsbury estuvieron o dejaron de estar liados con qué otros?

A veces la cosa era menos convencional para los parámetros de la época, como la relación entre Gertrude Stein y Alice B. Toklas, dos de los pilares de la Generación Perdida en París. Y qué decir de la que mantuvieron Jean Paul Sartre y Simone de Beauvoir…

Si nos ceñimos a nuestras fronteras, resulta obligado hablar de Rafael Alberti y María Teresa León, otra de esas relaciones de larguísima duración en las que a veces resulta difícil distinguir dónde termina uno y dónde comienza el otro. Pruebe el lector a alternar las lecturas de Memoria de la melancolía y La arboleda perdida, dejar pasar un tiempo, evocar pasajes concretos de ambas y ¡descubrir que ya no sabe a cuál de las dos obras pertenece!

Alberti y León eran dos talentos con inquietudes temáticas y artísticas similares, pero otras sociedades igualmente talentosas suelen llevar unas trayectorias literarias casi antitéticas de las de sus parejas. ¿Qué puntos de encuentro hay entre las obras de Almudena Grandes, la autora de novelones como Las edades de Lulú o Inés y la alegría, y las de su esposo Luis García Montero, uno de los mejores poetas españoles vivos? ¿En qué punto se dan la mano Manolito Gafotas, la genial creación de Elvira Lindo, y novelas fundamentales del último tercio de siglo como Beltenebros, El jinete polaco y Ardor guerrero, de Antonio Muñoz Molina?

Una pareja que tuvo claro que la mejor manera de potenciar sus respectivas obras era escribir en colaboración fue la que formaron Catherine L. Moore y Henry Kuttner, a veces bajo el seudónimo de Lewis Padgett y a veces con sus verdaderos nombres. Juntos crearon algunos de los relatos más entrañables de la llamada Edad de Oro de la ciencia ficción.

Aunque claro, en ocasiones las parejas se rompen de mala manera, y no solo resulta imposible la colaboración sino que además afloran los egos o incluso los talentos ocultos. El caso más singular al respecto es el de Joan D. y Vernor Vinge. La primera fue forjando una sólida carrera como autora de ciencia ficción a finales de la década de 1970, que culminó con obras como Ojos de ámbar y Reina de la nieve, y comenzó un lento declinar durante las dos décadas siguientes… justo cuando la carrera literaria de su ya exmarido, que hasta aquel momento había sido mediocre, por decirlo fino, comenzó a despegar con clásicos indiscutibles del ciberpunk, la ciencia ficción dura y del space opera como True Names, la serie de las Burbujas (La guerra de la paz y Naufragio en tiempo real) y Un fuego sobre el abismo, respectivamente.

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Escritores y sin embargo, parejas (I)

AutorJuan Manuel Santiago el 1 de agosto de 2013 en Divulgación

Miller y Monroe

La escritura, como la política, produce extraños compañeros de cama. Y no me refiero a las crónicas rosas de los festivales literarios, sino a los casos (bastante frecuentes, todo hay que decirlo) en los que ambos miembros de una pareja se dedican al noble arte de la escritura, o a disciplinas relacionadas. Hagámonos cargo: el mundo editorial es profundamente endogámico, todo el mundo se conoce y, en un momento determinado, es inevitable que una cosa lleve a la otra.

Tenemos casos de parejas famosas de escritores desde hace mucho, mucho tiempo. Podríamos remontarnos a Percy y Mary Shelley para encontrar una sociedad literaria y afectiva funcional. Más allá de la famosísima velada en Villa Diodati que dio origen al Frankenstein de Mary Shelley, la sociedad formada por esta pareja se extendió más allá de la (trágica) separación, pues, como veremos en otros casos, Mary se aventuró en una prolífica (y muy desconocida) carrera literaria y, no menos importante, se encargó de custodiar el legado de Percy; en ser su agente literario, editora y albacea, que diríamos ahora. No es el primer caso de miembro de una pareja que preserva y difunde el legado narrativo de su compañero fallecido, ni el único, aunque sí uno de los más llamativos. Aquí podríamos dar nombres, y sacar a colación premios Nobel gallegos, o argentinos ciegos, pero esto tal vez daría para una entrada aparte. Bástenos citar otro ejemplo de asociación bastante funcional y ventajosa: el premio Nobel portugués José Saramago y su traductora y compañera, Pilar del Río.

Estas relaciones pueden ser impredecibles, como el caso de la famosísima aviadora Amelia Earhart, quien se casó con George Putnam, el encargado de publicitar sus travesías aéreas y, más tarde, verdadero agente literario y editor, amén de (y aquí entramos en la crónica negra) el organizador de las expediciones encaminadas, sin éxito, a encontrar el avión a bordo del que se encontraba Earhart en el momento de su desaparición mientras sobrevolaba el océano Pacífico.

Otra relación algo chocante, aunque lógica dadas las trayectorias ideológicas y personales de ambos, fue la que unió al escritor Dashiell Hammett, el padre de la novela negra tal como la conocemos (doy por hecho que todos ustedes han leído Cosecha roja o La llave de cristal, ¿verdad?), con la crítica literaria, dramaturga y guionista Lillian Hellman (La loba, La calumnia). Si quieren saber más sobre Hellman, vean esa maravillosa película que es Julia (basada en una obra suya, Pentiment).

Aunque claro, si hablamos de escritores intelectualísimos emparejados con la última persona con quien uno esperaría que se emparejaran, supongo que todos ustedes pensarían en Arthur Miller y Marilyn Monroe. O, si son demasiado eruditos, en Arthur Miller y la fotógrafa Inge Morath.

Como ven, hay muchos ejemplos de relaciones entre escritores; tantos que necesitaremos otra entrada para comentarlos todos.

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Las cinco mejores novelas de Stanislaw Lem

AutorJuan Manuel Santiago el 27 de julio de 2013 en Divulgación

Solaris

A estas alturas caben pocas dudas de que Stanislaw Lem (1921-2006) es el mejor escritor de ciencia ficción en lengua no inglesa; sobre todo, desde que editoriales como Funambulista o Impedimenta dieron a conocer algunas obras inéditas suyas o reeditaron sus grandes clásicos traducidos directamente del polaco, cosa que no era lo habitual en las ediciones de Bruguera, Alianza o Minotauro. Es decir, somos la primera generación de letraheridos que pueden leer traducciones fidedignas de uno de los grandísimos escritores del siglo XX. Al placer de descubrir a Stanislaw Lem (cosa que espero que suceda después de que lean esta entrada) se le puede sumar el de redescubrirlo, si ya lo habían leído en esas traducciones de traducciones.

Dicho esto, paso a comentar cinco novelas especialmente destacables de Stanislaw Lem. ¿Son las mejores? Puede que sí, puede que no. En la zona de comentarios nos pueden dejar sus impresiones.

El hospital de la transfiguración (1948, pero publicada en 1955). Para quien esté acostumbrado al Lem cienciaficionero, esta novela resultará desconcertante, ya que el tono extremadamente realista lo puede distraer de una evidencia: aquí está el Lem racional, empírico, duro y resabiado de siempre. Las inquietudes de un joven médico que trabaja en un sanatorio (que tiene poco que ver con La montaña mágica de Thomas Mann) en los albores de la Segunda Guerra Mundial le dan pie a Lem para esbozar un discurso coherente e irónico que no hizo sino desarrollar con los años. Como es lógico, la censura comunista le dio hasta en el carné (de identidad, que no del Partido).

La investigación (1959). O cómo convertir la novela policíaca en ciencia ficción dura. Prácticamente nunca se ha ido tan lejos (bueno, sí, en La fiebre del heno, también de Lem) en el abordaje de las limitaciones del método racional y el conocimiento como herramientas válidas para realizar una investigación policial. Tenemos una serie de crímenes sin motivo, sin oportunidad, y casi sin medios ni cuerpos. ¿Qué hacer? ¿Cómo encarar las pesquisas? ¿Realmente son creíbles todos los Sherlock Holmes y Hercules Poirot de este mundo? Stanislaw Lem arroja más preguntas que respuestas, deja al descubierto nuestra impotencia y nos regala una novela magistral, un tanto oscurecida por la larguísima sombra de Solaris.

Retorno de las estrellas (1961). Un Lem de primera categoría del que apenas se habla. Por eso la incluyo en vez de otras grandes novelas del autor sobre cuya calidad sí hay consenso, como El Invencible, La voz de su amo o Memorias encontradas en una bañera. ¿Han sufrido jet-lag después de un viaje transoceánico? ¿Sí? Pues imagínense lo que se puede sentir si eres un astronauta que, por efecto de la dilatación temporal, se pasa setenta años fuera de la Tierra aunque solo hayan pasado unos meses en tiempo subjetivo. El primer capítulo es un alucinante estudio sobre el extrañamiento y la desorientación, la pérdida definitiva de asideros y puntos de referencia. Y a partir de ahí, la cosa no hace sino ir a peor para el protagonista, convertido prácticamente en una mezcla del buen salvaje rousseauniano y de un antihéroe digno de novelas de Nabokov o Vian.

Solaris (1961). Habría sido una tontería omitir esta novela, la más famosa de Lem, fuente inspiradora de dos películas infieles y respetuosas a partes iguales con el original (la de Tarkovski es una obra maestra, pero, si obviamos lo del trasero de George Clooney, la de Soderbergh tampoco está nada mal). Metáfora casi perfecta de la incomunicación humana con inteligencias extraterrestres (aspecto en el que, aunque parezca mentira, Lem profundizó aún más en la posterior El Invencible), es también una perfecta novela de amor y desamor, así como una dura crítica al método científico. ¿Qué sentido tiene enviar científicos terrestres y humanos para tratar de desentrañar la posible inteligencia de un planeta extraterrestre e inhumano?

Fiasco (1986). El Finnegan’s Wake de Lem, después del cual abandonó la escritura de ficción, no solo porque aquí cierra todas sus tramas (cabe la duda razonable de que el protagonista sea el piloto Pirx de sus cuentos) sino porque el propio autor reconoce que ya no se puede ir más allá en el análisis del método científico, la posible comunicación con inteligencias extraterrestres y las limitaciones de nuestro cerebro como herramienta para intentar percibir el mundo real. Una bofetada continua al lector, que deja con la lengua fuera y que, precisamente por ello, no cuenta con demasiadas simpatías entre los lectores de un género al que, al fin y al cabo, Lem tildó de infantiloides. Una obra de madurez, en todos los sentidos.

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Las mejores primeras frases de la literatura

AutorJuan Manuel Santiago el 22 de julio de 2013 en Divulgación

Rayuela

Ya hemos hablado largo y tendido de la importancia de las primeras frases. Cierto, el hecho de que una obra de ficción comience con una frase impactante no sirve de nada si el resto no está a la altura, pero resulta innegable que puede ayudar al lector a engancharse.

A principios de la década de 1990, Antonio Muñoz Molina venía de dar sendas lecciones al respecto en dos de sus primeras novelas. Beltenebros comenzaba con una de las frases más redondas y sugerentes de la literatura española reciente (Vine a Madrid a matar a un hombre al que no conocía), y El invierno en Lisboa arrancaba con una de esas frases de un párrafo, propias de la novela negra de toda la vida, que hay que saber degustar y releer (Habían pasado casi dos años desde la última vez que vi a Santiago Biralbo, pero cuando volví a encontrarme con él, en la barra del Metropolitano, hubo en nuestro mutuo saludo la misma falta de énfasis que si hubiéramos estado bebiendo juntos la noche anterior, no en Madrid, sino en San Sebastián, en el bar de Floro Bloom, donde él había estado tocando una temporada). Por eso, cuando ganó el Premio Planeta con El jinete polaco, no perdió ocasión de ironizar con el hecho de que era una novela contracorriente para tratarse de Muñoz Molina: ni enganchaba desde la primera frase ni se leía de una sentada, sentenció el autor. Y con ello daba a entender lo que opinaba de las primeras frases, aunque hubiera sido un maestro consumado en el arte de atrapar desde la primera línea de una narración.

La historia de la literatura está llena de primeras frases impresionantes, y emplazamos al lector, a modo de pasatiempo veraniego, a recordar con nosotros cuáles son sus favoritas. Ponemos tan solo algunos ejemplos de obras que no serían lo que son (o no lo serían en nuestra memoria) si no comenzasen como comienzan:

Rayuela, de Julio Cortázar.
El amor en los tiempos del cólera, de Gabriel García Márquez.
El misterio de la cripta embrujada, de Eduardo Mendoza.
Historia de dos ciudades, de Charles Dickens.
Crónica de una muerte anunciada, de Gabriel García Márquez.
Anna Karenina, de León Tolstói.
Los intereses creados, de Jacinto Benavente.
La Regenta, de Clarín.
Platero y yo, de Juan Ramón Jiménez.
Neuromante, de William Gibson.

Como ven, hay muchas maneras de comenzar un libro, desde lanzar una pregunta hasta soltar un spoiler del final, incluir paradojas y contradicciones, antropomorfizar ciudades vetustas o comparar un paisaje portuario con elementos de alta tecnología. Todo es válido y, a juzgar por estos diez ejemplos, todo puede funcionar si se da con las palabras adecuadas.

Este es mi top 10 particular, y los emplazo a buscar las frases de marras, para acentuar la sensación de que esto es un juego. ¿Cuáles son las suyas?

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Libros para el verano: Tres grandes marinos

AutorJuan Manuel Santiago el 20 de julio de 2013 en Divulgación

Slocum - barcos

¿Qué mejores lecturas veraniegas que tres libros relacionados con el mar? La playita, las tortillas de patata haciendo chup-chup en la fiambrera, esos cuerpazos que se tuestan como gambas a la parrilla… Y, de fondo, el rumor de las olas, que tal vez nos haga imaginar que somos aguerridos marinos y estamos surcando los mares en nuestro velero, como hicieron (y escribieron) los tres personajes de los que hablaremos a continuación.

Antes de continuar, querría aconsejarles a los lectores que destierren prejuicios (navegar en clíper, queche o cualquier otro tipo de velero es algo propio de élites, de acuerdo, no todos podemos permitírnoslo) y se dejen guiar por el espíritu aventurero y el mecer de las olas (o de las tormentas, llegado el caso).

El primero de nuestros protagonistas es Joshua Slocum, gran marino y asimismo gran persona, personaje y, como comprobarán ustedes si leen Navegando en solitario alrededor del mundo, escritor. Con un estilo brillantísimo y socarrón, Slocum nos cuenta su infancia en Nueva Escocia, cómo se aficionó al mar y comenzó a frecuentar barcos pesqueros, hasta que consiguió capitanear su primera nave y, más tarde, compró un barco que estaba para el desguace, lo reconstruyó, lo llamó Spray, y se hizo con él a la mar dispuesto a cumplir la que sería la primera circunnavegación del globo terráqueo en solitario. Las más de 46.000 millas náuticas y los más de tres años de periplo de Slocum a bordo del Spray, desde el 24 de abril de 1895 hasta el 3 de julio de 1898, marcan el comienzo de la navegación moderna, aunque el estilo narrativo del autor sigue siendo decimonónico, más deudor de las novelas de aventuras que de los relatos posteriores. Algunos de los pasajes de esta obra parecen space opera; otros, capítulos perdidos de Los viajes de Gulliver, y unos cuantos, novelas de Robert Louis Stevenson. Una verdadera gozada de libro

… que, obviamente, creó escuela. La voz del narrador puro a la antigua usanza que era Slocum da paso al tono casi periodístico de sir Francis Chichester, uno de los pioneros de la aviación, así como consumado marino. La narración de su periplo, mucho más rápido pero no menos accidentado que el de Slocum (del 27 de agosto de 1966 al 28 de mayo de 1967) se puede leer en La vuelta al mundo del Gypsy Moth, y nos presenta a un héroe solitario y anciano (cumplió sesenta y cinco años en el transcurso de su viaje) que lucha contra los elementos mientras bate, uno tras otro, todos los récords relacionados con la circunnavegación en solitario.

Pero donde Slocum era un escritor ameno y Chichester tenía vocación de divulgador, Bernard Moitessier se erigió en el verdadero poeta de las narraciones biográficas de periplos marinos. Todas y cada una de las páginas de Cabo de Hornos a vela son poesía pura, un canto a la libertad (valga el tópico) y a la mar. El barco de Moitessier se llamaba Joshua, en honor del pionero Slocum. La narración del temporal de «los cuarenta rugientes» (nombre de uno de los vientos que soplan por los océanos australes, y que han convertido la travesía del cabo de Hornos en una de las más difíciles y épicas del mundo) tiene momentos dignos de narración de Edgar Allan Poe. Años después, su viuda, Françoise, relató el mismo periplo en la obra 60.000 millas a vela, pero, si vamos a hablar de ella, lo procedente sería dedicarle otra entrada del blog a las narraciones marinas escritas por mujeres, que las hay, y muy interesantes.

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Lecturas veraniegas: Trilogía de Corfú, de Gerald Durrell

AutorJuan Manuel Santiago el 11 de julio de 2013 en Divulgación

Mi familia y otros animales

Imagínense que tienen diez años, sus padres se mudan a una isla paradisíaca, deciden no escolarizarlos porque disponen de un hermano mayor con muchos amigos que pueden ayudarlos a adquirir una educación de auténtico nivel, y pueden dedicarle el resto del día a ir triscando de un lado para otro, descubriendo la isla, sus gentes, su flora y, no menos importante, su fauna… ¡y así durante cuatro años seguidos! ¿Quién no firmaría una infancia y primera adolescencia como esta? ¿Quién no querría pasarse cuatro años viviendo un verano perpetuo, lleno de experiencias inalcanzables para la mayoría de coetáneos?

Pues bien, esto, justo esto, es lo que le pasó al jovencito Gerald Durrell entre 1935 y 1939. A la isla griega de Corfú llegó un niño inquieto que le tenía algo de tirria a su estiradísimo hermano mayor, el famosísimo Lawrence Durrell (sí, el del Cuarteto de Alejandría) pero salió un adolescente enamorado de los animales, el embrión del que habría de ser uno de los naturalistas y zoólogos más importantes del siglo XX, el renovador del concepto de parque zoológico (que pasó de ser una simple casa de fieras a convertirse en un refugio para preservar y criar animales en peligro de extinción) y uno de los divulgadores más amenos e influyentes que jamás hayan existido, comparable a Jacques Cousteau, David Attenborough o Félix Rodríguez de la Fuente. Las numerosas expediciones de Durrell para buscar ejemplares con que nutrir su zoo de Jersey han dado pie a series de televisión, documentales y, claro está, muchos libros.

Y el germen de todo esto se puede leer en su autobiografía novelada de esos cuatro años intensos en los que el jovencito Gerald Durrell campó a sus anchas por la isla de Corfú. Las páginas de Mi familia y otros animales, Bichos y demás parientes y El jardín de los dioses están llenas de sentido del humor (¡por favor, esas descripciones de su hermano Lawrence y sus insoportables amigos culturetas están al nivel de Evelyn Waugh o P. G. Wodehouse!) y de afán divulgador (que a veces se nota impostado: es difícil que un niño de once años perciba la complejidad de ciertas especies animales con el lujo de detalles con que los describe el Durrell adulto que escribió la trilogía), y se erigen en un viaje iniciático a la par que una lectura maravillosa (y créanme, una trilogía en absoluto peor escrita que las novelas de su hermano Lawrence) en la que un señor que tuvo la inmensa fortuna de gozar de unas vacaciones de cuatro años cuando era niño transmite esa experiencia y, de paso, les alegra el verano a quienes se animen a darle una oportunidad después de leer esta entrada. Una de las mejores autobiografías del siglo XX, pero también uno de los mejores libros de divulgación, y el más divertido… con el permiso de El antropólogo inocente, de Nigel Barley, que merecería un artículo aparte.

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Fútbol es fútbol (y ciencia ficción española)

AutorJuan Manuel Santiago el 15 de junio de 2013 en Divulgación

Madrid, de Dani Mares

¿Todavía andan de bajón por las humillaciones que han sufrido el Real Madrid y el Barça en las semis de la Champions? ¡No pasa nada! Esta entrada del blog les servirá para levantar esos ánimos.

Uno de los axiomas que te inculcan a sangre y fuego cuando estudias un máster de edición es que los libros sobre fútbol no venden. Bueno, claro, hablo de los másteres de edición que se impartían durante la década pasada, porque a estas alturas de feria está más que claro que los libros sobre fútbol sí que venden. Y un montón, añado. Dejo para otra entrada un bosquejo de esas obras literarias (de ficción, no de biografías ni de ensayos) relacionadas con el deporte rey desde un punto de vista realista, desde Mario Benedetti hasta Nick Hornby, y me centraré en las que lo abordan en clave de ciencia ficción.

Lo cual, dicho sea de paso, es un fenómeno relativamente reciente. Salvo laguna literaria mayúscula, la ciencia ficción y el fútbol no se habían llevado excesivamente bien hasta la década pasada. Ya saben: o bien el fútbol era demasiado populachero para los lectores de un género demasiado intelectual, o bien la ciencia ficción era demasiado marciana para gente tan racial como aquella a la que le gusta el fútbol los domingos por la tarde y es la mejor de sus aficiones. El caso es que hasta fechas recientes, gracias a una serie de elementos que hoy no tengo tiempo para intentar desentrañar (pero que podríamos resumir como sigue: el escritor medio de ciencia ficción pasó a ser un señor normal con los pies en tierra y sin chorradas elitistas en la cabeza), hacia el cambio de milenio comenzaron a verse algunos ejemplos de obras en las que el fútbol pasó a ser uno de los ejes de las tramas de obras de ciencia ficción. Quien dice fútbol, dice deporte en general, como podrá atestiguar el lector de Cinco días antes, de Carlos Fernández Castrosín, una intriga ballardiana con elemento político y el trasfondo de una omnipresente final de rollerball (sí, ese deporte sangriento al que jugaba James Caan en la película de Norman Jewison). O, ya puestos, el lector de Los Juegos del Hambre, de Suzanne Collins: vale, los Juegos son política y espectáculo, pero ¿acaso no son también un deporte extremo llevado hasta sus últimas consecuencias de sangre y arena? (Si consideran deporte el boxeo, no se pierdan Futureland, de Walter Mosley.)

No, en esta entrada hablaré de fútbol a secas. Del fútbol es fútbol de los domingos, en el que son once contra once, no hay rival pequeño, hasta el pitido final no hay nada decidido y, ¡ay!, al final gana Alemania.

Aunque hay precedentes como el relato El medio punta, una historia sobre un cíborg que conseguía hacer historia en la Real Sociedad, firmada con el seudónimo de Borja Mátame Camión por el señor que se había disfrazado de Hombre Invisible en la hispacón de 1994 y aparecida en 1995 en el mítico fanzine electrónico Ad Astra, el fenómeno comenzó en 2003 con la publicación de una novela corta impecable, Ñ, de David Soriano, una ucronía cuya acción transcurría en una Espanya alternativa que, debido a que la Peste Negra diezmó el reino de Castilla, se articula en torno a Cataluña y tiene la capital en Lleida. Se produce una conspiración para asesinar al dirigente castellanista, que acaba de regresar del exilio, todo ello en el marco del partido de la máxima rivalidad. Las coñas con la España que pudo haber sido y no fue, así como los giros verbales y argumentales a la catalana, hacen de esta novela corta una de las verdaderas obras cumbre del género en España. Está recopilada en (y es el germen de) la antología Franco. Una historia alternativa, seleccionada por Julián Díez, donde también aparece otra ucronía sobre fútbol, El derbi, de Pedro Pablo García May, en la que una final de Copa entre el Atlético de Madrid y un Real Madrid cuya estrella es Pelé sirve de pretexto para urdir un atentado contra un Adolf Hitler aquejado de álzheimer y la plana mayor del Partido Nazi. Este relato está dedicado a todos los que creen que el Malditos bastardos de Quentin Tarantino es lo más.

En la misma onda delirante podemos leer la recién aparecida Orsai, de Jordi de Manuel, en la que se traza, en forma de narraciones fragmentadas, un repaso a la idiosincrasia culé, vista a través de los ojos de un forofo multimillonario. En ella vemos a profesores de matemáticas que ponen como ejercicios de clase una razón equivalente consistente en comparar el salario de Cristiano Ronaldo con los de los padres de los alumnos, o una final del Mundial de fútbol celebrada en el estadio Lluís Companys de Montjuïc en la que se enfrentan Alemania y una selección polaca que no termina de entender por qué los aficionados catalanes van a muerte con ellos, o el papel decisivo que un clon de Pelé puede desarrollar en una final del Mundial que, en un futuro lejano, enfrentará a Catalunya con Brasil. Es una lectura desquiciada y agradecida que hay que leer con lupa, so pena de perderse alguna carga de profundidad.

Con todo, y para lectura desquiciante, Madrid, de Daniel Mares, en la que el fin del mundo se cierne sobre una humanidad que está histérica ante el inminente fin de las cosas tal como las conocemos. ¿Toda? ¡No! En la Villa y Corte están pendientes de la final de la Champions, que enfrenta (¡por fin!) al Real Madrid y el Fútbol Club Barcelona, y cosas como el fin del mundo, un asesino en serie que está haciendo de las suyas o una inminente guerra parecen de lo más secundarias.

Como ven, el frikismo español ha conseguido interesarse por el fútbol después de varias décadas de no acercarse a él, pero lo hace a su manera, con un espíritu libre y lleno de mala leche, toneladas de intencionalidad política y, sobre todo, mucha originalidad.

Eso sí, y aquí les lanzo el guante a los escritores españoles de ciencia ficción que seguro que me están leyendo: si el fútbol nos mola y tal, pero el deporte del que uno acaba hablando con otros frikis en las convenciones de ciencia ficción es el baloncesto, ¿se puede saber por qué no he leído ninguna novela de género ambientada en el mundillo del deporte de la canasta?

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El panorama actual de la ciencia ficción española (III)

AutorJuan Manuel Santiago el 10 de junio de 2013 en Divulgación

Otro - Muñoz Rengel

En la entrada anterior reseñábamos Cenital, de Emilio Bueso, que poníamos como ejemplo de ciencia ficción española del aquí y del ahora, de la que nos muestra el final de la civilización occidental tal como la habíamos conocido desde el final de la Segunda Guerra Mundial hasta el comienzo de la aciaga crisis en 2008.

El sueño del otro, de Juan Jacinto Muñoz Rengel, ahonda en esta idea, pero desde enfoque más subjetivo. Por establecer una comparación con los grandes nombres de la ciencia ficción de advertencia, si Bueso está en la onda de las trilogías del desastre de J. G. Ballard o John Brunner, Muñoz Rengel entra hasta el fondo en el espacio interior de J. G. Ballard (vaya, aquí tenemos un referente común para la nueva generación de autores de ciencia ficción carentes de muchos de los prejuicios del fandom) o Brian W. Aldiss, pero con un toque innegable a lo Philip K. Dick. Lo posmoderno y lo dickiano se dan de la mano, en un tour de force que puede recordar a los cuentos de Paul Park o las películas de David Cronenberg.

Xavier es un don nadie, profesor divorciado y con un padre moribundo, el típico loser, cuyos sueños consisten en vivir la vida de André Bodoc, un presentador televisivo venido a menos pero que representa los valores de un triunfador: se lleva de calle a las mujeres y lo mismo conduce a doscientos por hora por las calles barcelonesas que formula las preguntas justas para echar a perder la carrera del director de una organización internacional. El problema es que los sueños de André consisten en vivir la vida del apocado Xavier, sus miserias personales, la relación casi platónica con su compañera de trabajo Helena, los celos irracionales por el novio de su ex, y el implacable deterioro de su padre. Por añadirle un componente apocalíptico y de fin del mundo tal como lo conocemos, en segundo plano sobrevuela una pandemia que se está descontrolando y amenaza con llevarse por delante media humanidad, un tanto a la manera de Contagio, la película de Steven Soderbegh. Sería un spoiler imperdonable destripar el componente fantástico de la novela, pero bástenos decir que, a la manera de Philip K. Dick, se nos plantean los límites de lo que consideramos realidad, aunque por momentos el tratamiento esté más cerca de una película de David Lynch que de una novela de nuestro esquizoide favorito. La paranoia que monta Muñoz Rengel a costa del fake informativo organizado por André Bodoc (y no puedo dar más pistas, lo siento mucho) es de padre y señor mío. Pirandello, Escher, Dick y Aaron Sorkin conviven en esta más que satisfactoria novela, que demuestra los méritos de Muñoz Rengel, un más que solvente autor de relatos, también en distancias largas, cosa que ya se sabía desde que publicó El asesino hipocondríaco.

Así pues, en esta entrada y la anterior hemos visto dos novelas que no hacen sino confirmar los talentos de dos de los cinco o seis miembros más visibles de la nueva ciencia ficción española. Gente sin complejos, con un nivel literario y una claridad expositiva envidiables, y más que seguros nombres fijos en los palmarés de los premios, especializados o no, de este año 2013 (Cenital) y año el que viene (El sueño del otro). Seguro que crean escuela, o tendencia, o como gusten ustedes denominarlo.

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El panorama actual de la ciencia ficción española (II)

AutorJuan Manuel Santiago el 6 de junio de 2013 en Divulgación

Cenital - Bueso

En la entrada anterior esbocé el panorama de la ciencia ficción española de los últimos veinte años, para llegar a la conclusión de que los autores punteros de la presente década comparten algunos elementos que los convierten en una generación en la misma medida en que es lícito hablar de una generación de la década de 1990 y otra generación de la década de 2000: escriben ciencia ficción y terror de manera indistinta, les gusta mezclar géneros y subgéneros y, cosa novedosa, no rehúyen utilizar la ciencia ficción como herramienta de advertencia y de diagnóstico del mundo actual; en resumen, le están dando la espalda al escapismo y se han liado la manta a la cabeza para utilizar la ciencia ficción como metáfora del mundo enfermo en que nos ha tocado vivir.

Un buen ejemplo de esta ciencia ficción anclada en la realidad es Cenital, de Emilio Bueso, de la que ya hemos hablado en este blog. Tan solo un año después de publicar su novela definitiva de terror, Diástole, el castellonense entrega su novela definitiva de ciencia ficción poscatastrófica de futuro inmediato, como debe ser para que el componente de advertencia resulte más efectivo. Podríamos decir, sin temor a exagerar, que es la primera novela de ciencia ficción ballardiana hija de la crisis mundial y del 15-M. Ballard se da de la mano con Mad Max y nos presenta un futuro con fecha de caducidad (la acción transcurre en 2014) en el que los combustibles se han agotado y la humanidad ha involucionado a la barbarie con suma rapidez. Dos brillantes activistas, Destral y su inseparable Agro, lo vieron venir y montaron en la sierra del Maestrazgo una ecoaldea sostenible imbuida de los principios del survivalismo. Que, evidentemente, no resulta ser ninguna utopía, ya que debe hacer frente a las amenazas procedentes de un exterior cada vez más incivilizado. Las entradas del blog que Destral publica en los años previos a la catástrofe nos muestran, con datos contrastados, por qué el mundo tal como lo conocemos tiene los días contados y, en cierto modo, la actual depresión es el mal menor. Los capítulos acerca de los miembros de la ecoaldea nos muestran todo el espectro sociológico de afectados por la crisis (y, por lo tanto, potenciales integrantes de una comunidad como la soñada por Destral), que no tiene por qué coincidir con lo que cualquier delegada del gobierno llamaría «colectivos antisistema».

La vuelta al anarcoprimitivismo contrasta con la violencia de un nuevo mundo sin reglas, por lo que el mensaje y el tono de Cenital son duros, más en la línea de las ya citadas películas de Mad Max o de La carretera de Cormac McCarthy que de las visiones bucólicas o simbólicas de La tierra permanece, de George R. Stewart, o Héroes y villanos, de Angela Carter. La última página, implacable y destructiva, nos resarce de un tercio final de novela un tanto divagatorio, y hace cierta la afirmación de Julián Díez: Cenital es, tal vez y a falta de ver cómo la trata el tiempo, una de las cinco mejores novelas de ciencia ficción española de la historia. Y, en todo caso, añado yo, la mejor novela de ciencia ficción española aparecida en 2012 (con el permiso de La isla de Bowen, de César Mallorquí) y el tipo de novela que necesitaba la ciencia ficción española para hacerse creíble, subversiva, madura y anclada en el aquí y el ahora, como le corresponde a un género que siempre se ha caracterizado por reflejar de manera fiel la realidad de la época en la que se escribe. Cenital es un compendio de todas las inquietudes de la sociedad actual, y debería convertirse en un libro de culto, no solo entre los consumidores de literatura «indignada», sino también entre los amantes de J. G. Ballard y los interesados por comprender el fin del mundo occidental tal como lo conocemos.

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El panorama actual de la ciencia ficción española (I)

AutorJuan Manuel Santiago el 1 de junio de 2013 en Divulgación

Prospectivas

La ciencia ficción española creció y se consolidó durante los años noventa y la primera década del tercer milenio gracias a nombres como Juan Miguel Aguilera, León Arsenal, Elia Barceló, Armando Boix, José Antonio Cotrina, César Mallorquí, Daniel Mares, Rafael Marín, Rodolfo Martínez, Ramón Muñoz, Javier Negrete, Félix J. Palma y Eduardo Vaquerizo. Todos ellos se habían curtido en las mismas publicaciones especializadas y convenciones de aficionados, lo que se da en llamar fandom, y compartían un sustrato común de frikismo e inquietudes; en cierto modo formaban una generación o, para ser más exactos, eran la superposición de media decena de generaciones (la preexistente cuando comenzó el boom en 1991, más varias camadas sucesivas que comenzaron en a publicar en 1991, 1994, 1997 y comienzos de siglo, por resumirle un poco el panorama a los profanos). En todo caso, el concepto clave era este: generación.

La ciencia ficción española le cedió el terreno al terror gracias a otra generación que dominó la segunda mitad de la pasada década; así, el bacalao empezaron a partirlo nombres como Alfredo Álamo, Santiago Eximeno, Lorenzo Luengo, David Jasso, Roberto Malo o Marc R. Soto, que también provenían mayoritariamente del fandom, aunque ese «mayoritariamente» es lo que marca la diferencia con respecto a la generación anterior.

¿Cuál es el panorama que se nos presenta en esta década? Pues, a tenor de lo visto durante estos años, parece que el terror sigue allí, consolidado (esa fue la gran aportación de la generación del cambio de milenio), pero que está regresando el gusto por la ciencia ficción; protagonizado, eso sí, por autores que, en principio, no le debe nada al fandom, a unas publicaciones que dejaron de existir a mediados de la década pasada. Las revistas y los fanzines especializados le han cedido el testigo a las redes sociales y la prensa generalista. Las hispacones entran en el mismo saco que las Semanas Negras y los festivales Celsius 232. Los premios Ignotus comparten relevancia con los Nocte, Celsius o (mientras duraron) los Xatafi-Cyberdark. Cristina Fernández Cubas, Fernando Marías, José María Merino, Pilar Pedraza, David Roas o José Carlos Somoza son referentes generacionales en idéntica medida que los ya citados Aguilera, Barceló, Mallorquí, Marín, Martínez o Negrete. Las antologías temáticas que han publicado Salto de Página (Aquelarre, Perturbaciones y Prospectivas), Fábulas de Albión (Steampunk. Antología retrofuturista y Bleak House Inn. Diez huéspedes en casa de Dickens) o Nevsky Prospects (Rusia imaginada), o las individuales que editan Páginas de Espuma o Menoscuarto ejercen el mismo efecto catalizador que en su momento jugaron Artifex, Paura o Gigamesh. En resumen, los nuevos autores (que tienen nombre y apellidos, si al tema generacional vamos: Jon Bilbao, Emilio Bueso, Matías Candeira, Ismael Martínez Biurrun y Juan Jacinto Muñoz Rengel, más el verso suelto que es Marc Pastor, cuya carrera va un poco al margen de este grupo pero es igualmente valiosa desde el punto de vista literario, o incursiones puntuales pero meritorias de Luis Manuel Ruiz o Care Santos) tienen menos complejos, no vienen del fandom casi en ningún caso, y le dan indistintamente al terror y la ciencia ficción, aunque esta última está experimentando un indudable repunte gracias a un par de novelas más que meritorias de las que hablaremos en las próximas entradas.

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