Frederik Pohl (1919-2013): Adiós al humanista de la CF anglosajona (II)
El Pohl faneditor de la década de 1930, agente literario (el único que tuvo Asimov) de la década de 1940 y escritor contestatario de la década de 1950 le dio paso al editor profesional de referencia de la primera mitad de la década de 1960.
Bajo su batuta, las revistas Galaxy e If dejaron atrás los logros de la Edad de Oro que había propiciado el anterior director, Horace Gold (que le había publicado Mercaderes del espacio de manera seriada en Galaxy), los superaron de largo, y sentaron las bases de la verdadera revolución del género: la New Wave. Pohl comenzó a publicar a autores como Samuel R. Delany, e incluso, pese a que sus hechuras eran clásicas, aportó su granito de arena a las revolucionarias Visiones peligrosas de Harlan Ellison (quien, de este modo, le devolvía el inmenso favor de haberle publicado uno de los mejores relatos de la historia del género: ¡Arrepiéntete, Arlequín!, dijo el señor Tic-Tac), tras las que el género ya no volvió a ser lo que era.
Después del Pohl editor de referencia de la década de 1960 llegó, de manera similar a la trayectoria que estaba siguiendo su viejo amigo Isaac Asimov, la fase de vieja gloria multipremiada. A lo largo de la década de 1970, Pohl ve cómo su impagable novela Pórtico hace pleno (se lleva los premios Hugo, Nebula, Locus y J. W. Campbell). Aunque el resto de la saga de los Heechee, a la que dio origen, oscila entre lo meramente simpático y lo decididamente prescindible, Pórtico es una de las grandísimas novelas del género, un auténtico canto al sentido de la maravilla, la exploración espacial, los peligros de lo desconocido, los límites del amor y la amistad, la cobardía, el complejo de culpa subsiguiente y, por qué no, las miserias del psicoanálisis. La creación de un escenario inolvidable (tan solo equiparable, en aquella década, a la propuesta de Arthur C. Clarke con la serie de Rama) es casi lo de menos: Pórtico es una novela de personajes. Y Robinette Broadhead es, junto con el Mitchell Courtenay de Mercaderes del espacio, uno de los personajes mejor perfilados del género, así como el psicoanalista Sigfrid von Shrink es uno de los robots más conseguidos de la ciencia ficción.
Pórtico fue la mejor novela de su última etapa, pero en absoluto la única destacable. Tal vez Homo plus, una buena historia de colonización marciana protagonizada por un cíborg, haya envejecido mal con el tiempo, cosa que también le sucede a Jem, una estimable novela de colonización espacial con estados-megacorporaciones de por medio (naaada que ver con Prometheus), pero también recibieron su buena ración de premios. Más estimables son Los años de la ciudad, Chernobil o La llegada de los gatos cuánticos, novelas de buena factura e ideas más que interesantes. No obstante, donde Pohl echó el resto fue en la secuela de la mítica Mercaderes del espacio. En efecto, y aunque carece de la grandeza de la novela original, La guerra de los mercaderes retoma las mismas preocupaciones y temática, treinta años después, y consigue que funcionen sin que la cosa ni el paso del tiempo la hagan rechinar. No es poco mérito. Y, desde luego, es una novela tan entretenida como la primera.
Frederik Pohl nos deja, y con él, una época. Ha muerto el autor que fue la esencia misma del fandom estadounidense. Ni que decir tiene que, por encima de toda su obra, recomiendo encarecidamente Mercaderes del espacio y Pórtico, pero cada uno de ustedes tendrá su novela favorita, o incluso es probable que reivindique su nada desdeñable faceta de escritor de relatos. ¿Por qué obra recordarán a Pohl?