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Gabriella Campbell (Página 6)

Eugenides y La trama nupcial

AutorGabriella Campbell el 20 de abril de 2013 en Divulgación

Eugenides y La trama nupcial

¿Qué es la trama nupcial? La trama nupcial es un recurso temático, recurrente sobre todo en la literatura romántica del siglo XIX, que se centra en una serie de personajes cuyo objetivo último, tras una serie de tribulaciones, obstáculos y/o tragedias, es llegar a unirse en matrimonio. Por lo general, la intriga de la historia consiste en que el lector no sabe quién se casará con quién. Este recurso ha sido objeto de estudio especialmente en la novela victoriana y del periodo Regencia de la literatura inglesa, pero está presente en una gran cantidad de autores españoles y franceses de la época, si bien con ciertas diferencias y características propias de su contexto. Y si todavía no sabéis a qué me refiero, unos cuantos títulos os lo dejarán mucho más claro: Orgullo y prejuicio, Pamela, La feria de las vanidades, La inquilina de Wildfell Hall. Lejos de perderse en el tiempo, este recurso ha ido evolucionando y sigue proporcionando superventas a día de hoy, aunque su credibilidad intelectual haya descendido notablemente debido a la revolución feminista y a la redefinición de las relaciones familiares y de pareja. Sigue utilizándose, de una manera u otra, si bien los ejemplos más simplones podemos encontrarlos en películas románticas predecibles o en libros donde el clásico triángulo amoroso está dirigido hacia un solo objetivo: el matrimonio.

Lo que el escritor Jeffrey Eugenides ha hecho con esta trama nupcial es bastante extraordinario. Su libro más reciente se llama así, tal cual, La trama nupcial, y va de este recurso temático, pero también lo ejerce, lo hace real en su novela, a la vez que lo deconstruye. Nos encontramos con el triángulo amoroso tradicional: la mujer, hermosa, indecisa, joven. Los dos hombres: uno apasionado, atormentado, bello; otro místico, paciente, entregado. Hasta tenemos el típico conflicto burgués, las diferencias sociales y económicas que marcan a los personajes. Y todo esto en un entorno donde las palabras de Roland Barthes acerca del amor zumban en sus oídos; en unos años ochenta donde las nuevas teorías literarias provenientes de Europa (las impactantes nociones de Derrida, de Foucault, de Kristeva, de Eco) comenzaban a hacer añicos ese cariño monógamo por el texto que predicaba el New Criticism y su close reading. Frente a esta historia de amor entre lo escrito y el lector, comienzan a surgir amantes, adúlteros, amenazas. Y de esta misma forma los tres protagonistas se ven envueltos en una historia común que, aunque también termine en matrimonio (o sobre el matrimonio) está demasiado envuelta en el despedazamiento, la autoevaluación, lo histórico y lo social para poder gozar de la pureza argumental de la novela decimonónica. Eugenides juega a varias bandas, con su prosa siempre hipnótica, y produce un texto a distintos niveles que se comunican entre sí de forma constante, como un ejercicio avanzado en crítica literaria. No obstante, tal vez este juego sea su punto débil, por lo menos a nivel comercial: una de las opiniones más repetidas cuando uno lee reseñas y opiniones sobre este libro es que si el lector no tiene un conocimiento básico de las tendencias filosóficas y teóricas tan mencionadas en la novela, puede resultar denso, aburrido y pretencioso.

No os desvelaré el final. Solo diré que le otorga sentido, significado, no solo al argumento, a los personajes, sino al recurso mismo del que hemos estado hablando, adaptado, por supuesto, a los nuevos tiempos.

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Qué libros NO regalar el Día del Libro

AutorGabriella Campbell el 19 de abril de 2013 en Noticias

Duérmete ya joder

23 de abril. Día internacional del libro. Sant Jordi. Rosas y libros. Un año más intentamos dar en el clavo a la hora de hacer presentes literarios, procuramos encontrar el libro perfecto para su destinatario. No siempre acertamos, como es lógico. Tampoco tienen por qué acertar con nosotros; a más de uno le han tocado libros totalmente contrarios a sus valores e ideología, poco adecuados para su edad o muy opuestos a sus gustos habituales. Pero se puede ir más allá, se pueden obsequiar obras que son de lo más inadecuadas. A continuación os dejamos una pequeña lista de lo más sugerente:

Mi vuelta a la vida, de Lance Armstrong: La inspiradora historia de un ciclista campeón que superó el cáncer y todo tipo de obstáculos para regresar al ámbito profesional y ganar un montón de medallas. Muy conmovedor, o por lo menos lo era antes de que Armstrong se viera envuelto en un escándalo bastante feo de dopaje. En este sentido, mejor no regalar biografías de deportistas, políticos o miembros de familias reales. Nunca se sabe.

Matemáticas discreta y combinatoria: introducción y aplicaciones, de Ralph Grimaldi: A no ser que el destinatario del libro sea matemático, este mejor ignorarlo a la hora de hacer la lista de la compra para Sant Jordi (es admisible si el destinatario del libro es matemático, pero parece ser que a los aficionados a la discreta tampoco les hace especial gracia). Del mismo modo, mejor evitar cualquier libro excesivamente especializado y/o académico. Tampoco recomiendo regalar las Notas sobre la evolución fonológica del ruso comparada con la de otras lenguas eslavas de Roman Jakobson o el Finnegan’s Wake de Joyce, aunque este último se presta muy bien al hojeo ocasional en el cuarto de baño.

Aunque a muchos de nosotros nos pueda parecer divertido, hay padres a los que no les hace mucha gracia eso de soltarles tacos a sus hijos. ¡Duérmete ya, joder!, de Adam Mansbach, a pesar de su éxito viral, podría no ser el regalo ideal para los que tienen hijos pequeños, aunque nunca será tan bestia como el libro de Jennifer Stinson, The Inappropriate Baby Book, un encantador manual para rellenar con datos tan importantes como el color de la primera excreción del bebé o cuándo y a quién le orinó encima por vez primera. Para fortuna de los pobres niños que tendrán que encontrarse con estas anotaciones en el futuro, se trata de una obra que todavía no está disponible en español. Tampoco lo está Porn for New Moms (Pornografía para nuevas madres), repleto de imágenes de caballeros de muy buen ver realizando cosas tan excitantes como levantarse a las tres de la mañana para alimentar al bebé o cambiar un pañal.

A no ser que se trate de un obsequio para la pareja, no es buena idea regalar libros de alto contenido sexual. Hasta tu amiga más liberal podría verse avergonzada si te atreves a presentarle un libro erótico, y en este sentido es igualmente equivocado regalarle un Cincuenta sombras de Grey (o cualquiera de sus imitaciones recientes) que una Historia de O (bueno, no, no lo es, pero mejor no penetrar… perdón, profundizar, en ese tema). Y por mucho que nos lo ofrezcan como Sexo para Dummies, la traducción real de Sex for Dummies es Sexo para tontos, así que no, tampoco es una buena opción (a no ser que estés buscando alguna forma poco sutil de romper con tu pareja). Evitemos asimismo regalar libros de autoayuda, de dietas o cualquier cosa que pueda sugerir que el destinatario no es del todo perfecto.

Y en cuanto a vuestra lista de libros para regalar, ¿cuál no añadiríais ni aunque os pagasen por ello?

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Resurrecciones literarias (II)

AutorGabriella Campbell el 13 de abril de 2013 en Divulgación

La isla misteriosa - Verne

Tras una primera parte en la que hablábamos de los superhéroes de cómic y de Sherlock Holmes, volvemos a evaluar diferentes ejemplos de personajes literarios que se han marchado al otro lado y han vuelto. Creo que no hace falta decir que a continuación puede haber alguno que otro de esos spoilers que tanto miedo nos dan, pero que se supone que mejoran la experiencia lectora.

Gracias al cine y a la inmensa popularidad de El señor de los anillos, pocos lectores se sorprenderán si les digo que cuando Gandalf cae al vacío en plena lucha con el balrog no está tan muerto como podría parecer. Lo mejor es que además regresa con más poder y con la ropa más limpia: de Gandalf el Gris surge Gandalf el Blanco, y uno no puede evitar preguntarse si no se podría haber dado un poco más de prisa y haberles ahorrado algún que otro sufrimiento al resto de personajes. Otra muerte legendaria fue la del capitán Nemo de Julio Verne, quien desapareció en medio de un torbellino en Veinte mil leguas de viaje submarino, para luego aparecer en La isla misteriosa, lo justo y necesario para ayudar a los protagonistas y desvelar su atribulada identidad e historia.

Las formas de traer a un personaje de regreso son numerosas. El más conocido es el que acabamos de mencionar, el creíais que estaba muerto pero… ¿acaso visteis mi cadáver? o incluso visteis un cadáver que creíais que era mío pero no lo era. Otros muy comunes son los siguientes: El personaje ha muerto pero de sus células se ha creado un clon que es igual que este a efectos prácticos; el personaje muere en un acto de sacrificio altruista supremo y alguna divinidad o poder sobrenatural “reinicia” la historia de modo que pueda vivir de nuevo; y uno de mis favoritos, ¡el viaje en el tiempo! También está el modo muerto viviente, por supuesto, pero cuando el personaje regresa mediante alguna forma de resurrección directa (es decir, cuando no se trata de una maniobra a lo creíais que estaba muerto pero realmente no lo estaba), nada sale bien. No hay más que leerse Cementerio de animales de Stephen King o La pata de mono de W. W. Jacobs para llegar a la conclusión de que si muere un niño en un texto literario, mejor que se quede muerto. La ciencia ficción y el terror dan mucho de sí para esto de las resurrecciones, como demostró Dan Simmons en Hyperion y sus secuelas: nada como un parásito en forma de cruz para hacer que tus personajes regresen de la muerte una y otra vez, y que de paso descubran una nueva, original y asquerosa forma de atravesar grandes distancias en el espacio. Tampoco es buena idea clonar a tus amigos: en la saga Dune de Frank Herbert, Leto Atreides no hace más que fabricar copias del amigo de su padre, Duncan Idaho, que una y otra vez se rebela e intentar acabar con él; aunque todo tiene sentido y un porqué en la muy sofisticada mente de Herbert.

¿Qué otros tipos de resurrecciones literarias conocéis? ¿Cuáles son vuestras favoritas? ¿Cuáles os resultan más irritantes, por repetitivas, previsibles o incoherentes? Esperamos vuestra aportación, como siempre, en los comentarios.

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Resurrecciones literarias (I)

AutorGabriella Campbell el 11 de abril de 2013 en Divulgación

Resurrecciones literarias - Holmes

Llega el momento de plantearnos qué grandes personajes de ficción han sido resucitados, por la razón que sea, por sus creadores. Los primeros que se nos ocurrirán serán los de cine, probablemente, pero en la literatura el efectismo, la necesidad, el dinero o el aburrimiento también impulsan a autores (o bien a sus seguidores, herederos o editores) a traer de regreso a sus personajes más apreciados.

Los ejemplos más desquiciantes los encontramos en el mundo del cómic de superhéroes. Algunos no se contentan con traer de regreso a un superhéroe de entre los muertos, sino que sienten la necesidad de crear universos paralelos completos para poder utilizar de nuevo a personajes interesantes, o de hacer un reinicio completo para poder empezar otra vez de cero, sin ninguna explicación aparente. Pero si nos ponemos más específicos, y buscamos las resurrecciones más ridículas del mundo del cómic, nos podemos quedar con aquel Spiderman que tomó forma de araña y murió justo antes de dar a luz a una versión de sí mismo (ahora con nuevos poderes mucho más divertidos, como poder expulsar telas de araña de manera orgánica, en vez de tener que utilizar artilugios mecánicos); y tampoco podemos olvidar aquel Robin (Jason Todd) que volvió 17 años después de su muerte cuando Superboy Prime le pegó un puñetazo tan fuerte a la dimensión en la que estaba atrapado que creó alteraciones en el tejido de la realidad. El manga no se queda corto: cualquier aficionado a Dragon Ball habrá perdido la cuenta de cuántas veces mueren y resucitan algunos de los personajes principales.

¿Y qué hay de otros géneros? Sí, el cómic es el más notable en este sentido, más que nada porque la gran cantidad de personajes y de arcos argumentales en un tebeo de tirada larga exigen cierta flexibilidad a la hora de utilizar la muerte como un recurso efectivo; sí, un personaje principal puede morir y esto causará un gran impacto para los lectores, pero con el paso de los años puede ser igualmente eficiente traerlo de regreso. Pero no ocurre solo aquí. ¿Quién no recuerda el famoso enfrentamiento a muerte de Sherlock Holmes y James Moriarty en las cataratas de Reichenbach? Parece que Conan Doyle tenía bastante claro que, después de vérselas con una mente criminal como la de Moriarty, todo lo que podría venir después sería trivial para Holmes, por lo que este debía morir en aquella terrible caída. Por otro lado, necesitaba liberarse de aquel personaje y dedicarse a otro tipo de narrativa; como le dijo a su madre en una carta: Debo reservar mi mente para cosas mejores. Con lo que no contaba era con la reacción desmedida de sus seguidores y editores: con la publicación de El problema final, la que iba a ser la última aventura de Holmes, varios miles de lectores cancelaron su suscripción en la revista The Strand. Conan Doyle ofreció primero una solución de compromiso con la publicación de El sabueso de los Baskerville, que se desarrollaba en un marco temporal anterior al Problema final, pero se vio obligado a resucitar más adelante a su famoso detective, explicando que había conseguido sobrevivir a la caída de Reichenbach y que se había hecho pasar por cadáver para protegerse a sí mismo y a Watson de los enemigos que todavía andaban al acecho.

En la próxima entrega, veremos más ejemplos de grandes personajes literarios que han vuelto de entre los muertos. Es lo bueno que tiene la ficción: nadie tiene que morir en serio si el autor no quiere, y si no que se lo pregunten a los escritores de novelas de zombis.

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La mujer escondida

AutorGabriella Campbell el 3 de abril de 2013 en Divulgación

George Eliot

En una carta que le escribió Charles Dickens a George Eliot en 1858, el primero indicaba cierta sospecha acerca del sexo de la persona que se escondía tras el pseudónimo de Eliot. Dickens expresaba que, aunque se dirigía al creador de algunas de sus obras favoritas en masculino, ya que este elegía definirse como tal, no podía dejar de notar que su texto estaba lleno de una exquisita verdad y delicadeza. Decía que si estas ficciones emocionantes no provenían de la mano de una mujer, creía que ningún hombre ha tenido hasta ahora el arte de hacerse a sí mismo, mentalmente, tan como una mujer, desde el inicio del tiempo.

Desconozco si Dickens sabía entonces, a ciencia cierta, que George Eliot era el nombre literario de Mary Anne Evans. Tal vez sus afirmaciones no eran más que excusas para poder dirigirse con pleno conocimiento de causa a la autora, o puede que realmente reconociera a una pluma femenina tras el seudónimo y pretendía satisfacer su curiosidad. La prosa de Eliot no es, ni mucho menos, una prosa asociada a una autora tradicional de su tiempo, en un siglo XIX donde la gran mayoría de las escritoras creaban textos románticos dirigidos a lectoras de igual disposición; sino que se acerca mucho más al realismo psicológico y social de los grandes escritores masculinos de su tiempo: desde el propio Dickens a otros como Zola en Francia o Pérez Galdós en España. No obstante, es posible que ciertos giros de lenguaje, la insistencia en determinados detalles o su análisis concienzudo del entorno de la familia (un contexto tan propio de la mujer de la época, cuyo núcleo de acción era el hogar) la traicionaran y la terminaran por incluir en ese apartado distinto, lleno de prejuicios para lectores, que pertenece a la mujer escritora.

Claro que entre aquel 1858 y nuestro 2013 ha llovido bastante. Llegaron y se fueron (tal vez) las escritoras que reivindicaban el lenguaje femenino, la libertad de poder usar un idioma emocional y representativo que eliminara tabúes y eufemismos, que pudiera trasladar a palabras el rico vocabulario gestual y sensorial de un sexo que se declaraba lingüísticamente independiente, políticamente orgulloso y que a la vez llevaba al ojo público lo que definía como característico de la feminidad (aquí, por ejemplo, la maternidad se convirtió en el ojo del huracán del nuevo discurso, un centro al que regresar, como un punto en común inamovible). El postmodernismo y la deconstrucción condujeron a la evaluación de este lenguaje femenino con varios filtros, con desconfianza, y finalmente acabamos por llegar a un punto donde la escritora y el escritor contemporáneo pueden confundirse, pueden interpretarse. En un juego de identidades, y como respuesta a las polémicas declaraciones de Naipaul de las que ya hablamos, que defendía el texto literario masculino como texto superior, el periódico británico The Guardian se atrevió en su momento a jugar con sus lectores y los invitó a intentar identificar el sexo de los autores de varios extractos que publicaron en su página web. Fue un juego en el que pocos acertaron.

Y a pesar de esta igualdad, esta equivalencia (por mucho que siga habiendo literatura para mujeres y literatura para hombres), uno no puede dejar de maravillarse cuando lee a los personajes femeninos de Jonathan Franzen, por ejemplo, que consigue introducirse a profundidades insalvables en la psique de sus mujeres, en toda su compleja autodestrucción y esperanza y sexualidad ambigua (exactamente la misma compleja autodestrucción y esperanza y sexualidad ambigua de sus personajes masculinos, pero a la vez tan diferente y reconocible). No obstante, la última vez que miré en la Wikipedia, Franzen era hombre (aunque uno no debería fiarse de la Wikipedia, y si no que se lo pregunten a Philip Roth).

¿Y vosotros? ¿Qué autores creéis que pueden construir personajes femeninos de manera totalmente creíble? ¿Qué autoras ofrecen personajes masculinos de verosimilitud absoluta? ¿Creéis que puede existir una escritura femenina, una escritura masculina, o que los tiempos acabarán por homogeneizar los discursos? No hacemos más que abrir otra puerta en una discusión peliaguda que lleva tiempo realizándose en el ámbito de la teoría literaria, pero nos encantaría conocer vuestras opiniones.

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Una noche en el teatro: Shirley Valentine, de Willy Russell

AutorGabriella Campbell el 1 de abril de 2013 en Reseñas

Shirley Valentine

En 1986, el dramaturgo británico Willy Russell estrenó la obra Shirley Valentine, una puesta en escena con un solo personaje, en el entorno de clase obrera-casi-media de un Liverpool de barrio, industrial, gris y nublado. El monólogo precisaba de la interpretación de una sola actriz que pudiera dar vida al personaje de una mujer de su época que decide, tras mucho dudar, aceptar la invitación de una amiga y marcharse quince días a unas vacaciones al sol, en Grecia. Gozó de gran éxito en el West End londinense, y pronto se convirtió en un clásico del teatro anglosajón, tanto británico como estadounidense. Alcanzó verdadera inmortalidad cuando la actriz Pauline Collins, que ya había trabajado con la obra de Russell en el escenario, interpretó a Shirley, la protagonista de esta historia de revolución personal, en la versión cinematográfica de 1989 dirigida por Lewis Gilbert. Con el tiempo, la obra llegó también a España, donde tanto Esperanza Roy como Amparo Moreno se colocaron el delantal de Shirley, y donde, más recientemente, Verónica Forqué interpreta a la heroína de Russell con gran acierto y arrolladora emotividad.

La belleza de una obra sencilla, que narra una historia simple de la boca de un solo personaje que en apariencia no es nada complicado, estriba en la realidad de que, con frecuencia, la sencillez oculta todo un torbellino de realidades y de mensajes que van mucho más allá de una pátina limpia, dulce y clásica. Russell parte de un argumento que nos resulta familiar: la ama de casa aburrida, madre que ya ha criado a sus hijos, casada con un hombre poco atento, subyugada por su rol de sirvienta, de mujer tradicional, de ángel del hogar, escapa de su vida anodina para encontrar un nuevo amor, una nueva vida. Y por el camino encuentra algo más que eso, encuentra un mundo de posibilidades, donde uno tiene derecho a tomarse un vino al sol, junto al mar, a solas.

Y sin embargo, la historia de Shirley Valentine es bastante más que eso. Russell utiliza la figura de la mujer entrada en años, maltratada por la rutina y por una sensación de desperdicio absoluto para ilustrar algo mucho más profundo: un deseo no solo de evasión sino de autodescubrimiento, de empezar a vivir por uno mismo. Más allá de la política sexual de la obra, más allá de su interpretación desde el ángulo de cualquier ola de feminismo, el personaje reclama no solo su condición de mujer, su independencia de las cadenas del papel predestinado de madre y esposa, sino su condición de ser humano. Valentine es consciente de que el tiempo y la vida, que se la han ido comiendo poco a poco, no solo la han devorado a ella, sino también a su marido, a aquel compañero con el que, hace tantísimos años, se reía y compartía ilusiones y momentos para el recuerdo. Por esto, es inevitable que el receptor de la obra, ya sea como lector o como espectador, sienta ciertas emociones contradictorias al abandonar el texto o al bajar el telón. Por un lado, la infinita tristeza de la separación, del cambio; por otro, la alegría indefinible de lo nuevo, de lo propio.

La página de agradecimientos (II)

AutorGabriella Campbell el 28 de marzo de 2013 en Divulgación

Agradecimientos

En la primera parte de este artículo hablábamos de esa sección tan personal de cualquier libro (ya sea novela, poemario o tesis doctoral): la página de agradecimientos. Hemos mencionado algunos de los defectos principales que, según los profesionales del mundo de la edición, deberían evitarse; a saber, una extensión más larga de la cuenta y el uso y abuso del famoseo, de ese hábito tan poco elegante de dejar caer nombres de personas muy conocidas (o, peor aún, de sus apodos) para hacer ver que nosotros también somos importantes, simplemente por asociación.

Otro invitado habitual en este tipo de listas es el profesional (o profesionales) que ha colaborado con la documentación de la obra. Si bien tiene sentido mostrar lo bien que se ha portado contigo alguien que ha dedicado su valioso tiempo y experiencia para que tu obra quede más completa y verosímil, con demasiada frecuencia la sensación del lector es que el autor no hace más que presumir de su dedicación y del trabajo de documentación que hay detrás del libro. Y no hablemos ya de los agradecimientos a mi equipo; donde antes los agradecimientos se limitaban a una mención al agente y al editor, además de a algún familiar cercano, ahora al escritor se le llena la boca con la oportunidad de mostrar que tiene a todo un departamento de personal detrás para complementar su trabajo.

En algunas obras, uno no puede evitar pensar que el escritor ha sido, de hecho, el que menos ha participado en el libro. Todo queda en manos de un editor dedicadísimo, al que el autor no deja dormir con sus dudas existenciales a las tres de la mañana (un consejo para los editores en la sala: nunca le deis vuestro número de casa a un escritor, a no ser que lo dejéis programado para que salte directamente el contestador; con los mensajes recabados tendréis para escribir un libro vosotros mismos); de un amigo noble y sabio que ha ejercido de corrector (con una corrección que parece que la editorial se ha olvidado de aplicar); del amantísimo esposo o amantísima esposa, cuya devoción y paciencia solo son superados por su excelsa belleza; del perro, canario o silla favorita (que demuestran que el autor es un ser cálido y con sentido del humor); de las ocho ciudades donde el autor residió mientras escribía (esto refuerza una imagen cosmopolita, bohemia); y de un inventario interminable de lectores de prueba.

Los créditos finales son siempre interesantes: nos muestran una voz muy distinta a la del libro, nos dejan entrever la humanidad del que ha creado la obra. Pero esto no es excusa para recurrir a la cursilería. Haremos, no obstante, una pequeña excepción para el escritor británico Christopher Currie, que utilizó la sección de agradecimientos de su novela para pedirle la mano a su novia (para fortuna de este autor, la chica dijo que sí). Tal vez la regla de oro sea la siguiente: si tu página de agradecimientos empieza a parecerse a un discurso de aceptación de un Óscar, es el momento de revisar y recortar.

Para finalizar, no puedo dejar de agradecerte, querido lector, que hayas dedicado unos minutos de tu tiempo a leer mi artículo. Y por supuesto a ti, Cuchufleta, minino de mis entretelas, sin quien yo no sería nadie.

La página de agradecimientos (I)

AutorGabriella Campbell el 26 de marzo de 2013 en Divulgación

Agradecimientos

Hay partes de un libro a las que les dedico bastante más atención que a otras. De niña era aficionada a saltarme los prólogos, aunque fueran partes fundamentales de una novela. Nunca tuve mucho interés tampoco por las notas del autor, o por las introducciones, que solían ser poco más que una larga retahíla de cumplidos dirigidos al escritor por parte de algún amigo más o menos importante. En los últimos años, no obstante, he desarrollado un interés cotilla por las páginas de agradecimientos.

Imagino que es porque cuantos más años pasan, a más personas conoces y más se cierra el círculo. En cuanto uno empieza a tratar un poco con escritores, se desarrolla una red de conocidos, de seis grados de separación que suelen iniciarse en algún antiguo compañero de la facultad o en el camarero de algún bar de tertulias y que proliferan gracias a las redes sociales, que nos permiten un grado de interconexión (y, a la vez, desconexión) que nunca podríamos haber imaginado. Así, la página de créditos se convierte en un juego, en un “a ver cuántos nombres me suenan”.

De esta manera empiezan a destacar ciertos patrones. Me resultó revelador un artículo de la periodista Noreen Malone, que se quejaba de los sinsentidos a los que ha llegado en los últimos tiempos la famosa página de agradecimientos. Ponía como ejemplo extremo el caso de la escritora Sheryl Sandberg, cuyo complejo e inteligente libro Lean in se vio ensombrecido por una lista de agradecimientos de nada menos que siete páginas y media donde soltaba nombres y razones a diestro y siniestro (a más de 140 personas, ni más ni menos).

Malone también hablaba de las estrategias que se emplean para beneficio del escritor. Una de las secciones de crítica más importantes e influyentes del mundo, el New York Times Book Review (una de esas secciones que pueden hacer de una obra un superventas o un fracaso miserable), tiene como política (bastante lógica, a mi parecer) no permitirle a ninguno de sus empleados que realice reseñas de un libro si han aparecido en los agradecimientos, para evitar amiguismos innecesarios. Esto, a su vez, se ha convertido en una herramienta de poder para el escritor: si teme los ataques maléficos de algún crítico agresivo, no tiene más que mencionarlo en los créditos. Del mismo modo, si espera la reseña de algún profesional en particular, debe tener cuidado de no incluir su nombre. Y todo esto, por supuesto, sin tener en cuenta todos los intercambios de créditos, las obligaciones y lo mejor de todo: la mención de famosos, como si uno fuera más destacado según a quién conociera. De este tema seguiremos hablando en la segunda parte del artículo; mientras, todos los que hayáis acabado de escribir vuestro primer libro (parece ser que los debutantes son los más pecaminosos en esto de alargarse y ponerse cursis en las dedicatorias finales) tenéis tiempo de acudir al manuscrito y revisar vuestras cinco páginas de gracias. Igual convendría quitar alguno.

Consejos para escribir de grandes autores (III)

AutorGabriella Campbell el 22 de marzo de 2013 en Divulgación

Laura Gallego

En esta tercera y última entrega de nuestra serie de consejos de los famosos, los grandes, los escritores de éxito y los de inmenso talento (aunque estas dos cosas no tengan siempre que ir de la mano), seguimos investigando qué tienen que decir sobre el acto de escribir aquellos que más experiencia tienen en el asunto.

¿Y qué tiene que decir John Grisham, por ejemplo? A Grishman lo conoceréis por obras de suspense y acción como La tapadera, además de por su nutrida cuenta bancaria. Este abogado tenía muy claro que no podía sobrevivir con la escritura, por lo menos no al principio, e insiste en la importancia de vivir y experimentar antes de publicar, para tener toda una serie de conocimientos y recuerdos con los que trabajar. Explica que al principio uno debe de tomárselo como una afición, eso sí, una afición a la que se le dedica un tiempo todos los días (Grisham recomienda una página al día para empezar). Aunque tengas un trabajo a tiempo completo, debes encontrar tiempo para escribir, conseguir que se convierta en un hábito.

Laura Gallego, a la que conoceréis por obras de fantasía juvenil como Memorias de Idhún, ha expresado en varias ocasiones la importancia de escribir a destajo, y de no rendirse. Antes de que le llegara la publicación de su primera obra, Laura ya había escrito unos catorce libros que no habían conseguido despertar el interés de ningún editor (como veis, el mito del autor al que descubren y publican en cuanto escribe sus primeras 50000 palabras suele ser nada más que eso, un mito). A esta recomendación unimos aquella que ya mencionamos en la primera entrega de estos artículos, y en la que insistía tanto Stephen King: leer. El escritor no debe encontrar siempre tiempo solo para escribir, sino para leer mucho, muchísimo.

Uno de los libros más consultados sobre el arte de escribir es Pájaro a pájaro, de la novelista Anne Lamott. En él nos habla de la importancia de los primeros borradores, esos en los que lo importante es soltarlo todo, y sobre los que luego volveremos para editar, recortar, revisar mil veces:

Para mí, y para la mayoría de los escritores que conozco, el acto de escribir no es como si entraras en trance. De hecho, la única manera de conseguir escribir algo, en mi caso, es hacer un primer borrador realmente malo. Este primer borrador es el borrador del niño pequeño, donde dejas que todo salga y que salte por todas partes, ya que sabes que nadie lo va a ver y puedes darle forma luego. Dejas que esta parte infantil de ti mismo canalice cualquier voz o visión que surja y que aparezca luego en la página (…). Simplemente ponlo todo en el papel, porque puede haber algo genial en esas seis páginas locas que nunca habrías encontrado de forma racional, adulta. Puede que haya algo en la última línea del último párrafo que te encante, que sea tan hermoso o salvaje que haga que ahora sí sepas de qué quieres escribir, más o menos, o en qué dirección podrías ir… pero no había forma de llegar hasta ahí sin haber escrito esas primeras cinco páginas y media.

Por supuesto, hay mil consejos más, algunos mejores y otros peores, algunos útiles para algunos e inútiles para otros. ¿Cuáles son los que os funcionan a vosotros, los que os llaman la atención, o incluso los que os parecen que hacen más daño que provecho? Nos encantaría que lo compartierais con nosotros en los comentarios.

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Consejos para escribir de grandes autores (II)

AutorGabriella Campbell el 20 de marzo de 2013 en Divulgación

Mark Twain

En la primera parte de este artículo os hablamos de algunos de los consejos más interesantes que ofrecieron Ernest Hemingway y F. Scott Fitzgerald a aquellos que quieren aprender a escribir (o mejorar su habilidad, o simplemente, como lectores, entender un poco mejor el funcionamiento del texto y de su proceso creativo). Ahora nos centraremos en otros escritores, que también tienen bastante que aportar al respecto.

Anton Chéjov, uno de los autores de relato más importantes de la historia de la literatura, nos habló de la importancia de mostrar los detalles de forma indirecta, evitando los clichés y las obviedades: “No me digas que brilla la luna; enséñame un reflejo de luz en un cristal roto”.

Uno de los consejos más divertidos viene de la mano de Mark Twain: Cada vez que quieras usar la palabra muy, escribe condenadamente; tu editor lo eliminará y lo escrito estará justo como tiene que estar. La palabra a la que se refería Twain era damn, que en el inglés de su época era bastante más fuerte que condenadamente (aunque esta es su traducción literal), así que podéis usar en su lugar vuestro taco favorito. Es un consejo que podría aplicarse a cualquier modificador o término del que solamos abusar y que sea innecesario: desde adverbios terminados en -mente a la terminación -ísimo o a adjetivos que no aportan nada al sustantivo. La precisión y el conocimiento de la gramática son siempre nuestros aliados.

¿Y qué dice John Steinbeck de esto de escribir? El autor de Las uvas de la ira da seis consejos fundamentales, que recogió en una entrevista el Paris Review. Primero, abandona la idea de que algún día vas a terminar lo que estás escribiendo. De esta manera no te agobias, te concentras en lo que estás trabajando y el final llegará como una sorpresa agradable (más de un escritor, preocupado más por encajar su obra en un número de páginas aceptable para la editorial que en darle forma a la historia, podría hacer caso aquí a Steinbeck. Segundo, escribe con la mayor fluidez y velocidad que puedas, escúpelo todo en el papel; no corrijas ni reescribas hasta que termines (muchas veces la reescritura no es más que una excusa para no avanzar cuando uno está atascado o lo asaltan las dudas y la inseguridad; además puede influir en el ritmo natural de la escritura). Tercero, olvida a tu público. Escribe para una sola persona, no para una masa desconocida a la que no puedes complacer por completo. Cuarto, si una escena o sección se te resiste, pero crees que es necesaria, déjala aparcada y continúa por otro lado. Cuando termines podrás regresar a ella, tal vez descubras que la razón por la que te daba problemas era porque realmente sobraba o no encajaba ahí. Quinto, cuidado con una escena que te gusta demasiado, más que las demás (y aquí podríamos decir que cuidado también con los personajes que gustan demasiado, más que los demás, el peligro de la mary sue acecha siempre). Es frecuente que destaque demasiado y que no termine de conjugar con el resto, y que ese favoritismo le reste verosimilitud. Y por último, el sexto consejo: si escribes un diálogo, léelo en voz alta mientras lo escribes. Así, la conversación parecerá más realista, se acercará más a la palabra hablada.

En la tercera y última entrega de esta serie de artículos, veremos de qué forma otros grandes autores pueden seguir inspirando con su experiencia y maestría a todos los que escriben.

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