Gabriella Campbell el 15 de febrero de 2009 en
Divulgación
Desde el fenómeno J.K. Rowling, los medios no han parado de buscarle sucesores, imitadores, seguidores y herederos a la triunfadora maestra de jóvenes magos. Nuestra propia Laura Gallego, la crepuscular Stephanie Meyer, el dragonil Christopher Paolini: cada país parece tener su modelo de literatura fantástica superventas. Así, Alemania tiene a Cornelia Funke, si bien sus historias parecen tener más en común con las de C.S. Lewis, Diane Wynne Jones o con las novelas juveniles fuera del género de terror de Clive Barker (léase la saga Abarath) que con los autores anteriormente mencionados. Una enamorada de los libros, Funke crea personajes que se involucran en un mundo compuesto de magia y, cómo no, libros.
Bebiendo de la estela de otros inventores metatextuales como Michael Ende con su Historia Interminable, Mundo de tinta ofrece cierta originalidad en esta cohorte de profesionales de la literatura comercial de 12 a 17 años, y ha cosechado un gran éxito que se ha traducido, cómo no, en una adaptación cinematográfica con actores de éxito (en este caso, Brendan Fraser, Helen Mirren y Eliza Bennet). Cornelia ya ha sido testigo de la adaptación al cine y al teatro de otras obras suyas en su Alemania natal, pero esta vez ha sido a lo grande, con toda la fanfarria hollywoodense. Por supuesto su trilogía (Corazón de tinta, Sangre de tinta y Muerte de tinta) ha tenido su correspondiente traducción a decenas de idiomas y ha encandilado a niños y a mayores.
Cornelia afirma que algunas personas tienen un don y una habilidad especial que les permite “hechizar” a sus oyentes cuando leen en voz alta (siempre que la SGAE lo permita, claro). Basándose en esto surge su particular mitología, que gira alrededor de la magia de la lectura, una magia que nace de un obvio amor por los libros y por la fantasía. La protagonista de la trilogía, Meggie, es una adolescente con el peculiar poder de introducir en el mundo real a personajes de los libros (y al revés, introducir personas del mundo real en los libros, particularmente en un libro muy especial, el del Mundo de tinta), circunstancia que Funke aprovecha para enseñar a sus lectores sobre todos los libros que puede. No en vano, Cornelia estudió pedagogía y ha trabajado con niños desde siempre; sus primeros cuentos fueron escritos para ser utilizados en terapia con niños problemáticos.
Aficionada a la ilustración (ella misma crea los dibujos que adornan sus libros, en los que tiene mucho cuidado de no retratar a ningún personaje para no influir en la visión personal que de éstos puedan tener los lectores), descubrió sorprendida que dibujar con las palabras le gustaba incluso más que con un lápiz, y tras varias series de novelas de relativo éxito como Las gallinas locas o Hugo el fastasma, su novela Dragon Rider arrasó en las listas de ventas, y con la saga Mundo de tinta obtuvo el peso que la ha llevado a figurar en la lista de las cien personas más influyentes del mundo de la revista Time. Funke se apunta al carro de novelas de fantasía infantil/juvenil adaptadas al cine comercial, y se mantiene en la línea de otras obras que utilizan el objeto libro como portal de entrada a un mundo mágico (como fue el caso de la ya mencionada Historia Interminable, o la más reciente Crónicas de Spiderwick).
Frente a las obras juveniles más modositas y dulces de no hace tanto, estas nuevas obras de fantasía no temen acercarse al dolor, la muerte e incluso la injusticia, en un intento de tratar al lector adolescente no ya como niño, sino como lector capaz de asimilar, hasta cierto punto lógico, conceptos más propios del mundo adulto. Tal vez por esto estas novelas, desde Harry Potter hasta Un puente a Terabithia, sean tan atractivas no sólo para los jóvenes, sino también para sus padres.