El duro trabajo del traductor
Ser traductor no es el mejor trabajo del mundo. Horas eternas y aceleradas para conseguir entregar un proyecto a tiempo, cabezazos contra la mesa al no encontrar por ninguna parte la palabra que necesitas, noches sin dormir porque vas con retraso, abuso constante de aficionados que consideran que no traduces lo bastante rápido… o que te encierren en un búnker para traducir la nueva novela de Dan Brown. Y a esto se une el hecho de que hay textos por ahí sueltos que son, hablando con claridad, intraducibles.
Algunos libros son, simplemente, muy difíciles de traducir. Un buen ejemplo es el 253 de Geoff Ryman, que describe los pensamientos de los 253 pasajeros de metro de la línea Bakerloo londinense. Cada texto perteneciente a cada personaje tiene, además, 253 palabras. Cualquiera que haya hecho sus pinitos en traducción sabe que ajustar el número de palabras de un idioma a otro es una tarea complicada. Aun así, es un objetivo plausible, y parece ser que su traductora al español, Laura Michel, lo consiguió, aunque probablemente con bastantes dolores de cabeza.
Pero un caso muy diferente es aquel donde la musicalidad y la forma del texto lo son todo, como ocurre en la poesía, donde la traducción puede modificar por completo el ritmo y las sensaciones que provoca la obra en el lector, o en textos de prosa exquisitamente labrada como Nadan dos chicos (At Swim, Two Boys), de Jamie O’Neill. El propio título ya es una imposibilidad traductora: la construcción at swim, two boys no tiene mucho sentido en inglés británico y americano, y suena extraña, foránea. Sin embargo, responde a las construcciones del inglés de Irlanda, por las influencias que este tiene del gaélico. En este sentido, Nadan dos chicos no mantiene el impacto del título original, ya que para nuestra lengua, donde el orden de la frase no altera la comprensión de esta, se trataría de una frase muy normal, mientras que para un lector anglosajón medio tendría un toque poético muy difícil de explicar, debido a que el inglés necesita de estructuras muy ordenadas para su correcta comprensión. Imaginad, por tanto, cómo el problema se traslada a todo el texto del libro: el prólogo de este tiene una prosa densísima para cualquiera que no sea irlandés (o británico de Irlanda del Norte), debido a las estructuras curiosas, los juegos de palabras y la imaginería brillante. Al traducirse a nuestro idioma, aunque mantiene una forma llamativa y hermosa gracias a la mano de un traductor eficiente, pierde esa originalidad, esa cerrazón y concentración extrema de un inglés que pasa por el filtro del irlandés caótico que recuerda a los pasajes más oscuros de Joyce. Y, claro, traducir a Joyce ofrece exactamente los mismos problemas.
Muchos argumentan que una traducción perfecta es imposible. Las diferencias culturales y la precisión de algunos términos y expresiones impiden que el volcado de un texto de una lengua a otra mantenga todas las características del texto original. No obstante, la traducción de Inferno, de Dan Brown, debió de ser bastante más sencilla que la de Sorgo rojo, de Mo Yan, por ejemplo; traducir a Lorca al inglés debe de ser también una tarea mastodóntica. ¿Qué libros habéis leído en su idioma original y consideráis que son intraducibles? Esperamos vuestras opiniones en los comentarios.