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Gabriella Campbell (Página 38)

La última estación

AutorGabriella Campbell el 8 de agosto de 2010 en Divulgación

La última estación

León Tolstoi abogó durante su vida por la pobreza y la castidad. En la práctica no se le daban muy bien ninguna de las dos cosas, como explicó en sus diarios su esposa, la condesa Sofia Andreyevna Tolstaya.

Sofía es un ejemplo más del polémico estereotipo de “mujer de”, “esposa de” o incluso “musa de” de un escritor que ha pasado a la eternidad del panteón literario. Cuando se casaron, Sofía tenía 18 años y León tenía 34. Tuvieron 13 hijos, de los cuales 8 sobrevivieron a la infancia. Sofía intentó convencer a su tozudo marido de que utilizaran algún tipo de método anticonceptivo, pero sus ruegos cayeron en saco roto, el adalid del autocontrol y la abnegación tenía ciertos problemas cuando se trataba de mantener sus manos lejos de su adinerada esposa, igual que le costaba conciliar sus teorías obreras con la opulencia de su vida diaria. Sofia era también su amanuense, su secretaria, su editora, pero su opinión no tuvo ningún valor cuando León se decidió por el Creative Commons de la época y lanzó al mundo libre sus derechos de autor. Como si eso fuera poco, el discípulo más importante de Tolstoi, Vladimir Chertkov, dedicó parte de su obra a desprestigiar a la esposa del autor, y casi consiguió impedir que estuvieran juntos en el lecho de muerte de éste.

Curiosamente la revalorización del papel de Sofía ha llegado de la mano de la espléndida y condecorada Helen Mirren, quien tomó su papel en la película La última estación, basada en la novela homónima de Jay Parini. La situación de Sofía recuerda a la de tantas otras viudas y esposas que se vieron relegadas casi al anonimato tras la muerte de un hombre de portentosa fama y talento. Peor aún, hasta la biografía de Parini, era de creencia popular que la mujer de Tolstoi fue una influencia represiva en la vida del autor. Parini ha recuperado la figura de Sofía, demostrándonos la fundamental importancia que tuvo esta mujer en la vida de Tolstoi: primero, como el amor de su vida, segundo como la persona que lo mantuvo a nivel económico y social, y tercero, como editora y correctora constante de sus obras. Parece injusta la imagen que de ella concibió y promocionó Chertkov, la de mujer neurótica y represora, frente a la imagen que ofrece Parini: la de compañera, transcriptora y salvadora, madre de sus hijos y firme ancla de la realidad contra la posición política, ciertamente poco práctica, del espiritualista ruso. El conflicto constante de Tolstoi; realidad contra idealismo, escritura contra fama, influencias externas contra el calor familiar; se muestra siempre presente en la figura de la condesa: la mujer noble y acogedora que supo darle el equilibrio que necesitaba, al tiempo que demostró ser un eficiente contrapeso para una ideología esquiva que dominaba el cerebro del autor ruso. Tolstoi cumple con creces su papel de escritor atormentado, pero es ya común la noción de que dicho tormento afecta no sólo al autor, sino a los que lo rodean, a sus seguidores más cercanos, a aquellos que dedican su vida a atenuar su sufrimiento y a protegerlo del mundo real que acecha. Sofía fue una influencia poderosa en su existencia, un peso fundamental en su balanza de política y literatura, y es maravilloso poder reconocer, por fin, el papel de una esposa en el desarrollo personal y estético de uno de los más grandes novelistas de nuestra época.

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Las viudas negras

AutorGabriella Campbell el 1 de agosto de 2010 en Divulgación

Viuda Negra

Es de conocimiento general que en muchas ocasiones son las personas que nos rodean las que más influyen en nuestra forma de escribir, y a veces son determinantes a la hora de decidir si enviamos nuestros escritos a editoriales para probar suerte en el arduo mundo de la publicación. Más allá de esta influencia lógica existen familiares que gestionan nuestro legado literario, generalmente después de nuestra muerte, como ha ocurrido en el conflictivo caso Larsson o con el célebre hijísimo Tolkien, ya sea para bien o para mal. El conocido autor de fantasía Neil Gaiman habló en su blog hace ya tiempo de la necesidad de crear un “testamento literario” en vida que aclarase el futuro póstumo de nuestras obras (puso el triste ejemplo de un colega escritor cuyas regalías y obras no publicadas fueron a parar a su ex-mujer, una mujer que nunca había apoyado su carrera literaria, mientras que la mujer que vivía con él, que lo cuidó antes de morir y gracias a quien pudo desarrollar su talento, se quedó con las manos vacías).

La teórica y crítica Cynthia Ozick ha insistido repetidamente en el peligro de las viudas, quienes se sienten frecuentemente poseedoras de un legado literario que realmente no es suyo. Pone de ejemplo lo que ocurrió con la viuda de Joseph Conrad, el conocido autor de El corazón de las tinieblas (obra que inspiró Apocalypse Now de Ford Coppola), quien se resistía a permitir la publicación de la obra de su marido. Recientemente ha fallecido Inna Hecker Grade, la viuda de Chaim Grade, nombre que seguramente no os dirá nada, pero que es de vital importancia para el mundo literario ya que es uno de los muy escasos grandes escritores en lengua yiddish, la variante oriental del judeoalemán que decayó significativamente después del exterminio nazi. Inna, insistiendo en que ningún traductor podía captar la esencia de los textos de su esposo, se había negado a ceder sus escritos a diversas editoriales y académicos interesados, que conocían la obra de Grade gracias a algunas traducciones al inglés que se habían podido llevar a cabo estando éste en vida. El fallecimiento de su viuda, que no ha dejado ningún tipo de testamento ni documento parecido, deja abierto el tesoro al mayor postor. En estos momentos los más interesados son el YIVO (el Instituto de Investigación de Yiddish de Manhattan), la Biblioteca Pública de Nueva York, el Centro Nacional Yiddish del Libro de Amherst y la Universidad de Harvard.

Otro caso conflictivo es el de la viuda de Jorge Luis Borges, María Kodama, quien quedó como heredera de todos los derechos de autor de su marido al fallecer éste. Esto ha significado complejos casos jurídicos, siendo la disputa más conocida la que ha mantenido con la editorial francesa Gallimard, y en concreto con el editor Jean Pierre Bernés, quien trabajó con Borges en una edición de sus obras completas poco antes de morir, grabándose entre ellos unas veinte cintas de comentarios y anotaciones. Kodama supuestamente reclama el 100% de los derechos de esta edición y las cintas para realizar una edición propia, mientras que Bernés se mantiene firme en su derecho a llevar a cabo la edición con Gallimard usando las cintas en las que trabajó. Kodama es también famosa por llevar a juicio a cualquier biógrafo no autorizado de su marido, entre los que destaca el mejor amigo de éste, Adolfo Bioy Casares, cuyo retrato de la viuda no es precisamente favorable. La figura de Kodama parece situarse al mismo tiempo en dos ejes de la opinión pública: los que la ven como guardiana y defensora del legado del escritor, y los que la ven como una manipuladora que vela por sus propios intereses.

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La leyenda de Finn McCool

AutorGabriella Campbell el 29 de julio de 2010 en Divulgación

Calzada

La mitología de las diferentes culturas, ya haya llegado a nosotros por tradición oral o lengua escrita, siempre es una fuente de diversas elaboraciones de cuentos, historias y anécdotas. Tienen especial interés las historias que procuran explicar el origen de accidentes geográficos, y tal vez sea Fionn mac Cumhaill (o Finn McCool, como se le conoció en el Romanticismo) uno de los personajes mitológicos al que más despropósitos se le atribuyan en ese sentido.

Una de las leyendas más significativas, que ha cambiado y evolucionado a lo largo de los siglos, según los diferentes autores y pueblos que se han hecho eco de ella, es la relacionada con este épico personaje y la Calzada de los Gigantes, un paso impresionante de roca que se supone unió Irlanda y Escocia al principio de los tiempos. Hace unos 50 ó 60 millones de años, la actividad volcánica de la zona ocasionó ríos de lava que disolvió este paso, dándole al enfriarse una apariencia singular, formando inmensas columnas de basalto pentagonal y hexagonal que crearon una especie de montaña escalonada que hoy en día es un punto de visita obligado para cualquier turista. Obviamente en la época en la que se formó el inicio de la mitología irlandesa y escocesa no andaban muy informados en lo que a geología se refiere, y atribuyeron la destrucción de este paso, con su singular formación, a una rencilla entre sus héroes locales: los gigantes Fionn mac Cumhaill (irlandés) y Benandonner (escocés). La historia presenta diversas variaciones, pero la más común muestra a un Fionn agresivo que decide cruzar el paso que unía Irlanda y Escocia para enfrentarse a Benandonner, pero que al ver el poderío de éste, se echó atrás. Benandonner, envalentonado, decidió hacerle una visita, y la esposa de Fionn, asustada, decidió disfrazarlo de bebé, asegurándole a Benandonner que la criatura que había en la cuna era el hijo del gigante irlandés. Benandonner, viendo el tamaño descomunal del infante, se pensó mejor el desafiar al padre, y huyó aterrorizado de regreso a Escocia, destruyendo la Calzada a su paso, para evitar que éste le siguiera a su tierra. A historias parecidas deben su existencia, según las leyendas, la Isla de Man, el peñón de Rockall o la Cueva de Fingal, entre otros. Ya de por sí se decía que la propia Calzada original había sido construido, bloque a bloque, por el propio Fionn, para evitar mojarse los pies cada vez que hiciera una visita a Escocia.

Fion

La figura de Fionn creció, y las leyendas se multiplicaron, sobre todo aquellas referentes a sus descendientes y seguidores, los Fianna. Fionn se convirtió en una referencia para los irlandeses (y hasta cierto punto también para los escoceses) similar a la del Rey Arturo en Inglaterra: un rey durmiente que regresaría al mundo de los vivos para proteger a su pueblo de alguna gran catástrofe y/o para liderarlos hacia la gloria. Este sentimiento nacionalista en torno a la imagen de un héroe mítico se asentó, como en tantos países, con la llegada del Romanticismo, y se ha mantenido hasta la modernidad, el mismísimo Finnegans Wake de James Joyce se cree que es un juego de palabras con “Finn again is awake” (Finn de nuevo está despierto), en referencia a la venida del gigante. El poeta romántico James Macpherson anunció en 1761 el “descubrimiento” de una serie de manuscritos escritos por el bardo o poeta Ossian (de Oisín, el que se consideraba el propio hijo del héroe Fionn). Fue aquí donde el nombre de Fionn evolucionó hasta llegar al hoy en día más popular y conocido Finn McCool. Oisín, hijo de Finn y de su esposa, Sadbh, habría escrito los poemas épicos componentes del Fiannaidheacht o Ciclo Fenian, narrando las aventuras de Finn y de los suyos. Los poemas de Oisín/Ossian fueron inmensamente populares, hasta que comenzó a dudarse de su autoría. Macpherson había presentado los poemas como una traducción de documentos antiguos, sin embargo todo apuntaba a que se trataba de obras escritas y concebidas por él mismo. Con el tiempo, los estudiosos muestran cada vez mayor convicción de que, si bien Macpherson había sido el autor del ciclo de poemas, éstos se basaban en leyendas ya existentes de la tradición gaélica, y que probablemente hubiera dispuesto de algún documento original en el que basarse. Lamentablemente, su escarnio fue tal que los poemas perdieron popularidad, cobrando mayor notoriedad su existencia como estafa literaria en toda regla por encima de su tremendo valor literario e histórico.

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Un libro por minuto

AutorGabriella Campbell el 18 de julio de 2010 en Divulgación

Señor de las moscas

Internet ha supuesto un avance inmenso en el terreno educativo y, al mismo tiempo, cómo no, un retroceso. Y es que cuando uno se encuentra ante una asignación de lectura obligatoria, ya no hay que complicarse la vida: ya no es necesario buscar al estudioso de turno del que copiar, ni siquiera darse la ardua tarea de pasar los datos de una libreta a otra, ahora es tan fácil como buscar en la wikipedia, o en varios otras webs preparadas a tal efecto (no, no os vamos a facilitar los enlaces) para encontrar resúmenes, estudios y análisis de obras conocidas que sólo necesitan de un botoncito de impresora para engañar al profesor (aunque afortunadamente, los profesores también usan Internet y a veces se dan a la divertida tarea de introducir frases enteras en el Google para ver si aparecen).

Como una especie de parodia de esta tendencia, o tal vez una aproximación realista al mensaje con el que se quedan los lectores tras terminar algunos de los grandes clásicos literarios, existe la página web anglosajona Book-a-Minute (Un libro por minuto), que resume en escasas líneas, de manera humorística, el argumento de los libros más significativos. Aunque la web está, obviamente, en inglés, a continuación os traduzco algunos ejemplos de esta curiosa página web. Atención: No sigáis leyendo si no conocéis el final de los libros enumerados a continuación: Orgullo y prejuicio, el Infierno de Dante, El señor de las moscas, Retrato de una dama, La tempestad y David Copperfield.

Orgullo y prejuicio, de Jane Austen

Sr. Darcy:
Nada es lo suficientemente bueno para mí.
Srta. Elizabeth Bennet:
Nunca podría casarme con ese hombre orgulloso.
(Cambian de parecer).

El Infierno de Dante

Una mujer hace que Dante pase por un infierno.

El señor de las moscas, de William Golding

(Unos niños naufragan en una isla).
Ralph:
Necesitamos un fuego.
(Hacen un fuego. Se apaga).
Ralph:
Necesitamos un fuego.
(Hacen un fuego. Se apaga).
Ralph:
Necesitamos un fuego.
Jack:
Olvida el fuego. Vamos a matarnos entre nosotros.
Otros niños:
¡Venga!
(Y lo hacen).
FIN

Retrato de una dama, de Henry James

Caspar Goodwood:
Soy un tío majo que te quiere y tengo mucho dinero. Cásate conmigo.
Isabel Archer:
No.
Lord Warburton:
Soy un tío majo que te quiere y tengo mucho dinero. Cásate conmigo.
Isabel Archer:
No.
Gilbert Osmond:
Soy un buscavidas manipulador que te destrozará la vida. Cásate conmigo.
Isabel Archer:
Vale.

FIN

La Tempestad, de William Shakespeare:

Próspero:
Ariel, ayúdame a atrapar a mis enemigos en esta mi isla mágica.
(Próspero y Ariel usan su magia para atrapar a los enemigos de Próspero y llevar a cabo su venganza)
Próspero:
Ya es suficiente. Enemigos, os perdono a todos, y uno de vosotros se puede casar con mi hija. Yo me vuelvo a casa.

David Copperfield, de Charles Dickens:

David Copperfield:
Ay, pobre de mí. Mi vida no es más que una suma de tribulaciones.
Agnes Wickfield:
Tienes que sobrevivir. Te amo, David Copperfield.
David Copperfield:
Gracias. Yo amo a Dora Spenlow.
Agnes Wickfield:
Todavía te amo, David Copperfield.
David Copperfield:
Te amo, Agnes Wickfield.
FIN

Podéis encontrar estos clásicos ultracondensados en la web de Book a Minute. Afortunadamente, la web no se limita a destrozar clásicos, sino también grandes obras de la ciencia ficción y fantasía, narraciones infantiles y películas. ¿Para cuándo un equivalente hispano? ¿Se atreverá alguien a realizar un compendio de dos líneas del Quijote? Seguro que cualquiera podría hacerlo mejor que los de Book-a-Minute:

El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha:

Don Quijote:
Las leyes de la caballería me obligan a destruir esa cosa maligna.
Sancho Panza:
No, mi señor. Esa cosa es una cosa normal que no hace daño a nadie.
Don Quijote
(se cae)
FIN

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Diana Wynne Jones, creadora de mundos imaginarios

AutorGabriella Campbell el 17 de julio de 2010 en Divulgación

Castillo en el cielo

Aunque se han traducido y editado algunas de sus obras en España, es muy posible que a muchos de los lectores de este artículo el nombre de Diana Wynne Jones no les diga absolutamente nada. Y sin embargo, es un nombre íntimamente relacionado con otros que seguramente sí les sonarán.

Wynne Jones nació en 1934 en Londres, y en su autobiografía declara que su particular forma de escribir probablemente se deba a que con sólo cinco años el mundo se volvió loco. Y no es para menos, sus padres, pendientes del nacimiento de su tercera hija y asustados ante la inminencia de la guerra, llevaron a Diana y a su hermana Isobel (quien luego se convertiría en la célebre teórica literaria Isobel Armstrong) a vivir con sus parientes en la Gales profunda, algo que marcaría a las niñas para el resto de su vida. Aunque finalmente volvieron con sus padres en Essex, éstos se despreocuparon mayormente de sus hijas, ocupados por sus empleos como profesores, lo que les condujo a una infancia solitaria e imaginativa. Diana acabó entrando en Oxford, donde asistió a clases de grandes como C.S. Lewis o J.R.R. Tolkien. De Lewis, Diana recuerda que era un excelente orador, muy popular entre los alumnos. De Tolkien, que era importante sentarse lo más cerca posible del filólogo, ya que si no era imposible entender su suave murmullo. El mismo año en que se licenció, 1956, contrajo matrimonio con John Burrow, especialista en literatura medieval, con quien ha tenido tres hijos, Richard, Michael y Colin.

Es muy probable que siga sin deciros nada su nombre. Tal vez os dé más pistas si os digo que la mayoría de críticos coinciden en que J. K. Rowling le debe bastante a la Sra. Wynne Jones. Y es que todo esto de colegios para brujos, de niños con poderes, ya lo había hecho bastante antes Diana, y para muchos (entre los que me incluyo), bastante mejor. El humor oscuro de Diana, sus múltiples lecturas y su profundo conocimiento de la psique adolescente conducen a una serie de libros que, pese a su calificación de juveniles, son tremendamente adultos. La crítica está siempre presente en sus obras: la crítica a la discriminación, la crítica a la religión y al autoritarismo en todas sus formas; y un sentido agudo de empatía por esos terribles años de desconcierto que llevan a la madurez. Ha sido comparada frecuentemente con Neil Gaiman, autor con quien mantiene una estrecha amistad: ella le dedicó su novela Hexwood, y éste dedicó su conjunto de novelas gráficas Los libros de la magia a “cuatro brujas”, entre las que estaba Jones. En su país natal, Wynne Jones es una referencia constante para los escritores de fantasía, tal vez por su conocida obra La guía completa de Fantasilandia, en la que ridiculiza todos los tópicos de la fantasía de capa y espada.

Aquí en España, sin embargo, Wynne Jones ha dejado su marca sobre todo en los fans de Hayao Miyazaki (La princesa Mononoke, El viaje de Chihiro), quien adaptó uno de sus libros para su película de animación El castillo ambulante, que fue nominada al Óscar en 2005. En el presente, Diana se está recuperando de un cáncer de pulmón, y a sus 76 años sigue escribiendo y publicando maravillosas obras de fantasía para niños y adultos.

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La Trilogía de Nueva York

AutorGabriella Campbell el 16 de julio de 2010 en Divulgación

Trilogia de Nueva York

Los aficionados a la narratología han intentado establecer, en muchas ocasiones, una barrera separadora entre los conceptos de autor implícito y autor empírico. El autor empírico sería aquel que escribe un texto, y el autor implícito, aquel que se define como autor del texto dentro de dicho texto. Como ejemplo archiconocido podríamos poner a Cervantes, como autor empírico del Quijote, frente al autor implícito Cide Hamete Benengeli; o también podríamos mencionar a Salinger como autor empírico de El Guardián entre el Centeno, frente al autor implícito Holden Caulfield. Por supuesto un texto puede tener varios autores implícitos. ¿Todo claro? Bien, es fácil, ¿cierto?

Por otro lado, según la relación del autor con sus textos, Gerard Genette, en La literatura de segundo grado (1989) habló de cómo una sola obra puede contener diferentes tipos de textualidad, y por tanto diferentes tipos de autor. En un texto podemos encontrar referencias a otros textos del autor (lo que se conoce como intratextualidad), referencias a un texto anterior que luego se modifica (conocido como hipertextualidad) o una relación crítica con otro texto suyo o ajeno (metatextualidad). Y algunos teóricos abogan por el uso del término “autor textual”, que sería la imagen del autor real o empírico impuesta por el texto que estamos leyendo. Si bien existen muchos más tipos de autor dentro de la narratología, existen otros tantos (y no siempre equivalentes) tipos de lectores: el lector real, el lector al que está dirigida la narración, etc. En muchos sentidos, el autor implícito no tiene por qué ser el narrador (que puede ser, en un texto determinado, un personaje que no es el autor ni empírico ni implícito), y le lector implícito o real no tiene que ser el narratario, por la misma razón. Por otro lado estaría lo que Walker Gibson y Booth definieron como el mock reader, ese lector hipotético que tiene en mente el autor cuando escribe. ¿A que la cosa se empieza a complicar?

Toda esta danza de autores y lectores queda perfectamente embrollada en La trilogía de Nueva York de Paul Auster. Compuesta de tres novelas: La ciudad de cristal, Fantasmas y La habitación cerrada, forma una tríada de intercambio y de mise en abyme francamente escalofriante, constituyendo sobre el papel la pesadilla de cualquier narratólogo. Su base es la novela negra, la novela de detectives, que es usada como justificación para desarrollar un profundo estudio sobre la naturaleza del lenguaje y de la propia escritura. Su amor por lo literario y lo lingüístico, ámbitos que entremezcla y con los que realiza complejos malabares, puede recordar en ocasiones a Umberto Eco, a sus juegos y enigmas. Sin embargo los enigmas de Eco tienen solución, aunque dicha solución no esté siempre presente en el texto, tienen un porqué y tienen una vida natural. Los enigmas de Auster existen sólo por el amor hacia el enigma en y se desvían significativamente no sólo de la novela de detectives clásica, sino de la propia estructura narrativa.

Auster

Lamentablemente, en su afán de teórico, Auster parece olvidar su perfil de narrador. No hablo del narrador como figura participativa del acto narrativo, sino del narrador como fabricante de historias. Auster usa a sus personajes para sus fines de teórico, no les concede personalidad propia ni les permite obtener vida más allá de las palabras: su creación de historias intrigantes y maravillosas termina, una y otra vez, en un derrumbamiento que sólo tiene sentido en su pletórico mundo de palabras, ninguno en el físico mundo de los eventos. Sus personajes enloquecen, una y otra vez, atrapados por una soga de frases y letras, de manera abrupta e inexplicable. No existe la acción narrativa: no hay cadena coherente de argumentos. La trilogía de Auster es un tremendo y excelso ejercicio de estilo, pero es muy posible que no esté compuesta de novelas.

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Los libros de las primeras damas

AutorGabriella Campbell el 15 de julio de 2010 en Divulgación

Hillary Clinton

En Estados Unidos existe una tradición, me atrevería a decir que centenaria (ya que arranca en 1840), por la que cada cierto número de años entran en competencia en número de ventas dos biografías muy particulares: las de los presidentes y sus primeras damas. Aunque tradicionalmente las autobiografías de las señoras de los presidentes se han enfocado hacia un público mayoritariamente femenino (teniendo un formato más de diario de estilo y memorias que de autobiografía política; las memorias de Edith Wilson, por ejemplo, publicadas en 1939, aparecieron de manera serial en revistas para mujeres, cuyas lectoras estaban más interesadas en los vestidos que utilizaba la primera dama que en importantes encuentros diplomáticos), en los últimos años esto ha ido cambiando, siendo tal vez la obra de Hillary Clinton la de naturaleza más política (lo cual es lógico teniendo en cuenta su propia carrera, no necesariamente vinculada a la de su marido); y Laura Bush ha conseguido llegar recientemente nada menos que al número uno de la celebrada lista del periódico estadounidense The New York Times. Es en precisamente este periódico donde Craig Ferhman ha escrito un interesante ensayo (parte de un libro que está preparando sobre los libros escritos por presidentes de los EEUU) enumerando las memorias más exitosas y conocidas salidas de la pluma de estas “mujeres de”. Históricamente se trata de obras poco polémicas, en las que estas mujeres retratan el día a día en la Casa Blanca, y que sirven para que el ciudadano de a pie pueda satisfacer su curiosidad sobre cómo es vivir junto a uno de los hombres más poderosos del mundo.

Como ocurre con cualquier persona que esté en el punto de mira del público lector, en muchas ocasiones estas autobiografías surgen en respuesta a un gran número de biografías no autorizadas. Es evidente que, ante la oferta de múltiples obras que no son necesariamente fieles a la verdad, las personas aludidas sientan la necesidad de aclarar algunos aspectos de su vida sacados de contexto, exagerados o directamente inventados. En el caso de Laura Bush, la esposa de George W. Bush, antes de la publicación de su propia narrativa, había disponibles varias versiones de su vida, siendo las más conocidas las de Antonia Felix, Ann Gerhart o Beatrice Gormley. No parece, sin embargo, haber libros tremendamente sensacionalistas sobre la Bush; a pesar de las polémicas que siempre rodearon a su marido, Laura ha gozado de un inmenso aprecio y respeto por parte de la mayoría de los estadounidenses.

Por supuesto esta tradición de “presidentas” escritoras no se limita a Estados Unidos, pero no parece que aquí en España haya sido tan popular esto de escribir autobiografías, por lo menos en lo que se refiere a primeras damas. Exceptuando a Ana Botella y su Mis ocho años en La Moncloa, no parece que ninguna primera dama haya publicado una autobiografía (por favor corregidme si me equivoco). Es posible que esto se deba a la todavía joven democracia española, o a que, de muchas maneras, sigue siendo la Reina la que ostenta el cargo de “primera dama” española, como demuestra el gran número de ventas de sus libros-entrevistas por Pilar Urbano.

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Grandes escritores que nunca obtuvieron un Nobel

AutorGabriella Campbell el 14 de julio de 2010 en Divulgación

Borges

El año pasado, la página web compiladora de listas por excelencia, Listverse, publicó un artículo con los que concebía como los diez escritores más merecedores del Premio Nobel de Literatura que no habían llegado a conseguirlo. Seguramente, desde España, diríamos alguno más que se quedó en el tintero, pero éstos son los que ellos eligieron:

-Jorge Luis Borges. Borges se ha convertido en un auténtico referente cultural, y muchos de nosotros podemos preguntarnos exactamente por qué este icono literario no consiguió el anhelado galardón. La razón parece ser meramente política: al jurado no le gustó el apoyo que el escritor prestó al dictador chileno argentino Pinochet y a otros dirigentes de extrema derecha.

-Vladimir Nabokov. Muchos se cuestionan por qué el escritor de origen ruso, nacionalizado estadounidense, no obtuvo el galardón al estar nominado para ello en 1974 (al que también estuvo nominado Graham Greene), y las malas lenguas señalan que los que finalmente ganaron, de forma conjunta, Eyvind Johnson y Harry Martinson, lo hicieron gracias a que pertenecían al propio comité seleccionador del premio.

W. H. Auden. Aunque para nosotros es menos conocido, Auden tuvo (y tiene) un inmenso peso en el mundo anglosajón, influyendo notablemente en el mundo poético. Sin embargo, una serie de errores que cometió al traducir una obra del ganador del Nobel de la Paz, Dag Hammarskjold, y su adherencia al rumor acerca de la homosexualidad de éste, le granjearon significativas antipatías que podrían haberle evitado ser galardonado.

Robert Frost. Y ya que estamos en el tema de grandes poetas anglosajones, muchos se preguntan por qué uno de los más grandes no consiguió nunca el premio literario por excelencia. Frost obtuvo nada menos que cuatro Premios Pulitzer, pero esto no hizo inmutarse al comité sueco, que consiguió ignorarlo durante unos veinte años.

-Emile Zola. El grande del naturalismo, el excelente Zola, no fue premio Nobel. El porqué responde a una tonta confusión que le costó el trofeo a varios escritores más: una mala interpretación de la voluntad del difunto Alfred Nobel, quien estipuló que el Premio de Literatura fuera entregado a escritores con “la obra más notable de tendencia idealista”. El comité seleccionador, durante muchos años, interpretó esto de una forma política, manifestando que el autor galardonado debía cumplir con una serie de requisitos ideológicos ejemplares.

-Henrik Ibsen. Ibsen, el gran dramaturgo noruego, fue víctima también de esta confusión absurda. Los seleccionadores decidieron que no estaba “conduciendo al mundo literario en la dirección adecuada”, y fue sistemáticamente ignorado para el premio.

-Marcel Proust. El famoso autor de En busca del tiempo perdido fue también pasado por alto, aunque estuvo nominado en 1920. Se cree que perdió debido a que el ganador, Knut Hamsun, era de nacionalidad noruega, por lo que parece ser le era más simpático al comité sueco que el francés Proust.

-James Joyce. Nadie sabe muy bien por qué Joyce fue también olvidado. Considerado hoy en día uno de los mayores escritores de nuestro tiempo, nunca consiguió el ansiado premio.

-Leo Tolstoi. Nominado por muchos a mejor novelista de la historia, no pudo convencer al comité del Nobel, quien argumentó lo mismo que con Zola e Ibsen, marcando al célebre autor ruso como una víctima más de la controvertida y mal entendida última voluntad del creador del premio.

-Mark Twain. Es posible que aquí sea más que obvia la preferencia de los estadounidenses por su autor favorito. Si bien para los europeos Twain no es un escritor tremendamente relevante, para los lectores de Estados Unidos se trata de uno de los autores más influyentes de su historia. A éstos no parece hacerles mucha gracia que su escritor fetiche haya sido vencido repetidamente, en un total de diez ocasiones, quedándose sin premio.

¿Qué otros escritores, ya fallecidos, pensáis que merecían un Nobel pero nunca llegaron a recibirlo? ¿Conocéis otras posibles razones por las que los escritores mencionados no llegaran a tener el galardón en sus manos?

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AutorGabriella Campbell el 1 de julio de 2010 en Divulgación

Bernard Shaw

-El dramaturgo George Bernard Shaw recibió una vez una tarjeta de visita de una dama conocida por buscar la amistad de personas famosas. La tarjeta decía “La Señora X se encontrará en su domicilio el martes de la semana siguiente, entre las cuatro y las seis de la tarde“. Shaw respondió inmediatamente con una pequeña nota que decía: “El Sr. Shaw, también”.

-En el año 1974 casi todos pensaban que el Nobel de Literatura sería para el poeta Rafael Alberti. La Academia Sueca quiso conocer personalmente al escritor, pero éste, argumentando que no se le había perdido nada en Suecia, prefirió viajar a Italia, donde le concedían un premio que consistía en varias botellas de buen vino.

Walter Swan es un estadounidense decidido a vender sus libros cueste lo que cueste. Tras una autoedición poco efectiva, abrió una librería en Arizona llamada “The One Book Bookstore” (La librería de un solo libro), que sólo vendía copias de su libro. Con el tiempo abrió otra, llamada “The Other Book Bookstore” (La librería del otro libro). Lleva ya más de 30000 copias vendidas.

-Manuel Mujica Láinez, escritor y crítico argentino, contaba siempre una anécdota acerca de la princesa Puczyma, una noble polaca que trabajaba en el Archivo de La Nación y que odiaba a los judíos. En un baile y rodeada de gente, la princesa conoció al escritor y periodista Alberto Gerchunoff y le preguntó si era judío. Gerchunoff le contestó “sí, y si usted quiere pongo la prueba en sus manos”.

-Arthur Conan Doyle, el célebre creador del personaje de Sherlock Holmes, viajó en una ocasión a Suiza. Al llegar a Zurich se montó en taxi, y una vez llegó a su destino el taxista le comentó que no le cobraría, pero que por favor le dedicara un libro. Conan Doyle, sorprendido, le preguntó al taxista que cómo sabía que era escritor, a lo que el taxista le respondió: Eso es muy fácil. Está usted en Zurich, pero sus zapatos están cubiertos de un polvo que no es de Zurich. Por él diseño de los zapatos, veo que son ingleses. Luego, es polvo inglés. Tiene una mancha de tinta en los dedos, luego, es usted escritor y escritor británico. Alucinado, Conan Doyle le respondió: “Es ud. más listo que Sherlock Holmes”. A esto el taxista le contestó: “Sí señor, además en sus maletas está escrito claramente Arthur Conan Doyle”.

-El escritor, político e historiador anglo-francés Hilaire Belloc afirmaba avergonzarse de tener que escribir determinadas obras para ganarse la vida. En los años 30, mientras iba en tren, se dio cuenta de que el hombre que se sentaba frente a él estaba leyendo un tomo de su Historia de Inglaterra. Tras preguntarle al hombre cuánto le había costado el ejemplar, sacó dicha cantidad de su bolsillo, se lo dio, le arrebató el libro y lo tiró por la ventana.

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La polémica shota

AutorGabriella Campbell el 22 de junio de 2010 en Divulgación

Manga

Es bastante frecuente, al hablar del público lector, no tener en cuenta algunos de los géneros que tienen mayor trascendencia. Así, la fantasía épica y la ciencia ficción reciben un trato algo minoritario por parte de críticos y analistas, a pesar de tratarse del tipo de literatura más consumido en la adolescencia, por ejemplo. Lo mismo ocurre con el cómic.

No sólo estoy hablando del cómic estadounidense de superhéroes, ese formato a lo Marvel o DC que tanto ha popularizado el cine, habitualmente asociado a lectores jóvenes (si bien grandes como Alan Moore o Frank Miller han hecho, gracias también a las adaptaciones cinematográficas, que el género se entienda también como un placer adulto). Hablo de un formato que mueve millones (y que mueve a millones). Estoy hablando del manga.

En España es común denominar otaku a una persona aficionada al manga y a sus versiones para televisión y cine, sin embargo en Japón, productor mangaka por excelencia (aunque China y Corea copan cada vez más mercado), esta denominación tiene connotaciones despectivas, refiriéndose a una persona demasiado aficionada al manga y al anime, una especie de obseso de estos productos, derivados y similares. Éste sería el caso extremo, ya que en Japón la lectura del manga está muy generalizada, y existe todo un surtido de géneros según la temática y el público objetivo del manga, que puede estar orientado a colectivos muy específicos, como por ejemplo el manga para chicas pre-adolescentes. No hay límite de edad para el manga, y éste goza de la misma aceptación que para nosotros tiene cualquier best-seller, convirtiéndose sus más conocidos autores en auténticas estrellas.

En la actualidad existe una comunidad extensa internacional que disfruta también del manga. No se trata de un producto que abunde en países occidentales, a los que se exportan los títulos más populares, muchas veces conocidos por sus adaptaciones para televisión, así que los aficionados necesitan otra manera de acceder a sus lecturas favoritas. Aquí entran los scanlators, personas que se dedican a escanear los mangas originales y traducirlos a otros idiomas (evidentemente, suelen ser traducciones al inglés), para después subir los resultados en formato digital a la web. De esta manera se han hecho tremendamente populares páginas web como mangafox o onemanga, que se dedican a reunir y categorizar por géneros todos estos escaneados dispersos por la red.

El problema surge inevitablemente debido al choque cultural y las diferencias legales entre Japón y otros países. Por supuesto, dentro del manga hay un género específico pornográfico, el hentai, además de otro género límite, no necesariamente pornográfico pero siempre adulto y tratando temas de violencia o erotismo, conocido como ecchi. Hasta aquí bien, después de todo la web ofrece este tipo de contenidos para mayores en muchos idiomas y países. La complicación aparece con lo que en el manga se conoce como Shotacon y como Lolicon, dos géneros que suelen erotizar a niños. En estos géneros aparecen relaciones entre personas adultas y personas menores de edad, más o menos explícitas. La cultura del manga de por sí tiende a infantilizar a muchos de sus protagonistas (su estética general de grandes ojos y personajes hipersensibles hace que muchos de éstos parezcan menores de lo que se supone que son), pero con el shota (donde los protagonistas son niños) y el loli (donde son niñas), da un paso más. Hay quien argumenta que esto no tiene nada de pernicioso, ya que no se está haciendo daño a ningún niño, y que estas publicaciones pueden servir como vía de escape legal a personas con inclinaciones pedófilas, pero ésta es la argumentación minoritaria. Desconozco cuál es la postura oficial de Japón frente a este tipo de publicación pero es obvio que para el occidental medio se trata de algo, cuanto menos, escandaloso.

Y así se lo ha parecido a Google Adsense, que, tras recibir una carta de queja de un usuario que comentaba que las páginas de scanlators contenían material de este tipo, ha amenazado con retirar su publicidad a este tipo de páginas si no eliminaban este contenido de sus servidores (la política de Google no admite anuncios en páginas de contenido adulto). Así, a páginas como Mangafox, que subsisten gracias a la publicidad de Google, les ha faltado tiempo para borrar dichas categorías, hasta el punto de que la empresa dueña de ésta, NOEZ, lo hizo sin avisar siquiera a los propios administradores de la página. En un ejercicio de pánico absoluto, no se han limitado a eliminar lo referente al shota y al loli, sino también al yaoi (homosexualidad masculina), yuri (homosexualidad femenina), ecchi y cualquier cosa que sonara a adulto. Aunque ya se han recuperado algunas de las categorías, y sigue siendo posible acceder a otras a través de etiquetas y otros trucos, es de lógica que la comunidad de amantes del manga no esté contenta (sobre todo una turba furiosa e inmensa de mujeres amantes del tremendamente popular yaoi). La polémica continúa, y quién sabe cómo terminará. Lo que queda claro, por encima de consideraciones morales o legales, es que siguen siendo los grandes distribuidores de publicidad los que mandan en la World Wide Web, como en tantos otros medios de comunicación.

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