La última estación
León Tolstoi abogó durante su vida por la pobreza y la castidad. En la práctica no se le daban muy bien ninguna de las dos cosas, como explicó en sus diarios su esposa, la condesa Sofia Andreyevna Tolstaya.
Sofía es un ejemplo más del polémico estereotipo de “mujer de”, “esposa de” o incluso “musa de” de un escritor que ha pasado a la eternidad del panteón literario. Cuando se casaron, Sofía tenía 18 años y León tenía 34. Tuvieron 13 hijos, de los cuales 8 sobrevivieron a la infancia. Sofía intentó convencer a su tozudo marido de que utilizaran algún tipo de método anticonceptivo, pero sus ruegos cayeron en saco roto, el adalid del autocontrol y la abnegación tenía ciertos problemas cuando se trataba de mantener sus manos lejos de su adinerada esposa, igual que le costaba conciliar sus teorías obreras con la opulencia de su vida diaria. Sofia era también su amanuense, su secretaria, su editora, pero su opinión no tuvo ningún valor cuando León se decidió por el Creative Commons de la época y lanzó al mundo libre sus derechos de autor. Como si eso fuera poco, el discípulo más importante de Tolstoi, Vladimir Chertkov, dedicó parte de su obra a desprestigiar a la esposa del autor, y casi consiguió impedir que estuvieran juntos en el lecho de muerte de éste.
Curiosamente la revalorización del papel de Sofía ha llegado de la mano de la espléndida y condecorada Helen Mirren, quien tomó su papel en la película La última estación, basada en la novela homónima de Jay Parini. La situación de Sofía recuerda a la de tantas otras viudas y esposas que se vieron relegadas casi al anonimato tras la muerte de un hombre de portentosa fama y talento. Peor aún, hasta la biografía de Parini, era de creencia popular que la mujer de Tolstoi fue una influencia represiva en la vida del autor. Parini ha recuperado la figura de Sofía, demostrándonos la fundamental importancia que tuvo esta mujer en la vida de Tolstoi: primero, como el amor de su vida, segundo como la persona que lo mantuvo a nivel económico y social, y tercero, como editora y correctora constante de sus obras. Parece injusta la imagen que de ella concibió y promocionó Chertkov, la de mujer neurótica y represora, frente a la imagen que ofrece Parini: la de compañera, transcriptora y salvadora, madre de sus hijos y firme ancla de la realidad contra la posición política, ciertamente poco práctica, del espiritualista ruso. El conflicto constante de Tolstoi; realidad contra idealismo, escritura contra fama, influencias externas contra el calor familiar; se muestra siempre presente en la figura de la condesa: la mujer noble y acogedora que supo darle el equilibrio que necesitaba, al tiempo que demostró ser un eficiente contrapeso para una ideología esquiva que dominaba el cerebro del autor ruso. Tolstoi cumple con creces su papel de escritor atormentado, pero es ya común la noción de que dicho tormento afecta no sólo al autor, sino a los que lo rodean, a sus seguidores más cercanos, a aquellos que dedican su vida a atenuar su sufrimiento y a protegerlo del mundo real que acecha. Sofía fue una influencia poderosa en su existencia, un peso fundamental en su balanza de política y literatura, y es maravilloso poder reconocer, por fin, el papel de una esposa en el desarrollo personal y estético de uno de los más grandes novelistas de nuestra época.
La última estación