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Gabriella Campbell (Página 37)

Anécdotas de escritores VIII

AutorGabriella Campbell el 15 de octubre de 2010 en Divulgación

Isaac Asimov

-El escritor Alan Furst se impuso algunas condiciones muy raras cuando creó sus primeras novelas. Las escribió con un ojo cerrado, los pies atados, con la mano izquierda y con un lápiz casi sin punta. No es el único escritor con manías peculiares; Ernest Hemingway a menudo escribía en la cama, Graham Greene escribía exactamente 500 palabras al día, dejando una frase a medias si era necesario, y James Joyce escribía siempre en una esquina.

John Berdan, profesor de creación literaria de la prestigiosa Universidad estadounidense de Yale, le llevó un día a sus alumnos un escrito que era realmente horroroso; sus alumnos criticaron duramente la composición. Esto es muy interesante<, dijo Berdan. Lo escribí yo mismo. Me pasé dos horas realizando un esfuerzo tremendo para conseguir un texto que tuviera todas las características de una escritura nefasta, y creo que lo he conseguido. Lo que me sorprende sobremanera es cómo vosotros conseguís presentar textos como este todos los días en menos de diez minutos.

James Joyce tardó siete años en completar su Ulises, del que decía que “tenía todas las palabras pero no sabía en qué orden ponerlas”. Ulises fue rechazado por varios países hasta que consiguió ser publicado en Francia en 1922 (en Estados Unidos estuvo prohibido hasta 1933, año en el que un juez declaró que “no era obsceno”). En cuanto a Finnegans Wake, tardó nada menos que diecisiete años en terminarlo; Dublineses fue rechazado por 22 editores hasta que consiguió su publicación.

-En 1965, un editor británico casualmente acabó en la redacción de una revista donde trabajaba Mario Puzo, a quien oyó contar historias sobre la mafia italiana. El editor le ofreció un adelanto para un libro sobre el tema y así nació El Padrino. Más adelante, Puzo reveló en quién se había inspirado para crear el personaje de Don Vito Corleone, ¡en su propia madre! Según Puzo, su mama era una mujer maravillosa y bella, pero no tenía muchos escrúpulos.

-El conocido escritor de acción e intriga Tom Clancy quiso servir en Vietnam, pero no lo aceptaron por sus problemas de vista. Sin embargo, aunque nunca había estado en un submarino, su descripción de uno en La caza del Octubre Rojo era tan detallada que el entonces secretario de la Marina, John Lehman, comentó que, de haber estado Clancy bajo su mando, lo habría hecho arrestar por violaciones de seguridad. A pesar de esto, el manuscrito fue rechazado por varias editoriales, para ser publicado finalmente por la editorial oficial de la marina estadounidense. Más tarde, el entonces presidente Ronald Reagan recomendó públicamente el libro, lo que llevó a un éxito inmediato que se tradujo en innumerables ediciones y traducciones.

-La madre del autor de ciencia ficción Isaac Asimov, tras vender el negocio familiar, decidió asistir a una escuela nocturna y aprender a escribir en inglés (ella dominaba el idioma pero sólo sabía escribir en yiddish y ruso, así que tenía que aprender a usar la grafía latina). Le escribía cartas en inglés a su hijo para practicar, y un día uno de sus profesores se atrevió a preguntarle si su hijo era, por casualidad, el famoso Isaac Asimov. Ella, orgullosa, le contestó que sí. Ah, dijo el profesor, eso explica que ud. escriba tan bien. No, contestó ella, eso explica por qué él escribe tan bien.

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Anécdotas de escritores VII

AutorGabriella Campbell el 10 de octubre de 2010 en Divulgación

Truman Capote

Estaba Truman Capote cenando una noche en un restaurante de Nueva York cuando se le acercó un gran grupo de mujeres que lo habían reconocido, pidiéndole un autógrafo. El marido de una de ellas, molesto ante tanta admiración, afirmó que era absurdo dedicarle tanta atención femenina a un hombre homosexual, y se acercó él mismo a la mesa del autor, se desabrochó los pantalones, se sacó el miembro y le sugirió al escritor que se lo firmara. Capote lo examinó con educación y le respondió: “No sé si podría firmárselo, a lo mejor podría simplemente ponerle mis iniciales”.

-En una ocasión, Mark Twain asistió a una gala que tenía como objeto recaudar dinero para alguna causa benéfica. Uno de los conferenciantes empezó a hablar sobre la necesidad de contribuir a esta causa y Twain decidió que donaría cien dólares. Sin embargo, como el conferenciante seguía hablando y hablando y comenzaba a aburrir a los asistentes, Twain decidió reducir su donación a la mitad. Y la conferencia se alargaba más y más, por lo que Twain se desesperaba y decidió reducir la donación a 10 dólares. Finalmente, cuando pasaron la cesta de recaudación y ésta llegó hasta él, Twain cogió un dólar de la cesta antes de pasársela al asistente más cercano.

-Una revista británica creó un concurso que premiaría a la mejor parodia que recibiera de la obra de Graham Greene. Cuando el jurado falló su decisión y se hizo público el nombre del ganador, la revista recibió una carta del propio Greene, quien expresaba su satisfacción al saber que había ganado el señor John Smith, y su decepción de que otros dos participantes, John Doakes y William Jones, no hubieran recibido ni siquiera una mención de honor. Los tres nombres eran pseudónimos del propio Greene, que había enviado como concursantes extractos de obras suyas que no habían llegado a ser publicadas.

-Mazo de la Roche, escritora canadiense famosa por sus novelas de la saga Jalna, envió una vez un relato a la revista literaria Tamarack Review. Cuando rechazaron su manuscrito con cordiales excusas, la autora les respondió de la siguiente forma: “No me sorprende que no os gustara el relato. A Carolina (la compañera de la autora) no le gusta, y a mí tampoco me agrada mucho, pero como nunca me han gustado las obras que publica vuestra revista pensé que tendría bastante éxito”.

-En 1926, Ernest Hemingway abandonó a su primera mujer, Hadley Richardson, con la que tenía un niño pequeño, por una escritora rica llamada Pauline Pfeiffer. Cuando, poco tiempo después, le preguntaron al autor por qué lo había hecho, respondió: “Porque soy un bastardo”.

-El escritor danés Hans Christian Andersen fue huésped durante un tiempo de la familia Dickens, que acabó francamente harta de éste y que no sabía cómo hacer que se marchara. Dickens escribió una nota que pegó sobre el cabecero de la cama de la habitación de invitados. La nota decía: “Hans Andersen durmió en esta habitación durante cinco semanas, que a la familia Dickens le parecieron SIGLOS”.

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Los hijos de las tinieblas, de José Antonio Cotrina

AutorGabriella Campbell el 8 de octubre de 2010 en Reseñas

Los hijos de las tinieblas

Existe un dicho muy común y generalmente aceptado como verídico: “Segundas partes nunca fueron buenas”. Afortunadamente, en el caso de “Los hijos de las tinieblas”, las segundas partes no sólo son buenas sino, curiosamente, incluso mejores que la primera.

De entrada, el libro cayó en mis manos de manera poco probable. Su título parece indicar dos cosas: que se trata de una novela de fantasía épica y oscura, y que está dirigido a un público adolescente. No es el mejor título para una lectora que se pasó años de su vida sumergida en obras de tinte académico con rótulos de más de diez palabras (sin incluir los subtítulos). De primeras, no es el tipo de libro que devoraría por elección propia. Sin embargo, como buena aficionada a la ciencia ficción, y con grandes esperanzas depositadas en la ciencia ficción española, tuve la suerte de leer algunas obras de José Antonio Cotrina en su primera época, cuando escribía para pequeñas editoriales libros cyberpunk dirigidos a adultos, y la tremenda calidad de su producción literaria me empujó a examinar sus creaciones juveniles, de ahí mi interés por el Ciclo de la Luna Roja, cuya primera parte, La cosecha de Samhein, no me dejó indiferente.

Coincido con el propio autor cuando afirma que es complicado hablar de una segunda parte sin desvelar puntos primordiales de la primera ante quienes no han leído esta. La trama de Los hijos de las tinieblas es una continuación directa de La cosecha de Samhein pero, al mismo tiempo, no tiene mucho que ver con ésta. Si en la primera parte nos encontrábamos con una ciudad terrible, Rocavarancolia, responsable de todo tipo de amenazas y pesadillas, en la segunda conocemos mucho más sobre los protagonistas y sobre la amenaza que ellos mismos pueden representar para sí mismos. Rocavarancolia queda relegada a un segundo plano, es la Luna Roja y lo que significa su aparición lo que realmente nos hiela la columna vertebral. Y es que Cotrina no se detiene a la hora de crear espacios fantasmagóricos y terribles, pero al mismo tiempo insiste en la capacidad del milagro, de la maravilla, de lo tremendo. El feísmo adopta un papel principal, en cada giro argumental, en cada esquina narrativa existe una vuelta de tuerca donde la belleza y el sentido de lo extraordinario se ocultan tras el rostro de lo monstruoso. Se trata, ante todo, de un carnaval de ilusiones donde la muerte y el peligro son el atractivo principal de un teatro efímero donde la existencia se cubre de fenómenos espléndidos y temblorosos hasta que la fortuna y la desventura deciden arrancarla de cuajo. Cotrina no muestra absolutamente ningún respeto por la vida ni por la cordura de sus protagonistas, y esto supone un soplo de aire fresco dentro no sólo de la literatura fantástica, sino dentro de toda la literatura juvenil, que habitualmente huye de la madurez propia de sus lectores para ofrecer una versión edulcorada e infantil del acto narrativo. Con un lenguaje colorido, rico, pero accesible, el autor nos acerca a un mundo á la Barker donde se manifiesta la eterna metáfora en la que se basa toda buena obra juvenil: aquella que habla de la pubertad, el abandono de la inocencia y la llegada a la edad adulta.

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¿Para qué leer? Los intangibles beneficios de la lectura

AutorGabriella Campbell el 26 de septiembre de 2010 en Divulgación

Lectura cerebro

Si lo piensas, leer un libro es, en cierta forma, como hacer la cama. ¿Qué sentido tiene hacerla si al cabo de unas horas vas a deshacerla otra vez? ¿Qué sentido tiene leer un libro si de aquí a un mes es posible que no recuerdes ni su título?

Algunos tienen mejor memoria que otros pero, para la mayoría del público lector, los detalles contenidos en un libro desaparecen de su memoria casi en su totalidad. Por supuesto recordaremos bastante de un libro favorito (que además habremos leído varias veces), pero probablemente hayamos olvidado el nombre de la protagonista de una obra que leímos hace treinta días. Recientemente, el escritor estadounidense James Collins trató el asunto en un artículo del New York Times, donde admitía su fracaso a la hora de intentar recuperar datos de su memoria acerca de un libro en concreto que recordaba haber leído con gran interés. Collins admite que el acto de lectura es válido por sí mismo, por el goce estético y por el puro entretenimiento que suele acompañarlo, y otros autores suelen argumentar que su interés por lo literario y por la lectura en particular se inició de pequeños, marcados por algún libro en concreto. Francis Spufford, un conocido crítico y periodista británico, aseguró que su obsesión por la lectura le llegó de la mano de El Hobbit de J.R.R. Tolkien, y El señor de los anillos también ha sido culpable de numerosas largas historias de amor bibliófilo.

Sin embargo, ¿hay algo más? ¿Alguna razón más, más allá del propio disfrute, que nos justifique la lectura? Por lo visto sí la hay. Desde el punto de vista científico, el impacto de la lectura en el campo de la neurolingüística es tremendo. Leer crea nuevos caminos y redes en nuestro cerebro, originando conexiones que no tendríamos de otra forma. En otras palabras, lo que leemos interviene de manera directa en la formación de nuestra personalidad y nuestro conocimiento. Al igual que miles de factores crean lo que nos rodea, la cultura en la que estamos inmersos, lo que leemos crea una textualidad propia que nos define. Aunque no recordemos nada sobre un libro, la lectura sigue ahí, almacenada en nuestra memoria y actuando como un pequeño factor más en nuestra estructura de pensamiento. Así, de la misma manera que hacer la cama todos los días establece una disciplina y fomenta el orden, leer con frecuencia tiene su propia y potente utilidad, ya que está sometiendo a nuestro cerebro a un bombardeo de información, mejorando y fortaleciendo sensiblemente varios de sus procesos. Otras actividades tienen efectos similares (ver una película, contemplar una obra de arte), pero pocas tienen el impacto sobre la imaginación y la creatividad que tiene un libro. Y el contenido del libro influye en lo que eres, en tu conjunto. En conclusión, cada libro te está haciendo un poco más tú.

Así que la próxima vez que te asombres ante todo lo que has olvidado de un libro, no te preocupes, las horas invertidas no han sido en balde. Incluso en el caso del libro más aburrido, al que hayamos prestado poca atención, hemos tenido ocupado a nuestro cerebro y hemos aportado un granito de arena más al desarrollo de nuestra inteligencia.

Terry Pratchett y el derecho a morir

AutorGabriella Campbell el 23 de septiembre de 2010 en Noticias

Tiffany Aching y los Nac Mac Feegle

No hace tanto, el mundo de la literatura sufrió una conmoción al enterarse de que el hijo predilecto de la fantasía cómica, Terry Pratchett, sufría un tipo poco habitual de Alzheimer. Ante la penuria demostrada por sus fans, el autor no tuvo reparos en recordarle, al igual que uno de sus personajes más conocidos, Granny Weatherwax (Yaya Ceravieja) que no estaba muerto todavía.

Como corresponde a una de las voces más influyentes del panorama cultural británico, Pratchett ha realizado un seguimiento intensivo a su enfermedad, llegando a compartir las consecuencias de ésta en un documental para la televisión inglesa. El autor narra su progresiva decadencia con cierto humor negro que le es propio, sigue escribiendo, o más bien dicta a un programa de reconocimiento de voz, ya que él se ve incapaz de escribir y no recuerda la forma de las palabras, aunque habla con la fluidez que siempre le ha caracterizado. Su aguda percepción del avance de su enfermedad, junto con su propia experiencia en cuanto a la larga y tortuosa muerte de su propio padre, han llevado al autor a pronunciarse a favor de la muerte asistida, postura sobre la que habló largo y tendido en la conferencia Dimblebly, un importante evento de carácter anual, transmitido a principios de febrero de este año por la BBC. Pratchett se lamenta de la cantidad de personas que han tenido que salir de su país para morir con ayuda de Dignitas, la organización suiza especializada en eutanasia, y solicita la renovación legal en este área en el Reino Unido. Propone la creación de un tribunal que juzgue, con la antelación suficiente, la conveniencia de prestarle a un paciente la muerte que solicita, sea debido a una enfermedad terminal, una situación de minusvalía o incapacidad intolerable o a un nivel de dolor crónico incontrolable. El autor confiesa que no se vería capaz de solicitarle a sus propios familiares ayuda en una muerte asistida si ésta supusiera problemas legales para ellos, pero recordando el triste caso de su padre reconoce que no hubiera dudado en prestarle auxilio de esta manera si lo hubiera solicitado, considerándolo un deber filial.

Si bien muchos temíamos que su novela previa, Nación, fuera a ser la última, Pratchett sigue luchando contra su enfermedad de la manera que mejor sabe: creando. Lleva ya más de 60000 palabras de su nueva obra, I Shall Wear Midnight Snuff, en la que, según asegura, el humor será más negro, la realidad será más deprimente y los acontecimientos, más crueles. Pero no importa porque, después de todo, ésta es una novela juvenil (la última de la serie de Tiffany Aching y los Nac Mac Feegle), y Pratchett asegura respetar que los niños y jóvenes adolescentes todavía tienen firmemente instalada en su mente la noción de que toda conclusión narrativa ha de ser, por necesidad, feliz. En un mundo ideal existiría esa misma justicia poética y el final de toda narración, de toda vida, sería también, por necesidad, muy feliz.

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Amazon, el ebook y el libro objeto

AutorGabriella Campbell el 12 de septiembre de 2010 en Opinión

Arte y Libro objeto

Amazon lo ha confesado: en los últimos meses ha vendido más libros electrónicos que en tapa dura. La conveniencia de la compra en línea, los lectores digitales y su inmensa capacidad de almacenamiento, la modernidad del texto en pantalla y lo ajustado de su precio (aunque menos de lo que quisiéramos) son todos factores que influyen en este cambio drástico. A pesar del inmenso éxito del libro impreso, éste no es ni de lejos un formato eficiente a nivel económico, prueba de ello son las tiradas inmensas a las que recurren las editoriales buscando el precio justo, y las hogueras también inmensas a las que someten a todos los ejemplares no vendidos. Habría que preguntarle al respecto al mismísimo Gutenberg, que murió en la ruina.

¿Y qué ocurre cuando el libro físico deja de ser una entidad válida y se convierte en un artefacto del pasado? Dentro de la moda del vintage y el retro, la cultura eBay exige que hasta las zapatillas de nuestra abuela puedan convertirse en un objeto digno de veneración. “Cualquier cosa que tenga más de veinte años”, reza Etsy.com, rey de las ventas de artesanía y de productos “hecho a mano”, para encajar un producto en su categoría “vintage”. Y aquí, además de los vilipendiados años ochenta, entran también los libros. No hablamos de libros incunables, de productos de anticuario ni mucho menos, sino de auténticos ejemplos de reciclaje que utilizan libros con la tranquila asertación de que se trata de un elemento obsoleto de nuestra cultura. Los hay que venden libros sin cubierta, al peso, sin pararse a identificar el año ni el tema de origen. Los hay que utilizan dichos libros como elemento artístico, dentro de collages o incluso como tema de fotografía (que puede venderse como original, como copia o incluso como descarga digital). Y los hay que recortan trozos de dichos libros en llamativas formas para utilizarse como tarjetas de agradecimiento, pegatinas o para encuadernar libretas o agendas. Hay quien usa libros antiguos como materia prima papier mâché para crear cuentas para collares.

En el fondo, el libro está hecho de papel, y las posibilidades del papel son inmensas, pero más allá de esto nos fascina su poder, la adoración cultural que parece acompañar a un ejemplar de escaso beneficio monetario pero inmensa influencia intelectual y social. Y esta adoración se convierte, cómo no, en fetiche, de tal modo que las inmensas bibliotecas y colecciones bibliófilas siguen exigiendo respeto, lo que explica que una instalación artística con el libro como centro pueda convocar silencio. A pesar de la realidad del asunto (que es que cabe la posibilidad de que ya hay más compradores de obras electrónicas que de obras en papel), no perdemos nuestra admiración por el objeto de celulosa, aunque sea más caro, menos práctico y menos perdurable; tanto es así que han surgido aquellos que ofrecen “fundas” para nuestros e-lectores en forma de libro, auténticas obras en papel destripadas para alojar un Kindle o similar, de la misma manera que uno podría ponerle unas cubiertas de Guerra y Paz a un libro de Corín Tellado.

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La asombrosa vida de Roald Dahl

AutorGabriella Campbell el 29 de agosto de 2010 en Divulgación

Charlie y la fábrica de chocolate

Muchos conoceréis el nombre de Roald Dahl, posiblemente por sus libros infantiles, posiblemente por las adaptaciones cinematográficas que se han realizado de ellos. Seguramente su obra más famosa es Charlie y la fábrica de chocolate, que tuvo su segunda y más reciente versión en Hollywood con un espléndido Johnny Depp caracterizado como protagonista de esta bizarra historia. Seguro que también os suenan otros títulos, como Mathilda, James y el melocotón gigante o Las brujas. Cualquiera que haya leído sus obras infantiles se habrá percatado del tenebroso tono amargo que inunda sus narraciones aparentemente inocentes, y cualquiera que haya leído sus obras para adultos habrá reparado en la crueldad que suele estar presente en ellas. Teniendo en cuenta el concepto fatalista que tenía Dahl de la vida en general, y su propia experiencia en ella, esto no es de extrañar.

Una reciente biografía, de la mano de su amigo Daniel Sturrock, se ha ganado a pulso el título de “biografía definitiva” de este genial autor anglosajón. En ésta se narran las peripecias de un Dahl aventurero, que fue espía y piloto; de un Dahl mujeriego, que mantuvo relaciones con innumerables bellezas de Hollywood y miembros de la alta sociedad estadounidense; y finalmente, de un Dahl padre de familia. Es en esta última fase de su vida en la que toman forma los demonios y los malos presentimientos del escritor, que comienzan con el terrible accidente de su tercer vástago, su primer hijo varón, que con menos de un año fue atropellado en una calle céntrica de Nueva York, y que recibió severos daños craneales que no hacían más que remitir y poner su vida en peligro una y otra vez. El propio Dahl, agente activo luchador contra su propio destino, fue quien salvó a su hijo, creando, con la ayuda de un ingeniero amigo de la familia y de un psiquiatra pionero, un tubo especial y revolucionario que conseguía desviar el líquido acumulado en la cabeza de su hijo hacia el corazón (ya existían tubos de este tipo, pero se obstruían frecuentemente, lo que obligaba a los médicos a operar al niño repetidamente). Lamentablemente no pudo hacer lo mismo por su hija Olivia, quien falleció poco tiempo después debido a una rara complicación tras un caso aparentemente inocuo de sarampión. Dahl había vacunado a su hijo contra el sarampión (o más bien le había inoculado una sustancia de efectos similares a la vacuna del sarampión, que no estuvo disponible al público en general hasta 1963), pero no se había molestado en hacerlo con sus hijas, ya que los médicos aconsejaban que los niños sanos la pasasen. Evidentemente Dahl se culpó siempre de la muerte de Olivia.

Y cuando la situación parecía no poder ponerse peor, la esposa de Dahl, la conocida actriz Patricia Neal, sufrió un terrible infarto que la dejó en un estado lamentable, sin apenas poder hablar o moverse. Dahl se convirtió en un gran tirano que no la dejó compadecerse ni por un momento; temiendo un estado depresivo en Pamela, la obligó a trabajar de manera imparable en su recuperación, algo que consiguió en un tiempo casi milagroso gracias a múltiples métodos draconianos. Roald sabía que la muerte y la tragedia lo acechaban, pero no pensaba rendirse ante ella, y fue esta gloriosa aceptación de lo terrible lo que se insinuó, una y otra vez, en sus textos, incluso en aquellos dirigidos hacia los más pequeños.

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Anécdotas de escritores VI

AutorGabriella Campbell el 23 de agosto de 2010 en Divulgación

Byron

-A Ray Bradbury le ofrecieron una suma considerable (unos cien mil dólares) por adaptar el guión de Guerra y Paz para la versión cinematográfica de King Vidor (1956). Bradbury se negó, explicando que el libro nunca le había llamado la atención y que había sido incapaz de leerlo, a diferencia de su esposa, que lo leía constantemente. La película fue un gran éxito pero Bradbury no se arrepintió de su decisión, alegando que “algunas cosas no pueden hacerse por dinero”.

-Una de las obsesiones comunes a la mayoría de los escritores es la cantidad ideal de palabras que deberían escribirse al día. Si bien la media suele oscilar en torno a las 1000 palabras, existen casos extremos, como Trollope, que producía unas 1000 palabras por hora, entre las cinco y media y las ocho y media de la mañana; o como Joyce, al que en una ocasión un amigo le preguntó, tras encontrárselo por la calle, que si había tenido un día productivo. El autor irlandés le contestó que sí, ya que había conseguido alcanzar la tremenda cantidad de tres frases. Claro que, teniendo en cuenta la hechicería lingüística de Joyce, esto no sería moco de pavo.

-La célebre bailarina Isadora Duncan le escribió una vez al dramaturgo George Bernard Shaw, comentándole que deberían tener un hijo juntos. “Piénsalo”, le insistió, “con mi belleza y tu cerebro, ¡qué maravilla de niño sería!”. Bernard Shaw le contestó: “Sí. ¡pero qué desastre si fuera al revés!”.

-Durante una de sus giras por Estados Unidos para firmar libros y dar conferencias, Mark Twain visitó a un barbero local para que lo afeitara. Twain informó al barbero de que era su primera visita a esa localidad, y éste le dijo que era un buen momento para estar allí, ya que Mark Twain iba a dar una conferencia esa misma noche. El barbero le preguntó a Twain si pensaba asistir, a lo que éste respondió que “seguramente”. El barbero luego le preguntó si había comprado una entrada, a lo que el escritor respondió que todavía no. El barbero le informó de que se habían agotado las entradas, así que tendría que escuchar la conferencia de pie. A esto Twain contestó, suspirando: “Qué mala suerte tengo, ¡siempre tengo que estar de pie en las conferencias de ese tipo!

-El conocido poeta romántico Lord Byron le regaló en una ocasión una espléndida y lujosa biblia a su editor, John Murray. Murray se mostró orgulloso de tan generoso presente, hasta el día en que descubrió que Byron había hecho una pequeña alteración en el texto: el último versículo del capítulo 18 del Evangelio de San Juan, que decía “Barrabás era un ladrón”, tenía la palabra “ladrón” tachada y sustituida por “editor”.

-Sir Arthur Conan Doyle, el popular creador de Sherlock Holmes, disfrutaba gastándole a sus amigos bromas pesadas de bastante mal gusto. Un día envió doce telegramas a doce amigos suyos, todos ellos personas importantes y de bastante poder. El telegrama decía “Huye inmediatamente, han descubierto tu secreto”. En menos de 24 horas los doce habían abandonado el país.

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El efecto Facebook. Zuckerberg en los libros

AutorGabriella Campbell el 19 de agosto de 2010 en Noticias

Facebook

Si a estas alturas desconoces la existencia del omnipresente caralibro, es muy probable que sea porque has estado dando vueltas alrededor de la Tierra dentro de una nave espacial. Aunque no seas parte de ese 20% de la comunidad internauta que se conecta todos los días a Facebook, lo más seguro es que conozcas a alguien que tiene una granja virtual, etiqueta a todos sus amigos en fotos en las que salen borrachos, y pierde más tiempo de trabajo enganchado a la red social que en los mejores tiempos del Messenger de Microsoft, que ya es decir. Era inevitable que un fenómeno de esta envergadura engendrase textos, y seguramente el más completo y popular al respecto sea The Facebook Effect (El efecto Facebook), de David Kirkpatrick, periodista de la revista Fortune, una conocida revista sobre internet y tecnología. La obra se ha publicado en dos partes, cubriendo la primera la historia corporativa de la empresa y de su creador, Mark Zuckerberg, siendo la segunda un análisis de su alcance a nivel tecnológico y social.

A pesar de su detallada descripción de los entresijos del nacimiento y desarrollo de Facebook, está clara la postura de Kirkpatrick en favor a Zuckerberg. Su pormenorización de los juicios celebrados contra éste (tanto por abandonar a contribuyentes iniciales del proyecto como por tratar de manera dudosa la privacidad de sus usuarios) no es precisamente objetivo, y su buena relación con el joven dueño de esta red social parece enturbiar su visión de los hechos. Su prosa es mediocre y su imparcialidad, cuestionable, aun así la obra no deja de ser fascinante, narrando el viaje de un visionario que, a pesar de las multimillonarias ofertas que recibe por su empresa, se niega a venderla ya que asegura no querer dinero, sino desarrollar su idea.

La segunda parte, recientemente publicada, es también interesante por su estructurado diagnóstico del estado actual y futuro de las redes sociales y sus posibilidades. Sin embargo, Kirkpatrick peca aquí también de mostrarse demasiado optimista; el inevitable escalofrío que produce saber que Facebook podría poseer la mayor base de datos del mundo no parece afectarle. En supuestas palabras del propio Zuckerberg cuando estaba arrancando su proyecto: “Tengo 4.000 correos electrónicos y sus contraseñas, fotos y números de seguridad social, la gente confía en mí, son tontos del culo”. En cualquier caso, Zuckerberg ya tiene bastantes detractores, existen otros libros que han tenido éxito gracias precisamente a la demonización de su persona y de su empresa. Ben Mezrich publicó con Doubleday The Accidental Billionaires: The Founding of Facebook, A Tale of Sex, Money, Genius, and Betrayal, que ha sido traducido a nuestro idioma con el título de Multimillonarios por accidente. El nacimiento de Facebook, una historia de sexo, dinero, talento y traición, título que, como podéis ver, no deja nada a la imaginación. Según Mezrich, fue precisamente su falta de sexo, es decir, su escasa habilidad social con el sexo opuesto, lo que acabó llevando a Zuckerberg a crear Facemash, una red para puntuar el atractivo de sus compañeras de Harvard, y que fue la semilla inicial para crear una red mayor, en su principio sólo para universitarios. Es obvio que Zuckerberg no sale muy bien parado en este libro, pero es inevitable: el inmenso éxito de Facebook y el carácter especial de su fundador son alimento perfecto para un best-seller, tanto, de hecho, que a finales de año veremos la adaptación cinematográfica.

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La caída del gigante

AutorGabriella Campbell el 17 de agosto de 2010 en Opinión

Barnes & Noble

Cuando hablamos de la revolución digital del libro, muchas veces no nos damos cuenta de otra revolución, tal vez menos obvia, pero de una importancia suprema: el cambio del establecimiento físico. Se trata de un cambio que todos vivimos hasta cierto punto; a excepción de puntos de venta notables como la Fnac, que ha sabido compaginar el ambiente masificado de un supermercado con la tranquilidad de una librería moderna a la perfección, proporcionándonos espacios innovadores sin perder el gusto por el objeto-libro. Este cambio es el paso del espacio de venta específico, es decir, la librería, a las grandes superficies. Por comodidad, cada vez recurrimos más a estos comercios multitudinarios para obtener todo lo que necesitamos, desde fruta a desodorante, desde macetas a libros. Sí, también libros porque, seamos sinceros, la mayoría de los lectores no busca una edición específica de poesía hindú, sino la última novela de vampiros, la última novela romántica de moda, o la última opinión política repetida una y otra vez a lo largo de 200 escasas páginas de partidismo a fuente 14 e interlineado doble. Y ahí entran nuestros comercios habituales, que sustituyen, con mayor y mayor frecuencia, a las pequeñas tiendas de barrio, a la frutería de la esquina, a la droguería de la tía de nuestra vecina, a la librería pequeña, silenciosa y abigarrada que nos espera, paciente, a cien metros de casa. Sin entrar en cómo está afectando esto a los pequeños negocios familiares en general, concentrémonos por un momento en las librerías, puntos de venta de productos muy específicos que cada vez más son simplemente un artículo más en nuestro carro de la compra. Tampoco entraré en cómo afecta esto a las propias editoriales, que tienen que pagar un porcentaje bastante superior de sus ventas a las grandes superficies que a las librerías, ya que éste sería otro tema digno de un artículo propio.

¿Pero qué ocurre cuando los afectados ya no son los pequeños negocios familiares vendedores de libros? ¿Qué ocurre con las grandes cadenas de librerías? Éstas también sufren las consecuencias de la popularidad de los centros comerciales, y analistas y expertos se han llevado las manos a la cabeza cuando se han enterado de que el gigante librero estadounidense Barnes & Noble se ha puesto a la venta, incapaz ya de sostenerse frente a la competencia cada vez mayor de los grandes hipermercados. No es que Barnes & Noble se haya dejado llevar por la desidia y no se haya adaptado a los nuevos tiempos: tienen su propio punto de venta online donde ofrecen tanto libros físicos como electrónicos, y hasta han producido su propio e-reader, el Nook, al mismo nivel que el Kindle y más barato que el Ipad. Aun así no pueden competir con Amazon y similares, y mucho menos con el gigante Walmart o la ultrabarata Target, por poner dos ejemplos claros. En España sigue existiendo un público fiel a La Casa del Libro, ¿pero cuánto tardará en ser sustituida por Carrefour o Alcampo? Si el gigante e intocable B&N está en dificultades, ¿cómo podrán sobrevivir los pequeños comercios libreros independientes? ¿Y qué oportunidad de supervivencia tendrán los libros de autores desconocidos o de editoriales alternativas? ¿Es la literatura electrónica su único futuro? El tiempo lo dirá, por ahora sólo podremos teorizar sobre todas estas cuestiones que significan, para bien o para mal, un cambio radical en toda una industria.